PATIO INTERIOR DEL CASTILLO
[Rodeado de ricas y fantásticas construcciones de la Edad Media.]
CORIFEA.
¡Precipitadas y locas, en verdad, un auténtico cuadro mujeril!
¡Pendientes del instante, a merced del viento que sopla,
juguetes de fortuna o infortunio, ninguno de los cuales
con serenidad sabéis resistir! La una contradice sin cesar
vivamente a la otra y las demás hacen con ella a la inversa.
Sólo en la dicha y el dolor al unísono gemís y reís.
¡Ahora callaos! Y, esperando, atended a lo que la soberana
sabiamente ha dispuesto aquí para ella y nosotras.
HELENA.
¿Dónde estás, pitonisa?[632] Sea cual sea tu nombre
sal fuera de las bóvedas de esta sombría fortaleza.
Si fuiste a anunciarme al prodigioso y heroico señor
y a prepararme una buena acogida, entonces
recibe mi gratitud y condúceme presto a su lado.
Deseo poner a fin a mi errante vagar. Sólo anhelo reposo.
CORIFEA.
En vano miras, oh reina, todo en derredor tuyo.
Ha desaparecido la horrenda figura, tal vez se quedó
allá en esa niebla desde cuyo seno hasta aquí
hemos llegado no sé cómo, veloces y sin dar un paso.
O tal vez también anda ella errante por el laberinto
de las muchas partes que prodigiosas forman este único castillo
para solicitar del señor una recepción que sea digna de príncipes.
Mas, mira, allá arriba ya se agita en muchedumbre
en las galerías, ventanas y portales,
y moviéndose de acá para allá, mucha servidumbre.
Eso anuncia una digna recepción de huésped bien venido.
CORO.
¡Se me ensancha el corazón! ¡Oh, mirad allí,
con cuánta cortesía baja con lento paso
la más noble comitiva de jóvenes formando un digno
y mesurado séquito. Y ¿cómo? ¿A las órdenes de quién
aparece en ordenadas hileras tan temprano
este magnífico tropel de adolescentes?
¿Qué es lo que más me admira? ¿Su graciosa marcha
o los ensortijados cabellos que rodean su luminosa frente,
o tal vez sus dos mejillas, rosadas como melocotones
y recubiertas de suave pelusa lo mismo que ellos?
Mucho me agradaría morderlas, pero me da miedo,
pues en estos casos, estremece decirlo,
la boca de ceniza se llena.[633]
Ya los más bellos
hacia aquí vienen.
¿Qué traen consigo?
Para el trono gradas,
tapiz y asiento,
cortinas y adorno
para hacer el dosel
que por encima asoma,
formando una corona de nubes
para la cabeza de nuestra reina.
Pues ella ya ha subido,
invitada, al soberbio sitial.
Acercaos,
grada tras grada
alineaos dignamente.
¡Digna, oh digna, tres veces digna,
bendita sea semejante recepción!
[Todo lo que acaba de decir el coro va ocurriendo sucesivamente.]
[Fausto. Una vez que los donceles y escuderos han bajado formando una larga hilera, aparece él en lo alto de las escaleras ataviado con traje cortesano de la Edad Media; desciende con digna majestad.]
CORIFEA [mirándolo con atención].
Si los dioses, como acostumbran, no le han otorgado
por tiempo limitado esta admirable prestancia,
esa actitud noble, esa amable presencia,
como préstamo sólo pasajero, le saldrá bien
todo cuando emprenda, ya sea en las batallas de hombres
o en las pequeñas lides con las más bellas mujeres.
Ciertamente cabe anteponerlo a muchos otros
que sin embargo vi gozar de alto aprecio con mis ojos.
Con paso lento y grave, solemnemente mesurado,
veo al príncipe; vuélvete, ¡oh, reina!
FAUSTO [que aparece acompañado de un hombre atado].[634]
En lugar del más solemne saludo, como sería conveniente,
en lugar de la más respetuosa bienvenida, aquí te traigo
apresado en duras cadenas a este siervo,
quien, faltando a su deber, me hizo faltar al mío.
Arrodíllate aquí para que a esta excelsa mujer
puedas confesar tu culpa.
