PALACIO IMPERIAL. SALA DEL TRONO[264]
[El consejo de Estado aguarda al emperador.
Trompetas.
Entran cortesanos de toda clase, magníficamente vestidos.
El emperador sube al trono, a su derecha el astrólogo.]
EMPERADOR. Saludo a mis leales y amados,
venidos de cerca o lejos, aquí congregados;
al sabio ya lo veo a mi lado,
¿mas el bufón, dónde se ha quedado?
NOBLE CABALLERO.[265] Justo tras la cola de tu manto
cayó rodando por las escaleras,
se llevaron a ese fardo de grasa,
¿muerto o borracho? No se sabe.
SEGUNDO CABALLERO. Al punto, con rara presteza,
se ha precipitado otro a ocupar su puesto.
Aunque va arreglado con gran lujo,
tiene una facha tan grotesca que asusta;
la guardia le ha bloqueado la puerta
manteniendo las alabardas cruzadas.
Pero ¡si ya está ahí! ¡Loco atrevido!
MEFISTÓFELES [arrodillándose ante el trono].
¿Qué es detestado, pero siempre bienvenido?[266]
¿Qué es anhelado, pero siempre expulsado?
¿Qué es lo que nunca deja de estar protegido?
¿Qué es duramente recriminado y acusado?
¿A quién no necesitas llamar a tu lado?
¿A quién oyen todos nombrar con gusto?
¿Qué se acerca a las gradas de tu trono?
¿Qué se ha desterrado a sí mismo?
EMPERADOR. ¡Por esta vez ahórrate tus palabras!
Aquí están desplazados los acertijos,
eso es cosa de aquellos señores.
¡Resuélvelos allí! Eso me agradaría.
Mi antiguo bufón se fue, me temo, a lugar muy lejano;
ocupa tú su puesto y ven a mi lado.
[Mefistófeles sube al trono y se coloca a la izquierda.]
MURMULLOS DE LA MULTITUD. Un nuevo bufón… Para nuevo tormento…
¿De dónde sale? ¿Cómo ha podido entrar?
El antiguo cayó… ha terminado.
Era un tonel… pero éste es un palo.
EMPERADOR. Así pues, mis leales y amados,
sed bienvenidos, llegados de cerca o de lejos.
Os reunís bajo un astro favorable,
allá arriba nuestra dicha y salud está escrita.
Mas decid, ¿por qué en estos días
en que nos descargamos de las penas
y nos ponemos máscaras de baile de disfraces[267]
y sólo queremos disfrutar alegremente
nos tenemos que atormentar con un Consejo?
Mas, pues entendéis que no podía ser de otro modo,
que así sea y así se baga.
CANCILLER.[268] La suprema virtud, como santa aureola,
circunda la cabeza del emperador; sólo él
puede ejercerla con validez:
¡la justicia! Lo que aman todos los hombres,
lo que todos exigen, desean, aquello de lo que no prescinden:
en su mano está concedérselo al pueblo.
¡Mas, ay! ¿De qué le sirve al espíritu humano el entendimiento,
al corazón la bondad y la buena disposición a la mano
cuando se desata febril furor en todo el Estado
y el mal nuevos males incuba y propaga?
Quien mire ahí abajo, desde esta alta sala,
el vasto imperio, le parecerá un mal sueño
en que un monstruo entre monstruos impera,
la anarquía legalmente reina
y un mundo de errores se despliega.
Éste roba ganados, aquél una mujer,
cáliz, cruz y candelabros del altar,
y se ufana de ello un montón de años
con pellejo a salvo y cuerpo indemne.
Corren luego los demandantes a la audiencia,
el juez se pavonea sobre su alta silla
mientras se alza cual furiosa riada
el tumulto creciente de la rebelión.
Uno, hasta alardea de su infamia y fechorías,
el otro, en sus cómplices se apoya
y oyes pronunciar un ¡culpable!
donde la inocencia sólo a sí misma protege.
Y, así, todo el mundo se despedaza
y se aniquila lo que es bueno y decente;
¿cómo se va a desarrollar así el sentido,
el único que hacia lo justo nos conduce?
Al final, un hombre bien intencionado
se inclina ante el que adula y soborna,
y un juez que no sabe castigar
se acaba asociando con el criminal.
Negro os lo he pintado, aunque un tupido velo
preferiría correr ante el cuadro. [Pausa.]
