SALA DE LOS CABALLEROS[367]
[Escasa iluminación.
El emperador y la corte ya han entrado.]
HERALDO.
Mi antigua tarea de anunciar el espectáculo
se ha visto menguada por la secreta presencia de los espíritus;
en vano trato, mediante causas comprensibles,
de explicar su confuso proceder.
Ya están al alcance butacas y sillas,
ya sientan al emperador justo ante el muro;
desde allí puede contemplar con la mayor comodidad
las batallas de grandes épocas pintadas en los tapices.
Ya están todos sentados en círculo, el soberano y la corte,
los bancos están apiñados en la parte del fondo;
también el amante, en estos oscuros instantes de espectros,
ha encontrado dulce lugar al lado de la amada.
Y, puesto que todos han ocupado ordenadamente en sus sitios,
ya estamos dispuestos, ¡que vengan los espectros!
[Trompetas.]
EL ASTRÓLOGO.
¡Que el drama comience en el acto su curso!
El soberano lo ordena: ¡que se abran las paredes!
Ya nada entorpece, pues la magia está operando:
desaparecen los tapices como arrollados por un fuego;
se escinde en dos el muro, voltea sobre sí mismo,
es como si emergiera un profundo teatro
y nos alumbrara misterioso un resplandor;
en cuanto a mí, me toca subir al proscenio.
MEFISTÓFELES [que emerge del nicho del apuntador].
Desde aquí confío ganarme el favor general,
el arte de oratoria del diablo consiste en soplar ideas.
[Al astrólogo.]
Tú ya sabes el compás por el que se rigen los astros
Y comprenderás magistralmente mis susurros.
EL ASTRÓLOGO.
Por la fuerza del prodigio aparece aquí ante la vista
el edificio de un templo clásico de importantes proporciones.
Semejantes a Atlas,[368] que en su día el cielo sostenía,
álzanse también numerosas hileras de estatuas;
bastarán sin duda para sujetar esa mole de piedra,
puesto que con dos ya se aguanta una gran construcción.
EL ARQUITECTO.
¡Y dicen que eso es clásico![369] No sabría yo apreciarlo,
yo lo llamaría recargado y pesado.
Llaman noble a lo basto, grandioso a lo grosero.
Delgadas agujas que se alzan sin límites es lo que me gusta;
el cénit de arcos apuntados eleva el espíritu;
una construcción tal es la que más nos edifica.
EL ASTRÓLOGO.
Recibid con respeto las horas concedidas por los astros;
que la razón quede atada por la mágica palabra;
por contra, que libre y ampliamente se mueva
la magnífica y audaz fantasía.
Contemplad ahora con vuestros ojos lo que osados anheláis;
es cosa imposible y por eso digna de ser creída.
[Fausto sale al proscenio subiendo por el otro lado.]
Vestido de sacerdote, coronado, un hombre prodigioso
llevará ahora a cabo lo que decidido comenzó.
Con él sale un trípode del fondo de una caverna,
ya adivino el aroma a incienso que sale del brasero.[370]
Se dispone a bendecir la obra grandiosa;
a partir de ahora sólo podrá acontecer algo dichoso.
FAUSTO [grandioso].
En vuestro nombre, Madres, que reináis
en lo ilimitado y vivís eternamente solas
a la par que acompañadas. Rodean vuestra cabeza
las imágenes de la vida, moviéndose sin vida;
lo que ya una vez fuera, en todo su brillo y esplendor,
allí se mueve, pues quiere ser eterno.
Y vosotras lo repartís, omnipotentes fuerzas,
para la carpa del día o la bóveda de las noches.
A unas las atrapa la sublime carrera de la vida,
a las otras las anda buscando el mago audaz;
con la más rica prodigalidad y lleno de confianza permite
que cada cual contemple lo que desea, lo más admirable.
EL ASTRÓLOGO.
En cuanto la llave incandescente toca el brasero,
una niebla espesa cubre en el acto la sala;
dentro se cuela, ondula como hacen las nubes,
se extiende, apelotona, se lía, se divide, se junta.
¡Y, ahora, contemplad una obra maestra de los espíritus!
Tan pronto caminan, hacen música,
de esos aéreos tonos emana un no sé qué
y tan pronto se mueven, todo se torna melodía.
