ALTA MONTAÑA
[Dentadas y rudas cumbres rocosas.
Pasa una nube, se acerca y se posa sobre una meseta que sobresale.
La nube se abre.]
FAUSTO [adelantándose].[695]
Contemplando bajo mis pies las soledades más profundas,
piso con suma prudencia el borde de estas cimas
abandonando el soporte de mi nube,[696] que suavemente
en días claros sobre tierra y mar me ha conducido.
Se desprende de mí lentamente, sin romperse en pedazos.
Hacia el Este dirige su curso la redonda masa
y el ojo, asombrado, trata de seguirla admirado.
Mientras avanza flotando como las olas se divide y se transforma.
Parece querer modelarse. ¡Sí! ¡No me engaña la vista!
Regiamente tendida sobre colchones iluminados por el sol,
aunque gigante, una imagen de mujer igual a los dioses
contemplo yo: semejante a Juno, a Leda y a Helena,[697]
¡cuán majestuosa y amable flota ante mis ojos!
¡Ah, pero ya se deshace! Informe, ancha y amontonada
se detiene en el Este y parece de lejos una sierra nevada
que deslumbrante refleja el profundo sentido de los días huidos.
Mas un tierno y luminoso jirón de niebla todavía rodea
mi pecho y mi frente serenándome fresco y acariciador.[698]
Ahora asciende ligero y vacilante más y más arriba
y se compone. ¿Me engaña una encantadora imagen
del bien supremo y más joven que tanto tiempo he perdido?
De lo más hondo del corazón brotan los tesoros primeros.
Muéstranme el amor de mi aurora, de ligero vuelo,
la primera mirada, tan presto sentida mas apenas comprendida,
y que, de haberla retenido, más que cualquier tesoro habría brillado.
Igual que la belleza del alma se agranda la excelsa forma,
mas no se disipa, sino que en el éter se alza
llevándose consigo lo mejor de mi alma.
[Una bota de siete leguas[699] se posa en el suelo. En seguida se posa la segunda.
Mefistófeles se apea y las botas siguen andando rápidamente hacia lo lejos.]
MEFISTÓFELES. ¡Esto sí que es andar deprisa!
Pero dime, ¿en qué estás pensando?
¿Cómo se te ocurre bajar en medio de estos horrores,
entre estos peñascos que espantosos bostezan?
Yo bien los conozco, aunque puestos en otro lugar,
porque en realidad esto era antes el suelo del infierno.
FAUSTO. Nunca te falta alguna fábula sin sentido;
otra vez empiezas con semejantes cuentos.
MEFISTÓFELES [muy serio].
Cuando Dios nuestro Señor, bien sé yo por qué,
nos desterró de los aires a las simas profundas,
en cuyo centro por todas partes ardía
un fuego eterno que con sus llamas paso se abría,
nos encontramos por culpa de la claridad excesiva
en una posición muy incómoda y con mucha asfixia.
Todos los diablos empezaron a toser
y a soplar a la vez por arriba y por abajo;
el infierno apestaba a azufre y a ácido:
¡qué gas se formó!; la cosa llegó a ser monstruosa,
al punto que la costra lisa de las tierras,
por gruesa que fuera, tuvo que estallar entre crujidos.
Y ahora lo tenemos justo en la otra punta:
lo que era antes suelo es ahora cima.
También en esto se fundan las justas doctrinas
que hablan de cambiar lo más bajo en lo más alto;
pues escapamos de un abismo ardiente de esclavos
a un dominio del aire libre exagerado.
Un secreto manifiesto, bien guardado,
que sólo tarde a los pueblos es revelado (Efes. 6,12).[700]
FAUSTO. La masa montañosa es para mí noble y callada
y yo no pregunto de dónde viene ni por qué.
Cuando la naturaleza se fundó en sí misma,
supo redondear el globo terrestre con hermosura,
hallando su dicha en los picos y simas,
alineando roca tras roca y cima tras cima,
modelando en cómodo descenso las colinas,
dulcificando su trazo, que en el valle se suaviza.
Todo allí está verde y crece y para su dicha
de todos esos locos revoltijos no precisa.
MEFISTÓFELES.
¡Eso decís vos! Y os parece tan claro como el agua,
pero de muy distinta manera lo sabe el que lo presenciaba.
Yo estaba allí cuando todavía allá abajo, en plena ebullición,
el abismo se hinchó despidiendo torrentes de llamas;
cuando el martillo de Moloch,[701] forjando roca tras roca,
cascotes de montañas a lo lejos lanzaba.