No se puede diferir alguna decisión;
cuando todos hacen daño y todos padecen,
hasta la Majestad acaba siendo ladrón o presa.[269]
COMANDANTE EN JEFE DEL EJÉRCITO.
¡Qué agitación en estos días revueltos!
Quien más, quien menos, hiere o es herido
y todos se hacen sordos al mando.
El burgués tras sus paredes
y el caballero en su nido de rocas,
se han conjurado para hacernos frente
y mantienen firmes sus fuerzas.
El mercenario se impacienta
y con violencia su paga reclama,
y si no le adeudáramos ya nada,
a toda prisa sin dejar rastro escaparía.
Quien prohíbe lo que todos quieren
ha ido a picar dentro de un avispero;
el Imperio que defender debían
saqueado y devastado ha quedado.
Se permite que su furia haga estragos,
pues ya medio mundo está asolado;
todavía quedan algunos reyes ahí fuera
mas ninguno cree que todo esto le concierna.
TESORERO. ¡Como para presumir de nuestros aliados!
Los subsidios que nos prometieron
llegan tan poco como el agua por los caños.[270]
Además, Señor, en tus vastos Estados,
la propiedad ha ido a parar ¿a qué manos?
Doquiera uno llega, un recién llegado es hacendado
y pretende vivir de modo independiente
y encima hay que mirar cómo lo hace.
Hemos ido cediendo tantos derechos
que ya a nada nos queda derecho.
Tampoco en los partidos, pues así los llaman,
se puede tener hoy la menor confianza;
ya sea que critiquen, ya sea que alaben,
amor y odio se han vuelto indiferentes.
Los gibelinos, tanto como los güelfos,[271]
se ocultan para tomar algún descanso;
¿quién piensa ahora en ayudar a su vecino?
Cada uno tiene bastante con lo suyo.
Las puertas del oro están atrancadas,
todos rascan y escarban y ahorran
y siguen vacías nuestras arcas.
EL SENESCAL. ¡Cuánto infortunio sufro yo también!
Todos los días queremos ahorrar
y cada día gastamos más,
y a diario me nace desdicha nueva.
Los cocineros no carecen de nada:
jabalíes, ciervos, liebres, venados,
pavos, gallinas, gansos y patos,
esos pagos en especie, rentas seguras,
aún siguen entrando de modo razonable.
Mas, al final, falta el vino.
Si antaño, en bodega, se amontonaban toneles
con las añadas mejores de los mejores viñedos,
se chupan ahora las eternas francachelas
de los nobles señores hasta la última gota.
El municipio también tiene que expender su provisión,
se echa mano a las copas y a las escudillas,
y debajo de la mesa termina el banquete.
Luego yo tengo que contar y pagar a todos,
pero el judío no va a ser más blando conmigo;[272]
él entrega sus pactados anticipos[273]
que se comen por adelantado un año tras otro.
Los cerdos no llegan a engordar suficiente,
se empeña hasta el colchón de la cama,
y se sirve en la mesa un pan que ya nos hemos comido.
EL EMPERADOR [tras meditar un momento, a Mefistófeles].
Dime, bufón, ¿no sabes también tú alguna otra miseria?
MEFISTÓFELES.
¿Yo? ¡De ningún modo! ¡Yiendo el esplendor que
a ti y a los tuyos rodea! ¿Iba a faltar confianza
en donde la majestad manda sin oposición,
dispone de su fuerza y dispersa al enemigo?
¿Dónde la buena voluntad, fortalecida por la razón,
y una variada industriosidad a mano se encuentran?
¿Qué podría aquí confabularse para el mal
y las tinieblas, donde brillan tales astros?
MURMULLOS. Es un pillo… Éste sí que sabe…
Se abre paso con mentiras… mientras pueda…
Ya sé yo… lo que hay detrás de esto…
¿Y, qué más puede haber?… Un proyecto…
MEFISTÓFELES. ¿En dónde no falla algo en este mundo?
A éste, aquello, al otro, esto, y aquí falta el dinero.
Desde luego no se puede arrancar del suelo,
mas la sabiduría sabe conseguir lo más oculto.
En las vetas de las montañas, en los cimientos rocosos,
acuñado y sin acuñar se puede hallar oro.
Y si queréis saber quién a la luz lo saca:
el poder de Natura y el espíritu de un talento.
CANCILLER.
Naturaleza y espíritu: así no se habla a los cristianos.
