Trayecto compartido

Nill no sabía qué decir. Pero ¿qué se puede replicar cuando descubres que has sido elegida por un encanta-busca para matar a un rey invencible? Tenía la mirada fija en Kaveh, incapaz de coordinar cualquier idea con claridad. Finalmente comenzó a tartamudear:

—Yo no puedo matar al rey con el… No soy una asesina y tampoco un salvador profético, y menos esa Criatura Blanca…

—Es preciso matar al rey —los ojos de Kaveh mostraban esperanza y desamparo al mismo tiempo—. Si sigue existiendo ése humano, llevará al mundo a la perdición. Hay que detenerlo. ¡Tiene que morir! Y sólo tú puedes hacerlo.

Para Nill fue como si el suelo se abriera bajo sus pies. Todo aquello no podía ser real. Ella, Nill, no podía ser la muchacha de la que Kaveh esperaba tanto.

—Tengo instrucciones —dijo despacio—. Tengo que entregarle el cuchillo al rey como señal de paz. Si no… su furia alcanzará los Bosques Oscuros, y… Yo no puedo matar a nadie. El rey de Korr no ha cometido ningún crimen que…

—¿Ningún crimen? ¡Tú no conoces al rey de Korr! —gritó Kaveh—. ¡Le robó su corona a los elfos de los pantanos y esclavizó a todo un pueblo! ¿Sabes tú lo que sucede en las Tierras de Aluvión? ¿Te lo ha contado alguien? —Kaveh levantó el dedo índice y señaló hacia la ventana—. Todos los elfos de los pantanos, mujeres, hombres y niños, están trabajando en las minas y canteras del rey. En los últimos tres años se ha hecho construir una torre que hace sombra a todas las construcciones de la Tierra. ¡Diariamente mueren cientos, no, miles de seres en las lejanas ciénagas gracias a esa obra! Y si no te parece suficiente —añadió Kaveh—, si no te parece suficiente razón, has de saber también que en las Tierras de Aluvión está formándose un ejército que arrasará los Bosques Oscuros. ¿A quién crees que va a parar toda la madera de los Bosques Oscuros desde que el rey de Korr detenta el poder? Está fabricando armas, ¡se prepara para una guerra que doblegará al mundo entero bajo su absoluto dominio!

Nill apretó los labios.

—Pero si le llevo el cuchillo, respetará los Bosques Oscuros.

—Si le llevas el cuchillo, ¡terminarás con nuestra última esperanza! ¡Él aguarda únicamente a tener el cuchillo en sus manos! Si no tiene que temer el poder del punzón de piedra, ya no habrá nada que lo sujete. El cuchillo es lo único que protege los Bosques Oscuros. En cuanto se apodere de él, el rey se levantará contra nosotros.

Nill se sintió enferma de miedo. Vio ante ella la imagen de los Bosques Oscuros; sus árboles altos, silenciosos, protectores, el musgo mullido, la hierba meciéndose al viento… Era imposible que una sola persona arruinara todo aquello, acabara con los espíritus de siglos. Por una única guerra. Por un único cuchillo…

—Te lo suplico —susurró Kaveh cogiendo sus manos—. Te lo suplico. Nill: ¡cumple con tu destino! El cuchillo te eligió como su portadora, por eso tienes que ser también la Criatura Blanca. Todas las esperanzas de los elfos de los pantanos están puestas en ti. ¡Y de los Bosques Oscuros! Y en ti reside toda mi confianza…

Ella perdió el dominio de su voz. Fue incapaz de pronunciar ni una sílaba… Por otro lado, ¿cómo responder a todo aquel cúmulo de peticiones? No había ninguna palabra adecuada. Un rato después, logró tragar por fin, bajó la cabeza y asintió.

—Ya veremos… Ya veremos —logró articular.


* * *


El Señor de los Zorros no podía estar muy lejos si había salido la noche anterior. Con toda probabilidad no habría llegado todavía al pie de las montañas tras las que se ocultaban las ciénagas. Aún podían alcanzarlo a tiempo. Ojalá. Si no había algo que los detuviera.

Fesco no les impidió recoger sus cosas y abandonar el cuarto. Sólo la mirada del pelirrojo fue tras ellos.

En La Zorrera los zorros iban de un sitio a otro, cuchicheaban entre ellos y se miraban desvalidos. Por lo visto, su patrón se había marchado sin darles ni una explicación. Kaveh podía entender por qué: un espía no deja rastro, no reparte información. Y que aquel cabecilla sombrío, hipócrita y misterioso era un espía del rey le parecía a Kaveh tan evidente como el amanecer de cada día.