Suenan tanto las columnas como el triglifo[371]
y hasta creo que canta todo el templo.[372]
La niebla desciende, del liviano velo
emerge al compás un bello efebo.
Aquí termina mi función, no necesito nombrarlo:
¡quién no conocería al gentil Paris!
[Paris emerge.]
UNA DAMA.
¡Oh! ¡Cómo resplandece su floreciente vigor juvenil!
OTRA.
¡Fresco y jugoso como un melocotón!
TERCERA DAMA.
¡Qué labios dulcemente abombados y de fino trazo!
CUARTA.
¿A que te gustaría libar de semejante copa?
QUINTA.
Ciertamente es guapo, aunque no precisamente fino.
SEXTA.
Podría tener un poquito más de distinción.
UN CABALLERO.
Me huele a zagal de pastor por los cuatro costados,
nada de príncipe y nada de modales cortesanos.
OTRO.
¡Bueno! Medio desnudo la verdad es que el chico es bello,
pero antes habría que verle metido en una armadura.
UNA DAMA.
Se sienta blandamente, de modo amable.
EL CABALLERO.
¿Supongo que estaríais muy cómoda sobre sus rodillas?
OTRA.
¡Apoya su brazo tan tiernamente sobre su cabeza![373]
CHAMBELÁN.
¡Qué paleto! ¡No creo yo que eso esté permitido!
LA DAMA.
Vosotros, los hombres, a todo le ponéis falta.
EL ANTERIOR.
¡Repantingarse de ese modo en presencia del emperador!
LA DAMA.
¡Sólo está actuando! Cree estar solo.
EL MISMO.
Hasta la propia actuación debe seguir aquí la etiqueta.
LA DAMA.
El sueño ha ganado dulcemente al hermoso muchacho.
EL ANTERIOR.
¡Ahora se pondrá a roncar! ¡Es lo natural, lo que faltaba!
UNA JOVEN DAMA [encantada].
¿Qué huele mezclado con el aroma de incienso
que me refresca el alma hasta lo más hondo?
OTRA DAMA MAYOR.
¡Es verdad! Un hálito penetra hasta dentro del alma,
y brota de él.
LA DAMA MAYOR DE TODAS. Es la flor del crecimiento,
en este joven igual a la ambrosia,
que se extiende por toda la atmósfera.
[Aparece Helena.]
MEFISTÓFELES.
¡Así que es ésta! ¡Pues con ésta yo estoy tranquilo;
puede que sea guapa, pero a mí no me dice nada.
EL ASTRÓLOGO.
En esta ocasión yo nada más puedo hacer,
como hombre de honor lo confieso y reconozco.
¡La bella aparece y ni aunque tuviera lenguas de fuego![374]
La belleza desde siempre fue muy celebrada;
a quien se aparece, se encuentra enajenado,
y a quien pertenece, es en alto grado afortunado.
FAUSTO.
¿Y aún tengo ojos?[375] ¿Se muestra hondamente en mi mente
la fuente de la belleza vertida a puro chorro?
Mi espantoso viaje ha obtenido la ganancia más dichosa.
¡La nada me parecía el mundo y cuán cerrado!
¿Y en qué se ha convertido ahora, desde mi sacerdocio?
Sólo ahora deseable, con fundamento, duradero.
¡Que la fuerza del aliento vital me abandone
si alguna vez yo de ti me hastío!
La hermosa figura que un día ya me encantara
y en un mágico reflejo de dicha me colmara[376]
no era sino pálida sombra de semejante belleza!
¡A ti consagro el impulso de todas las fuerzas,
mi pasión más ardorosa,
mi inclinación, amor, adoración y locura!
MEFISTÓFELES [desde su nicho de apuntador].
¡Reportaos y no os salgáis de vuestro papel!
LA DAMA ALGO MAYOR.
Esbelta, de hermosa figura, pero la cabeza demasiado pequeña.
LA MÁS JOVEN.
¡Y mirad los pies! ¡No pueden ser más bastos!
EL DIPLOMÁTICO.
Ya he visto princesas de este tipo.
A mí me parece hermosa de la cabeza a los pies.
UN CORTESANO.
Se aproxima al dormido con dulce cautela.
