LA TIENDA DEL EMPERADOR USURPADOR
[Trono en un ambiente lujoso.
Manoslargas. Barreacasa.]
BARREACASA. ¡Así que somos los primeros!
MANOSLARGAS. No hay cuervo que vuele tan rápido como nosotros.
BARREACASA. ¡Caramba! ¡Menudo tesoro hay aquí amontonado!
¿Por dónde empiezo? ¿Por dónde termino?
MANOSLARGAS. ¡Es que está toda la estancia tan llena…!
No sé adonde echar mano…
BARREACASA. A mí no me vendría mal la alfombra.
¡Mi jergón es a menudo tan malo!
MANOSLARGAS. Hay ahí colgada una maza de acero con clavos[746]
como la que yo deseaba hace mucho tiempo.
BARREACASA. Ese manto rojo con ribetes de oro
era justo la prenda de mis sueños.
MANOSLARGAS [cogiendo el arma].
Con esto acaba uno pronto:
le dejan a uno muerto en el sitio y a otra cosa.
Ya has empaquetado un montón de trastos
y todavía no has echado nada bueno en el saco.
Deja esas baratijas en su sitio
y llévate uno de estos cofrecillos.
Aquí está la soldada destinada al ejército;
tiene la barriga llena de oro fino.
BARREACASA. ¡Pero pesa de manera criminal!
No puedo levantarlo ni llevarlo.
MANOSLARGAS. ¡Anda, agáchate, deprisa! ¡Tienes que encorvarte!
Te lo cargaré sobre tus fuertes espaldas.
BARREACASA. ¡Ay de mí! ¡Ay! ¡Se acabó!
El peso me rompe el espinazo.
[El cofrecillo se cae al suelo y se abre.]
MANOSLARGAS. Hay ahí tirado oro rojo a montones.
¡Date prisa y hazlo desaparecer!
BARREACASA [agachándose].
¡Deprisa, todo a mi regazo!
Aún será suficiente.
MANOSLARGAS. ¡Más que de sobra! ¡Y ahora, largo de aquí!
[Ella se levanta.]
¡Ay, ay, el delantal tiene un agujero!
Da igual que camines o que estés de pie,
pues irás sembrando los tesoros por doquier.
LOS GUARDAS [de nuestro emperador].
¿Qué estáis haciendo en este lugar sagrado?
¿Qué andáis revolviendo en el tesoro imperial?
MANOSLARGAS. Ya prestamos en pago nuestros miembros
y ahora cogemos nuestra parte del botín.
Es la costumbre en las tiendas del enemigo
y nosotros también somos soldados.
LOS GUARDAS. No es lo que se estila en nuestro círculo:
soldado y ladrón a un mismo tiempo.
Todo el que se acerca a nuestro emperador
debe ser un soldado honrado.
MANOSLARGAS. Sí, ya conocemos esa honradez:
se llama requisamiento.[747]
Sois todos iguales:
¡dame eso! Tal es el lema de vuestro oficio.
[Dirigiéndose a Barreacasa.] Marcha de aquí y arrastra lo que tienes,
porque aquí no somos gente bien venida. [Sale.]
EL PRIMER GUARDA. Oye ¿por qué no le has propinado en el acto
un buen bofetón a ese sinvergüenza?
EL SEGUNDO. No sé, es como si se me hubieran ido las fuerzas,
tenían algo fantasmal.
EL TERCERO. Yo también sentía algo raro delante de los ojos,
notaba chispas, no veía bien.
EL CUARTO. Y yo tampoco sé qué decir:
¡ha hecho tanto calor todo el día,
estaba tan pesado, hacía un bochorno tan pegajoso!
Unos estaban de pie, otros se caían,
iban todos a tientas y a la vez herían,
y el adversario a cada golpe caía;
delante de los ojos flotaba una especie de velo,
luego todo zumbaba, silbaba y pitaba en nuestros oídos;
así siguió la cosa y ahora estamos aquí
y ni siquiera sabemos cómo ocurrió todo esto.
[El emperador acompañado de cuatro príncipes.
Los guardas se retiran.]
EMPERADOR.[748]
¡Sea como sea,[749] el caso es que hemos ganado la batalla!
El enemigo ha desaparecido en el campo raso en desbandada.
Aquí está el trono vacío y el tesoro del traidor
que, recubierto de tapices, reduce el espacio en torno.