Abandonaron Kaldera a paso ligero, sin mirar ni a derecha ni a izquierda, siempre adelante, hacia arriba, hasta llegar a las puertas de la ciudad. Les dejaron pasar sin hacer preguntas y, por primera vez, Nill pudo contemplar el paisaje con luz de día. Pero la chica estaba todavía muy alterada para prestar atención a aquellas colinas y barrancos pelados.

Los cinco compañeros tomaron el camino de regreso hasta la bifurcación y se adentraron por la senda que no tenía rótulo. Ésta los condujo a un desierto lleno de arbustos secos y rocas, que transcurría entre riscos y dunas de arena, en cuyas crestas crepitaba la hierba al compás del viento. Los árboles requemados por el clima se inclinaban con sus ramas temblorosas hacia ellos. Aquel territorio le parecía a Nill un cementerio gigantesco y le llevaba a sentir cada vez más nostalgia de la espesura de los bosques que tan bien conocía. ¿Realmente tenía el rey de Korr la intención de asolar el Reino de los Bosques Oscuros? De ser así, ¿la floresta atravesada por la luz y los espesos bosques de coniferas acabarían teniendo el aspecto de aquella tierra desolada? El solo pensamiento le resultó aterrador.

Debía de ser ya mediodía, a pesar de que los rayos del sol apenas lograban horadar la capa de nubes. Habían alcanzado un declive suave cubierto por el ramaje de un roble seco. Kaveh se quedó parado junto a Bruno. Chico y jabalí husmearon el ambiente. De pronto, los caballeros se descolgaron los arcos del hombro y prepararon las flechas.

Kaveh desenvainó la espada.

—Huele a humo —murmuró—. Un fuego… —y abandonó el sendero para deslizarse por la pendiente de roca.

Erijel y Arjas lo siguieron mientras Mareju permanecía con el arco tensado sobre ellos, cubriéndoles las espaldas.

Entre los riscos se había formado una oquedad a salvo de cualquier mirada. Aun antes de ponerse de pie, Kaveh vio ya el lugar donde había estado la hoguera, de cuyos rescoldos únicamente emergían dos finas hebras de humo. Cada músculo de su cuerpo se puso rígido. Se deslizó por las rocas y descubrió, no lejos de la hoguera, un bulto de ropa. Allí había alguien. ¡El ladrón!

Resbaló por el último trozo de pared con tanta prisa que de pronto la espada se escurrió de entre sus dedos y chocó con un ruido metálico contra las piedras.

Scapa se despertó sobresaltado. Una espada cayó ante él y, un segundo después, una figura saltó sobre los restos de la hoguera, levantando un remolino de ceniza. Scapa miró hacia arriba, reconoció el rostro desencajado del joven elfo y un puñetazo le dio de lleno en el hueso de su nariz.

—¿Qué está pasando? —Nill aguantó el aliento al oír un grito. También Mareju bajó el arco y comenzó a escurrirse apresuradamente por las rocas. Nill le siguió, se arañó las manos con las piedras, saltó los últimos metros y se encontró de bruces en el suelo. La rodeó una nube de arena. Los caballeros rodeaban a Kaveh y Scapa sin intervenir.

—¡Miserable ladrón! —los puños del príncipe golpeaban inmisericordes a Scapa, que trastabillaba hacia atrás desconcertado—. ¡¿Dónde tienes el cuchillo?!

Scapa logró esquivar un golpe. Luego intentó agarrar a Kaveh por detrás, pero éste se le escapó, asió su brazo y trató de retorcérselo. Con la mano libre Scapa desenfundó un cuchillo de su cinturón. Kaveh le soltó el brazo e inmediatamente sacó su puñal. Ambos estaban frente a frente con las armas apuntando a sus respectivas gargantas. Respiraban con dificultad, pero no se atrevían ni a tragar mientras el frío metal rozara su piel. Un hilillo de sangre se deslizaba por la nariz de Scapa.

—Maldito bastardo —siseó Kaveh—. ¡Entrégame inmediatamente el punzón de piedra!

—¡Tíranos el cuchillo! —Erijel tensó la cuerda del arco. La flecha apuntaba al pecho de Scapa.

—¡Jamás! —los ojos de éste relucían—. Nunca en la vida os devolveré el cuchillo. ¡Antes prefiero morir a que se lo entreguéis al rey!

—¡Eres tú quien se lo quiere llevar al rey! —gritó Kaveh—. Tú nos robaste el cuchillo porque eres un espía del rey, ¡eso es lo que eres!

