La promesa

Kaveh no hablaba con nadie. Mantuvo a Erijel en sus brazos hasta que la luz de la mañana penetró por las rendijas del pajar; sujetaba el cuerpo frío con fuerza, como si así pudiera darle calor de nuevo.

—Kaveh —musitó una voz.

Parpadeando, abrió los ojos hinchados y, por espacio de un segundo, creyó que había oído la voz de Erijel. Pero sólo era Mareju.

—Kaveh —repitió el chico—. Está… está muerto.

El príncipe levantó la cabeza y miró a Erijel, inerte a su lado. No dormía y así se vino abajo la última esperanza a la que se había agarrado con todas sus fuerzas.

Estaba muerto. Definitivamente. Jamás volvería a mirarle a los ojos, jamás volvería a escuchar su voz. Erijel… ¿Su espíritu habría ido a parar de verdad a algún lugar en la distancia, en el viento, en los árboles, en el reino de los muertos? El corazón de Kaveh se contrajo al pensar en lo perdido que estaría allí Erijel, ¡él, que todavía no había vivido su vida!

Kaveh hundió la cabeza. Y había sido culpa suya…


* * *


Con los puños se limpió las lágrimas de los ojos, se levantó del suelo y le puso a Erijel las manos sobre el pecho. Luego, cogió el arco del caballero y lo introdujo con precaución entre sus dedos. Pasó por delante de los otros y un momento más tarde regresó con una antorcha encendida. Volvió a arrodillarse, pasó la mano por detrás de la cabeza de Erijel y apretó su frente contra la del muerto. Así transcurrió un rato, luego se levantó y prendió el heno sobre el que yacía Erijel. Pronto ardieron las llamas.

Scapa se aproximó desde el rincón en el que se encontraba.

—El fuego se va a ver a leguas de distancia —dijo en voz baja.

Nadie atendió a sus palabras. Todos sabían que las llamas actuarían como una señal a través de los pantanos. Sin embargo, ninguno de ellos trató de contener a Kaveh. El fuego se propagó rápidamente por las paredes de madera, un humo denso cubrió el aire.

Por fin, Kaveh se giró hacia los otros. Mientras caminaba, desenvainó su espada. Los demás abandonaron el granero en llamas tras él.

Nill se paró ante la puerta con miedo y echó un vistazo en todas direcciones… Las flechas de los guerreros grises podrían llegar de todas partes. Llamó a Kaveh, que ya se marchaba a grandes zancadas. Él se dio la vuelta bruscamente. Nill se asustó del odio y la frialdad que mostraban sus ojos… Tenía una expresión muy distinta a la de siempre. El pelo enmarañado que enmarcaba su rostro ondeó a causa del aire caliente que salía del pajar.

—Voy a vengar a Erijel —las palabras salieron de la boca de Kaveh como ascuas encendidas.

—¡Nosotros vamos contigo! —dijeron Mareju y Arjas, desenvainando también sus espadas.

Kaveh no replicó nada cuando se pusieron a su espalda. Su mirada se fijó en Nill.

—Escondeos en el pueblo, aquí estaréis más seguros —dijo.

Nill sacudió la cabeza; primero despacio, después con más energía.

—No lo hagas.

Scapa se puso a su lado.

—¡Es una estupidez! —gritó—. Si volvéis a las ciénagas para matar a unos cuantos guerreros grises, ¡eso no os conducirá a nada!

La mirada de Kaveh se tornó tan desdeñosa que Nill tuvo que aguantar la

respiración. El príncipe observó primero a Scapa, y luego a Nill. Y aunque no dijo nada, ella se sintió como si lo hubiera perdido como amigo por el resto de sus días.

De pronto sonó un gruñido agitado tras ellos y Bruno pasó trotando junto a Nill.

Kaveh le paró cuando el jabalí corrió a su encuentro.

Rynjé arak! ¡Quédate aquí!

El jabalí se apretó contra sus piernas muy nervioso. Cuando Kaveh dio un paso, el animal fue tras él. Finalmente el príncipe se encogió de hombros.

—Está bien, ven… —y acarició con ternura su lomo.

Cuando se marchó, le seguían Bruno y los gemelos.

