NOCHE[32]
[En un estrecho aposento gótico, de altas bóvedas, Fausto, desasosegado, sentado ante su pupitre.]
FAUSTO. ¡Ay de mí! Ya he estudiado filosofía,
derecho, medicina,
y por desgracia también teología[33]
bien a fondo y con ardoroso esfuerzo,
y ahora, aquí estoy, pobre loco,
y soy tan sabio como antes de empezar;
tengo título de licenciado y hasta de doctor,[34]
y ya es el décimo año que arrastro
de aquí para allá y de arriba abajo
a mis discípulos bien amarrados
y veo que nada podemos saber.
Esto ya casi me está quemando el corazón,
pues aunque soy algo más listo que todos esos torpes
doctores, licenciados, escribanos y curas,
y no me atormentan escrúpulos ni dudas
ni el infierno o el demonio me asustan,
a cambio ha huido de mí toda alegría.
No creo saber nada de modo correcto
ni me hago ilusiones de poder enseñar algo
o de mejorar a los hombres o poder cambiarlos.
Tampoco tengo bienes ni dinero
ni los honores y magnificencias del mundo.
¡Esta vida no la querría ni un perro!
Por eso me he entregado a la magia[35]
a ver si por la fuerza o por la boca del espíritu
algún misterio me es revelado
y ya no necesito sudar la gota amarga
por tener que decir lo que en realidad ignoro;
a ver si al fin conozco lo que el mundo
en su más hondo interior tiene encerrado,
a ver si veo la fuerza productora y la semilla[36]
y ya no necesito seguir removiendo palabras.
¡Oh, tú, claro de luna llena!,
si alumbraras por última vez mi pena
que tantas veces en plena noche
a este pupitre me trajo a velar:
entonces, asomando entre los libros y los papelotes,
triste amiga mía, tú te aparecías.
¡Ay! ¡Si pudiera a las cumbres de los montes
ir al encuentro de tu amorosa luz,
en torno a las simas montañosas flotar con los espíritus,
en tu penumbra en las praderas vagar
y, liberado de todos los tormentos de la ciencia,
bañarme en tu rocío para sentirme sanar!
¡Ay de mí! ¿Aún estoy en esta prisión?
¡Maldito y sofocante agujero en la pared
por donde hasta la amorosa luz del cielo
turbia se filtra por los pintados vidrios!
Cercado tras este montón de libracos
roídos de gusanos y cubiertos de polvo
y que hasta lo alto de esas altas bóvedas
se alzan tapados con papel ahumado,
rodeado por todas partes de frascos y redomas,
atestado de instrumentos,
lleno de trastos de los antepasados:
éste es tu mundo, ¡y a esto se le llama mundo!
¿Y aún preguntas por qué tu corazón
se te encoge temeroso en el pecho?
¿Por qué un dolor no explicado
te paraliza cualquier impulso vital?
En lugar de la viva naturaleza
en cuyo seno Dios quiso crear a los hombres
te rodea sólo el humo y la podredumbre sólo,
esqueletos de animales y de cadáveres los huesos.
¡Huye! ¡Vamos! ¡Sal fuera al ancho mundo!
¿Y este misterioso libro
del puño y letra del propio Nostradamus[37]
no te resulta acaso compañía bastante?
Conocerás, pues, el curso de los astros,
y si la naturaleza te sabe instruir,
se alzará entonces en ti la fuerza del alma,
igual que un espíritu a otro espíritu le habla.
En vano aquí tu estéril meditar
trata de explicarte los sagrados signos:
pues a mi lado flotáis, vosotros, espíritus,
¡contestadme, si escuchándome estáis!
[Abre el libro y contempla el signo del macrocosmos.]
¡Ah! ¡Qué deleite recorre ante esta visión[38]
de golpe mis sentidos todos!
Siento una sagrada y joven dicha vital
que corre ardiente y nueva por mis nervios y venas.
¿Sería un dios el que trazó este signo
que aplaca el tumulto que en mi interior se agita,
inunda mi pobre corazón de gozo
y con misterioso impulso
las fuerzas de la naturaleza en torno a mí desvela?
¿Soy yo un dios? ¡Todo se me torna claro y liviano!
Contemplo en estos puros rasgos
la activa naturaleza que ante mi alma se muestra.
Sólo ahora entiendo lo que el sabio dice:
«El mundo de los espíritus no está cerrado;
es tu mente la que está cerrada, tu corazón muerto.
¡Arriba, discípulo, sumerge sin fatiga
el pecho terrenal en la luz de la mañana!»
[Contempla el signo.]
¡Cómo todo en el Todo se entreteje,
lo uno en lo otro actúa y vive!