La tierra aún sigue pétrea de pesadas moles forasteras;[702]
¿quién puede explicar la fuerza que tan lejos las lanzara?
El filósofo no sabe cómo entenderlo,
ahí está la roca y allí tendrá que seguir,
pues ya le hemos dado vueltas hasta agotarnos.
El fiel pueblo llano es el único que comprende
y no se deja confundir en sus juicios,
pues su sabiduría maduró hace largo tiempo:
si es que hay algún prodigio será para Satanás la gloria.
Mi peregrino, cojeando sobre la muleta de su fe,
camina hacia la piedra del demonio o el puente del diablo.[703]
FAUSTO. No deja de ser interesante observar
cómo consideran la naturaleza los diablos.
MEFISTÓFELES.
¡A mí qué me importa! ¡Que sea la naturaleza como quiera!
Se trata de un prurito de honor: ¡el diablo estaba allí!
Nosotros somos gente capaz de conseguir grandes cosas;
tumulto, violencia y caos: ¡ésa es la señal!
Pero hablemos de una vez sensatamente:
¿no hubo nada que te agradara en nuestra superficie?
Has podido extender tu mirada a espacios sin medida
a los reinos de este mundo y sus maravillas (Mateo 4, 8).[704]
Pero, imposible de satisfacer como tú eres,
¿podrás no haber sentido ni un deseo?
FAUSTO. ¡Pues sí! Algo grandioso me ha atraído.
¡Adivina!
MEFISTÓFELES. Eso está hecho.
Yo me buscaría una capital de este tipo: en su núcleo
todo ese horror que da de comer a sus ciudadanos,
callejuelas retorcidas, cornisas puntiagudas,
un mediocre mercado, coles, cebollas y nabos,
y los puestos de carnicero donde se agolpan las moscas
dándose el gran banquete con despojos de grasas;
allí encuentras siempre y en cualquier estación
la misma pestilencia e incesante actividad.
Después, amplias plazas y anchas avenidas
para poder darse un aire de distinción.
y, finalmente, donde ninguna puerta lo impida,[705]
arrabales que se extiendan hasta el infinito.
Allí gozaría con el rodar de los carruajes,
con el ruidoso correr de un lado para otro.
el eterno ir y venir afanoso
del disperso hormiguero bullicioso.
Y cuando pasara en coche o a caballo,
yo parecería siempre el centro de todo,
por cientos de millares venerado.
FAUSTO. Eso a mí no puede contentarme.
Uno se alegra de que el pueblo se acreciente,
de que pueda alimentarse a su gusto
e incluso formarse e instruirse,
pero lo único que uno cría son rebeldes.
MEFISTÓFELES.
Luego, pensando en mí mismo, me construiría a lo grande
un palacio de recreo en un lugar ameno.
Bosques, colinas, llanuras, praderas y campos
circundarían magníficos el jardín.
Ante las verdes laderas, alfombras de césped,
caminos a cordel,[706] artísticas sombras,
cascadas cayendo en parejas de roca en roca
y surtidores de agua de clases varias.
Álzase allí un majestuoso chorro, mas en los lados
gotean y murmullan otros más pequeños a millares.
Además, luego mandaría para las más bellas mujeres
construir íntimas y cómodas casitas
y allí pasaría el tiempo sin contarlo
en la soledad más deliciosamente acompañada.
Y digo bien ‘mujeres’, porque de una vez por todas
entérate de que sólo concibo en plural a las bellas.
FAUSTO. ¡Vil y moderno! Un Sardanápalo.[707]
MEFISTÓFELES. ¿Se puede conjeturar a que aspirabas?
Seguro que era algo sumamente audaz.
Puesto que tú ya tanto te acercaste a la luna,[708]
¿te llamó tal vez tu afán hacia ella?
FAUSTO. ¡En absoluto! Esta esfera terrestre
todavía ofrece espacio para grandes acciones.
Habrá de acontecer algo digno de asombro:
yo me siento con fuerzas para una audaz empresa.
MEFISTÓFELES. ¿Así que quieres conquistar la fama?
¡Cómo se nota que acabas de estar con heroínas![709]
FAUSTO. ¡Conquistaría propiedad y señorío!
La acción lo es todo, nada es la fama.
MEFISTÓFELES.
No obstante, de seguro se encontrarán poetas
que al mundo tu gloria proclamen
y que con locura a la locura inflamen.
