La escolta

Espesos vapores de niebla gris se extendían por los bosques y se tragaban los sonidos del día que despuntaba. El mundo parecía sumergido en un sueño inmóvil. Con alguna duda, Nill había tomado asiento junto al fuego de los elfos. ¿Qué podía hacer si no? Aún tenía frío, estaba empapada tras haberse caído al agua y no sabía dónde se encontraban sus cosas.

Además, con los elfos no corría peligro… Por lo menos, eso parecía indicar el rostro del príncipe. Sus palabras y miradas eran tan cautelosas como si se dirigiera a un ciervo herido.

—Ahora ya sabes quiénes somos —dijo Kaveh con el brazo todavía extendido sobre su jabalí—. ¿Quieres ya decirnos tu nombre?

—Nill —respondió ella con timidez.

—¿Nill?—las cejas del elfo se arrugaron—. ¡Ése es un nombre élfico! Significa… — se calló.

A Nill se le hizo un nudo en la garganta.

—¿Qué significa? ¿Mi nombre tiene un significado?

Kaveh miró irritado a los gemelos y luego a Nill de nuevo. Tragó saliva.

—Bueno, sí…, significa…, quiere decir algo así como… Bueno, me refiero, seguro que tu nombre se debe a otro motivo. Será una casualidad —carraspeó y continuó balbuceando—: Nill, esto, significa… «Sangre manchada».

—Oh —suspiró ella hundiendo la cabeza.

«Sangre manchada»… Una sonrisa amarga se dibujó en los rasgos de la chica. Así la habían llamado durante toda su vida. Y ahora comprendía que su nombre no significaba nada más que eso. Sentía una vergüenza infinita y ya no fue capaz de decir nada más. El mismo mutismo inseguro de los elfos la llenaba de turbación.

—¿Por qué te llamas así? —preguntó Kaveh finalmente.

Ella le echó una mirada entre su pelo enmarañado, pero no vio los signos de burla que esperaba. Ni siquiera una sonrisa irónica. Apretó los labios con fuerza.

—Oh. Oh… —la cara del elfo se llenó de simpatía—. Entiendo… Tú… no eres ninguna elfa. Pero tampoco una humana —sólo después de haber permanecido un rato sumido en sus pensamientos, se dio cuenta de lo que había dicho—. Quiero decir… Claro que eres una humana y también una elfa… Eres una… —Kaveh se calló.

Nill sonrió, sin fijar la vista en nadie.

—Está bien. Ya sé lo que soy —para cambiar de tema y no tener que padecer otro bochornoso silencio, preguntó—: Si realmente eres un príncipe, y vosotros sois caballeros, ¿qué hacéis aquí? —¿no le habían aconsejado que se mantuviera alejada de los elfos? Al fin y al cabo, llevaba el cuchillo mágico que quizá ellos andaban buscando. ¡Probablemente lo buscaban; sí!

Kaveh recorrió las caras expectantes de todos sus amigos.

—Nosotros…

—… vamos en busca del rey de los elfos de los pantanos. Como exploradores —acabó la frase del príncipe uno de los gemelos, el que atendía al nombre de Mareju.

Erijel se tapó los ojos con una mano.

—¿Del rey de los elfos de los pantanos? —repitió Nill dubitativa—. ¿Os referís al rey de Korr?

Kaveh carraspeó una vez más.

—Sí. Exacto. Realmente no tendríamos que habértelo confiado —miró a Erijel como pidiendo ayuda. Éste, por su parte, no dejaba de echar malas miradas a Mareju—. Pero espero y creo que podemos confiar en ti… Nill. No tienes pinta de ser un espía del rey —se rió y volvió a carraspear—. Deseamos saber qué tal, ya sabes, andan las cosas en Korr… Sí. Pero, tú, ¿qué haces aquí, tan sola en los Bosques Oscuros?

Por espacio de unos momentos, la muchacha permaneció callada, como si se hubiera tragado su propia voz. Luego decidió contar a los elfos una parte de la verdad.

—También yo, podríamos decir, estoy en camino hacia el palacio del rey de Korr. Como exploradora.

—¿De verdad? —el rostro de Kaveh se iluminó—. Es una curiosa casualidad. Y, a pesar de eso, ¿vas sola?

