Erijel
Habían dejado las armas a un lado y permanecían sentados en el suelo con las piernas cruzadas. Nill se mordía el labio inferior. Le parecía que nunca había visto a Erijel desde tan cerca. Y de pronto se dio cuenta de que, en realidad, durante su largo viaje apenas había hablado con él.
—¿Quién ha gritado tanto? —murmuró la chica escrutando el granero nuevamente.
Pero ya no se veía a nadie.
—La primera vez ha sido Kaveh, seguro —respondió Erijel con un amago de sonrisa—. La palabrita es típica de él.
—¿Qué palabrita?
Erijel hizo un gesto de rechazo con la mano.
—Ya te lo diré otro día. No vas a necesitarla hasta que domines la lengua élfica.
Nill subió las cejas con curiosidad, pero finalmente decidió cambiar de tema.
—Lo de antes parecía una pelea. Espero que no haya ocurrido nada grave.
Erijel se encogió de hombros.
—Si gritan es que todo va bien. Me preocupa más que no digan nada.
Los dos se miraron angustiados. En el pueblo reinaba un silencio inquietante. Nill tragó saliva.
—¿No deberíamos ir allí?
Erijel negó decidido con la cabeza.
—Los guerreros grises están aguardando a que salgamos. No sé por qué no se deciden a salir ellos, pero está claro que no se han marchado.
La mirada de Nill vagó hacia los brumosos pantanos que se divisaban por un resquicio de la madera. No se movía nada. Y, sin embargo, tras la neblina gris acechaban los guerreros… Aquellos ojos que ahora mismo les estaban observando… Las hierbas de la ciénaga se mecían por el viento. A Nill le daba la impresión de que oía voces entre su murmullo: voces distorsionadas, tristes; lamentos… Se le puso la carne de gallina.
—La aldea les produce miedo —musitó Nill absorta—. Tienen miedo de su pasado.
Erijel frunció el entrecejo.
—¿Qué?
Nill apartó la vista de los pantanos y miró a Erijel.
—Cuando entren en la aldea, bueno, entonces verán cómo eran en realidad… y eso les llevará a posicionarse ante sí mismos y el rey. De pronto sabrán de nuevo de dónde proceden y qué significa ser un elfo de los pantanos. Si recuerdan eso, no les quedará más remedio que odiar al rey por lo que les hizo y seguramente temblarán ante la idea de convertirse en sus propios delatores. Por eso les está costando tanto entrar aquí. Es sólo —añadió Nill con una sonrisa triste— para salvaguardarse a sí mismos de la muerte. No tiene ningún sentido su postura, y sin embargo…, prácticamente todos los elfos están participando.
Erijel la miró de una forma tan intensa que Nill tuvo que bajar la cabeza.
—Bueno, es sólo lo que yo pienso… —la muchacha se encogió de hombros.
—Pues es una explicación muy interesante —dijo el caballero observando con curiosidad cómo a ella se le erizaban los pelillos de los brazos—. Creo que sabes más de lo que crees —añadió de pronto arrugando la frente, como si le sorprendiera a su vez que Nill se sorprendiera—. Eres inteligente. Y aprendes deprisa. Quién sabe. Tal vez en esta ocasión Kaveh no se haya equivocado.
Nill sonrió.
—Yo creía que no me soportabas.
—Mareju, Arjas y yo arriesgamos nuestra vida por aquello en lo que Kaveh cree — de golpe Erijel parecía muy cansado—. Yo sólo me mostraba escéptico.
Nill se preguntó si Erijel habría decidido acompañar a Kaveh por propia voluntad. Y como no llegó a ninguna respuesta, se lo planteó:
—¿Querías venir aquí?
Erijel sonrió. Por primera vez Nill se percató de lo cálida que era su mirada. Seguro que, una vez que se lograba ser digno de su confianza, Erijel pasaba a ser un amigo incuestionable.
—Justo aquí no necesariamente —cogió un palito y pintó con él rayas en el suelo— . Pero he crecido así… con la responsabilidad de cuidar de Kaveh. Y nunca lo he hecho en contra de mi voluntad —miró a Nill con simpatía y, de inmediato, una honda preocupación tiñó sus rasgos. El caballero tiró el palito—. Deberíamos esperar hasta esta noche. Si los guerreros grises no atacan para entonces, iremos a donde están los otros. Y luego… ya veremos.
* * *
Poco a poco avanzó el crepúsculo. Al comenzar a oscurecer, Nill ya no se dio cuenta de nada más, porque continuaba apoyada en la pared, más dormida que despierta. El miedo a los guerreros grises era lo único que la movía de cuando en cuando a asir la espada corta de Erijel y sentarse algo más erguida. Cuando la noche se extendió sobre los pantanos, Erijel metió dos dedos en su boca y lanzó un silbido agudo. Pasaron varios segundos hasta que un silbido idéntico salió del granero del otro lado del pueblo. Poco tiempo después, apareció Kaveh en la puerta del pajar. Les hizo una señal.