FAUSTO. A ti nada de eso te ha sido dado.
¿Qué sabes tú de lo que el hombre desea?[710]
Tu forma de ser contraria, hiriente, acerba,
¿qué puede saber de lo que el hombre precisa?
MEFISTÓFELES. ¡Hágase pues según tu voluntad!
Confíame el alcance de tus locuras.
FAUSTO. Sintiéronse mis ojos atraídos por el mar;
lo vi cómo se hinchaba y sobre sí mismo se alzaba,
para luego ceder y extender sus olas
anegando toda la amplitud de la lisa orilla.
Y eso me disgustó; lo mismo que la prepotencia,
a un libre espíritu que valora todos los derechos,
una sangre que se inflama apasionada
un sentimiento de desagrado le traslada.
Pensé que sería algo casual y agucé mi vista:
detúvose el oleaje y luego reculó hacia atrás
alejándose de la meta orgullosamente alcanzada.
Mas repite su juego en cuanto la hora llega.
MEFISTÓFELES [a los espectadores].
No veo que me esté contando nada nuevo,
hace cien mil años que conozco todo esto.
FAUSTO [que continúa con pasión].
Así avanza la ola y en más de mil rincones,
infértil ella misma, la infertilidad extiende.
Ahora se hincha y crece y rueda recubriendo
los desoladores espacios de las costas desiertas.
Domina allí ola tras ola, animada de fuerza,
que luego se retira sin haber logrado nada,
cosa capaz de angustiarme hasta la desesperación.
¡Oh, fuerza sin objeto de los indómitos elementos!
En ese punto mi espíritu osa volar por encima de sí mismo:
en esto querría yo luchar, esto es lo que yo querría vencer.
¡Y es posible! Por mucho que se eleve el oleaje,
al pasar ante cualquier promontorio se humilla;
por mucho que tan orgulloso se agite,
la menor altura se alza ante él altanera
y la menor profundidad le atrae con gran fuerza.
Así que presto he trazado en mi mente plan tras plan:
consigue para ti el exquisito deleite
de expulsar al poderoso mar de la orilla,
de estrecharle los límites a la húmeda extensión
y obligarla a retroceder muy adentro de sí misma.
He sabido estudiar el asunto punto por punto;
éste es mi deseo, ¡atrévete tú a darle tu impulso!
[Se escuchan tambores y música de guerra a las espaldas de los espectadores procedentes de lejos por el lado derecho.]
MEFISTO.
¡Qué fácil es eso! ¿Oyes los tambores a lo lejos?
FAUSTO. ¡Otra vez guerra! Al juicioso no le gusta oír esto.
MEFISTÓFELES.
Guerra o paz. Sabio es el esfuerzo
que trata de sacar algo en el propio provecho.
Se está atento y se espía cada instante propicio.
¡Aquí está la ocasión; ahora Fausto, no la dejes escapar!
FAUSTO. ¡Ahórrame todo ese batiburrillo de enigmas!
Y dime en dos palabras a qué viene eso. ¡Explícate!
MEFISTÓFELES.
Durante mi expedición no se me escapó
que el buen emperador anda en grandes apuros.
Tú ya lo conoces. Cuando todavía le entreteníamos
y le llenábamos las manos de falsas riquezas,
se podía permitir el mundo entero.
Pues le tocó el trono siendo aún joven
y gustó de concluir erróneamente
que bien podían ir las dos cosas juntas
y que era muy deseable y hermoso
reinar y divertirse a un mismo tiempo.
FAUSTO. ¡Un gran error! El que deba mandar
tiene que hallar su dicha en el mando.
Su pecho estará lleno de una voluntad muy alta,
mas ningún hombre debe sondear qué quiere.
Lo que él musita al oído de los más leales
hecho queda y todo el mundo se asombra.
Y así podrá ser él siempre el más alto y
el más digno de todos; pues el placer rebaja.
MEFISTO. Él no es así. Él disfrutó para sí ¡y de qué manera!
Mientras tanto el reino cayó en la anarquía,
grandes y pequeños se peleaban a diestro y siniestro,
los hermanos se expulsaban y mataban mutuamente;
castillo contra castillo, ciudad contra ciudad,
la corporación en guerra contra la nobleza
y el obispo contra el capítulo y la comunidad:
bastaba una mirada y ya eran enemigos.
En las iglesias, muertes y asesinatos; ante las puertas[711]
todo mercader o caminante estaba perdido.
