ANTE LA PUERTA DE LA CIUDAD[57]
[Salen de la ciudad paseantes de todas las clases.]
UNOS OFICIALES ARTESANOS. ¿Por qué salís por ahí?
OTROS. Vamos ahí fuera, a la Casa del Cazador.[58]
LOS PRIMEROS. Pues nosotros vamos de caminata hasta el molino.
UNO DE LOS OFICIALES ARTESANOS.
Yo os aconsejo que vayáis a la Venta del Estanque.[59]
UN SEGUNDO ARTESANO. El camino hacia allí no está nada bueno.
LOS SEGUNDOS. Y tú, ¿qué piensas hacer?
UN TERCERO. Yo voy con los demás.
CUARTO. Subid hasta Burgdorf,[60] seguro que allí encontráis
las más bonitas muchachas y la mejor cerveza,
junto con peleas de la mejor clase.
QUINTO. Eres un juerguista camarada,
¿ya te hormiguea el cuerpo por tercera vez?
A mí no me apetece ir, me horroriza el lugar.
CHICA DE SERVICIO. ¡No, no! ¡Me vuelvo a la ciudad!
OTRAS. ¡Seguro que nos espera plantado bajo esos álamos!
LA PRIMERA. Pues no es mucha suerte para mí.
Estará todo el tiempo a tu lado
y sólo bailará contigo en la explanada.
¿Qué me importan a mí tus alegrías?
LA OTRA. Seguro que hoy no está solo;
me dijo que el rizadito vendría con él.
UN ESTUDIANTE. ¡Caramba! ¡Cómo corren esas mozas!
¡Ven, hermano!, tenemos que acompañarlas.
Un poco de cerveza fuerte, algo de tabaco picante
y una criadita bien peripuesta, eso es lo que a mí me gusta.
UNA SEÑORITA BURGUESA. ¡Mira tú qué chicos tan guapos!
Es una auténtica vergüenza.
Pudiendo tener la mejor compañía
corren tras esas sirvientas.
EL SEGUNDO ESTUDIANTE [al primero].
¡No tan rápido! Ahí atrás vienen otras dos,
están muy bien trajeadas
y una de ellas es mi vecina;
me tira a mí mucho esa chica.
Ante la puerta de la ciudad
Van caminando a su paso tranquilo
pero al final nos acabarán alcanzando.
EL PRIMERO. ¡No, hermano! No me gusta andar con pamemas.
¡Deprisa! Que no se nos escape la presa.
La mano que el sábado maneja la escoba
es la que mejor te acaricia el domingo.
UN BURGUÉS. ¡No, no me gusta el nuevo alcalde!
Desde que lo es, se vuelve cada día más impertinente.
Y para la ciudad ¿qué hace?
¿No es peor cada día?
Tenemos que obedecer mucho más que antes
y pagar más que nunca en la vida.
UN MENDIGO [canta].
Buenos señores, hermosas damas,
bien vestidos, de caras rosadas,
que os dignéis mirarme os ruego,
que veáis y aliviéis mi duelo.
Que no suene el organillo en vano;
sólo es feliz quien hace regalos.
Un día que celebra todo el mundo,
sea pues para mí también fecundo.
OTRO BURGUÉS.
No conozco nada mejor los domingos y días festivos
que una charla sobre la guerra y los clamores de guerra.
Cuando allá lejos, en Turquía,
los pueblos se matan entre ellos,
uno se queda en su ventana bebiendo una copita
y mira cómo bajan río abajo los alegres barquichuelos.
Entonces vuelve uno contento a casa por la noche
y bendice la paz y los tiempos de paz.
TERCER BURGUÉS.
¡Bien dicho, señor vecino! Eso mismo dejo yo que ocurra:
que se partan la cabeza si les place,
que ande todo tan revuelto como quiera,
pero que en casa siga todo como antes.
UNA VIEJA [a las señoritas burguesas].
¡Uy, qué compuestas! ¡La hermosa sangre joven!
¿Quién no se prendará de vosotras?
¡No tanto orgullo! ¡Ya está bien!
Que lo que deseáis bien sabría yo procuraros.
Ante la puerta de la dudad
SEÑORITA BURGUESA. ¡Ágata, vámonos! Yo me cuido muy mucho
de que me vean en público con una de estas brujas;
aunque es verdad que la noche de San Andrés[61]
a mi futuro enamorado me hizo ver.
LA OTRA. A mí me lo mostró en el cristal[62]
con aire de soldado y con otros cuantos matones;
ando siempre en torno mirando, lo busco por doquier,
mas no me quiere salir al encuentro.
SOLDADOS.
Castillos con altas
murallas y almenas,
altivas muchachas
con todos severas
conquistas y ganas.