¡Cómo suben y bajan las fuerzas celestiales
y se alcanzan mutuamente los dorados cangilones!
Despidiendo aromas de bendición
bajan cimbreando del cielo a la tierra
y colman el universo todo de armonía.
¡Qué espectáculo! ¡Mas, ay! ¡Sólo un espectáculo!
¿Dónde podré asirte, naturaleza infinita?
¿Y a vosotros, pechos, dónde? Vosotros, manantial de toda vida
de los que pende el cielo y la tierra
y a los que acude el marchito pecho:
vosotros manáis, dais de beber, ¿y yo me consumo así en vano?
[Da la vuelta malhumorado al libro y ve el signo del espíritu de la tierra.]
¡De qué modo tan distinto actúa este signo sobre mí!
Tú, espíritu de la tierra, me estás más cercano.[39]
Ya siento crecer mis fuerzas,
ya ardo, como inflamado por un vino nuevo.
Siento valor para aventurarme en el mundo
y soportar el dolor de la tierra, así como su dicha,
o batirme contra tempestades
sin vacilar cuando sienta el crujir del naufragio.
¡Se cubre el cielo sobre mi cabeza,
la luna esconde su luz
la lámpara se extingue!
¡Se alza un vapor! ¡Rojos rayos se agolpan
en torno a mi cabeza! ¡Noto el soplo de
un escalofrío que baja de la bóveda
y me estremece todo entero!
Lo noto, flotas a mi alrededor, espíritu invocado.
¡Descúbrete!
¡Ah! ¡Qué desgarro siento en mi corazón!
A nuevos sentimientos
todos mis sentidos se abren.
Siento que todo mi corazón a ti se entrega.
¡Has de mostrarte, has de hacerlo! ¡Aunque me cueste la vida!
[Ase el libro y pronuncia misteriosamente el signo del espíritu. Chispea una llama rojiza y el espíritu se le aparece en medio de la llama]
ESPÍRITU. ¿Quién me llama?
FAUSTO [volviéndose]. ¡Espantosa visión!
ESPÍRITU. Poderosamente me has atraído,
largo tiempo de mi esfera has sorbido,
y ahora…
FAUSTO. ¡Ay de mí! ¡No te puedo soportar!
ESPÍRITU. Pierdes el aliento suplicando poder verme
escuchar mi voz, contemplar mi rostro;
me atrae al fin el fuerte anhelo de tu alma.
¡Aquí estoy! ¿Qué lamentable horror
te sobrecoge, superhombre? ¿Dónde está la llamada de tu alma?
¿Dónde está el pecho que en su interior creó un mundo,
lo llevó y albergó y temblando de alegría
se hinchó queriéndose elevar hasta nosotros, los espíritus?
¿Dónde estás tú, Fausto, cuya voz resonaba hasta mí,
que tratabas de alcanzarme con todas tus fuerzas?
¿Eres tú el que rodeado por el soplo de mi aliento
tiembla en sus honduras vitales
como un gusano que huye retorcido y medroso?
FAUSTO. ¿Huir yo ante ti, engendro de la llama?
¡Yo soy Fausto, soy tu semejante!
ESPÍRITU. En la corriente de la vida, en la tormenta de la acción,
subo y bajo cual la ola,
voy y vengo cual marea.
Mi cuna y sepulcro,
un mar eterno son,
un alternante mecerse,
una ardorosa vida,
y, así, afanado en el telar susurrante del tiempo
voy urdiendo el viviente vestido de la divinidad.
FAUSTO. Tú que vas vagando alrededor del todo el ancho mundo,
espíritu siempre activo, ¡cuán cerca me siento de ti!
ESPÍRITU. Te pareces al espíritu que dentro de ti concibes,
¡no a mí! [Desaparece.]
FAUSTO [derrumbándose]. ¡No a ti!
¿A quién entonces?
¡Yo, imagen semejante de la divinidad!
¿Y ni siquiera a ti semejante?[40]
[Llaman a la puerta.]
¡Muerte y maldición! Ya lo reconozco… es mi fámulo…[41]
¡Mi más bella dicha queda aniquilada!
¡Y que esta plétora de visiones
la tenga que estorbar esa triste mosquita muerta!
[Wagner en bata y gorro de dormir, con una lámpara en la mano. Fausto se vuelve de mala gana.]
WAGNER. ¡Perdón! Os escuchaba declamar;[42]
¿Estabais leyendo una tragedia griega?
Me gustaría de ese arte sacar algún provecho
pues es cosa hoy en día muy de moda.