—Por favor —gritó Nill y caminó vacilante—. ¡Por favor, Kaveh! ¡Vuelve! ¡Arjas, Mareju, no podéis hacerlo!

Mareju y Arjas la miraron angustiados una última vez. Luego bajaron la cabeza y se fueron. Pronto las hebras de niebla de la ciénaga se los habían tragado.


* * *


Desde una cabaña baja, que permanecía prácticamente intacta tras la caída de la aldea, Scapa, Nill y Fesco observaron cómo el granero iba desapareciendo entre las llamas. El humo se posó como una oscura nube de tormenta sobre todo el pueblo. Por fin, cayó el techo del pajar. Un remolino de chispas atravesó el aire, lo iluminó y se consumió en cuestión de segundos. Después, las columnas de fuego se fueron haciendo cada vez más pequeñas.

Nill se abrazó las piernas dobladas. Aquello que ardía ante ella era Erijel y no iba a quedar nada de él. Únicamente un puñado de ceniza… Ahora que la muerte había entrado en sus vidas, que se había llevado consigo a uno de sus compañeros, Nill descubría que no se trataba de un peligro lejano que la esperaba al final de su existencia, en algún lugar de las Tierras de Aluvión. No, estaba justo a su lado.

La muchacha apartó por un instante la mirada del granero en llamas cuando Scapa se sentó junto a ella.

—Nunca había visto morir a una persona —dijo.

Scapa miró su perfil.

—Todos los días muere gente —respondió despacio—. No puedo contar ya la cantidad de personas que la muerte ha arrebatado de mi vida. Es así: a algunos les toca, los otros lo observan. Así es la vida.

Nill le echó una mirada furiosa.

Él añadió deprisa:

—No deberías estar tan triste. ¿Cuánto tiempo hacía que conocías a ese elfo en realidad? ¿Unas dos semanas?

—Olvídalo —murmuró ella con los ojos empañados. Pero su mirada se había tornado severa—. Me había olvidado de que eres incapaz de sentir nada por nadie.

Scapa apretó los dientes.

—Tienes razón —dijo—. No siento nada. ¡Por nadie! —se levantó y entró en la cabaña.

Nill suspiró despacio.


* * *


Cuando comenzó a atardecer, del granero sólo quedaba un montón de escombros. Kaveh, Arjas y Mareju seguían sin dar señales de vida. «Tal vez», pensó Nill, «no ha llegado todavía el crepúsculo». Quizá, era sólo que el humo ensombrecía la luz del día y se extendía como una capa negra por todo el pueblo.

Finalmente desaparecieron las últimas luces. Los restos del fuego se fueron haciendo diminutos hasta perderse en la ancha oscuridad. Nill se sentó en la cabaña junto a Scapa y Fesco. Sin decir una palabra, se envolvieron en sus capas, miraron a la pared y aguardaron; tal vez a Kaveh y los caballeros; tal vez a los guerreros grises; tal vez a dormirse y que la noche pasara así en apenas un largo segundo.

Lo que llegó fue el sueño. Nill no se despertó hasta que el sol reapareció tras la densa niebla del pantano. Se incorporó despacio, sacudiéndose la tierra y las piedrecillas de la mejilla. Miró a su alrededor. A su lado estaba Fesco, con los brazos abiertos; algo más allá, Scapa se había doblado sobre sí mismo, formando un bulto negro. Seguía sin haber ningún rastro de Kaveh, Mareju y Arjas.

Nill se levantó y se asomó a la puerta. Ante ella, se extendía la aldea como las largas piernas de un gigante. Las paredes se erguían rasas. Los techos de paja se encontraban diseminados por el suelo, como huesos amarillos a merced del viento. No se vislumbraba ningún ser vivo: ni Kaveh ni los guerreros grises.

Nill se quedó un rato en el marco de la puerta, mirando las casas derruidas. De pronto, apareció Scapa tras ella. Llevaba la bolsa de provisiones al hombro, dispuesto para continuar el viaje.

—Vamos, Fesco —dijo dirigiéndose a su amigo—. Nos marchamos.

Fesco se sentó todavía muy adormecido y comenzó a recoger sus escasas pertenencias.

—¡Espera un poco! —gritó la muchacha—. ¡No podemos irnos sin más! Kaveh y Arjas y Mareju están ahí fuera y vendrán…

—Seguramente no regresarán jamás —dijo Scapa, pasando al lado de Nill para abandonar la casa.

