NOCHE[32]

[En un estrecho aposento gótico, de altas bóvedas, Fausto, desasosegado, sentado ante su pupitre.]

¡Oh, tú, claro de luna llena!,

si alumbraras por última vez mi pena

que tantas veces en plena noche

a este pupitre me trajo a velar:

entonces, asomando entre los libros y los papelotes,

triste amiga mía, tú te aparecías.

¡Ay! ¡Si pudiera a las cumbres de los montes

ir al encuentro de tu amorosa luz,

en torno a las simas montañosas flotar con los espíritus,

en tu penumbra en las praderas vagar

y, liberado de todos los tormentos de la ciencia,

bañarme en tu rocío para sentirme sanar!

¡Ay de mí! ¿Aún estoy en esta prisión?

¡Maldito y sofocante agujero en la pared

por donde hasta la amorosa luz del cielo

turbia se filtra por los pintados vidrios!

Cercado tras este montón de libracos

roídos de gusanos y cubiertos de polvo

y que hasta lo alto de esas altas bóvedas

se alzan tapados con papel ahumado,

rodeado por todas partes de frascos y redomas,

atestado de instrumentos,

lleno de trastos de los antepasados:

éste es tu mundo, ¡y a esto se le llama mundo!

¿Y aún preguntas por qué tu corazón

se te encoge temeroso en el pecho?

¿Por qué un dolor no explicado

te paraliza cualquier impulso vital?

En lugar de la viva naturaleza

en cuyo seno Dios quiso crear a los hombres

te rodea sólo el humo y la podredumbre sólo,

esqueletos de animales y de cadáveres los huesos.

¡Huye! ¡Vamos! ¡Sal fuera al ancho mundo!

¿Y este misterioso libro

del puño y letra del propio Nostradamus[37]

no te resulta acaso compañía bastante?

Conocerás, pues, el curso de los astros,

y si la naturaleza te sabe instruir,

se alzará entonces en ti la fuerza del alma,

igual que un espíritu a otro espíritu le habla.

En vano aquí tu estéril meditar

trata de explicarte los sagrados signos:

pues a mi lado flotáis, vosotros, espíritus,

¡contestadme, si escuchándome estáis!

[Abre el libro y contempla el signo del macrocosmos.]

¡Ah! ¡Qué deleite recorre ante esta visión[38]

de golpe mis sentidos todos!

Siento una sagrada y joven dicha vital

que corre ardiente y nueva por mis nervios y venas.

¿Sería un dios el que trazó este signo

que aplaca el tumulto que en mi interior se agita,

inunda mi pobre corazón de gozo

y con misterioso impulso

las fuerzas de la naturaleza en torno a mí desvela?

¿Soy yo un dios? ¡Todo se me torna claro y liviano!

Contemplo en estos puros rasgos

la activa naturaleza que ante mi alma se muestra.

Sólo ahora entiendo lo que el sabio dice:

«El mundo de los espíritus no está cerrado;

es tu mente la que está cerrada, tu corazón muerto.

¡Arriba, discípulo, sumerge sin fatiga

el pecho terrenal en la luz de la mañana!»

[Contempla el signo.]

¡Cómo todo en el Todo se entreteje,

lo uno en lo otro actúa y vive!

¡Cómo suben y bajan las fuerzas celestiales

y se alcanzan mutuamente los dorados cangilones!

Despidiendo aromas de bendición

bajan cimbreando del cielo a la tierra

y colman el universo todo de armonía.

¡Qué espectáculo! ¡Mas, ay! ¡Sólo un espectáculo!

¿Dónde podré asirte, naturaleza infinita?

¿Y a vosotros, pechos, dónde? Vosotros, manantial de toda vida

de los que pende el cielo y la tierra

y a los que acude el marchito pecho:

vosotros manáis, dais de beber, ¿y yo me consumo así en vano?

[Da la vuelta malhumorado al libro y ve el signo del espíritu de la tierra.]

¡De qué modo tan distinto actúa este signo sobre mí!

Tú, espíritu de la tierra, me estás más cercano.[39]

Ya siento crecer mis fuerzas,

ya ardo, como inflamado por un vino nuevo.