—Bueno, sí —la mano de Nill se deslizó con disimulo hacia su falda. No iba del todo sola… Felizmente, a través de la tela sintió el bulto del punzón de piedra.

—¿Conoces el camino hacia Korr? —quiso saber Kaveh.

Nill se sintió todavía más tonta. No tenía ni idea del significado de su nombre, ¡y encima esto! Aquellos elfos iban a tomarla por una palurda.

—No… No exactamente.

—Pero nosotros sí lo sabemos —se metió Arjas en la conversación, ganándose una mirada animosa de Kaveh y un movimiento de ojos que denotaba asombro por parte de Erijel—. Sí… Con todo detalle, incluso, ahora que lo pienso. Nos explicaron el camino paso a paso.

—Efectivamente —Mareju participó de su optimismo—. Y si el príncipe Kaveh diera su consentimiento, tal vez podríamos compartir el camino contigo.

Nill se volvió a Kaveh algo turbada. La sonrisa dibujaba hoyuelos en las mejillas del príncipe y, en ese mismo momento, la chica decidió confiar en él sin ningún género de dudas, aunque ni ella misma pudiera explicarse el porqué.

—Estás absolutamente sola en los Bosques Oscuros. Si quieres, podríamos ofrecernos como tu escolta.

Los latidos de su corazón se aceleraron mucho más que de costumbre, pero no por miedo. Una sensación desconocida se abrió paso en su interior. Tal vez era la sensación que se tenía cuando alguien se fijaba en ti. Cuando, de pronto, había alguien que se ocupaba de ti.

—¿Mi escolta? —murmuró Nill y se mordió el labio inferior para disimular su alegría.

—Sí, sería un honor para nosotros.

—¿Cómo? —ella misma se dio cuenta de que su voz había sonado como un pitido ronco.

Kaveh miró al rostro de sus compañeros y se rió.

—¡Somos caballeros de los elfos libres! ¡Nuestra condición nos obliga a comportarnos como elfos de honor!

—Sí —refunfuñó Erijel—. Como elfos de honor… porque como hombres de honor nos resultaría imposible.


* * *


Nill fue corriendo a buscar la barca. Si tenían suerte, cabrían todos dentro y lograrían dejar atrás los Bosques Oscuros mucho antes que a pie… A pesar de que la chica no podía ni imaginar cómo iban a encontrarle un sitio al jabalí del príncipe en el bote.

Kaveh esperaba a la muchacha en un vado de la orilla en el que las olas lamían los guijarros. Erijel, Mareju y Arjas estaban junto a él. Cosa rara, los gemelos permanecían en silencio. El hecho de que la chica se hubiera unido sin más a ellos parecía haberles quitado el habla. Todo lo contrario que a Erijel. Kaveh profirió un hondo suspiro cuando la mano que aguardaba se posó sobre su hombro.

—Kaveh —dijo Erijel enfáticamente—. ¿Estás seguro de lo que estás haciendo?

El príncipe observó a su primo. Erijel tenía un rostro de facciones proporcionadas, más afilado que el de la mayoría de los elfos, y las cejas, espesas y oscuras, lo que le otorgaba una seriedad especial. Kaveh volvió a suspirar. Por desgracia, Erijel era tan formal…

—Sí. Estoy seguro.

—Es una extranjera —insistió el caballero—. Y medio humana, además.

Kaveh frunció las cejas y agarró a su primo por el brazo.

—¡Por todos lo espíritus sagrados, Erijel! ¡Cuando dijiste que me acompañarías, me juraste sumisión, lealtad y obediencia!

—Por eso me preocupo —dijo Erijel con una sonrisa tan fina como el papel—. ¿Sabes cuántas dificultades nos ha traído ese juramento desde nuestra niñez? ¿Puedes recordar aquella vez que te ayudé a robar los caballos de tu padre? Tú te caíste y te rompiste la pierna. Y yo estuve limpiando los establos hasta que se te curó la fractura.

—¡Te ayudaba todas las noches! —le recordó Kaveh.

Erijel sacudió la cabeza.

—En esta travesura me temo que tu irreflexión va a traer consecuencias graves.

—¡No es ninguna irreflexión! —gritó Kaveh—. Y tampoco una travesura —apretó los labios y miró al río—. La profecía es clara al respecto. Tenía que permanecer oculto en el tronco hasta que apareciera la que escucha susurrar a los árboles.