Audaz es la empresa,
excelsas las arras,
y suenan trompetas
y a su son te lanzas,
a la fiesta buena
como a la matanza.
¡Y qué buen asalto!
¡Qué vida, qué encanto!
Castillos, muchachas,
todo a ti se entrega.
Audaz es la empresa
excelsas las arras.
Después los soldados
se van a otro lado.
[Fausto y Wagner.]
FAUSTO. Libres están ya del hielo el río y los arroyos
gracias a la dulce y vivificante mirada de la primavera;
en el valle reverdece la dicha de la esperanza,
el viejo invierno, decrépito y débil,
ya se ha retirado a las rudas montañas.
Desde allí, y en su huida, sólo es capaz de enviar
impotentes aguaceros de hielo granizado
que caen en estrías sobre el suelo que verdea.
Mas el sol no tolera nada blanco,
por doquier bullen formación y esfuerzo,
pues todo lo quiere animar con colores;
y si es que en el cuadro faltan flores
pone en su lugar a gente adornada.
¡Date la vuelta, para que desde estas alturas
puedas ver lo que en la ciudad pasa!
Por la gran puerta, hueca y oscura,
sale en tropel un abigarrado tumulto.
Hoy tiene ganas de tomar el sol todo el mundo.
Celebran la resurrección del Señor,
porque ellos mismos han resucitado y salido
de entre los lóbregos cuartos de sus casuchas,
de la atadura de sus negocios y talleres,
de la opresión de techos y tejados,
de la estrechez aplastante de los callejones,
de la noche venerable de las iglesias:
porque todos a la luz han salido.
¡Mira, mira! ¡Qué aprisa la gente
por los campos y jardines se dispersa,
cómo el río, a lo ancho y a lo largo,
unas cuantas barcas alegres se lleva,
y cómo cargada hasta hundirse casi
esta última lancha ya se aleja!
Hasta de los lejanos senderos de la montaña
nos llegan destellos de los trajes de colores.
Ya estoy oyendo el barullo de la aldea,
aquí está el auténtico cielo del pueblo,
grandes y chicos gritan de contento;
aquí soy un hombre, aquí me dejan serlo.
WAGNER. Pasear con vos, señor doctor,
no es sólo un honor, sino una ganancia;
mas por aquí yo solo no me aventuraría
pues soy enemigo de toda zafiedad.
Los violines, los gritos, el ruido de los bolos
son un sonido que aborrezco de veras:
como poseídos por el demonio arman, vociferan,
y a eso lo llaman cantar y lo llaman alegría.
Ante la puerta de la ciudad
Ante la puerta de la ciudad
CAMPESINOS BAJO EL TILO.
[Baile y canto.]
Para la danza se engalanó el pastor
cintas, guirnalda y zamarra de color,
bailaba luciendo su adorno mejor.
Debajo del tilo ya todos danzaban,
locos de contento giraban, volaban.
¡Alegría, alegría!
¡Lará, lará, la, la, alegría!
Al compás del violín y la chirimía.
Con prisas, a golpes, se mete en la ronda,
contra una chica torpemente se choca
y con su codo en la cintura le toca;
la alegre muchacha la vuelta se daba:
no seas tan patán, le dice muy enojada.
¡Alegría, alegría!
¡Lará, lará, la, la, alegría!
Sé más educado, menos grosería.
Mas la ronda veloz giraba, danzaba,
a derecha, a izquierda, sin parar rodaba,
y todas las faldas subían, volaban.
Ya están todos rojos, ya se han calentado
ya toman resuello sin soltarse el brazo.
¡Alegría, alegría!
¡Lará, lará, la, la, alegría!
Mi codo en tus caderas yo bien pondría.
¡Tanta confianza yo no te he dado!
¡Muchos a sus novias así han engañado!
Con muchas mentiras se han aprovechado.
Mas él con zalemas aparte la lleva
y desde el tilo los cantos les llegan.
¡Alegría, alegría!
¡Lará, lará, la, la, alegría!
Al compás del violín y la chirimía.
VIEJO CAMPESINO. Señor doctor, es muy gentil por vuestra parte
que no nos despreciéis en un día tan importante,
y que en medio de todo este gentío
os dignéis caminar a pesar de ser tan sabio.
Tomad, pues, la jarra más hermosa
que hemos rellenado con fresca bebida,
yo os la acercaré y desearé en voz alta
que no sólo sirva para saciar vuestra sed,
sino que en tantas gotas como ella alberga
se alarguen los días de vuestra cuenta.
FAUSTO. Tomaré gustoso la refrescante bebida
y a mi vez os deseo salud y mil gracias.