Siento valor para aventurarme en el mundo

y soportar el dolor de la tierra, así como su dicha,

o batirme contra tempestades

sin vacilar cuando sienta el crujir del naufragio.

¡Se cubre el cielo sobre mi cabeza,

la luna esconde su luz

la lámpara se extingue!

¡Se alza un vapor! ¡Rojos rayos se agolpan

en torno a mi cabeza! ¡Noto el soplo de

un escalofrío que baja de la bóveda

y me estremece todo entero!

Lo noto, flotas a mi alrededor, espíritu invocado.

¡Descúbrete!

¡Ah! ¡Qué desgarro siento en mi corazón!

A nuevos sentimientos

todos mis sentidos se abren.

Siento que todo mi corazón a ti se entrega.

¡Has de mostrarte, has de hacerlo! ¡Aunque me cueste la vida!

[Ase el libro y pronuncia misteriosamente el signo del espíritu. Chispea una llama rojiza y el espíritu se le aparece en medio de la llama]

¿A quién entonces?

¡Yo, imagen semejante de la divinidad!

¿Y ni siquiera a ti semejante?[40]

[Llaman a la puerta.]

[Wagner en bata y gorro de dormir, con una lámpara en la mano. Fausto se vuelve de mala gana.]

del que siempre se apega a cosas hueras

y con mano ávida escarba buscando tesoros

y se alegra cuando encuentra lombrices de tierra!

¿Debería resonar aquí una voz semejante

donde recién me rodeaba la plenitud del espíritu?

¡Mas, ay! Que por una vez te doy las gracias

a ti, el más mísero de los mortales.

A la desesperación me arrancaste

que la mente a punto estaba de destrozarme.

¡Ah! La visión fue tan gigantesca

que en verdad debí sentirme a su lado como un enano.

Yo, la imagen semejante de Dios, que ya

se creía tan cerca del espejo de la verdad eterna,

gozando de sí mismo en el resplandor y claridad del cielo

y despojado del hijo de la tierra;

yo, más que un querubín, cuya libre fuerza

ya sentía por las arterias de la naturaleza fluyendo

y, creando, gozaba ya de la vida de los dioses,

tal como mi osada imaginación pretendía: ¡cuán caro he de pagarlo!

Una palabra fulminante bien lejos me ha expulsado.

No debo intentar igualarme a ti:

si poseí la fuerza capaz de atraerte,

sin embargo ninguna tuve para retenerte.

¡En aquel dichoso instante

me sentí a la vez tan pequeño, tan grande!

Tú me has echado hacia atrás cruelmente

hacia el incierto sino humano.

¿Quién me instruirá? ¿Qué tendré que evitar?

¿Debo seguir acaso aquel impulso?

¡Ay! Nuestras propias acciones, tanto como nuestras penas,

son el estorbo que entorpece de nuestras vidas la carrera.

A lo más admirable que jamás pueda concebir el espíritu

se opondrá siempre y cada vez materia más extraña;

y si acaso alcanzamos lo bueno de este mundo

entonces recibirá lo mejor el nombre de locura y de engaño.

Aquellos que nos dieron la vida, los sentimientos sublimes,

helados se quedan en medio de la terrenal confusión.

Si la fantasía, con osado vuelo, generalmente

plena de esperanza hacia lo eterno se extiende,

confórmase no obstante con un pequeño espacio

cuando dicha tras dicha en el remolino del tiempo fracasa.

Anida en seguida el cuidado[50] en los corazones profundos

provocando en ellos penalidades secretas,

meciéndose inquieto y estorbando el placer y la paz;

una y otra vez se pone nuevas máscaras;

tan pronto casa y corte o mujer y niño parece,

tan pronto fuego, agua, puñal o veneno;

tiemblas por todo lo que no llega a tocarte

y te pasas la vida llorando por lo que nunca perdiste.

¡No! ¡No me asemejo a los dioses! Demasiado hondo lo siento;

al gusano que se remueve entre el polvo me asemejo,

al que, pues vive en el polvo buscando su alimento,

aniquila y entierra la pisada del viajero.

¿No es acaso polvo, ese alto muro

con cien estantes que aquí me aprisiona?

¿Todo este barullo que con sus mil baratijas

me empuja hacia este mundo de polillas?