He oído comentar con admiración muchas veces
que un comediante a un predicador podría aleccionar.[43]
FAUSTO. Sí, cuando el predicador es un comediante
como a veces puede llegar a pasar.
WAGNER. ¡Ah!, si uno se queda en su estudio[44] siempre desterrado,
y si apenas ve el mundo algún día de fiesta
y eso sólo de lejos, a través del prismático,
¿cómo podrá dirigirlo, cómo persuadirlo[45]?
FAUSTO. Si no lo sentís, no lo lograréis,[46]
si no brota de dentro del alma
y con encanto profundo y poderoso
subyuga los corazones de todos los oyentes.
¡Ya podéis estaros sentados! ¡Haced un pegote,
guisad las sobras de otros banquetes,
y avivad las miserables ascuas
que salen todavía de entre el montón de cenizas!
La admiración de niños y monos seréis,
si es lo que apetece vuestro paladar.
Mas nunca conseguiréis actuar sobre otros corazones
si es que no sale de vuestro corazón.
WAGNER. Pero la exposición misma[47] hace del orador la dicha;
y yo me doy cuenta de lo atrasado que estoy todavía.
FAUSTO. ¡Buscad una ganancia honrada!
¡No seáis un bufón de campanillas!
El entendimiento y el buen sentido
con poco arte a sí mismos se exponen;
Y si queréis decir algo en serio,
¿hace falta salir a cazar rebuscadas palabras?
Sí, sí, vuestros discursos tan llenos de brillo
en los que sabéis sacarle la punta a la humanidad
son tan fastidiosos como el viento brumoso
que sisea otoñal entre las hojas secas.
WAGNER. ¡Ay, Dios! El arte es largo
y nuestra vida corta.[48]
Yo, muchas veces, en mis afanes críticos,
he temido por mi cabeza y mi pecho.
Pues, ¡cuán difíciles son de lograr los medios
con los que se consigue llegar a las fuentes!
Seguro que antes de haber alcanzado la mitad del camino
ya le alcanza la muerte a cualquier pobre diablo.
FAUSTO. ¿Acaso el pergamino es la sagrada fuente
de la que un simple trago sacia la sed eternamente?
No ganarás ningún alivio
si no te mana de tu propia alma.
WAGNER. ¡Perdón! Pero es un gran deleite
transportarse al espíritu de los tiempos,
contemplar cómo antes que nosotros un sabio ha pensado
y al final de modo admirable mucho más lejos hemos llegado.
FAUSTO. ¡Oh sí, más allá de las estrellas!
Amigo mío, los tiempos del pasado
son para nosotros un libro con siete sellos.[49]
Lo que tú llamas el espíritu de los tiempos
es en el fondo el propio espíritu de los autores,
en el que se van reflejando los tiempos.
¡Y por cierto que a menudo da pena!
Uno se echa correr en cuanto le pone la vista encima:
el cubo de las inmundicias, el cuarto de los trastos viejos,
o, como mucho, un espectáculo de propaganda de Estado
con excelentes máximas pragmáticas
de las que cuadran en boca de las marionetas.
WAGNER. Pero ¡el mundo! ¡El corazón del hombre y su espíritu!
Todos querríamos entender algo de eso.
FAUSTO. ¡Ya! ¡Eso que llaman entender!
¿Quién podría permitirse llamar al niño con el nombre adecuado?
Los pocos que han sabido algo de eso,
tan necios que no se guardaron su corazón rebosante
y revelaron al populacho sus sentimientos y visiones
han sido desde siempre crucificados o quemados.
Mas es ya tarde, amigo, está muy avanzada la noche,
tenemos que dejarlo por esta vez.
WAGNER. Con gusto hubiera seguido toda la noche en vela
para poder continuar conversando doctamente con vos.
Mas pues mañana es el primer día de la Pascua
me permitiréis que os haga un par de preguntas.
Me he entregado con celo al estudio,
pero aunque ya sé mucho, todo lo quiero saber.
[Sale.]
FAUSTO [solo]. ¡Ah, y cómo nunca se desvanece la esperanza en la cabeza
del que siempre se apega a cosas hueras
y con mano ávida escarba buscando tesoros
y se alegra cuando encuentra lombrices de tierra!
¿Debería resonar aquí una voz semejante
donde recién me rodeaba la plenitud del espíritu?
¡Mas, ay! Que por una vez te doy las gracias
a ti, el más mísero de los mortales.
A la desesperación me arrancaste
que la mente a punto estaba de destrozarme.
¡Ah! La visión fue tan gigantesca
que en verdad debí sentirme a su lado como un enano.