Las aletas de la nariz de la chica vibraban. Salió detrás de él.

—Scapa —gritó—. ¡Detente!

Él no la escuchó. Ella le cogió del hombro y le dio la vuelta. Los ojos de Scapa relucían.

—¿Qué? —siseó el chico—. ¿A qué tengo que esperar? ¿A que los guerreros grises me despachen de un flechazo como a Erijel?

Nill abrió la boca para decir lo más hiriente y malvado que se le pasara en ese momento por la cabeza, pero antes de que pudiera pronunciar una sola sílaba, algo silbó por el aire. Una salva de flechas se quedó clavada en el suelo a su alrededor.

Fesco se tiró al suelo. Nill y Scapa se agacharon a la vez. Ni un segundo después, estaban ya deslizándose por la zona de hierbas altas y tierras enfangadas mientras las flechas zumbaban por encima de ellos. Las cabañas quedaron atrás. Primero Scapa, luego Nill y por último Fesco se tiraron a la acequia que antiguamente había surtido de agua a la población. Les recibieron unas aguas encharcadas plagadas de plantas resbaladizas. Se metieron por debajo y salieron por el otro lado. Allí comenzaban los juncos, de altura similar a la de un hombre, de las Tierras de Aluvión. Empezaron a correr agazapados. El sonido de las flechas se hizo más lejano y pronto sólo oyeron sus propios jadeos y el crujido de las hierbas.

A la entrada de unos pastos que habían perdido más de la mitad de sus hojas, subieron por una pendiente y se quedaron quietos. Scapa se tiró sobre la hierba para tratar de recuperar el aire.

Todavía jadeando, Fesco revisó su jubón y su capa… y se puso blanco como la cera.

—¡Rana!—gritó—. ¿Dónde…? ¡La he perdido!

La vista de Scapa recorrió la zona. En efecto: de Rana no había ni rastro.

—Tengo que… ir a buscarla —gritó Fesco e inmediatamente bajó por la pendiente y salió corriendo.

—¡Fesco! —Scapa retrocedió unos pasos y se puso de puntillas, pero el muchacho ya había desaparecido—. ¡Maldita sea! ¡Maldita sea!

Con los dedos agarrotados se apartó los pelos de la frente y sus ojos se posaron en Nill. En su mirada había más reproche de lo que el orgullo de Scapa podía soportar.

—Ahora… ahora quizá no volvamos a ver a Kaveh y a sus caballeros nunca más.

Los labios de Scapa se estrecharon en una línea. Arrugó la frente desafiante, como si fuera a preguntarle a Nill qué tenía eso de malo.

—¿A ti te da todo igual? —gritó ella—. ¡¿Hay algo que realmente te importe en el mundo?!

¿Scapa no se daba cuenta de lo hoscamente que era capaz de mirar a la gente? ¿O es que lo hacía a propósito?

—Lo que era importante para mí ya lo perdí.

Una puñalada se clavó en el corazón de Nill. Y de pronto la ira se adueñó de ella.

—¿Eso es todo lo que puedes decir? —se sentía realmente furiosa. Furiosa porque Scapa era tan despreciable y furiosa porque ella no quería reconocerlo—. ¡Tú…! ¡No vives! Te aferras al pasado y te has olvidado de que el tiempo no se detiene. ¡No se detiene, se pierda lo que se pierda!

Los ojos de Scapa echaron chispas.

—Pero ¿qué estás diciendo? —sonó como la amenaza de un criminal. Y eso es lo que era: el jefe de una banda de criminales. Nada más que eso.

—¡Que tienes que olvidar! —Nill levantó la nariz—. Olvida tu pasado. Y vuelve de una vez a la vida.

—¿Yo tengo que olvidar? ¡¿Tengo que olvidar lo único que yo… que yo he amado?!

—No te creo. No creo que entonces amaras. Tenías razón, tú no quieres a nadie ¡porque no sabes hacerlo! ¡Utilizas tu odio y tu tristeza para que nadie se acerque a ti! Estás solo, Scapa, tan solo y con tanto miedo…

A él se le pusieron los ojos vidriosos, y enseguida gritó firme y decidido:

—¿Con miedo? ¡Yo no tengo miedo! ¡De nadie!