¿Y es aquí donde debo encontrar lo que me falta?

¿Tendré que leer tal vez en estos miles de libros

que por doquiera el hombre se atormenta

y que de cuando en cuando ha habido algún dichoso?

¿Qué me quiere decir tu sonrisa, vacía calavera,

sino que tu cerebro, como el mío, antaño confuso,

buscó la levedad del día, mas entre las sombras pesadas,

fue lastimosamente errando en pos de la verdad?

Vosotros, instrumentos, ya sé que me hacéis burla

con ruedas y engranajes, cilindros y ángulos:

yo estaba ante la puerta y debíais ser vosotros mi llave;

mas aunque tenéis la barba erizada, no podéis levantar el cerrojo.

Enigmática a plena luz del día

la naturaleza no se deja despojar de su velo

y lo que ella no quiera revelarle a tu espíritu

no se lo sacarás con palancas ni con tuercas.

¡Viejos trastos que yo nunca usé

estáis sólo aquí porque os usaba mi padre!

Tú, viejo pergamino, te has ido ahumando todo

mientras ardía la macilenta lámpara sobre mi pupitre.

¡Cuánto mejor hubiera yo disipado lo poco que tenía

en lugar de sudar aquí cargado con ese poco!

Lo que de tus padres hayas heredado

gánatelo, si quieres poseerlo.

Lo que uno no usa, es una pesada carga:

sólo puede ser útil lo que el instante procura.

Mas ¿por qué se queda mi mirada adherida a ese punto?

¿Es aquel frasquito un imán para mis ojos?

¿Por qué de pronto todo me parece amable y claro

como cuando en nocturno bosque nos rodea el resplandor de la luna?

¡Yo te saludo, frasco singular,

que con unción bajo ahora de su lugar!

En ti venero el ingenio humano y el arte.

Tú, compendio de los mejores filtros soporíferos,

tú, extracto de todas las sutiles fuerzas mortíferas,[51]

¡concédele a tu dueño tus favores!

Cuando te miro, se alivia mi dolor,

cuando te toco, disminuye mi ansiedad,

de la corriente de mi espíritu va bajando poco a poco la marea,

me veo transportado a alta mar,

el espejo de las olas a mis pies resplandece,

un nuevo día me atrae hacia orillas nuevas.

¡Un carro de fuego[52] flotando con alas ligeras

hacia mí ya se acerca! Me siento dispuesto

a atravesar el éter por una órbita nueva,

hacia nuevas esferas de pura actividad.

Esta vida sublime, esta delicia de dioses,

¿acaso tú, aún no más que un gusano, la mereces?

Sí, ¡basta con que al amable sol terrestre

le vuelvas resuelto tus espaldas!

¡Atrévete a forzar las puertas

ante las que todos prefieren pasar furtivos de largo!

Ha llegado la hora de demostrar con hechos

que la dignidad del hombre ante las cumbres de los dioses no cede,

de no temblar frente a esas oscuras simas

en las que la fantasía se condena a sus propios tormentos,

de aspirar a aquel pasadizo

en torno a cuya estrecha boca arde el infierno entero;

de decidirse sereno a dar ese paso

aun con el riesgo de diluirse en la nada.

¡Ven acá, oh puro cuenco cristalino!

¡Sal fuera de tu vieja funda

en la que no pensé en tantos años!

Tú brillaste en las alegres fiestas de mis padres,

a los más serios invitados regocijaste

cuando de uno a otro te iban pasando.

La lujosa riqueza de tus muchas imágenes artísticas,

el deber del que bebía de explicarlas en versos rimados

mientras apuraba tu cuenco de un solo trago,

me recuerdan a más de una noche de mi juventud.

Ahora no te pasaré a ningún vecino,

mi ingenio con tu arte no he de mostrar.

Aquí tengo un licor que embriaga muy pronto;

con sus oscuras ondas colmará tu hueco.

¡El que yo he preparado y que yo mismo escojo,

este postrer trago, que sea ahora con toda el alma

un solemne y supremo saludo que le brindo yo al alba!

[Se lleva la copa a la boca.]

[Repique de campanas y cantos corales.][53]

Fausto
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