Las exequias
Un olor hizo despertar a Nill. Se le metió en la nariz cuando todavía dormía y le provocó ruidos en la tripa: tenía hambre. Abrió los ojos parpadeando. Su pelo estaba enmarañado como la cola de una mofeta, y se lo alisó con las dos manos antes de levantarse y abandonar la habitación.
Se le doblaban las rodillas cuando bajó por las escaleras y se quedó en medio de la gran sala sin saber qué hacer.
El hogar llameaba confortablemente. Una olla negra colgaba sobre la lumbre. Sobre varias pieles extendidas estaban sentados Kaveh, el rey Lorgios, Aryjén y un joven desconocido con el pelo oscuro, que tenía los mismos rasgos delicados de la reina. Kaveh fue el primero que vio a Nill. Dejó la escudilla que tenía en las manos y se levantó de un salto. Luego se frotó los muslos algo azorado.
—¡Hola, Nill! ¿Has dormido bien? ¡Siéntate con nosotros!
Nill superó su timidez y fue hacia ellos. Kaveh le hizo sitio a su lado y ella se sentó con las piernas cruzadas. Kaveh carraspeó.
—Quiero presentarte a mi hermano mayor… Este es Kejael.
El joven del pelo oscuro inclinó la cabeza con una sonrisa amable, que para Nill dejó bien a las claras su parentesco con Kaveh. Pero, sonrisa aparte, eran muy distintos.
—Te llamas Nill, ¿no es cierto?
Nill asintió.
—Sí… Sí, ése es mi nombre —de nuevo fue consciente del significado que tenía… ¡y todos los elfos debían comprenderlo también! La chica se sintió bastante turbada por ello. ¿Qué pensaría ella si le presentasen a alguien diciéndole: «Hola, me alegro de conocerte, mi nombre es Sangre manchada…?». Y el silencio que se hizo a continuación no le facilitó que pudiera mirar a los elfos a la cara.
—¿Has podido descansar algo? —preguntó Aryjén con tranquilidad.
—Sí, gracias. Me siento mucho mejor.
—Seguro que tienes hambre. ¡Toma! —Aryjén se puso en pie, fue hacia el hogar y llenó una escudilla con el contenido de la olla—. Come algo. Kaveh se ha tirado sobre la comida como si llevara tres años sin comer nada. Así que me imagino que a ti te sucederá lo mismo.
—¡Veremos si puede superarle! —comentó el rey Lorgios haciendo un gesto divertido con los ojos en dirección a su hijo—. Este chico zampa como si tuviera que gobernar una manada de lobos.
Aryjén, que ya había regresado, le dio a Lorgios una palmada en el hombro.
—Ay, cállate. ¡Vas a asustarla! —y, sonriendo, la reina de los elfos libres le alargó a Nill la humeante escudilla mientras añadía—: Come lo que quieras. No te contengas. ¿Es la primera vez que estás con los elfos? Pues deja que te diga que pedir un segundo plato es todo un signo de cortesía.
—Por eso Kaveh es el elfo más educado de todos —acabó su hermano Kejael con una mueca.
Como no había cubiertos, Nill dudó un poco pero al fin optó por llevarse la escudilla a la boca. En su interior había una sopa marrón, espesa, que olía a setas. También los elfos tomaron sus boles y bebieron. Nill tragó con precaución. En su boca percibió la textura de una crema realmente sabrosa. Sólo entonces fue consciente del hambre que tenía. Como nadie parecía fijarse mucho en ella, vació la escudilla con ansiedad sin apartársela ni una vez de los labios. En cuanto hubo tomado el último sorbo, Aryjén le quitó el bol de las manos para llenárselo de nuevo.
—Kaveh nos ha narrado vuestro viaje mientras tú dormías —dijo Kejael.
La mirada de Nill se dirigió a Kaveh.
—¿Cuánto tiempo he dormido? —preguntó.
Kejael se rió.