Nos,[750] protegidos con honor por nuestros propios guardas,
aguardamos como emperador a los delegados de los pueblos;
de todas partes nos llegan alegres nuevas:
el reino está pacificado y dichoso nos apoya.
Si acaso en nuestra lucha se mezcló la hechicería,
en cualquier caso al final nos batimos nosotros solos.
Verdad es que algunos azares benefician al combatiente:
cae del cielo un pedrisco, llueve sangre sobre el enemigo,
de los huecos de las rocas salen potentes y prodigiosos bramidos
que dilatan nuestro pecho y oprimen el del enemigo.
Cayó el vencido, para su oprobio siempre renovado;
el vencedor, lleno de orgullo, alaba al dios propicio,
y corean con él, sin necesidad de que él lo ordene,
«¡Señor Dios, te alabamos!», millares de gargantas.
No obstante, para suprema alabanza, yo vuelvo la piadosa mirada
hacia mi propio pecho, cosa que antes raras veces pasaba.
Por más que un príncipe joven y vivaz pueda perder el tiempo,
los años le enseñan la importancia de cada momento.
Así que, sin más demora, en el acto me vinculo
a vosotros, cuatro nobles, por la Casa, la Corte y el Reino.[751]
[Se dirige al primero.]
Tuya ha sido, ¡oh príncipe!, la sabia y ordenada organización del ejército
así como, luego, en el momento clave, su dirección heroica y valiente.
Obra ahora en la paz, tal como lo disponga el momento.
Yo te nombro Gran Mariscal y la espada te confiero.[752]
EL GRAN MARISCAL.
¡Una vez que tu fiel ejército, hasta ahora ocupado en el interior,
te confirme a ti y a tu trono en las fronteras,
séanos permitido prepararte en la atestada sala de festejos
del espacioso castillo de tus padres un banquete.
Entonces la portaré desnuda ante ti, desnuda la sostendré a tu lado[753]
para otorgarle permanente séquito a la majestad suprema.
EMPERADOR [al segundo].
El que, siendo hombre valiente, también tierno y amable se muestra,
tú mismo, sea nuestro Gran Chambelán;[754] no es tarea fácil.
Tú eres el superior de toda la servidumbre doméstica,
por cuyas rencillas internas me encuentro con malos sirvientes.
Que tu ejemplo sea presentado en adelante como honrosa muestra
de cómo se debe complacer al señor, a la corte y al mundo entero.
GRAN CHAMBELÁN.
Favorecer los grandes designios del señor reporta muchas gracias:
ser útil a los buenos, no dañar ni siquiera a los malos
y además ser transparente sin astucias y mesurado sin engaños.
Si tú, Señor, eres capaz de penetrar mi alma, eso ya me basta.
¿Puede la fantasía llegar tan lejos, hasta semejante fiesta?
Cuando acudas a la mesa yo te alcanzaré la jofaina dorada,[755]
te sostendré el anillo para que, llegado ese instante delicioso,
tu mano pueda refrescarse en tanto mis ojos se colman de dicha.
EMPERADOR.
Lo cierto es que me siento demasiado serio para pensar en festejos,
mas ¡sea! También es estimulante un dichoso comienzo.
[Al tercero.]
¡A ti te elijo como Gran Senescal![756] Así pues, que desde ahora
estén a tu cargo la caza, el corral y las granjas anejas;
haz que en todo tiempo una selección de mis manjares favoritos,
según los va trayendo la estación, me sea preparada con esmero.
GRAN SENESCAL.
Un riguroso ayuno será para mí el deber más grato
hasta que, colocado ante ti, te deleite un rico plato.
El personal de cocina deberá unir sus fuerzas a las mías
para hacer llegar lo más lejano y acelerar las estaciones.
A ti no te fascina lo exótico o temprano con que se hace lucir una mesa;
es sencillo y sustancioso lo que apetecen tus sentidos.
EMPERADOR [al cuarto].
Puesto que inevitablemente aquí sólo se trata de fiestas
te ruego, joven héroe, que en mi copero[757] te conviertas.
Así pues, Copero Mayor, cuídate de que toda nuestra bodega
esté muy ricamente abastecida de buen vino.
En cuanto a ti, sé moderado, y no dejes que te despiste
la tentadora ocasión más allá de una serena alegría.
COPERO MAYOR.
Mi buen príncipe, hasta la propia juventud, si se le otorga confianza,
estará compuesta de hombres antes de que nos demos cuenta.
