JARDÍN DE RECREO
[Sol matinal.
El emperador, cortesanos. Fausto, Mefistófeles, vestidos muy dignamente y nada llamativos, de acuerdo con la costumbre del momento; ambos arrodillados.]
FAUSTO. ¿Perdonas, Señor, los trucos mágicos con las llamas?
EL EMPERADOR [haciendo señal de que se levanten].
Mucho me complacen ese tipo de juegos.
De pronto me vi en un círculo ardiente
y casi me sentí como si fuera Plutón.
Un abismo rocoso de noche y carbones
ardía en llamaradas. De esta y aquella sima
salían en remolinos miles de salvajes llamas
cuyas vibrantes lenguas una bóveda formaban.
Se alzaban construyendo el más alto pináculo,
que una y otra vez se hacía y se desvanecía.
A lo lejos, en medio de retorcidas columnas de fuego,
veía moverse largas hileras de gentes del pueblo
que presurosos se acercaban en un amplio círculo
y, como siempre lo han hecho, me rendían pleitesía.
Reconocí a más de un personaje de mi corte;
me sentía cual príncipe de mil salamandras.[341]
MEFISTÓFELES.
¡Y eso eres, Señor! Pues todo elemento
reconoce la Majestad como absoluta.
Ya has experimentado la obediencia del fuego;
arrójate al mar, a donde ruge más salvaje,
y apenas pises el fondo cubierto de perlas
se formará un magnífico redondel ondulante;
verás subir y bajar oscilantes ondas verde claro
orladas de púrpura, a modo de suntuosa vivienda
oscilando en torno a tu punto central. A cada paso
que tú des, contigo irán los palacios.
Hasta las paredes gozan de vida animada
con bullicio de veloz saeta, impulsadas atrás y adelante.
Los monstruos marinos se agolpan para ver la nueva aparición
se lanzan contra ella y ninguno puede entrar.
Allí juegan coloridos dragones con escamas de oro,
abre la boca el tiburón y tú te ríes en sus fauces.
Por mucho que tu actual corte en torno a ti se afane,
nunca habrás contemplado semejante tumulto.
Mas no estarás separado de lo más amoroso:
se acercaran curiosas nereidas[342]
a la preciosa mansión del frescor eterno,
las más jóvenes, tímidas y voluptuosas como peces,
las mayores, prudentes. Tetis[343] ya sabe esto
y al segundo Peleo ofrece mano y boca.
En cuanto al trono en las regiones del Olimpo…
EL EMPERADOR.
De las regiones aéreas te eximo;
demasiado pronto se sube a ese trono.
MEFISTÓFELES.
Y, ¡oh, excelso Señor! La tierra ya la tienes.
EL EMPERADOR.
¿Qué buena fortuna te ha traído aquí,
directamente desde las Mil y Una Noches?
Si en fecundidad igualas a Scherezade,[344]
te prometo el mayor de los favores.
Estate siempre preparado, para cuando vuestro mundo cotidiano
como a menudo me ocurre, me repugne en el más alto grado.
EL SENESCAL [entrando presuroso].
Majestad, nunca en toda mi vida
hubiera creído poder anunciar mayor fortuna
que esta que hoy tanto me alegra
invadiéndome de gozo en tu presencia:
cuenta tras cuenta, todas se han saldado,
las garras de los usureros se han aplacado,
libre estoy de esos padecimientos infernales,
ni en el cielo se podría sentir mayor felicidad.
EL GENERAL DE LOS EJÉRCITOS [que le sigue presuroso].
La soldada a cuenta ya está liquidada,[345]
todo el ejército se ha reenganchado,
el lansquenete se siente lleno de sangre nueva
y el posadero y las chicas se dan la gran vida.
EL EMPERADOR.
¡Cómo respira vuestro pecho dilatado!
¡Cómo se alegra vuestro rostro ceñudo!
¡Con cuánta prisa habéis entrado!
EL TESORERO [que se acerca].
Pregunta a éstos, que han hecho la obra.
FAUSTO.
Es al canciller a quien corresponde exponer el asunto.
EL CANCILLER [que se acerca lentamente].
Colmado de fortuna en mis viejos días.
Oíd y mirad la providencial hoja
que todo mal en bien ha mudado.
[Lee:] «Se hace saber a quien lo desee:
el presente papel vale mil coronas.[346]
Como garantía cierta, le sirven de seguro
innumerables bienes enterrados en el imperio.
Se ha dispuesto que, una vez extraído,
el rico tesoro sirva como reintegro».
EL EMPERADOR.
Intuyo una estafa, un fraude monstruoso.
¿Quién ha falsificado aquí la firma del emperador?
¿Semejante crimen ha quedado impune?
TESORERO.
¡Recuérdalo! Tú mismo lo has firmado
esta misma noche. Estabas vestido de gran Pan
y el canciller, al que acompañábamos, así te habló:
«Garantiza para ti el mayor deleite en esta fiesta
así como el bien del pueblo con unos pocos trazos de pluma».
Limpiamente los trazaste y luego durante la noche
unos hechiceros rápido y a millares los reprodujeron.
Para que el beneficio a todos aproveche por igual,
estampamos en el acto la serie entera:
de diez, treinta, cincuenta, de cien, listos están todos.
No podéis imaginar cuánto bien le ha hecho al pueblo.
Mirad vuestra ciudad: antes estaba medio podrida en muerte;
ahora todo vive y bulle disfrutando el placer.
Aunque tu nombre ha tiempo que hace la dicha del mundo,
nunca se le consideró de modo tan amistoso.
El alfabeto ahora ya está de más,
pues con este signo cada cual es dichoso.[347]
EL EMPERADOR.