Por eso mismo se quema a los ateos,
por estos discursos altamente peligrosos.
La naturaleza es pecado, el espíritu el demonio,
entre ambos engendran la duda,
su híbrido hijo de monstruosa figura.
¡No es para nosotros! De las viejas tierras del emperador
sólo dos linajes han surgido
que sostienen dignamente su trono:
son los religiosos y los caballeros;
ellos aguantan todas las tormentas
y toman Iglesia y Estado como recompensa.
De la mente plebeya[274] de espíritus errados
nace y se desarrolla una resistencia:
¡son los herejes!, ¡los hechiceros!,
ellos corrompen la ciudad y el agro.
Ahora tú pretendes con tus bromas insolentes
colarlos en este alto círculo con engaño.
Mostráis predilección por un corazón corrompido,
pues del loco[275] son aquellos próximos parientes.
MEFISTÓFELES. ¡En esto reconozco al hombre letrado!
Lo que no palpáis, os queda a mil millas,
lo que no comprendéis, os falta por completo,
lo que no calculáis, creéis que no es verdad,
lo que no sopesáis, no tiene para vos peso,
lo que no acuñáis, pensáis que nada vale.
EMPERADOR. Con esto no se remedian nuestras carencias;
¿a qué viene ahora tu sermón de cuaresma?
Estoy harto de esos eternos ‘Cómos’ y ‘Síes’;
¿nos falta dinero? ¡Pues venga, a ver si nos lo agencias!
MEFISTÓFELES.
Consigo cuanto deseéis y aún consigo más;
sin duda es cosa fácil, mas es difícil lo fácil;
está ya ahí, pero para alcanzarlo,
y en eso reside el arte, ¿quién sabe cómo empezar?
Meditad un instante: en aquellas épocas terribles
en que riadas humanas tierra y pueblo inundaban,
los unos y los otros tanto terror sentían,
que aquí y allá sus tesoros escondían.
Así fue desde siempre, en tiempos de los romanos,
y así ha seguido siendo, hasta ayer y hasta hoy.
Todo eso se encuentra en secreto sepultado en la tierra,
es del emperador el suelo, así que para él será aquello.[276]
TESORERO. Para ser un loco no habla nada mal.
Pues ése es, en efecto, un viejo derecho del monarca.
CANCILLER. Satanás os tiende lazos tejidos con oro:
eso no podrá ser con métodos rectos y piadosos.
SENESCAL. Si nos consiguiera dones gratos a la Corte
no me importaría ser un poquito menos recto.
JEFE DE LOS EJÉRCITOS.
Es listo el loco, promete a cada cual lo que le beneficia;
por cierto que el soldado no pregunta por la procedencia.
MEFISTÓFELES.
Y si os creéis que yo os engaño,
ahí tenéis a un hombre. ¡A ése, preguntad al astrólogo!
De cada órbita y esfera conoce la casa y la hora;
así que dinos: ¿cómo andan por el cielo las cosas?
MURMULLO. Son dos pícaros… Ésos ya se entienden…
El loco y el visionario… Tan cercanos al trono…
Cantada hasta cansarnos… la vieja canción
El loco le sopla la letra… y el sabio la dice.
EL ASTRÓLOGO [habla y Mefisto le va apuntando].
El sol mismo es de oro puro,[277]
Mercurio, el mensajero, sirve por el favor y la soldada,
doña Venus a todos os ha embaucado,
sea tarde o temprano os mira dulcemente;
la casta luna, caprichosa, os muda el humor;
Marte no hiere, pero os amenaza con su fuerza,
y Júpiter sigue siendo el resplandor más bello,
Saturno es grande, a los ojos lejano y pequeño.
Como metal mucho no lo honramos,
es de valor escaso, más de peso pesado.
¡Sí! Cuando a Sol dichosa se une Luna
a la plata el oro, contento está el mundo entero;
el resto, todo se puede alcanzar:
palacios, jardines, un dulce pecho y rojas mejillas,
todo eso consigue el hombre sapientísimo
que es capaz de hacer lo que no puede nadie.
EMPERADOR. Oigo por vía doble lo que dice[278]
y, sin embargo, no me convence.
MURMULLO. ¿Qué nos importa esto? Bromas trilladas…
Horóscopos y almanaques… alquimias…
Cosas ya muy oídas… y falsas esperanzas…
Y aunque lo lograra… es un bribón…
MEFISTÓFELES.