Yo también me estoy viendo ya en esa gran fiesta;
adorno lo mejor que sé el aparador imperial
con lujosos recipientes, todos de oro y de plata,
mas antes elijo para ti la copa más hermosa
de claro cristal de Venecia: en ella aguarda el placer,
el gusto del vino se hace más intenso sin embriagar jamás.
En ese prodigioso tesoro se confía a menudo en demasía,
mas tu propia mesura, oh, noble señor, es mucho más segura.
EMPERADOR.
Lo que os he reservado en esta hora solemne
habéis escuchado confiados de una boca que no engaña.
Grande es la palabra del emperador y garantía de todo don;
mas para confirmarlo es necesaria la noble escritura,
hace falta una firma. Para preparar esa formalidad
veo llegar al hombre adecuado en el momento adecuado.
[Aparece el arzobispo y archicanciller:]
EMPERADOR.
Cuando se confía una bóveda a la piedra de clave,[758]
cabe estar seguro de que construida queda para la eternidad.
¡Ves aquí cuatro príncipes! Antes de nada hemos dispuesto
lo que más contribuye a la estabilidad de la Casa y la Corte.
Mas ahora, que lo que guarda el reino en su conjunto
se apoye con fuerza y con peso sobre la cifra de cinco.[759]
En cuestión de tierras, deben brillar éstos por encima de todos;
por eso amplío ahora mismo los límites de sus posesiones
con el patrimonio de aquellos que nos abandonaron.
A vosotros, mis leales, os adjudico unas hermosas tierras
y al tiempo el alto derecho, según la ocasión lo otorgue,
de extenderos más allá por herencia, compra o permuta.
Además, quede estipulado vuestro derecho a ejercer sin trabas
lo que os pertenece como privilegio de poseedores de tierras.
En calidad de jueces podréis dictar las sentencias supremas,
pues no cabe apelación alguna contra vuestra altísima instancia.
Impuestos, tributos, pagos en especie, feudos, escoltas y aduanas,[760]
regalías[761] de minas, sal y moneda, que todo esto, además, os pertenezca.
Pues para demostraros mi gratitud de forma válida y plena
os he elevado lo más cerca posible de la Majestad mía.
ARZOBISPO.
¡En nombre de todos recibe nuestra gratitud más profunda!
Tú nos haces fuertes y firmes y fortaleces nuestro poder.
EMPERADOR.
A vosotros cinco aún quiero otorgaros dignidades más altas.
Aún vivo para mi reino y tengo deseos de seguir viviendo,
mas una cadena de nobles ancestros desvía mi mirada reflexiva
y la lleva del inmediato afán a lo que sólo es amenaza.
Yo también me separaré a su hora de mis seres queridos,
y entonces será vuestro deber nombrar un sucesor.[762]
Coronadlo y alzadlo sobre el altar sagrado
y que en paz termine lo que tan tormentoso fue ahora.
ARCHICANCILLER.
Con orgullo en lo más hondo del pecho, humildad en el gesto,
se inclinan ante ti los príncipes primeros de la tierra.
Mientras una sangre leal corra por nuestras ricas venas,
somos nosotros el cuerpo que tu voluntad ágil mueve.
EMPERADOR.
Y que, en conclusión, lo que hemos acordado hasta ahora, sea
confirmado mediante escrito y rúbrica para los tiempos venideros.
Si bien como señores disponéis de la posesión libremente,
ha de ser, no obstante, con la condición de que no se divida.
Y como quiera que aumentéis lo que de Nos recibisteis,
así deberá obtenerlo el primogénito en la misma medida.
ARCHICANCILLER.
En seguida confiaré dichoso al pergamino,
para dicha del reino y nuestra, el más importante estatuto.
De la copia en limpio y el sello se ocupará la cancillería
y tú, Señor, la ratificarás con tu sagrada firma.
EMPERADOR.
Y, tras esto, os dejo marchar, para que sobre este gran día
pueda meditar cada cual en íntimo recogimiento.
[Los príncipes laicos se retiran. Se queda el príncipe eclesiástico, empleando un tono patético.]
EL PRÍNCIPE ECLESIÁSTICO.
Ya no está aquí el canciller, quedó sólo el prelado,[763]
por su grave espíritu de admonición impelido a advertirte.
Su corazón paternal tiembla de preocupación por ti.
EMPERADOR.
¿Y qué puedes temer en esta hora de dicha? ¡Habla!