—Casi dos días. Ya pensábamos que te habías muerto.
Nill empalideció ligeramente y Kaveh le dio un golpe a su hermano en el brazo mientras decía:
—¡Para!
—Es verdad, sabíamos que no te habías muerto —explicó Kejael—. Kaveh iba cada dos minutos a tu cuarto para ver cómo estabas.
—¡Kejael! —Kaveh apretó los labios—. ¡No es verdad!
La sonrisa de Kejael fue desapareciendo de su rostro.
—Lo que Kaveh nos ha contado de vuestro viaje… Tuvo que ser horrible.
Nill bajó la mirada.
—En realidad… Mientras Kaveh, Mareju y Arjas estuvieron conmigo, no fue ni la mitad de horrible.
No había acabado de decirlo cuando la tez de Kaveh se tiñó de escarlata y un pitido recorrió el pecho de Nill: los recuerdos de la parte del viaje que había hecho con Scapa y Fesco inundaron a la chica, pero procuró apartarlos deprisa de su mente. Cogió con agradecimiento una nueva escudilla de manos de Aryjén y volvió a sorber la sopa caliente.
—¿Dónde están Mareju y Arjas? —preguntó después.
—En casa con sus padres —contestó Aryjén con suavidad. Nill comprendió de golpe que también otros tenían familia. Miró el círculo de elfos y se dio cuenta de que también ella estaba rodeada de una familia, pero no era la suya. Asumir que se encontraba sola fue difícil para la muchacha.
—¿Y Bruno? —preguntó con voz débil.
Cuando el jabalí oyó su nombre, levantó admirado la cabeza y emitió un gruñido desde la esquina en la que se encontraba.
—Oh… Ah, ya. Entonces todos están bien.
Con un ruido que en un jabalí debe de equivaler a un gemido de cansancio, Bruno bajó de nuevo la cabeza y la apoyó sobre las patas de delante.
—¿Un poco más de sopa? —preguntó Aryjén cuando se hizo un minuto de silencio.
Nill asintió con una sonrisa tímida.
Kaveh rodeó una de sus rodillas y bajó la cabeza.
—Hoy se celebran las exequias de Erijel. Cuando acabes de comer —dijo en voz baja—, deberíamos ir.
—Oh… Por supuesto —ahora que la reina le había entregado una tercera escudilla, de pronto Nill ya no tenía hambre.
* * *
Aryjén le proporcionó vestidos nuevos antes de que abandonaran la casa-árbol. A Nill le resultó extraño quitarse la capa de los guerreros grises ahora que ya se había acostumbrado a ella. Aryjén la tomó sacudiendo la cabeza mientras murmuraba: —No pienso lavarla. No vas a ponértela nunca más.
En un pequeño cuarto trasero había un balde de madera donde se recogía el agua de la lluvia. Nill pudo bañarse allí (para ser más exactos, Aryjén la ayudó a meterse dentro) y se frotó de la piel la suciedad de las semanas pasadas. ¡Casi había olvidado qué sensación producía sentirse limpia!
Luego estuvo dispuesta. Llevaba un vestido fino, de color claro, con suaves zapatos de piel y una capa delgada que se parecía mucho a la de Kaveh. La tela del vestido centelleaba levemente a la luz del sol, podía ser de color plata o nacarada, y Nill no la había visto nunca antes. Abandonó la casa-árbol con la familia de Kaveh y cruzó el pueblo con ellos. Los elfos que se encontraban a su paso cruzaban sus manos sobre la frente y hacían una reverencia. Otros bajaban la mirada en señal de respeto. Nill miró a Kaveh llena de preocupación. Tenía los ojos enrojecidos y la muchacha estaba segura de que no se mostraba tan compungido únicamente por la fatiga del viaje. Aquel brillo alegre que a menudo exhibía su mirada parecía haberse evaporado.