Y ambos comenzaron a chillar sin escuchar lo que decía el otro.

—No soy un maldito espía, no soy un espía, pero vosotros queréis entregarle el cuchillo al rey porque le teméis y yo no voy a permitirlo, ¡YO LO VOY A MATAR!

—¡YO LO VOY A MATAR!

Kaveh y Scapa se callaron a un tiempo, desconcertados, porque ambos habían dicho lo mismo a la vez. Se quedaron mirándose durante unos segundos, luego bajaron sus armas y se echaron hacia atrás.

Sin dejar de taladrar los ojos de Kaveh, Scapa se palpó la nariz y echó una ojeada a sus dedos al notar la sangre.

—¡Asquerosa cría de elfo! —refunfuñó.

—¡Saca el cuchillo de una vez! —Kaveh señaló a Scapa con su puñal mientras los arcos de sus caballeros volvían a tensarse rechinando.

Pero el Señor de los Zorros no se amilanó lo más mínimo.

—¡No pienso entregarle el punzón de piedra a nadie, y menos a un elfo! ¿Te crees que estoy chiflado? Sé de sobra que el rey de Korr es tu señor —pero el tono de su voz sonó inseguro.

Kaveh hinchó las aletas de su nariz de rabia contenida.

—Dámelo. No sabes a lo que te expones, ladrón —como Scapa no dio signos de moverse, el príncipe añadió—: Sólo hay alguien que tiene derecho a llevar el cuchillo —y su vista se dirigió a Nill. Scapa la siguió sorprendido.

El corazón de Nill se aceleró.

Estás guapa cuando duermes.

Robado. Le había mentido y robado.

—Ella es la Criatura Blanca —le explicó Kaveh a regañadientes al darse cuenta de la emoción que provocaba en ella la mirada de Scapa—. Está predestinada a matar al rey. Y por eso el cuchillo tiene que permanecer en sus manos.

Los ojos de Scapa se rasgaron.

—¿Es eso cierto?

Nill evitó mirarle y bajó la vista. También a ella le habría gustado saber la respuesta.

Scapa la observó por espacio de un tiempo, luego dio un paso atrás.

—No confío en vosotros —dijo con hostilidad—. Si ella puede matar al rey, me quedaré a su lado para vigilar que realmente lo haga.

—¡No, gracias! —dijo Kaveh—. Cada uno de nosotros daría su vida por que ella llegara ilesa a la torre del rey.

—Ah, de ahí vuestra penosa entrada ayer noche en La Zorrera…

Nill miró a Kaveh. El rostro del príncipe se tiñó de rojo.

—No —musitó él rehuyendo la mirada de la chica—. Lo habríamos hecho igual… porque Nill es nuestra compañera, ¡idiota!

—Sí, claro —Scapa resolló desdeñoso y su mirada fue de un elfo a otro. De pronto sacó algo de debajo de la camisa. Nill reconoció el punzón de piedra con alivio. Dirigiendo su cuchillo en actitud amenazante hacia los elfos, Scapa se aproximó a la muchacha. Ahora ella lo tenía tan cerca que habría podido arrancarle el punzón de la mano. Pero no fue necesario. Él se lo dio. Nill lo cogió y con ambas manos lo atrajo instintivamente hacia ella—. Si os creéis que voy a dejaros marchar con el cuchillo sin más, estáis muy equivocados. Iré con vosotros y estaré a vuestro lado cuando ella mate al rey —dijo Scapa.

Kaveh lo miró atónito. ¡Un ladrón no se podía unir a ellos! Pero, por alguna extraña razón, Scapa estaba firmemente decidido a importunarles hasta el final.

—No. No vendrás con nosotros de ninguna de las maneras —Kaveh se cruzó de brazos.

—Por supuesto que iré.

—No.

—Claro que sí.

—¡No!

—¡Sí!

Kaveh descruzó los brazos, levantó su puñal y volvió a bajarlo.

—Bueno… ¿Eres sordo o qué? ¡NO VENDRÁS CON NOSOTROS!

Scapa sonrió y se limpió la sangre con la manga.

—No puedes impedirme ir detrás de vosotros, príncipe de los cerdos.

—Oh, sí, claro que puedo. Y de qué manera —Kaveh levantó el puñal y se aproximó a él a grandes zancadas.

—¡Alto! —Nill se interpuso entre los dos abriendo los brazos—. Mírale, está sangrando por tu culpa —dijo a Kaveh recalcando sus palabras.

—No te preocupes, enseguida sangrará más —remachó él.