ARZOBISPO.
¡Con cuánto dolor y amargura veo en esta hora
en alianza con Satanás a tu sacratísima testa!
Cierto que, en apariencia, asegurada sobre el trono,
mas, ¡ay!, para burla de Dios nuestro Señor y el Santo Padre.
Si éste se entera, presto dispondrá como castigo
aniquilar tu reino pecador con su sagrado rayo.[764]
Pues aún no olvidó cómo tú, en una hora suprema,
en el día de tu coronación, liberaste a aquel mago.
De tu diadema, para perjuicio de la cristiandad,
alcanzó el primer rayo de gracia a esa maldita cabeza.[765]
Mas golpéate el pecho[766] y devuelve de esa fortuna impía
de forma inmediata un óbolo modesto al lugar santo:
ese vasto espacio ondulado donde estuvo plantada tu tienda,
donde espíritus del mal para tu salvaguarda se aliaron
y donde prestaste dócil oído al príncipe de la mentira,
dalo, siguiendo piadosas instrucciones, para fundar una obra santa;
junto con la montaña y el bosque espeso, hasta donde se extiendan,
y junto con las cimas que se cubren de verdor para un rico pasto,
los claros lagos pesqueros y los arroyos sin cuento
que serpentean presurosos para ir a arrojarse al valle,
y, luego, el propio valle, con sus prados, demarcaciones y terrenos:
el arrepentimiento será explícito y podrás hallar gracia.
EMPERADOR.
Me encuentro tan hondamente asustado por mi grave falta
que tú mismo fijarás los límites siguiendo tus propias medidas.
ARZOBISPO.
¡Primero, que el lugar profanado donde tanto se ha pecado
sea declarado en el acto para servicio del Altísimo!
Ya veo en espíritu alzarse veloces los fuertes muros,
ya ilumina el coro la mirada del sol matutino,
en forma de cruz se ensancha el creciente edificio,
la nave se alarga y eleva para alegría de los fieles
que ya acorren fervorosos cruzando el noble pórtico.
La primera llamada de campana resuena por montes y valles
tocando desde las altas torres que se alzan hacia el cielo,
el penitente acude hasta allí para empezar una nueva vida.
En el día de la consagración —¡ojalá pronto llegue!—
será tu presencia el más bello ornamento.
EMPERADOR.
¡Pueda una obra tan noble proclamar el piadoso designio
de glorificar a Dios, nuestro Señor, así como librarme de pecado!
¡Basta de palabras! Ya siento cómo se eleva mi espíritu.
ARZOBISPO.
Ahora, en calidad de canciller, pondré en marcha conclusión y formalidades.
EMPERADOR.
Me presentarás un documento en debida forma
para transferirle eso a la Iglesia y yo lo firmaré dichoso.
EL ARZOBISPO [que ya se ha despedido, pero se vuelve cuando está saliendo].
Además, también dedicarás a la obra, cuando vaya a iniciarse,
todas las rentas de esta tierra: diezmos, tributos y pagos en especie
a perpetuidad. Mucho se precisa para un digno mantenimiento
y una administración cuidadosa produce fuertes gastos.
Para una rápida construcción en un lugar tan desierto
nos darás un montante del oro del tesoro del botín.
Además de eso también hará falta, no puedo callarlo,
madera, cal, pizarra y otras tantas cosas traídas de lejos.
El acarreo lo hará el pueblo, instruido desde el púlpito,
pues la Iglesia bendice a quien se pone a su servicio. [Sale.]
EMPERADOR.
El pecado que sobre mí pesa es de gran magnitud;
esa maldita chusma hechiceril me ha metido en graves perjuicios.
EL ARZOBISPO [que regresa de nuevo, con una profunda reverencia].
¡Perdona, oh Señor! A ese hombre tan malfamado
se le ha cedido el litoral del reino;[767] mas sobre él caerá el anatema[768]
si no le das también, arrepentido, a la alta autoridad de la Iglesia,
los diezmos, tributos, donaciones y derechos de ese lugar.
EL EMPERADOR [de mal humor].
Esa tierra aún no existe, está toda bajo el mar.
ARZOBISPO.
Quien tiene el derecho y la paciencia, también ve llegado su tiempo.
¡Quiera seguir en vigor Vuestra palabra para nosotros!
EL EMPERADOR [a solas].
Si sigue así, le acabaré prometiendo todo el imperio.