Ellos y otros elfos que se unieron al grupo salieron de la aldea y subieron colina arriba. Cuando alcanzaron el bosque, Nill se volvió de nuevo y no pudo apreciar ya ni un solo árbol ni una sola cabaña. Bajo ellos se hallaba un valle virgen, en el que nadie parecía haber puesto el pie.
Siguieron caminando en silencio por el bosque. Todos, salvo Nill, parecían saber adonde se dirigían. Un rato después, los árboles empezaron a espaciarse. Ante ellos surgió un ancho lago, cuya plana superficie semejaba una pulida piedra negra. En la distancia Nill distinguió unas islas. Los pinos y abetos, algo apartados de la orilla, se inclinaban sobre el lago y también algunas nubes del cielo se reflejaban en las aguas.
Había varios elfos en la orilla. Nill descubrió a Mareju y Arjas entre ellos. Los gemelos le hicieron una seña con tristeza.
También había elfos dentro del agua. En medio del lago flotaba una gran balsa de madera que estaba absolutamente cubierta de coronas de flores secas, hojarasca de distintos colores y enredaderas. A fin de cuentas, en esta ocasión no había ningún cadáver.
Cuando aparecieron el rey Lorgios y la reina Aryjén, todos los elfos bajaron la cabeza a un tiempo, se arrodillaron y pusieron una mano en el suelo. De igual modo se arrodillaron los miembros de la familia real, Nill lo hizo a su vez y puso con rapidez la mano sobre la hierba. Se hizo el silencio. Todo el bosque de alrededor enmudeció también: no pió ningún pájaro, no se produjo el menor susurro del viento entre los árboles. Las nubes cubrieron el lago poco a poco. Los elfos de dentro del agua se arrodillaron igualmente, de tal modo que las olas batieron contra sus pechos; sólo dos mujeres se mantuvieron de pie, un velo tapaba el rostro de la mayor. Entonó un cántico profundo, sostenido. La joven se unió a ella con voz vacilante. Su canción de duelo se incrustó en el corazón de Nill y, mientras permanecía arrodillada con la mano pegada a la tierra, las lágrimas rodaron por sus mejillas.
La mujer joven sacó una daga de su cinturón. Luego cogió su larga melena oscura y se la cortó. Las personas situadas en la orilla suspiraron. La cantante de más edad levantó una antorcha y prendió la balsa. Una llama recorrió las coronas de flores secas.
El humo era intenso y aromático. Con manos temblorosas, la joven tiró al fuego su pelo cortado. Luego, la balsa se retiró hacia el centro del lago. Las llamas se hicieron cada vez mayores.
—¿Por qué ha hecho eso? —susurró Nill—. ¿Por qué se ha cortado el pelo?
La mirada de Kaveh continuó posada sobre la balsa ardiendo.
—Es costumbre cortarse el cabello cuando se ha querido al que ha muerto —musitó.
Nill recordó la marca que llevaba Erijel grabada en el antebrazo. Y sintió a Erijel más cerca que nunca cuando comprendió que la mujer que se había cortado el pelo era Ylenja.
* * *
La larga procesión de los elfos volvió en silencio hasta el pueblo; sólo unos pocos se quedaron en el lago: Ylenja y la mujer del velo, que —como Nill pensaba— era la madre de Erijel. El rey Lorgios. Y Kaveh.
—Vete ya —le había murmurado Kaveh a Nill cuando comenzó el crepúsculo. Permanecía sentado en la orilla, con las piernas cruzadas, observando la balsa. Brillaba sobre el lago negro como una llama extraviada.
Nill caminaba callada al lado de Aryjén y Kejael. La reina de los elfos libres extendió la mano y de pronto la silueta del pueblo surgió de la nada. Bajo ellos aparecieron las hogueras y una luz opaca. En el centro de la aldea había una hoguera gigantesca y olía a carne asada.
—¿Qué se está preparando? —preguntó Nill.