Erijel se volvió hacia Nill y cogió su arco.
—Ha llegado el momento de marcharnos. Pero vamos a dar un rodeo por el pueblo… Con un poco de suerte, los guerreros grises estarán vigilando sólo esta parte —con la cabeza indicó hacia el granero, del que los separaba una zona de cabañas y barrizales.
Nill y Erijel se pusieron en pie con los corazones latiéndoles a mil por hora. Erijel traspasó la puerta de entrada con mucho sigilo y se apoyó en el muro de detrás. No ocurrió nada. Todo permaneció tranquilo, sólo se oyó el lejano croar de una rana a través de la bruma. Salieron corriendo uno detrás de otro.
El lugar estaba gris como un campo de plomo. Sus pasos crujían sobre la húmeda hierba amarilla. Era como si unas miradas ardientes se incrustaran en sus nucas. Pero no sucedió nada. Alcanzaron el límite del pueblo como si fueran los últimos supervivientes de un mundo a punto de expirar. A su derecha se abrían los profundos pantanos. Sólo les quedaba hacer un arco para desembocar en el pajar por la parte trasera… Ya no estaban lejos.
Nill subió el ritmo para ponerse a la altura de Erijel.
—Antes de que estemos con los otros —susurró la chica y Erijel la miró sorprendido—, antes de que estemos con ellos de regreso, quería decirte que estoy contenta —le sonrió—. Estoy contenta de poder ser vuestra compañera… tu compañera —quería añadir algo más, pero no encontró las palabras y se mordió los labios.
Erijel sonrió.
—El honor es nuestro…, mío.
Lo que ocurrió después se confundía en la mente de Nill.
Varias figuras asomaron a través de la niebla. Sin decir una palabra levantaron sus espadas y atacaron.
Nill no gritó. No había tiempo para ello. De un solo movimiento Erijel interceptó los brazos de uno de los guerreros grises; en el instante siguiente el soldado cayó al suelo y el caballero se quedó con su arma. Nill no miró cómo Erijel clavaba en él la espada hasta la empuñadura, pero el sonido se quedó grabado en su recuerdo: el ruido de la espada, el ruido de los huesos al astillarse. Un estertor salió de los labios del guerrero. Y antes de que estuviera muerto, Erijel había derribado a tres más.
—¡Corre! —gritó Erijel. Y ambos salieron a toda velocidad.
Las ruinas de las casas, los prados, la niebla…, todo se desmoronó alrededor de Nill. Porque de pronto había un guerrero gris justo delante de ellos. La chica casi se choca con Erijel cuando éste se paró súbitamente. El caballero desenvainó la espada y el guerrero no llegó a tiempo de hacerlo también. Pero justo detrás de él había un segundo esbirro del rey. Y no llevaba una espada.
Llevaba un arco.
Erijel reaccionó deprisa. Dejó caer la espada, se arrancó el arco del hombro, tenía la flecha ya en la mano… Pero el guerrero gris fue más rápido. Tensó el arco y apuntó a Nill.
Erijel dio un salto delante de ella y cargó su flecha. Un zumbido sesgó el aire. Entonces el caballero pegó un empujón enérgico a la muchacha y la arrojó al suelo.
Nill dio un chillido penetrante cuando vio que la flecha atinaba en el cuerpo de Erijel: en el hombro, el pecho o su tripa.
El guerrero gris tensó el arco por segunda vez. Ahora le tocaba el turno a Nill. De algún modo logró coger el arco de Erijel y se encontró con el asta de una flecha en la mano. Tensó la cuerda. Tenía que ser alguna magia poderosa la que guiaba su brazo porque ella se sentía como paralizada y no asumía nada de lo que hacía su cuerpo. Su flecha salió zumbando y penetró en el pecho del guerrero gris. La de él salió despedida también y con un remolino fue a parar más allá de Nill. Entonces el hombre se desplomó inerte en el suelo.
—¡Erijel! —el arco se soltó de su mano. Sus dedos temblaban tanto que no podía evitar que se le movieran los brazos—. ¡Oh, no, no, no, no!
Permanecía en el suelo, jadeando. Sus manos se palparon la coraza rota; primero las yemas de los dedos, luego las palmas se le tiñeron de rojo. Su garganta produjo un gorjeo. Un hilillo de sangre se escurrió por la comisura de sus labios. El mundo se detuvo y Nill no fue capaz de ver nada más que al joven. De pronto, oyó un grito de dolor a su espalda y Kaveh se derrumbó de rodillas en la hierba, al lado de Erijel.
* * *
—¡Erijel! —las lágrimas se agolpaban en los ojos de Kaveh. La flecha sobresalía justo en medio del pecho del caballero—. Primo —gimió—. Oh, espíritus, nâdem… ¿Puedes oírme?
La mano de Erijel se cerró en torno al brazo de Kaveh. Le miró con ojos febriles. Una sonrisa breve, desencajada, se dibujó en su boca.
—Llévame lejos de aquí, ¿sí? Con los otros.