Nill lo agarró resuelta cuando él trató de hacerla a un lado.

—¡No puedes… apuñalarlo sin más! ¿Estás loco? No voy a permitírtelo.

Para su sorpresa, Kaveh bajó el puñal. Se dio la vuelta, se pasó la mano por las rastas y respiró con profundidad. Luego se dirigió hacia Nill tratando de mostrarse tranquilo.

—Es por tu seguridad —dijo entre dientes—. Tienes que decidir si realmente quieres llevar a un ladrón contigo.

Nill miró a Scapa. Su mirada no era ni sumisa ni implorante, sino tan impenetrable como de costumbre.

—Tiene que confesarnos por qué el cuchillo le interesa tanto —se oyó decir a sí misma—. Tengo que saber por qué quiere matar al rey.

Kaveh asintió malhumorado.

—Ya lo has oído: ¡abre la boca!

Pero antes de que Scapa pudiera decir algo, oyeron ruidos. Algo apartado, allí por donde la pendiente era más suave, apareció Bruno escurriéndose por las rocas y galopó hacia Kaveh emitiendo un gruñido asustado.

El príncipe abrió los ojos de par en par.

—¡Vienen guerreros grises! —susurró. Todos miraron hacia arriba, al lugar donde comenzaba el declive del sendero—. ¡El maldito olor a humo! Los guerreros grises lo han tenido que oler enseguida —refunfuñó Kaveh; luego ordenó a Nill y a sus caballeros—: ¡Vamos, en esa dirección! —corrió delante de ellos y se quedó un segundo parado junto a Scapa para señalarle con el puñal—. ¡Venga! ¡Tú vienes con nosotros, ladrón!

—Qué bien que por fin lo hayas entendido —dijo Scapa con ironía y se unió a los otros, dejando una distancia prudencial.

Se deslizaron apretados a la pared de roca hasta que la pendiente se convirtió en un pedregal y divisaron el camino de nuevo. No mucho más tarde, oyeron estrépito de caballos. Y al momento, una formación de guerreros grises apareció a lo largo del sendero. El suelo arenoso tembló y un montón de piedrecillas saltaron por el aire. Las capas grises ondeaban al viento. Unos segundos después los jinetes habían desaparecido tras la nube de polvo y los relinchos de los caballos se perdieron en la lejanía.

—Nos estaban buscando —susurró Kaveh—. De algún modo saben que tenemos el cuchillo mágico —con un veloz movimiento se dio la vuelta y sujetó a Scapa por el cuello de su capa negra. Igualmente rápido se posó el cuchillo de Scapa en el cuello del príncipe.

—¡No se precisa a un traidor para que un grupo de elfos libres y un jabalí de los Bosques Oscuros llamen la atención! —masculló Scapa.

Con los ojos fulgurantes de ira, Kaveh lo soltó de nuevo.

—Puedes ahorrarte esos ingeniosos comentarios, ladrón. Si no quieres que te meta el puño en la boca, ¡hazme el favor de cerrarla!

—¡Y si tú vuelves a plantar tus sucias manos de elfo sobre mí, te prometo por todos los cielos que te las corto!

—¡Parad de una vez! —gritó Nill.

Tanto los elfos como Scapa la miraron desconcertados. Pero la muchacha ya tenía suficiente de aquel jueguecito infantil, estaba ya saturada de tanto cuchicheo, tantas acusaciones y tantas amenazas. Tampoco la mirada de Scapa se salvó de su ira.

—¡Conteneos y no os comportéis como niños pequeños! En apariencia esos guerreros grises buscaban el cuchillo. O a nosotros, eso no importa lo más mínimo. En todo caso, en lugar de pelearnos, ¡haríamos bien en irnos de aquí! —la chica se metió entre Kaveh y Scapa para comenzar a caminar. Unos pasos más tarde, se volvió. Los caballeros, Kaveh y Scapa la observaban como si hasta entonces no hubieran sabido que era capaz de hablar. Bruno fue el primero que finalmente la siguió—. Está claro que hoy Bruno anda mucho más despierto que vosotros —añadió ella al ver que los otros seguían sin moverse.

Por fin Scapa pareció rehacerse y se aproximó a Nill.

—¡Primero el ladrón tiene que explicarnos por qué está tan firmemente decidido a torturarnos con su compañía! —gritó Kaveh alcanzándole.

Scapa no le echó ni un vistazo; sólo miraba a Nill.

—Sólo se lo contaré a ella —dijo. Luego pasó por delante de ellos, superó las últimas rocas y volvió al sendero.