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Aunque toda la vida interior de Vronski estaba absorbida por su pasión, su vida exterior discurría inalterable e inevitablemente por los habituales derroteros de sus vínculos e intereses sociales y militares. Los intereses de su regimiento, los Halcones Voladores de la Zona Fronteriza, ocupaban un lugar primordial en su vida, tanto debido al afecto que sentía por él como por el afecto que éste sentía por el conde. Los de su regimiento no sólo le apreciaban, sino que le respetaban y se enorgullecían de él; se enorgullecían de que este hombre, con su inmensa riqueza, su brillante educación y habilidades, con el camino abierto para alcanzar toda suerte de éxitos, distinciones y ambiciones, hubiese renunciado a todo ello, y que de todo lo que le ofrecía la vida, lo más importante para él fueran los intereses de su regimiento Fronterizo y sus camaradas. Vronski era consciente de la opinión que éstos tenían de él, y aparte de gustarle esa vida, se sentía obligado a mantener su reputación.
Huelga decir que no habló de su amor con ninguno de sus camaradas, ni traicionaba su secreto ni siquiera cuando se emborrachaba (aunque nunca se emborrachaba hasta el punto de perder el dominio de sí). Y cerraba la boca a cualquier impertinente camarada que tratara de aludir a su relación. Pese a todo, su amor era conocido en toda la ciudad; todo el mundo adivinaba con más o menos certeza su relación con Madame Karenina. La mayoría de hombres jóvenes le envidiaban precisamente por el aspecto más irritante de su amor: la encumbrada posición de Karenin, y la consiguiente publicidad de su relación entre la alta sociedad. Sólo unos pocos de los miembros más jóvenes, que envidiaban más o menos abiertamente el rango y la ambición de Vronski, murmuraban que semejante relación —con la esposa de un hombre perteneciente al discreto mundo de las altas instancias— podía comportar unos peligros mayores que los que comporta una aventura adúltera común y corriente.
Aparte del servicio y la alta sociedad, Vronski tenía otro gran interés: el torneo anual de gladiadores, denominado la Matanza Selectiva, mediante el cual los participantes obtenían un ascenso en el regimiento. Estos torneos le apasionaban; había obtenido un excelente resultado en el último, y aguardaba con feroz júbilo el próximo, que iba a celebrarse dentro de poco.
El torneo tenía lugar en una gran arena, con la asistencia de un vasto número de espectadores. Cada miembro del regimiento se colocaba su mortífera armadura hecha a medida llamada Exterior, y participaba en una pelea sin cuartel, cuerpo a cuerpo, hasta que los hombres más débiles eran destruidos. Los que salían victoriosos —como hasta la fecha había salido siempre Vronski— no sólo obtenían la gloria, sino un ascenso.
El combate intrarregimiento de ese año había sido organizado por los oficiales y la fecha se aproximaba rápidamente. A pesar de su relación sentimental, Vronski esperaba el torneo con intensa, aunque reservada, impaciencia.
Esas dos pasiones no se interferían entre ellas. Por el contrario, Vronski necesitaba una ocupación y distracción ajena a su amor que le permitiera abstraerse y descansar de las violentas emociones que le agitaban.