Aryjén adivinó su pensamiento: ¿cómo iban a preparar una fiesta si acababan de celebrar las exequias de Erijel? La reina sonrió melancólica.
—Hoy es la Noche Averna. Mira al cielo.
Le puso con cuidado un brazo sobre su hombro y señaló hacia arriba. Ya era casi de noche, el cielo se había vestido de terciopelo morado. Nill descubrió perpleja que había luna llena y, sin embargo, brillaban sobre ambas un sinfín de estrellas, como ocurre las noches de luna nueva.
—Es imposible —murmuró entrecerrando los ojos.
—Es posible dos veces al año. En esas ocasiones la luna llena y todas las estrellas se pueden ver sólo desde nuestros pueblos élficos. No desde ningún otro lugar de la Tierra.
—¿Cómo?—Nill no podía apartar la vista del cielo. Era algo extrañísimo, pero realmente hermoso.
—Bueno —contestó Aryjén—, es la noche en que es posible todo lo imposible. Mira, la luna llena y las estrellas se dividen el cielo. Y ése es también el motivo de que se haya celebrado hoy el funeral de Erijel. Trae suerte, ¿sabes?, entrar en el reino de la muerte cuando es Noche Averna. Se dice que en ese caso el muerto podrá abandonar a menudo el mundo subterráneo para visitar a sus familiares. Esta noche permanecen abiertas las puertas de todos los mundos. La muerte se encuentra con la vida y bailan juntas, sin que una intente vencer a la otra. Y también los chicos y chicas de nuestra aldea bailan en torno a los fuegos, hasta que llega la mañana, pues la Noche Averna es la noche en la que pueden llegar a conquistarse los corazones más inalcanzables.
Nill miró a Aryjén. Mientras hablaba, la noche había caído bruscamente sobre ellas; el rostro de la reina se había oscurecido y ahora la luz de la gran hoguera se reflejaba en su sonrisa.
—Ven —dijo Aryjén guiándola hacia las hogueras.
Los elfos se habían acomodado a su alrededor, sobre la hierba fresca y mullida; conversaban y comían. Sentados sobre las ramas de los árboles, los niños balanceaban los pies mientras otros jugaban al escondite entre los troncos y los puentes colgantes. A lo lejos se oía una música de flauta y tambores, a la que pronto se unió una voz de mujer. Nill vislumbró a los gemelos junto a la gran hoguera. Ellos la saludaron con la mano.
—Ve con ellos. Yo regresaré enseguida —Aryjén desapareció en el azul de la noche y Nill fue junto a Mareju y Arjas.
Abrazó a los gemelos y luego se dejó caer a su lado en la hierba.
—¿A vosotros qué os parece esto? —preguntó ella finalmente.
Arjas señaló con la cabeza hacia las hogueras.
—¿Te refieres a lo de Erijel y ahora la Noche Averna?
Algo angustiada, Nill movió la cabeza de arriba abajo.
Arjas dibujaba en el suelo con una ramita.
—¿Sabes? Aquí las cosas son distintas a como suceden con los humanos. Puede parecer raro, pero…
Mareju sonrió con tristeza y se frotó la cara con las manos.
—¡No tienen ni idea de lo que ocurrió realmente! Llevo tanto tiempo pensando en Erijel, maldita sea, y luego el funeral, y ahora… Es como si, años después, volviera a abrirse una herida. Ay, no sé, no quiero pensar más en ello.
—Espero que Kaveh no esté demasiado triste —murmuró Nill.
Los gemelos se miraron pensativos. Nill sabía lo próximos que se habían sentido siempre Kaveh y Erijel. Pero los gemelos los conocían a ambos de toda la vida. Nill tuvo de nuevo la sensación de no ser, en realidad, más que una intrusa.
—Saldrá adelante —murmuró Arjas, pero no parecía muy convencido. Luego tiró el palo y se levantó—. Iré a buscar algo de comer —y sonrió con algo de dejadez—. Nill, ¿sigue gustándote el manjam kher?