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«Vendrán a nosotros de tres formas».
Esta extraña frase estaba en boca de todos durante los días y semanas siguientes al trágico ataque perpetrado en el Vox Catorce. «Vendrán a nosotros de tres formas», un extraño fragmento litúrgico de la desacreditada cuasi religión de la xenoteología, antaño tan en boga en ciertos círculos de Moscú y San Petersburgo, y que hacía mucho había desaparecido junto con sus principales adeptos, mujeres como la ridícula Madame Stahl.
«Vendrán a nosotros de tres formas».
Era indudable que habían venido «de una forma», no como unos benévolos seres, sino como unos grotescos y violentos humanoides que habían sembrado el caos y derramado la sangre de tantos rusos en el Teatro de la Ópera. Si existía alguna verdad en ese extraño y viejo fragmento litúrgico, ¿cuáles eran las otras dos formas? ¿Serían tan violentas como la primera? Las preguntas abundaban, los temores se multiplicaban, los rumores se propagaban veloces como los carruajes que circulaban sin los Cocheros/6/II por las calles de San Petersburgo y Moscú. En lo que todos coincidían era en que había sido una suerte que, la noche del terrible ataque, muchos de los nuevos, poderosos y perfectos robots humanoides de Categoría IV hubieran estado presentes para combatir y derrotar al enemigo.
Tras haber tratado antes de ocultar a la sociedad el increíble hecho de esta nueva creación, los altos cargos del Ministerio de Robótica y Administración del Estado cambiaron de parecer, proclamando con orgullo la aparición de la nueva generación de servomecanismos y afirmando que los robots Categoría IV eran los nuevos y más eficaces protectores de la Madre Rusia, bien contra gigantescas criaturas semejantes a lagartos llegadas del espacio, bien contra los intrigantes terroristas-científicos del SinCienPados. A esta esperada revelación se unió, casi por casualidad, la confirmación de otro rumor. No, anunciaron desde los consejos del Ministerio, los viejos y queridos compañeros robots no regresarían. Al parecer el ajuste de los circuitos había fracasado; las viejas máquinas, debido a un defecto intrínseco que no había sido detectado hasta ahora, no podían ser modernizadas.
Así, de un plumazo, los antiguos y queridos compañeros robots cayeron en desuso.
En Moscú, la cúpula en forma de cebolla de la Torre seguía girando, enmarcada ahora por dos columnas de humo negro y púrpura, las cuales emanaban, según el rumor más persistente e inquietante, de los sótanos, donde los viejos robots Categoría III iban a ser fundidos y convertidos en chatarra.