Éste es, augusta soberana, el hombre
con rara agudeza de vista encargado desde la alta torre
de vigilar entorno y escrutar desde allí los espacios celestes
y toda la ancha tierra con su penetrante mirada,
y de espiar lo que aquí o allá pudiera anunciarse
avanzando desde las colinas del valle hacia el sólido
castillo, ya sea la oleada de los rebaños
o tal vez el paso de un ejército. A aquéllos los cuidamos
y salimos al encuentro de éstos. Mas hoy ¡qué negligencia!
te acercas tú y él no lo anuncia; se echó a perder
la honorable acogida, la recepción más debida
a tan alto huésped. Sacrílegamente se ha jugado
la vida y ya debería estar bañado en la sangre
de una muerte merecida; mas sólo tú puedes
castigar o perdonar, tal como a ti te plazca.
HELENA.
Por alta que sea la dignidad que tú me otorgas
en calidad de juez y soberana, y aunque
sólo fuera para probarme, como debo presumir,
yo ejerceré ahora el primer deber de todo juez:
escuchar al acusado. Habla pues.
VIGÍA LINCEO.[635]
Dejad que me postre o mire.
¡Qué importa si él muere o vive!
Pues yo ya entrego mi vida
a esta mujer, de dios hija.
Esperando la mañana
acechaba por el Este,
mas salió el sol de repente
por el Sur, cosa bien rara.
Volví hacia allí la mirada
y en vez de abismos y alturas,
del cielo o tierra la anchura,
vi a la sin par engendrada.
Una vista se me ha dado
como al lince sobre el árbol,
mas hoy me he visto forzado
a salir de un sueño extraño.
¿Sabía yo dónde me hallaba?
¿Do almenas, torres, murallas?
Flotan nieblas, nieblas pasan,
sale esta diosa y ya aclara.
Ojos y alma le dedico,
aspiro su dulce brillo;
su belleza deslumbrante
deslumbró a este miserable.
Olvidé que era un vigía
y el cuerno del juramento.
Aunque me prives del día,
vence a mi enojo lo bello.
HELENA.
El mal que yo he provocado no debo
castigar. ¡Pobre de mí! ¿Qué extraño sino
me persigue cegando de este modo en todas partes
el corazón de los hombres, de modo que ni a ellos
ni a cosa digna alguna respetan? Ora raptando,
ora seduciendo o luchando, llevándome de un lado a otro,
semidioses, héroes, dioses y hasta demonios
me han arrastrado a una errancia sin cesar.
Siendo una confundí al mundo y siendo doble, aún más.[636]
y ahora triple y cuádruple[637] causo mal sobre mal.
Aparta a este buen hombre, déjalo libre.
No cubra la vergüenza al confundido por los dioses.
FAUSTO. Asombrado veo, oh reina, a un tiempo
a la que certera hiere y aquí al herido;
veo el arco que disparó la flecha
hiriendo a aquél. Flechas suceden a las flechas[638]
y a mí me alcanzan. Por doquier presiento que cruzan
la sala y el castillo silbando empenachadas.
¿Qué soy yo ahora? De repente me tornas
rebeldes a los más leales y mis murallas
inseguras. Así que ya temo que mi ejército
obedezca a esta victoriosa e invicta mujer.
¿Qué me queda sino entregarme a ti yo mismo
y todo cuanto neciamente creía ser mío?
A tus pies déjame que, libre y fiel, te
reconozca por esa soberana que en cuanto
apareció conquistó las posesiones y el trono.
LINCEO [con una caja y unos hombres que llevan otras].
De regreso estoy, soberana,
mendiga el rico una mirada;
viéndote se siente en el acto
cual pobre mendigo o rey nato.
¿Qué era yo antes? ¿Qué soy yo ahora?
¿Qué quiero? ¿Qué haré sin demora?
¿Para qué estos agudos ojos?
Rebota su rayo en tu trono.
Vinimos hacia aquí de Oriente
y fue el final de Occidente,
un largo cortejo de pueblos
do el último no ve al primero.
Cae el primero, el segundo aguanta,
el tercero empuña su lanza,
a uno le refuerzan cientos
y caen ignorados sin cuento.
Siempre empujando y asaltando
de toda tierra éramos amos;
y donde hoy yo el señor era
mañana otro roba y saquea.