[El pueblo hace corro a su alrededor:]
VIEJO CAMPESINO. Me parece muy bien, ciertamente,
que aparezcáis un día que es de alegría,
pues que otras veces os habéis presentado
para remediarnos en los días aciagos.
Hay más de uno que anda por aquí aún vivo
a quien vuestro padre en sus últimos tiempos
consiguió arrancar de una fiebre virulenta,
cuando supo ponerle coto a la peste.
Y también vos, entonces, siendo aún joven
ibais a visitar a casa a todos los pacientes
y aunque se llevaban a diario los muertos,
vos siempre sano y salvo salisteis,
y a muy duras pruebas resististeis;[63]
al salvador salvó el Salvador de arriba.
TODOS. ¡Salud al hombre probado
y que pueda aún salvar tiempo largo!
FAUSTO. Postraos ante Aquél de allá arriba
que enseña a salvar y salvación envía.
[Se aleja con Wagner.]
WAGNER. ¡Qué sentimiento te debe inundar, oh, gran hombre,
al verte tan honrado por toda esta gente!
¡Dichoso aquel que de sus talentos
tantas ventajas puede sacar!
El padre te enseña a su chico,
todos te preguntan, se atropellan y apresuran,
el violín enmudece y la danza se detiene.
Tú caminas y ellos se abren en filas,
vuelan las gorras por los aires
Ante la puerta de la ciudad
y falta poco para que se pongan de rodillas
como si pasara el mismísimo Sacramento.
FAUSTO. Sólo unos pocos pasos más arriba, hasta esa peña,
allí podremos descansar de nuestra caminata.
Aquí estuve sentado muchas veces, solo y pensativo,
atormentándome con ayunos y oraciones.
Rico en esperanza, firme en mi fe,
con lágrimas, suspiros y retorcer de manos
pensaba que el final de aquella peste
lograría del Señor del cielo forzar.
El aplauso de la gente me suena ahora a burla.
¡Ay! ¡Si pudieras leer en mi interior
cuán poco el padre y el hijo
fueron merecedores de tanta fama!
Mi padre era un oscuro[64] hombre honorable
que sobre la naturaleza y sus sagrados círculos
con toda honradez, aunque a su manera,
trató de meditar con esfuerzo insano.
En compañía de otros adeptos
se encerraba en la negra cocina[65]
y después de infinitas recetas
los elementos contrarios fundía.
Aquí un rojo leo,[66] un amante vigoroso,
era desposado en tibio baño con el lirio,
y luego a los dos entre el fuego y las llamas
con tormentos de una a otra cámara nupcial transfería.
Al poco rato, llena de variados colores,
la joven reina[67] dentro del cristal surgía:
ya estaba la pócima, los pacientes morían
y nadie preguntaba ¿logró alguien sanar?
Y, así, con electuarios y jarabes infernales,
en estas montañas y en estos valles
causamos muchos más males que la peste.
Yo mismo les di el veneno a miles,
ellos se agostaron y yo tengo que vivir
escuchando elogiar a los temerarios asesinos.
WAGNER. ¿Cómo podéis amargaros por eso?
¿Acaso no hace bastante un hombre de bien
ejerciendo el arte que le fue transmitido
de manera concienzuda y con puntualidad?
Si de joven honras a tu padre,
aprenderás gustoso cuanto el te enseñe;
si, de adulto, tu ciencia aumentas,
alcanzará tu hijo aún más alta meta.
FAUSTO. ¡Ay! ¡Dichoso el que aún espera
poder salir fuera de este mar de confusión!
Lo que ignoramos, es justo lo que falta haría,
y lo que sabemos, es lo que no se precisa.
Mas deja que gocemos de este momento de hermosura
sin turbarlo con semejantes pensamientos amargos.
Contempla cómo el fuego del ocaso
hace brillar las chozas envueltas en verdor.
Declina el astro, se debilita, concluyó el día,
allá se apresura el sol y reclama nueva vida.
¡Ah! ¡Y que ningún ala me alce de este suelo
para poder seguir eternamente su estela!
Vería bajo el eterno rayo del ocaso
el mundo callado tendido a mis pies,
toda cumbre encendida, silencioso todo valle,
y convertido en áureo río el arroyo plateado.
No detendría ya mi carrera, a la de los dioses pareja,
la salvaje montaña ni todos sus precipicios.
Ya se abre el mar con sus cálidas bahías
ante mis asombrados ojos.
Mas el astro dios parece hundirse finalmente
aunque el nuevo impulso despierta
y yo corro en pos de él, para beber su luz eterna,
ante mí el día y tras de mí la noche,
el cielo sobre mí y bajo mí las olas:
un hermoso sueño, mientras él se disipa.
¡Ay! Que a las alas del espíritu tan fácilmente
no se unirá ningún ala corpórea.