Kaveh asintió y colocó sus brazos bajo el cuello y las corvas de Erijel. El caballero se quejó cuando Kaveh lo levantó.
—Espera…, espera, ¡te ayudaré! —dijo Nill, pero Kaveh ya se había girado y caminaba solo con Erijel en los brazos hacia el pajar. Con cada paso parecía hundirse más, pero no miraba ni a Nill ni a Arjas y Mareju, que iban hacia él lívidos de espanto.
Llegaron al granero. Scapa pegó un brinco cuando los vio: la mano de Erijel rodeaba la nuca de Kaveh y había dejado un rastro de sangre en su cuello y su mejilla.
—¿Qué ha ocurrido? —balbuceó Scapa.
Kaveh dejó lo más suavemente que pudo a Erijel sobre un montón de heno.
—Nâdem —susurró a su primo—. ¿Me oyes? Voy a quitarte la flecha. Por favor…, por favor —la voz de Kaveh se quebró. Rodeó con su mano el cuello de Erijel y se agachó tanto que el asta de la flecha quedó a la altura de su cabeza. La asió con dedos temblorosos, tragó saliva—. Ahora, primo…
Y tiró de golpe.
Erijel gritó a través de sus dientes contraídos. La flecha se mantuvo firme. Kaveh cerró los ojos como si así pudiera soportar mejor el dolor de Erijel. Los dedos del caballero se agarraron a su brazo. Esta vez la flecha se levantó ligeramente torcida.
—¡Erijel! —Kaveh puso la frente sobre el pecho de su amigo mientras su mano volvía a rodear la flecha—. ¡Lo siento mucho! —y tiró de la flecha con más fuerza.
Esta vez el grito de Erijel se transformó en un sonido gutural. Cerró los ojos y encorvó la espalda, y cuando Kaveh tuvo la flecha en su puño, se hundió en la inconsciencia.
Ninguno de los otros se atrevió a acercarse cuando Kaveh se quitó en silencio la capa y el jubón y comenzó a cortar anchas tiras de su camisa. Permanecieron callados cuando humedeció la tela con el agua de su cantimplora y aplicó las compresas sobre la herida de Erijel. Luego la vendó y lavó con cuidado las huellas de sangre de su cara.
Por fin, Erijel volvió en sí. Sus pestañas parpadearon y movió la cabeza. Kaveh estaba junto a él y sostenía su mano. Erijel respiraba ruidosamente y, al hacerlo, unas burbujas rosadas manchaban sus comisuras. La tez de su cara brillaba como la cera.
—¿Qué aspecto tiene? —susurró en un tono tan bajo que recordó el temblor de una brizna de hierba.
—Bueno. Muy bueno —mintió Kaveh—. No es una herida grave. Partiremos mañana temprano. Mañana temprano… ¿Te parece?
Erijel trató de levantar la cabeza para mirarse el vendaje del pecho, pero la hundió de nuevo con un lamento. Con los ojos cerrados comenzó a llorar.
—¡Kaveh! —sus dedos rodearon su mano—. No quiero morir, nâdem, ¡no me dejes morir aquí! No así…, no quiero terminar aquí.
—¡No vas a morir, Erijel! —Kaveh apretó sus manos frías—. ¡No digas esas cosas! Nior hael soyah, Erijel…
Erijel le miró con los ojos húmedos. Tenía el mismo aspecto de antes, de cuando eran niños. Cuando eran niños… ¡Todavía lo eran! Niños con espadas, nada más.
—No me dejes morir —suspiró Erijel. Y cuando Kaveh no pudo evitar llorar, volvió la cabeza en la otra dirección, a la oscuridad del granero—. Quiero ir a casa. Quería pasar el verano en los prados. Quería… e Ylenja… —trató de levantar el brazo para mirar la marca de fuego del interior de su antebrazo, la letra «Y» allí grabada. Pero estaba demasiado débil y bajó el brazo antes de poder mirarlo—. Quería construir una casa junto a las tres hayas al límite de la aldea.
—¡La construirás! —dijo Kaveh quedamente—. Erijel, todo irá bien y regresaremos juntos a casa. Todo será como antes, mejor aún. ¿Recuerdas el roble sobre el cercado de los lobos? Nos pondremos allí y asustaremos a mi padre cuando vaya de cacería… ¿Te parece? ¿Este verano?
Erijel asintió sin mirar la sonrisa contraída de Kaveh.
—Me dijo que quería casarse conmigo —murmuró. Luego enmudeció. Se quedó un rato en silencio, hasta que sus ojos se cerraron. Su respiración se hizo más reposada.
Kaveh se sentó junto a él con las piernas dobladas. Con lágrimas en los ojos, Arjas y Mareju se acercaron a ellos y se sentaron en el suelo. Erijel dormía tranquilo. El dolor se había borrado de su rostro, que parecía más dulce y élfico que nunca. Su piel comenzó a brillar más blanca con cada latido.
Cuando clareó la mañana, Erijel estaba muerto.