LA DAMA.
¡Qué fea al lado de esa imagen de pura juventud!
EL POETA.
Está iluminado por la belleza que ella irradia.
LA DAMA.
¡Endimión y Luna! ¡Es como una pintura![377]
EL MISMO.
¡Eso es! La diosa parece descender;
se inclina sobre él para beber su aliento.
¡Qué envidia! ¡Un beso! La medida está colmada.
UNA DUEÑA.[378]
¡Delante de todos! ¡Eso ya es demasiado!
FAUSTO.
¡Terrible favor para el muchacho!
MEFISTÓFELES.¡Quietos! ¡Silencio!
Dejad que el fantasma haga lo que quiera.
EL CORTESANO.
Se esquiva con pie ligero; él despierta.
LA DAMA.
¡Y ella vuelve la cabeza! Lo que yo me pensaba.
EL CORTESANO.
¡Él está admirado! Es un prodigio lo que le ocurre.
LA DAMA.
Para ella no hay prodigio en lo que ven sus ojos.
EL CORTESANO.
Se gira hacia él con toda dignidad.
LA DAMA.
Ya me doy cuenta: le alecciona como a un aprendiz.
En estos casos todos los hombres son necios,
seguro que éste también se cree que es el primero.
EL CABALLERO.
¡No dudéis de su valía! ¡Es fina y majestuosa!
LA DAMA.
¡Una ramera! ¡Yo a eso lo llamo una vulgaridad!
EL PAJE.
¡Cómo me gustaría estar en el lugar del muchacho!
EL CORTESANO.
¿Quién no se dejaría atrapar en una red semejante?
LA DAMA.
La joya ya ha pasado por unas cuantas manos
y también el baño de oro está bastante gastado.
OTRA.
Desde los diez años ya no vale nada.[379]
EL CABALLERO.
Si hay ocasión cada cual se reserva lo mejor;
ya me quedaría yo con estas bellas sobras.
EL ERUDITO.
La veo con toda claridad, mas debo confesar sinceramente
que tengo mis dudas sobre si es la auténtica.
La presencia nos induce a la exageración
y yo me atengo ante todo a lo escrito
en donde leo que, en efecto, a todas las
barbas canas de Troya gustó de modo extraordinario;
y creo que coincide a la perfección con lo que aquí pasa:
yo no soy joven y sin embargo me gusta.
EL ASTRÓLOGO.
¡Ya no es un muchacho! Es un audaz guerrero
que la apresa sin que ella apenas pueda defenderse.
Con fuerte brazo la levanta del suelo:
¿la estará raptando?
FAUSTO. ¡Loco atrevido!
¿Osas hacerlo? ¿No me oyes? ¡Alto! ¡Esto es demasiado!
MEFISTÓFELES.
¡Pero si eres tú el que ha creado esta fantasmagoría!
EL ASTRÓLOGO.
¡Una última palabra! Después de todo lo ocurrido,
titulo esta pieza El rapto de Helena.
FAUSTO.
¿Cómo que rapto? ¿Acaso no estoy yo aquí para algo?
¿No tengo esta llave en mi mano?
Me ha conducido a través del horror, el oleaje y las ondas
de las soledades hasta aquí, a playa segura.
¡Aquí tengo pie firme! Aquí hay realidades tangibles.
Desde aquí el espíritu puede combatir con los espíritus
y ganarse el doble y grandioso reino.
¡Tan lejos como ella estaba y no puede estar más cerca!
La salvo y es dos veces mía.
¡Debo atreverme! ¡Madres, madres! ¡Debéis concedérmelo!
Quien la ha conocido no puede pasarse sin ella.
EL ASTRÓLOGO.
¡Qué haces, Fausto! ¡Fausto! Con violencia
la agarra y su figura se torna borrosa.
Dirige la llave contra el muchacho,
le toca. ¡Ay de nosotros, ay! ¡Ya ha ocurrido!
[Una explosión. Fausto yace en el suelo. Las sombras se evaporan en humo.]
MEFISTÓFELES [cargando con Fausto sobre sus hombros].
¡Ahí lo tenéis! Cargar con locos
acaba perjudicando hasta al mismo diablo.
[Tinieblas. Tumulto.]