—Sí, sí, lo sé —gruñó Erijel impaciente. Kaveh llevaba semanas sin hablar de otra cosa. Y como en las veces anteriores, Erijel volvió a hacerle la misma pregunta—: ¿Y de dónde te has sacado, maldita sea, que la que escucha susurrar a los árboles es también la Criatura Blanca?

Kaveh se encogió de hombros.

—Lo sé, sencillamente. Confía en mí.

Erijel resopló.

—Confiando en ti, no me ha ido muy bien en otras ocasiones. El rey Lorgios me estrangulará con sus propias manos si te ocurre algo y regreso a casa portando tus restos mortales.

Mareju y Arjas interrumpieron su conversación metiendo los pies en el agua de la orilla.

—¡Ya viene!

Kaveh atisbo una barca fuertemente propulsada por la corriente.

—Nill… —murmuró pensativo—. No es merecedora de un nombre tan detestable. Si hubieran sabido antes el destino que tenía marcado… —luego se dirigió de nuevo a Erijel y lo agarró por los hombros. Su mirada se clavó en los ojos de su primo—. Te agradezco tu lealtad. Sé apreciarla en su justa medida. Y te prometo que no caerás en ninguna desgracia por mi causa… Por lo menos, no esta vez, querido primo —lo abrazó levemente y le dio unos golpecillos en el antebrazo—. Y otra cosa, a veces tus palabras me parecen las de un viejo abuelo —luego se metió en el río.

Erijel le siguió con expresión preocupada. Como siempre.


* * *


Nill levantó la mano en un breve saludo cuando los elfos aparecieron tras él siguiente meandro. Mareju y Arjas vadeaban el río, con sus petates y espadas cortas por encima de las cabezas, a pesar de que el agua les llegaba sólo a los tobillos. También Kaveh se había metido en la corriente. El agua oscurecía sus altas botas de piel y la capa que, aunque era la de un príncipe, no se distinguía en nada de las de los demás caballeros, pues había sido realizada con la misma tela fina de color azul claro y tenía también una larga capucha.

Erijel seguía al príncipe. Era el único de los elfos que producía una mala sensación a la chica. No daba la impresión de que ella le cayera muy bien y tampoco lo escondía. Ahora mismo la estaba observando con una mezcla de desconfianza y preocupación. Quizá acompañaba a su primo pequeño porque tenía que hacerlo; tal vez lo habían enviado para proteger al príncipe. Si era así, no parecía molestar a Kaveh, ya que lo trataba de una manera muy familiar.

—¿Cabremos todos dentro? —preguntó Mareju con el ceño fruncido cuando llegó a la barca y apreció sus medidas.

—Si ocupas tanto espacio como para dormir, no —dijo Arjas, que estaba a su lado.

Mareju le dio un empellón y ambos hermanos empezaron a golpearse gritando en la lengua de los elfos, hasta que Kaveh llegó junto a ellos. Se retiró las rastas hacia delante para descolgarse las armas del hombro y puso en la barca la espada, una aljaba llena de flechas y un arco. Luego miró a Nill sonriendo y ella sintió que era muy sencillo devolverle esa sonrisa.

Bruno, el jabalí del príncipe, no entraba en el bote. Tenía serias dificultades para subir las pezuñas y se rebeló con un gruñido cuando Kaveh pretendió meterlo por la fuerza. Además, la barca ya se había hundido considerablemente en el agua una vez que Mareju, Arjas y Erijel se sentaron tras Nill. No, el bote no estaba hecho para el peso adicional de un jabalí adulto.

—No hay nada que hacer —jadeó Kaveh. Con un bufido de rabia Bruno se liberó de los brazos del príncipe y trotó hacia la orilla—. Bruno tiene que quedarse en tierra. Y yo con él.

Kaveh sacó otra vez el arco y la aljaba de la barca y se colgó ambos objetos al hombro.

—Andando no iréis lo suficientemente deprisa —dijo Nill.

A ese comentario los elfos sonrieron de buena fe.

—No tengas miedo —Kaveh volvió a la orilla. La corriente empujó el bote y éste empezó a moverse—. Bruno y yo somos buenos corredores —los saludó de nuevo con la mano y desapareció en la espesura.