REGIÓN ABIERTA[770]
VIAJERO. ¡Sí, sí! ¡Son ellos, los oscuros tilos
que allí veo en la fuerza de su edad!
¡Y pensar que vuelvo a encontrarlos
después de tan largo peregrinar!
No cabe duda: ¡es el antiguo lugar,
aquella cabaña que me albergó
cuando el oleaje de la tempestad
hasta esas dunas me llegó a arrojar!
Me gustaría bendecir a mis anfitriones,
una diligente y servicial pareja
que, para que hoy pudiera encontrarla,
ya era por aquel entonces muy vieja.
¡Ah! ¡Ésa si que era gente buena!
¿Llamaré? ¿Gritaré? ¡Aceptad mi saludo
si es que todavía seguís, hospitalarios,
gozando de la dicha de hacer el bien!
BAUCIS[771] [una bondadosa ancianita].
¡Querido forastero! ¡Bajito! ¡Bajito!
¡Silencio! ¡Dejad descansar a mi marido!
Un largo sueño presta al anciano
rápida energía para una breve vigilia.
VIAJERO. Dime, abuela: ¿de veras eres tú
que aún puedes recibir mi gratitud
por lo que hiciste antaño con tu esposo
para salvar la vida de un joven?
¿Eres Baucis, la que diligente
reanimó la boca casi expirante?
[Aparece el esposo.]
¿Eres Filemón, el que tan vigoroso
arrancó a las olas mi tesoro?[772]
Las llamas de vuestro rápido fuego,
el timbre argentino de vuestra esquila,[773]
fueron el remedio a vosotros confiado
para aquella espantosa aventura.
Y, ahora, dejadme que me asome
y contemple el ilimitado mar.
Dejadme caer de hinojos y orar,
pues siento mi pecho a reventar.
[Se acerca a las dunas.]
FILEMÓN [a Baucis].
Ve a poner la mesa corriendo
en el lugar más florido y alegre del jardín.
Déjale que corra y que se asuste
pues aún no cree lo que está viendo.
[De pie al lado del viajero.]
Lo que tan rabiosamente os maltrato,[774]
olas y más olas espumando salvajes,
veis ahora convertido en un jardín,
es ahora del paraíso la imagen.
Por ser viejo yo ya no podía valer
ni ser de tanta ayuda como antes;[775]
mas igual que mis fuerzas menguaron,
asimismo las olas también se alejaron.
Agiles peones de unos sabios señores
excavaron fosos, alzaron diques,
reduciendo los derechos del mar
para ser ellos señores en su lugar.
¡Mira cómo verdean prados y praderas,
jardines, pueblo, bosque y dehesas!
Pero, por ahora, ven y disfruta,
porque el sol se pondrá en seguida.
Allá en la lejanía se ven unas velas
buscando seguro puerto para la noche;
¡bien conocen las aves su nido,
pues ahora está allá el fondeadero!
Así que si miras a lo lejos ya no verás
más que la franja azulada del mar,
y a derecha e izquierda, a todo lo ancho,
un espacio densamente habitado.
[Los tres sentados a la mesa en el jardín.]
BAUCIS. ¿Te quedas callado? ¿Y ni un bocado
llevas a tu boca hinchada y reseca?
FILEMÓN. ES que éste querrá saber el prodigio;
a ti que te gusta hablar, ¡cuéntaselo!
BAUCIS. ¡La verdad es que ha sido un prodigio!
Y aún hoy me sigue inquietando,
pues entiendo que todo el proceso
no se hizo con métodos buenos.
FILEMÓN. ¿Piensas que el emperador pudo pecar
al concederle el litoral?
¿No lo pregonó con el mayor estruendo
un heraldo que por aquí llegó a pasar?
No muy lejos de nuestras dunas
se plantó la primera estaca,[776]
tiendas, cabañas…, mientras en la zona verde
muy pronto un palacio se alzaba.
BAUCIS. Durante el día, en vano hacían ruido los peones
con el pico y la pala, golpe tras golpe,
pues en donde de noche unas llamitas flotaban
ya un dique al siguiente día se alzaba.
Hubo de correr la sangre de víctimas humanas,
pues de noche gritos de suplicios resonaban;
corrían ríos de fuego hacia el mar
y por la mañana ya había allí un canal.
Él es un impío y se muere de ganas
de poseer nuestro soto y nuestra cabaña;
por más que se las da de ser nuestro vecino,
el caso es que tenemos que estarle sometidos.
FILEMÓN. ¡Pero también es verdad que nos ha ofrecido
una buena finca en los nuevos sitios!
BAUCIS. No te fíes de un suelo que antes fue del agua,
y mantente fírme en nuestra colina.
FILEMÓN. ¡Vayamos hasta la capilla
a contemplar el último rayo de sol!
¡Toquemos la campana, oremos de rodillas,
y confiemos en nuestro Dios de toda la vida!