¿Y a mi gente eso les vale como oro bueno?
¿Al ejército, a la corte, les basta como paga entera?
Por mucho que me asombre, tengo que admitirlo.
EL SENESCAL.
Sería imposible atrapar a las fugitivas;
con la rapidez del rayo entraron en circulación y se dispersaron.
Los bancos de cambio abren sus puertas de par en par:
allí se le rinde honores a cada hojita
mediante oro y plata, aunque con rebaja.
De allí se va al carnicero, panadero o tabernero;
medio mundo parece pensar sólo en darse banquetes
mientras el otro medio presume con vestidos nuevos.
El tendero corta, el sastre cose.
Al grito de ¡viva el emperador! chorrean las bodegas
y también se guisa, se asa y los platos tintinean.
MEFISTÓFELES.
El que por las terrazas solitario pasea
descubre a la más bella, magníficamente ataviada,
un ojo oculto tras el soberbio abanico de pavo;
nos sonríe mientras su mirada sigue esos billetes,
y mucho más rápido que con ingenio y elocuencia
se consigue el más rico favor amoroso.
Se acabó el fastidio de la bolsa y el talego,
una hojita fácilmente se lleva en el seno y
allí forma buena pareja con una cartita de amor.
El sacerdote la lleva piadosamente en su breviario
y el soldado, para poder volverse más aprisa,
presto se deshace del cinto que lleva en los riñones.
Perdone Su Majestad si a tales pequeneces
parece que rebajo la gran obra.
FAUSTO.
La abundancia de tesoros que, rígidos y helados,
en tus territorios esperan profundamente enterrados,
yace inutilizada. El pensamiento más vasto
resulta penosamente limitado para tal riqueza;
la fantasía, en su más alto vuelo,
se esfuerza pero nunca es bastante.
Mas los espíritus dignos de mirar lo profundo
adquieren una ilimitada confianza en lo ilimitado.
MEFISTÓFELES.
En lugar de oro y perlas, un papel como éste
¡es tan cómodo!, pues sabe uno lo que tiene;
ya no hay que andar primero con regateos ni cambios,
a placer puede uno emborracharse de amor y de vino,
si se quiere metálico, hay un cambista dispuesto,
y si no lo hay, pues se cava un momento.
Copas y cadenas se sacan a subasta,
y el papel, amortizado en el acto,
avergüenza al que duda e insolente se burla.
Una vez acostumbrado, ya no quiere uno otra cosa.
Así que a partir de ahora, en todas las tierras imperiales,
habrá reserva abundante de oro, de papel y de joyas.
EL EMPERADOR.
Esta alta merced os debe nuestro Imperio;
sea, si es posible, igual al servicio mi premio.
Que os sea confiado el oculto suelo del reino,
pues de los tesoros sois los más dignos custodios.
Vosotros conocéis el vasto y bien guardado botín,
y si se excava, que por vuestro mandato se haga solo.
Concertaos pues, señores de nuestros tesoros;
cumplid las dignidades de vuestro puesto gustosos,
ya que en ella, en matrimonio dichoso,
se reúnen el mundo de arriba y el tenebroso.
EL TESORERO.
Entre nosotros no habrá de surgir rencilla alguna,
acepto con agrado como colega al mago.
EL EMPERADOR.
Si ahora gratifico en la corte uno a uno,
que me confiese en qué va a utilizarlo.
UN PAJE [recibiendo lo suyo].
Yo viviré contento, alegre, divertido.
OTRO PAJE [igual].
Le compraré en el acto a mi novia cadenas y anillos.
EL CHAMBELÁN[348] [recibiendo lo suyo].
A partir de ahora beberé el doble de botellas mejores.
OTRO [igual].
Los dados ya me hacen cosquillas en el bolsillo.
EL SEÑOR DE UNA MESNADA[349] [reflexivamente].
Libraré de deudas mis tierras y mi castillo.
OTRO SEÑOR [igual].
Es un tesoro, lo juntaré con otros tesoros.
EL EMPERADOR.
Esperaba ver coraje y deseo de nuevas empresas,
pero el que os conoce, fácilmente os predice.
Bien lo veo: si ahora los tesoros están floreciendo,
tal como erais antes ahora seguís siendo.
EL BUFÓN[350] [entrando].
Estáis distribuyendo dádivas, concededme también alguna.
EL EMPERADOR.
Y si resucitas de nuevo, otra vez lo gastarás en bebida.
EL BUFÓN.
¡Los billetes mágicos! No lo entiendo bien.
EL EMPERADOR.
Bien lo creo, pues los has de usar mal.
EL BUFÓN.
Ahí caen más. No sé qué me hago.
EL EMPERADOR.
Cógelos sin más; te han caído a ti. [Sale.]
EL BUFÓN.
¡Según esto, tengo en mis manos cinco mil coronas!
MEFISTÓFELES.
¿Otra vez resucitado, odre con dos piernas?
EL BUFÓN.
Me ocurre a menudo, aunque no tan bien como ahora.
MEFISTÓFELES.
Te alegras tanto que te inunda el sudor.
EL BUFÓN.
Fíjate en esto. ¿De verdad que tiene valor de moneda?
MEFISTÓFELES.
Con eso tendrás lo que apetecen tu garganta y tu vientre.
EL BUFÓN.
¿Y puedo comprar tierra, casa y ganado?
MEFISTÓFELES.
¡Por supuesto! Tú ofrécelo, que esto nunca falla.
EL BUFÓN.
¿Y castillo con bosque y caza y río truchero?
MEFISTÓFELES. ¡A fe mía!
¡Mucho me gustaría verte convertido en un señor formal!
EL BUFÓN.
Esta misma noche me solazaré en mis propiedades. [Sale.]