Mas es en todos nosotros innato
que el sentimiento impulse adelante y a lo alto
cuando sobre nosotros, en el azul espacio perdida,
la alondra entona su potente trino;
cuando sobre ásperas cumbres de pinos
el águila vuela con el ala extendida
y sobre los mares y las llanuras
de retorno a su tierra se afana la grulla.
WAGNER. Yo también muchas veces tuve horas de delirio,
mas semejante impulso jamás lo he sentido.
Pronto se hastía la vista de bosques y praderas
y las alas del ave nunca podré envidiar.
¡Cuán otras son las delicias del espíritu,
que de libro en libro y de hoja en hoja nos llevan!
¡Cuán amables y bellas parecen las noches invernales:
una vida dichosa todos nuestros miembros caldea,
y ¡ah! si acaso un venerable pergamino despliegas
el cielo entero desciende hasta ti!
FAUSTO. No tienes conciencia más que de un solo impulso,
¡ah, no quieras conocer nunca el otro!
Dos almas habitan, ¡ay!, en mi pecho,
y una de otra a separarse aspiran:
aferrase la una con brutal deleite amoroso
al mundo, abrazándolo con todos sus órganos,
álzase del polvo con violencia la otra
hacia las regiones de los nobles antepasados.
¡Oh, si hay espíritus en el aire
que flotan reinando entre el cielo y la tierra,
descended, bajad, de la dorada niebla,
y llevadme lejos, a una nueva vida llena de color!
¡Oh, sí! ¡Si yo poseyera un manto mágico
que llevarme pudiera a países lejanos!
No lo vendería ni por las vestiduras más ricas
ni tan siquiera por el manto de un rey.
WAGNER. No convoques a esa legión bien conocida
que en tropel se despliega en medio de la niebla
y al hombre mil variopintos peligros
desde todos los confines prepara.
Del Norte llega apremiante el agudo diente de los espíritus
y a ti se lanza con sus lenguas en punta de flecha;
del Oriente hasta aquí se arrastran secándolo todo
y también tus pulmones de los que se alimentan;
si el Mediodía desde el desierto aquí los envía
amontonando ardor sobre ardor en torno a tu cabeza,
a cambio el Oeste trae una horda que primero refresca
para luego anegarte junto con los campos y praderas.
Gustosos te escuchan, siempre prontos a alegrarse del mal,
gustosos te obedecen, pues se complacen en engañar;
se te presentan como enviados del cielo
y cuando mienten angélicamente saben susurrar.
Mas ¡marchemos! El mundo ya se ha oscurecido,
el aire ha refrescado y la niebla ya cae.
No sabe uno apreciar su casa hasta que llega la noche.
¿Por qué te quedas ahí parado, qué miras tan extrañado?
¿Qué puede atraerte tanto entre las sombras del crepúsculo?
FAUSTO. ¿Ves a ese perro negro[68] que en medio de los sembrados y rastrojos anda vagando?
WAGNER. Hace ya tiempo que lo vi, y no me pareció importante a mí.
FAUSTO. ¡Míralo bien! ¿A ti qué te parece que es ese bicho?
WAGNER. Un perro de aguas, que a su manera
ansioso se afana en seguir las huellas de su amo.
FAUSTO. ¿Observas cómo describiendo amplios círculos
se nos viene acercando cada vez más y más?
Y si no me engaño, va dejando un remolino de fuego
por detrás de sus pasos.
WAGNER. Yo sólo veo un negro perro de aguas;
tal vez sufrís vos una ilusión de los ojos.
FAUSTO. A mí me parece que mágicamente traza sutiles lazos
en torno a nuestros pies, para luego aprisionarnos.
WAGNER. Yo lo veo indeciso y temeroso saltar en torno nuestro
porque ve a dos desconocidos en lugar de a su amo.
FAUSTO. ¡El círculo se estrecha, ya está cerca!
WAGNER. ¡Mira bien! Es un perro y no un fantasma lo que ves ahí.
Gruñe y vacila, sobre su barriga se echa,
mueve el rabo. Todo costumbres perrunas.
FAUSTO. ¡Únete a nosotros! ¡Ven aquí!
WAGNER. Es un perrillo de aguas bien gracioso.
Si te quedas parado, él espera por ti;
si le diriges la palabra, se te quiere subir encima;
si pierdes algo, seguro que te lo trae,
y se echará al agua a buscar tu bastón.
FAUSTO. Seguramente tienes razón; no veo en él ni rastro
de espíritu y no es todo más que adiestramiento.
WAGNER. Al perro, si está bien educado,
hasta el sabio le coge afición.
En verdad que éste se merece todos tus favores
pues que es tan buen alumno de los estudiantes.[69]
[Entran por la puerta de la ciudad.]