Y no poco aumentaba la audacia de cada cual,
pues vivir dependía de saber defenderse. Así iban las cosas.
FAUSTO. Así iban: renqueaban, caían, se levantaban,
luego otra vez daba todo la vuelta y caían rodando en montón.
MEFISTÓFELES.
Y nadie podía censurar ese estado de cosas
porque todos podían y querían tener razón.
Hasta el más pequeño valía como el mejor.
Sólo que al final al mejor le pareció demasiado necio,
los más valiosos se levantaron con fuerza
y dijeron: será señor quien nos procure el sosiego.
El emperador no puede o no quiere, así que elijamos
a un nuevo emperador que reanime el imperio
y mientras él le procura seguridad a todos,
que en un mundo recreado de nuevo
vuelvan a desposarse la paz y la justicia.
FAUSTO. Hablas como un cura.
MEFISTÓFELES. Y curas eran también
los que se aseguraban una panza bien repleta
y estaban más interesados que ninguno en el asunto.
La revuelta fue creciendo, la revuelta fue santificada,
y nuestro emperador, a quien antaño supimos alegrar,
avanza ahora hacia aquí, tal vez para su última batalla.
FAUSTO. Me da lástima. ¡Era tan bondadoso y abierto!
MEFISTO.
¡Ven, vamos a mirar! Quien vive puede esperar.
Saquémosle libre de este estrecho valle.
Si se salva una vez, estará a salvo mil veces.
¿Quién sabe de qué lado pueden caer los dados?
Y si le sonríe la suerte, también tendrá vasallos.
[Suben a las montañas centrales y contemplan la alineación del ejército en el valle. Llega de abajo el sonido de tambores y música de guerra.]
MEFISTÓFELES.
La posición tomada, por lo que veo, es buena.
Si intervenimos, la victoria será completa.
FAUSTO. ¿Y qué se puede esperar?
¡Engaño! ¡Ilusión mágica! Apariencia hueca.
MEFISTÓFELES.
¡Ardid de guerra para ganar batallas!
Reafírmate en tus grandes ideas
sin dejar de pensar en tu objetivo.[712]
Si le conservamos al emperador trono y tierra,
bastará que dobles la rodilla y obtendrás
como feudo una playa sin límites.
FAUSTO. Tú ya has logrado unas cuantas cosas,
así que ¡gana también ahora una batalla!
MEFISTÓFELES. ¡No, tú la ganarás! Esta vez
eres tú el general en jefe.
FAUSTO. Eso sí que me parecería el colmo:
mandar justo en aquello de lo que nada entiendo.
MEFISTÓFELES. Tú deja que se encargue el estado mayor
y, mientras, el mariscal de campo queda a resguardo.
Ya hace tiempo que me huelo la inmundicia de la guerra[713]
y veloz me he anticipado formando un consejo de guerra
con la fuerza de hombres primitivos de primitivas montañas.
¡Dichoso el que consiga agruparlos!
FAUSTO. ¿Qué veo a lo lejos portando armas?
¿Has levantado a la gente de las montañas?
MEFISTÓFELES. ¡No! Pero igual que lo hizo maese Pedro Quince[714]
he reunido, de toda la ralea, la quintaesencia.
[Se adelantan los tres campeones (Samuel II, 21, 8).][715]
MEFISTÓFELES. ¡Ahí llegan mis chicos!
Como ves, tienen edades muy diversas,
y con sus distintos vestidos y armaduras aquí están.
No te irá mal con ellos.
[A los espectadores.] Ahora a cualquier chico le gusta llevar
el arnés y la gola del caballero;[716]
y con lo alegóricos que son estos bribones[717]
tanto más sabrán complaceros.
MATASIETE[718] [joven, poco armado y vestido con muchos colores].
Cuando alguien me mira a los ojos
en el acto le meto mi puño en los morros,
y si algún gallina sale huyendo
pronto lo agarro por los pelos.
MANOSLARGAS[719] [viril, bien armado, ricamente vestido].
Esas vanas charlas son bravatas
con las que se echa a perder la jornada;
pon todo tu empeño en sustraer
y por el resto pregunta después.
PUÑOPRIETO[720] [viejo, fuertemente armado, sin traje].
¡Con eso tampoco se gana mucho!
Un gran bien pronto se gasta,
se disipa en la corriente de la vida.
Está muy bien coger, pero mejor es guardar.
Fíate de este canoso compadre
y nada te quitará ya nadie.
[Bajan todos juntos más abajo.]