Yo, la imagen semejante de Dios, que ya
se creía tan cerca del espejo de la verdad eterna,
gozando de sí mismo en el resplandor y claridad del cielo
y despojado del hijo de la tierra;
yo, más que un querubín, cuya libre fuerza
ya sentía por las arterias de la naturaleza fluyendo
y, creando, gozaba ya de la vida de los dioses,
tal como mi osada imaginación pretendía: ¡cuán caro he de pagarlo!
Una palabra fulminante bien lejos me ha expulsado.
No debo intentar igualarme a ti:
si poseí la fuerza capaz de atraerte,
sin embargo ninguna tuve para retenerte.
¡En aquel dichoso instante
me sentí a la vez tan pequeño, tan grande!
Tú me has echado hacia atrás cruelmente
hacia el incierto sino humano.
¿Quién me instruirá? ¿Qué tendré que evitar?
¿Debo seguir acaso aquel impulso?
¡Ay! Nuestras propias acciones, tanto como nuestras penas,
son el estorbo que entorpece de nuestras vidas la carrera.
A lo más admirable que jamás pueda concebir el espíritu
se opondrá siempre y cada vez materia más extraña;
y si acaso alcanzamos lo bueno de este mundo
entonces recibirá lo mejor el nombre de locura y de engaño.
Aquellos que nos dieron la vida, los sentimientos sublimes,
helados se quedan en medio de la terrenal confusión.
Si la fantasía, con osado vuelo, generalmente
plena de esperanza hacia lo eterno se extiende,
confórmase no obstante con un pequeño espacio
cuando dicha tras dicha en el remolino del tiempo fracasa.
Anida en seguida el cuidado[50] en los corazones profundos
provocando en ellos penalidades secretas,
meciéndose inquieto y estorbando el placer y la paz;
una y otra vez se pone nuevas máscaras;
tan pronto casa y corte o mujer y niño parece,
tan pronto fuego, agua, puñal o veneno;
tiemblas por todo lo que no llega a tocarte
y te pasas la vida llorando por lo que nunca perdiste.
¡No! ¡No me asemejo a los dioses! Demasiado hondo lo siento;
al gusano que se remueve entre el polvo me asemejo,
al que, pues vive en el polvo buscando su alimento,
aniquila y entierra la pisada del viajero.
¿No es acaso polvo, ese alto muro
con cien estantes que aquí me aprisiona?
¿Todo este barullo que con sus mil baratijas
me empuja hacia este mundo de polillas?
¿Y es aquí donde debo encontrar lo que me falta?
¿Tendré que leer tal vez en estos miles de libros
que por doquiera el hombre se atormenta
y que de cuando en cuando ha habido algún dichoso?
¿Qué me quiere decir tu sonrisa, vacía calavera,
sino que tu cerebro, como el mío, antaño confuso,
buscó la levedad del día, mas entre las sombras pesadas,
fue lastimosamente errando en pos de la verdad?
Vosotros, instrumentos, ya sé que me hacéis burla
con ruedas y engranajes, cilindros y ángulos:
yo estaba ante la puerta y debíais ser vosotros mi llave;
mas aunque tenéis la barba erizada, no podéis levantar el cerrojo.
Enigmática a plena luz del día
la naturaleza no se deja despojar de su velo
y lo que ella no quiera revelarle a tu espíritu
no se lo sacarás con palancas ni con tuercas.
¡Viejos trastos que yo nunca usé
estáis sólo aquí porque os usaba mi padre!
Tú, viejo pergamino, te has ido ahumando todo
mientras ardía la macilenta lámpara sobre mi pupitre.
¡Cuánto mejor hubiera yo disipado lo poco que tenía
en lugar de sudar aquí cargado con ese poco!
Lo que de tus padres hayas heredado
gánatelo, si quieres poseerlo.
Lo que uno no usa, es una pesada carga:
sólo puede ser útil lo que el instante procura.
Mas ¿por qué se queda mi mirada adherida a ese punto?
¿Es aquel frasquito un imán para mis ojos?
¿Por qué de pronto todo me parece amable y claro
como cuando en nocturno bosque nos rodea el resplandor de la luna?
¡Yo te saludo, frasco singular,
que con unción bajo ahora de su lugar!
En ti venero el ingenio humano y el arte.
Tú, compendio de los mejores filtros soporíferos,
tú, extracto de todas las sutiles fuerzas mortíferas,[51]
¡concédele a tu dueño tus favores!
Cuando te miro, se alivia mi dolor,
cuando te toco, disminuye mi ansiedad,
de la corriente de mi espíritu va bajando poco a poco la marea,
me veo transportado a alta mar,
el espejo de las olas a mis pies resplandece,
un nuevo día me atrae hacia orillas nuevas.