Ahí están plantados en derredor llenos de asombro,
sin confiar en el gran descubrimiento;
el uno desatina sobre las mandrágoras,[279]
el otro sobre el perro negro.
¿De qué vale que uno ande bromeando
y que otro le eche culpa a la hechicería,
si, llegado el momento, en los pies nota cosquillas
y no es capaz de mantener firme el paso?
Todos vosotros sentís el secreto influjo
de la naturaleza, que eternamente reina,
mientras de las esferas más inferiores
se alza sinuosa una viva huella.
Cuando notéis hormigueo en todos los miembros
cuando empecéis a sentiros inquietos en el lugar,
no tardéis: presto y con decisión cavad y ahondad,
¡ahí está enterrado el músico, ahí yace el tesoro![280]
MURMULLO. Noto como si tuviera el pie de plomo…
Tengo calambres en el brazo… Es la gota…
Siento hormigueos en el dedo gordo…
Me duele todo el espinazo…
Según estos signos, aquí habría de estar
el mayor tesoro más rico del mundo.
EL EMPERADOR. ¡Venga, aprisa! No volverás a escurrirte,
verifica los resquicios de tus mentiras
y muéstranos presto esos nobles lugares.
Yo depongo la espada y el cetro
y con mis propias manos augustas quiero,
si no mientes, culminar la obra,
y, si mientes, mandarte al infierno.
MEFISTÓFELES.
En cualquier caso, ya sabría encontrar el camino…
Mas no puedo proclamar lo bastante
cuánto yace por todas partes esperando sin dueño.
El campesino que está arando el surco
levanta con el terrón un puchero de oro,
salitre espera sacar de la pared de limo
y se encuentra con barras de dorado oro
con susto y alegría en su mísera mano.
¡Cuántas bóvedas hay que hacer saltar,
en qué grietas, en qué galerías
tiene que escurrirse el que sabe de un tesoro
llegando a ser vecino del submundo!
En vastas cavernas, guardadas desde antiguo,
de doradas tazas, fuentes y platos
ve ante él las hileras dispuestas.
Se alzan allí copas de rubíes,
y si de ellas quiere servirse
al lado se encuentra el más añejo licor.
Aunque —bien podéis creer al entendido—
podrida está ha tiempo la madera de las duelas,
el tártaro[281] le fabricó un tonel al vino.
Las esencias de vinos tan nobles,
y no sólo el oro y las joyas,
se rodean de noche y espanto.
El sabio escudriña allí sin reposo;
mas investigar de día es tontería,
la casa de los misterios son las tinieblas.
EL EMPERADOR.
¡Ésos a ti te los dejo! ¿Para qué vale lo tenebroso?
Si algo tiene valor, tiene que salir a la luz.
¿Quién distingue bien al bribón en plena noche?
Negras son las vacas, como pardos los gatos.
Esos pucheros de ahí abajo, repletos de oro,
empuja tu arado y sácalos a la luz labrando.
MEFISTÓFELES.
Coge pico y pala y cava tú mismo,
la labor campesina te engrandecerá
y un rebaño de becerros de oro[282]
del suelo se desprenderá.
Luego sin vacilar y con deleite
podrás adornarte a ti mismo y a tu amada;
una pedrería resplandeciente de brillo y color
realza tanto la belleza como la majestad.
EL EMPERADOR. ¡Pues a ello! ¡A ello! ¿Cuánto hay que esperar?
EL ASTRÓLOGO [como antes]. Señor, modera esas ansias apremiantes;
deja pasar primero los bulliciosos regocijos;
un ánimo disperso no nos lleva a la meta.
Primero hemos de purificarnos mediante el recogimiento,[283]
merecer lo inferior a través de lo superior.
El que lo bueno quiere, primero que sea bueno;
el que dicha quiere, que aplaque su sangre;
el que vino pide, que pise uvas maduras;
el que espera milagros, que fortalezca su fe.
EL EMPERADOR. ¡Sea, pasemos el tiempo en regocijos!
Y que en buena hora llegue el Miércoles de Ceniza.
Mientras tanto, y en cualquier caso, celebremos
con más diversión aún el desenfrenado Carnaval.
[Trompetas. Exeunt.][284]
MEFISTÓFELES. ¡Cómo se entrelazan mérito y fortuna!
Eso jamás se les ocurre a los necios
Si tuvieran la piedra filosofal[285]
a la piedra le faltaría el filósofo.