—¡Pero tienes miedo de ti mismo!

Estaba pegado a ella, con los dientes apretados y los puños cerrados. Nill quería gritarle, quería decirle todo lo que alguien por fin tenía que decirle, quería agarrarle y hacerle daño, si no había nada más que pudiera sentir. Pero tal vez no era él a quien Nill odiaba tanto. La rabia que la chica sentía resultaba tan insoportable porque había creído que él era especial. Porque había creído que ella podría ser especial ante sus ojos. Pero Scapa no se interesaba por ella… A él no le interesaba nada más que su venganza. Ella se había equivocado tanto que ahora su cara ardía de vergüenza.

—¡Tienes miedo porque sólo eres un humano! Sí, eso es lo que temes. ¡Que también puedas sentirte herido si le confías a otro un trozo de ti mismo! Tienes miedo de la verdad, porque dentro de tu interior llevas muchos años muerto. Estás muerto y no tienes corazón y…

De pronto él posó la mano en su mejilla. Sus labios se apretaron a su boca.

Sintió su respiración en su rostro. La mano en su mejilla era cálida y dura e insegura.

Nill se quedó completamente inmóvil, hasta que los labios de él se apartaron de los suyos. Abrió los ojos y le miró.

La voz de Scapa tembló cuando dijo:

—Tal vez… Tal vez sí tenga corazón.

Durante unos instantes, Nill trató de buscar las palabras adecuadas, pero ni siquiera encontró su voz. Entonces cogió sus manos y le devolvió el beso.


* * *


Ya no nevaba. Arane ya no corría hacia él. Tampoco se disolvía en copos centelleantes y él ya no veía su rostro tan cerca como si la tuviera delante en carne y hueso. Y sin embargo…, estaba allí. Era un latido sordo en su cogote, que palpitaba siempre, regularmente, viera lo que viera.

Veía a Nill. No era tan guapa como Arane, que en la oscuridad infinita brillaba como una estrella. Pero la rodeaba un aroma a hierba fresca y verano cálido, y cuando Nill se reía, Scapa sentía un calor tan hondo que deseaba cerrar los ojos y hundirse en la tierra. El calor, ahora lo percibía, era algo real, algo cercano, tangible, y no un frío reflejo del pasado.

Estaba sentado con Nill en la hierba, que era tan verde y tan reluciente como sus ojos, y la estrechaba en sus brazos, con suavidad, con firmeza. Le prometió que estarían juntos hasta llegar a la torre del rey, tal como había hecho al principio de su viaje. Pero esta vez tenía otro significado. No prometía fidelidad a su venganza, sino a Nill, sólo a Nill, y al objetivo que perseguían juntos. Pero la promesa valía únicamente hasta que alcanzaran su objetivo.

Sólo hasta la torre del rey.


* * *


Kaveh despertó en la absoluta oscuridad. Sólo cuando abrió los ojos hinchados, una luz tenue comenzó a brillar en algún punto de la distancia. Estaba apoyado sobre unas piedras frías, húmedas. El olor del moho se metió en su nariz.

—¿Dónde estoy? —masculló. Había una sombra ante él. Sólo vislumbró la silueta que la luz dibujaba en torno a la figura desconocida—. ¿Quién eres? —susurró.

—Por fin estás despierto. Sé quién eres —la voz permaneció mucho tiempo en sus oídos, como un eco que se distorsionaba yendo y viniendo—. Eres el príncipe de los elfos libres. Mis espías llevan mucho tiempo siguiéndote.

Kaveh aproximó las rodillas a su torso. El dolor recorría su cuerpo; no sabía ya cuántos golpes le habían propinado. En la boca notaba el sabor de la sangre.

—¡Sirves al rey de Korr! —susurró él.

—Oh, no —un frufrú de telas recorrió el suelo. La figura dio unos cuantos pasos alrededor de Kaveh—. No.

Se quedó parada ante la luz. Kaveh miró hacia arriba. Su pecho se contrajo cuando el rostro de ella salió de la oscuridad, claro, preciso, sonriente. Y sobre el rostro…

—Yo no sirvo a nadie —aseguró la voz—. Soy… la Criatura Blanca.