¡Un carro de fuego[52] flotando con alas ligeras
hacia mí ya se acerca! Me siento dispuesto
a atravesar el éter por una órbita nueva,
hacia nuevas esferas de pura actividad.
Esta vida sublime, esta delicia de dioses,
¿acaso tú, aún no más que un gusano, la mereces?
Sí, ¡basta con que al amable sol terrestre
le vuelvas resuelto tus espaldas!
¡Atrévete a forzar las puertas
ante las que todos prefieren pasar furtivos de largo!
Ha llegado la hora de demostrar con hechos
que la dignidad del hombre ante las cumbres de los dioses no cede,
de no temblar frente a esas oscuras simas
en las que la fantasía se condena a sus propios tormentos,
de aspirar a aquel pasadizo
en torno a cuya estrecha boca arde el infierno entero;
de decidirse sereno a dar ese paso
aun con el riesgo de diluirse en la nada.
¡Ven acá, oh puro cuenco cristalino!
¡Sal fuera de tu vieja funda
en la que no pensé en tantos años!
Tú brillaste en las alegres fiestas de mis padres,
a los más serios invitados regocijaste
cuando de uno a otro te iban pasando.
La lujosa riqueza de tus muchas imágenes artísticas,
el deber del que bebía de explicarlas en versos rimados
mientras apuraba tu cuenco de un solo trago,
me recuerdan a más de una noche de mi juventud.
Ahora no te pasaré a ningún vecino,
mi ingenio con tu arte no he de mostrar.
Aquí tengo un licor que embriaga muy pronto;
con sus oscuras ondas colmará tu hueco.
¡El que yo he preparado y que yo mismo escojo,
este postrer trago, que sea ahora con toda el alma
un solemne y supremo saludo que le brindo yo al alba!
[Se lleva la copa a la boca.]
[Repique de campanas y cantos corales.][53]
CORO DE ÁNGELES.
FAUSTO. ¿Qué profundo rumor, qué claro sonido
arrancan con violencia la copa de mis labios?
¿Anunciáis ya, vosotras, sordas campanas,
la primera hora festiva del día de la Pascua?
Y, vosotros, coros, ¿cantáis ya el canto de consuelo
que la noche del sepulcro en los labios angélicos vibrara,
dando fe de una nueva alianza?
CORO DE MUJERES.
Con perfumes especiados
habíamoslo embalsamado;[55]
fieles leales de otrora,
¡ay!, sepultárnoslo ahora;
con lienzos, cintas, vendado,
quedó el cuerpo amortajado;
mas ahora no encontramos
a Cristo do lo dejamos.
CORO DE ÁNGELES.
¡Cristo ha resucitado!
Dichoso el amador
que el duro y turbador,
salvífico rigor,
la prueba, ha soportado.
FAUSTO. ¿Por qué venís, poderosos y suaves
sones celestiales, a buscarme entre el polvo?
Resonad allá donde haya hombres blandos.
El mensaje bien lo oigo, mas me falta la fe;
el milagro es el hijo predilecto de la fe.
Mas yo no me atrevo a aspirar a esas esferas
en las que la excelsa noticia resuena;
Y, sin embargo, habituado desde joven a ese sonido,
llámame él ahora de regreso a la vida.
Antaño, el beso del amor celestial a mí descendía
durante la solemne quietud del domingo;
resonaba lleno de promesas el variado repique de campanas
y una oración era el deleite más hondo de mi pecho;
Un incomprensible y dulce anhelo
me empujaba a vagar por bosques y praderas,
y en medio de mil ardientes lágrimas
sentía que me nacía un mundo nuevo.
Esa canción anunciaba los animados juegos juveniles
y la libre dicha de la fiesta de la primavera.
El recuerdo, ahora, con infantiles emociones,
me retiene ante el último y más serio paso.
¡Oh, seguid sonando, dulces canciones celestiales!
Brota una lágrima, ¡de nuevo me recobra la tierra!
CORO DE DISCÍPULOS.
Mientras el sepultado
ha ascendido a la altura,
excelso se ha elevado
con sublime hermosura
y está ya en devenir,
de crear gozoso,
quedamos a sufrir
en la tierra nosotros.
Dejó aquí a los suyos,
abandonados, solos,
llorando sin orgullo,
¡ay, Maestro!, tu gozo.[56]
CORO DE ÁNGELES.
Cristo ha resucitado,
de entre la corrupción.
¡De lo que os ha atado,
libraos con fruición!
Quien con actos lo alaba
y demuestra su amor,
fraterno el pan regala,
predica con valor
prometiendo la dicha:
cerca está del Maestro,
junto a Él tiene ya el puesto.