13

Cuando Vronski consultó su reloj, estaba tan nervioso y absorto en sus pensamientos que vio las manecillas en la esfera, pero no reparó en la hora que era. Salió a la carretera y echó a andar, avanzando con cuidado a través del barro, hasta alcanzar su carruaje al tiempo que despegaba y reacoplaba los electrodos a su pecho y su frente. Estaba tan absorto en su confusión sobre la boca divina que no se había percatado de la hora que era. Pero conforme se aproximaba a la arena donde iba a celebrarse el torneo de la Matanza Selectiva, adelantando a carruajes que habían partido de las villas estivales o de San Petersburgo, se apoderó de él una intensa excitación.

Al llegar encontró a Frufrú en el silo, con el torso abierto, preparada. En esos momentos se disponían a transportarla a la arena.

—¿Llego tarde?

—¡No se preocupe, no se preocupe! —respondió el inglés observando nervioso su Fisiológrafo/99/I—. ¡Por lo que más quiera, no se ponga nervioso!

Vronski contempló de nuevo las exquisitas líneas de su Exterior, su magnífica armadura, que oscilaba de pies a cabeza, temblando de emoción. Observó las gradas, escudriñando rápidamente la multitud antes de introducirse en su mortífero Forso de groznio e iniciar el combate.

—¡Ahí está Karenin! —dijo un amigo de su regimiento—. Busca a su esposa, que está sentada en el centro de la tribuna. ¿No la has visto?

—No —contestó Vronski, y sin mirar siquiera el lugar que señalaba su amigo donde estaba sentada Madame Karenina, se acercó a su Exterior.

Al cabo de unos momentos se oyó gritar: «Entrez!».

Vronski se metió dentro del torso de groznio de Frufrú y con hábiles movimientos se acopló a la tabla de contacto. A continuación introdujo los dedos del corazón y el índice debajo del disco de dirección del tamaño de la palma de la mano, que constituía el sistema de control secundario, y oprimió con firmeza el pequeño botón central con el pulgar. Al instante la máquina de guerra se encabritó, alzó la cabeza y disparó una tremenda descarga eléctrica hacia el cielo. Vronski sonrió: Está preparada.

Fuera, el inglés frunció los labios, se apoyó en la puerta del torso y gritó:

—¡Suerte, excelencia! —Luego añadió en inglés su tradicional palabra de ánimo—: Sobreviva.

Vronski miró a través del sensor exterior, un tubo largo semejante a un periscopio, para echar un último vistazo a sus rivales. Una vez comenzara el torneo, y siguiendo la antigua tradición, dejarían de ser sus queridos compañeros de armas del regimiento Fronterizo para convertirse en meras dianas. Un Exterior, perteneciente a un colega con el que Vronski solía ir de copas, llamado Oposhenko, presentaba la forma de un gigantesco arácnido, provisto de unos relucientes «ojos» dorados que el conde sabía que ejercían una poderosa fuerza magnética, a fin de atraer a sus enemigos a la «telaraña» del Exterior. Una segunda armadura de combate consistía en un trineo modificado, con unos motores instalados en la parte posterior que le permitían funcionar a modo de ariete, sencillo pero eficaz. Galtsin, amigo de Vronski y uno de sus rivales más temibles, lucía un Exterior construido patrióticamente en forma de una hoz gigantesca, como las que utilizaban los labradores en tiempos de los zares, capaz de deslizarse a una velocidad vertiginosa por la periferia del conflicto, para luego precipitarse sobre las otras máquinas blindadas y traspasarlas con su afilado filo.

Un pequeño húsar de caballería ligera apareció en el campo de batalla con un Exterior modificado, que nadie más utilizaba; ataviado con un ceñido pantalón de montar, pasó a gran velocidad sentado sobre un misil, al que había colocado unos arreos, montado en la silla como un gato, imitando a los yoqueis ingleses. A Vronski le pareció inconcebible que el húsar pretendiera liquidar a sus contrincantes y sobrevivir. El príncipe Kuzovlev apareció dentro de un bloque monolítico de groznio negro, que Vronski sabía que estaba perfectamente blindado, pero era inútil en cuanto a capacidad ofensiva. Tanto él como sus camaradas conocían a Kuzovlev, sus «frágiles nervios» y su tremenda vanidad. Sabían que tenía miedo de todo, de modo que había entrado en la arena dentro de ese Exterior semejante a un ataúd vertical, dispuesto a sobrevivir a la Matanza Selectiva, pero no a ganarla.

Los combatientes se pusieron en marcha, pasando junto a un arroyo embalsado, hacia la línea de salida. Algunos iban en cabeza y otros cerraban la retaguardia, cuando de pronto Vronski oyó el sonido de un potente y primitivo motor que le seguía a través del lodo. Al cabo de unos instantes le adelantó Mahutin, instalado dentro de su gruesa y curiosamente adorable Matrioshka, con su rollizo y redondo trasero, su torso más estrecho y su jovial rostro de campesino pintado sobre el metal. Vronski torció el gesto y le miró enojado; había algo muy curioso sobre ese Exterior, al que ahora consideraba su rival más peligroso.

Frufrú, alimentándose de la impaciencia de Vronski como un caballo bebiendo en un arroyo de aguas límpidas, se encabritó sobre sus poderosas patas traseras y se precipitó hacia la línea de salida, haciendo que el conde cayera hacia atrás y chocara contra la pared posterior de la cabina.

Éste va a ser un torneo memorable, pensó.

Androide Karenina
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