Aprisa todo lo observábamos:
a la más bella éste ha robado,
y aquél roba el toro más bravo;
cogíamos todos los caballos.
Mas yo prefería ir en busca
de lo más raro visto nunca;
y ese botín que al otro incita
para mí era hierba marchita.
Seguía la huella de tesoros
y en mi vista confiaba sólo;
bolsos, cofres inspeccionaba,
transparentes a mi mirada.
Y de oro conseguí montañas,
piedras preciosas bien talladas;
mas sólo la esmeralda puede
sobre tu pecho lucir verde.
Oscile ahora entre oreja y boca
del mar profundo la oval gota;[639]
están los rubís azorados
pues junto a tu tez se ven blancos.
Así pues, el mayor tesoro
deposito junto a tu trono;
quiero que pongan a tus plantas
el botín de sangre y batallas.
Aunque traje aquí muchas cajas
de hierro aún me quedan más arcas;
si en tu camino me toleras,
llenaré de oro tus bodegas.
Pues apenas subiste al trono,
ya se inclinan y humillan todos:
poder, oro, saber sin par,
ante esta forma sin rival.
Para mí guardaba todo esto,
ahora es tuyo, pues yo lo suelto.
De gran valor yo lo juzgaba
y ahora lo veo igual a nada.
Mis bienes se han desvanecido,
hierbajos marchitos, podridos.
¡Oh, dales con tus ojos claros
de nuevo su valor de antaño!
FAUSTO. Aleja presto esa carga audazmente adquirida,
ciertamente sin reproche, mas sin recompensa.
Pues ya es suyo todo cuanto el castillo
en su seno alberga; ofrecerle algo extra
es por ello inútil. Ve y coloca tesoro sobre tesoro
de modo ordenado. ¡Con esta pompa nunca vista
prepara un soberbio cuadro! Haz que las bóvedas
brillen como el fresco cielo, dispon paraísos
de vida inanimada.
Adelántate a sus pasos y haz que florida
se extienda alfombra tras alfombra; que sus pies
sólo se topen con un suave suelo; y su mirada,
que sólo a lo divino no deslumbra, con el mayor brillo.
LINCEO.
Fácil orden tú me has dado,
un juego para el criado:
sobre sangre y bien ya impera
esa superior belleza.
Ya están las huestes sumisas
las armas romas y lisas.
Ante esa noble figura
hasta el sol se queda a oscuras.
La riqueza de esa cara
vacía todo y lo hace nada. [Sale.]
HELENA [a Fausto].
Deseo hablarte, mas sube
aquí a mi lado. Este sitio vacío
reclama a su señor y me asegura el mío.
FAUSTO. Primero deja que, de rodillas, fiel homenaje
te dedique, oh noble mujer, y déjame besar
la mano que me encumbra a tu lado.
Confírmame como corregente de tu
reino sin límite conocido y gana para ti
adorador, sirviente y guardián, todo en uno.
HELENA. Veo y escucho prodigios innumerables;
soy presa del asombro y querría preguntar muchas cosas.
Mas primero querría que me explicases por qué las palabras
de aquel hombre tan extrañas a la vez que gratas me han sonado.
Es como si un sonido se armonizara con otro
y cuando ya una palabra se ha acoplado al oído
viniera otra a acariciar a la primera.
FAUSTO.
Si ya te agrada el hablar de nuestros pueblos
de seguro te ha de deleitar también su canto,
pues complace hasta lo más hondo mente y oído.
Pero será mejor que lo practiquemos ahora mismo;
la réplica dialogada lo estimula y a ello invita.
HELENA. Dime, pues, ¿qué haré para hablar tan bellamente?[640]
FAUSTO. Es muy fácil, tiene que salir del corazón:
y cuando el pecho de nostalgia rebosa
mira en torno y busca…
HELENA. a quien con él goza.
FAUSTO. Mas el alma nunca mira adelante ni atrás
pues sólo el presente…
HELENA. de dicha nos colmará.
FAUSTO. Él es tesoro, ganancia, el bien más preciado,
¿mas quién da garantía de ello?…
HELENA. mi mano.
CORO.[641] ¿Quién censuraría a nuestra soberana
que otorgue al señor del castillo
tan amistosas muestras?
