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Al cabo de unos días, Agafea Mijáilovna encontró junto a la puerta un paquete envuelto en papel marrón que no llevaba nada escrito, ninguna marca que lo identificara, y la sirvienta lo llevó a Konstantín Dmitrich, como era su obligación.
Picado por la curiosidad y extrañado, Levin cortó con cuidado el papel marrón y sacó el torso desmembrado de un viejo robot Categoría III. Al verlo contuvo el aliento. El torso presentaba numerosas abolladuras, debido a un desgaste natural, pero la cubierta amarilla era inconfundible, al igual que el pequeño sello circular que ostentaba el logotipo de la fábrica de cigarrillos de Urgenski.
—¡Kitty! —gritó—. ¡Kitty!
Tras cerciorarse de que estaban solos, Konstantín Dmitrich y su esposa cerraron con llave la puerta de su alcoba y, temblando, encendieron el monitor del Categoría III, conscientes de que incluso los pequeños movimientos manuales para hacerlo eran ahora ilegales.
La figura que apareció en el comunicado era el mismo Sócrates. Al verlo, acariciando su poblada barba compuesta por instrumentos y aparatos, mirando a diestro y siniestro, su familiar placa facial emitiendo unos destellos de evidente angustia, Kitty rompió a llorar. Levin le apretó la mano, sintiendo que la barbilla le temblaba de emoción.
¡Sócrates!
—Amo, me temo que me queda poco tiempo de vida. Poco, poquísimo. Pero no cumpliría con mi deber si no le informara del resultado de mi análisis.
—Mi viejo amigo —exclamó Levin alargando una trémula mano hacia el monitor, como para tomar la diminuta y reluciente figura y estrecharla contra su corazón—. ¡Mi fiel amigo!
—Tras examinar todos los datos pertinentes, todo lo que usted descubrió sobre las máquinas parecidas a gusanos, los llamados Ilustres Visitantes y…
Al llegar a este punto el Categoría III interrumpió su relato y echó nervioso un vistazo alrededor de la lóbrega habitación en la que se hallaba, temeroso de lo que le resultaba imposible decir.
—Debo apresurarme, amo. Debo apresurarme apresurarme.
»Cuando la gente repetía que los alienígenas “vendrían a nosotros de tres formas”, no era en vano. Han venido efectivamente de tres formas.
»¡Sí, han venido!
Cuando terminaron de contemplar el monitor, y Sócrates concluyó su informe, Levin tomó la mano de Kitty entre las suyas y ambos estuvieron largo rato sin decir palabra, pensando sólo en lo que ocurriría a continuación.
Habían venido como unas bestias guerreras, feroces y horripilantes, nacidas de los frágiles cuerpos de los enfermos.
Habían venido como unos seres semejantes a gusanos que habitaban en madrigueras subterráneas y emitían un siniestro ticatica, adquiriendo fuerza de la tierra saturada de groznio antes de salir a la superficie.
Y habían venido de una tercera forma…
No podrán detenernos, dijo el Rostro a Alexéi Alexandrovich, que era como si se lo dijera a sí mismo, pues el Rostro era ahora Karenin, y Karenin el Rostro.
No podrán detenernos ni derrotarnos. Jamás. Este planeta nos pertenece.
El zar Alexéi había ordenado a los regimientos que lucharan contra los alienígenas en el Nido, enviándoles por tanto a la muerte y dejando a Rusia indefensa contra el ataque que iba a producirse. Lo había hecho porque era lo que el Rostro deseaba, y el hombre llamado zar se había convertido en el títere del Rostro.
Los soldados alienígenas conocidos como los Ilustres Visitantes habían matado y muchos de ellos habían muerto, pero los líderes alienígenas habían ganado hacía muchos años su guerra contra la humanidad.
Los alienígenas habían vencido desde el día del ascenso de Karenin, y nada podía detenerlos ahora, porque había transcurrido mucho tiempo desde ese día.
El Karenin-que-no-era-Karenin emitió desde el interior de su reluciente casco plateado una siniestra carcajada; mientras, en algún recóndito lugar de lo que antes había sido un corazón humano, flotaba y resplandecía el recuerdo de una mujer, una mujer que había amado.