Pues, confesadlo, todas nosotras somos
cautivas, como ya ocurriera a menudo
desde la ignominiosa caída
de Ilión y el temeroso y
laberíntico viaje, de angustias lleno.
Las mujeres hechas al amor varonil
no son demasiado escogidas,
aunque sí expertas.
Y tanto a los pastores de dorados bucles
como quizás a los faunos de negras cerdas,
tal como la ocasión lo dispone,
sobre sus muelles miembros
conceden un mismo y pleno derecho.
Cada vez más cerca están ya sentados,
el uno sobre el otro inclinado.
Hombro contra hombro, rodilla con rodilla,
mano en mano se mecen
sobre la majestuosidad
almohadillada del trono.
La majestad no se prohíbe
la presuntuosa exhibición
de secretas dichas
ante los ojos del pueblo.
HELENA. Me siento tan lejos y al tiempo tan cerca
y me encanta repetir: aquí estoy, aquí toda entera.
FAUSTO. Apenas respiro, la voz me tiembla y se me corta:
esto es un sueño, se desvanecieron el lugar y la hora.
HELENA. Creo ya haber vivido todo y empero estoy nueva,
a ti ligada, fiel al desconocido sin reserva.
FAUSTO. ¡No escarbes en la sin par fortuna!
La existencia es un deber, aun si poco dura.
FÓRCIDA [que entra como un vendaval].[642]
Deletreáis la cartilla amorosa,
devanando se os pasan las horas
cavilando en ternezas ociosas.
Mas sabed que no hay tiempo para eso
¿No sentís allá el temporal sordo?
Los clarines hacen temblar todo,
pues el desastre ya no está lejos.
Menelao con numerosas tropas
avanza hacia vosotros en tromba.
Preparaos para un duro encuentro.
Entre la multitud victoriosa,
Deífobo mutilado, sin honra,
pagarás tu mujeril cortejo.
Ya colgando la cosa menuda,[643]
pronto al altar va la mujer tuya,
la afilada cuchilla en su puesto.
FAUSTO. ¡Insolente molestia! ¡Qué importuna se entromete!
Ni siquiera en los peligros me gusta el ímpetu irreflexivo.
Al más bello mensajero afea un mensaje de infortunio;
y tú, el más horrendo, sólo te complaces con malas nuevas.
Mas esta vez no te saldrás con la tuya; tu vacío aliento
sólo el aire conmueve. Aquí no hay peligro,
y hasta el peligro no parecería sino amenaza vana.
[Señales, explosiones que llegan de las torres, trompetas y clarines, música guerrera, desfile de un poderoso ejército.][644]
FAUSTO.
No, pronto verás aquí reunido
un círculo de héroes muy temidos;
sólo merece amor de mujer
quien, fuerte, la sabe proteger.
[A los caudillos del ejército que se separan de sus columnas y se acercan.]
Con reprimido furor callado,
que la victoria os ha asegurado:
¡vosotros, del Norte joven fuerza
y de Oriente la rica flor nueva!
Cubiertos de acero y mil destellos,
hueste que rompió reino tras reino,
ya llega y ya tiembla la tierra
ya avanza, ya los truenos se acercan.
En Pilos[645] atracamos en tierra,
do el viejo Néstor[646] ya no espera;
todas las pequeñas alianzas
de reyes rompimos sin tardanza.
Echad pues presto de estas murallas
a Menelao y que vuelva a sus barcas;
que robe o cruce errante los mares
cual eran su hado y su gusto antes.
Mas como duques debo nombraros,
cual la reina de Esparta[647] ha ordenado.
Poned a sus pies valle y montaña
y conquistad el reino y la fama.
¡Ea, tú, germano! El corintio paso
protege con muros y sin fallo;
Acaya con sus desfiladeros
yo confiaré, godo, a tus desvelos.
A la Elida vayan pues los francos;
los sajones a Mesenia mando;
que limpien los mares los normandos
y que Argólida se engrandezca un tanto.
Después viva cada cual en casa
deje para fuera rayo y maza;
mas sobre todos reinará Esparta,
de la reina, vieja sede amada.
A todos verá ella disfrutando
de este país, de nada privado.
Confiados buscaréis a sus plantas
luz y justicia garantizada.
[Fausto desciende, los caudillos forman un círculo en torno de él para escuchar mejor sus ordenes y disposiciones.]
CORO.
Quien a la más bella para sí quiera
debe ante todo mostrarse hábil
y procurarse armas si es sensato.
Puede que con halagos conquistara
lo más excelso que existe en la tierra,
mas no lo poseerá con sosiego:
el astuto logra seducirla con lisonjas
y el ladrón audazmente se la rapta;
para impedir esto, deberá ser precavido.
Por eso alabo a nuestro príncipe
y lo estimo más que a nadie, pues
audaz y prudente ha sabido aliarse
de modo que los fuertes le obedecen
y atentos esperan la menor señal suya.
Fielmente ejecutan sus órdenes
tanto por el propio interés de cada uno
como en pago de gratitud al soberano
y para ganar la mayor gloria para ambos.
Pues ¿quién se la arrebatará ahora
a su poderosísimo dueño?
Ella le pertenece: séale pues concedida,
doblemente concedida por estas a quienes
él también rodeó, dentro, del muro más seguro,
y, fuera, del más poderoso de los ejércitos.
FAUSTO.
Los dones dados a éstos[648]
—a cada cual rico feudo—
son grandes: que partan presto,
guardamos Nos aquí el centro.
Te guardan ellos con saña,
oh tú, de olas rodeada,
casi isla:[649] son tus montañas
de Europa la última rama.
Tierra por el sol bendita,[650]
da dicha a todos tus pueblos,
tú a mi reina sometida,
y en verla suelo primero,
cuando entre sones de juncos
salió ella del cascarón[651]
y a su madre y los dioscuros[652]
con su luz les deslumbró.
Sólo hacia ti ella se vuelve,
te ofrece su mejor flor;
al globo, que a ti pertenece,
ésta tu patria antepón.
Y si el lomo de sus dentadas crestas[653]
sólo recibe del sol la fría flecha,
la roca verde a la vista se muestra,
la cabra golosa halla parca hierba.
Mana la fuente, únense mil cascadas
y verdean gargantas, taludes, prados.
La llanura de colinas surcada
ve pastar a los lanudos rebaños.
Dispersa, con lento paso prudente,
asoma la res bovina al abismo;
mas en cien cuevas la abrupta pendiente
a toda criatura ofrece un abrigo.
Cuídales Pan[654] y las ninfas de vida[655]
moran en frondosas y húmedas grutas;
alza sus ramas la apretada silva
nostálgica de mayores alturas.
¡Antiguos bosques son! Fuertes encinas
entrelazan caprichosas sus ramas;
el frágil arce, preñado de dulce bebida,[656]
álzase puro y juega con su carga.
Maternal brota en la calma espesura
tibia leche para niño y cordero;
no lejos da el llano fruta madura,
y dulce miel gotea del tronco hueco.
El bienestar es aquí herencia,[657]
alegre están mejilla y boca,
es cada cual inmortal en su esfera
y es toda criatura dichosa.
Crece cobrando a la luz del día
el que es niño vigor de padre,
nos asombra y ¿quién no preguntaría
si hombres son éstos o inmortales?
Diéronle a Apolo de pastor aspecto[658]
y era igual que el más bello de ellos,
pues do reina Natura en su elemento
todos los mundos se vuelven parejos.[659]
[Sentándose junto a ella.]
También nosotros lo hemos conseguido.[660]
¡Ah, que el pasado tras nosotros quede!
Siente que del dios supremo has nacido,
que sólo al primer mundo perteneces.[661]
No debe encerrarte un fuerte castillo:
eternamente joven nos invita
a hacer allí nuestro feliz asilo
la Arcadia, de Esparta vecina.
Llamada a morar en suelo dichoso
huiste al más feliz de los destinos;
el trono acá es follaje hermoso;
¡de la Arcadia libre y dichoso sino!
[De pronto el escenario cambia por completo. Se ven cuevas rocosas tapadas por una serie de enramadas. Se extiende un BOSQUECILLO UMBRÍO hasta las abruptas rocas que forman un círculo. No se ve a Fausto y Helena. El coro duerme tumbado en grupos dispersos.][662]
FÓRCIDA.
No sé cuánto tiempo llevan durmiendo esas muchachas;
si acaso sueñan lo que muy distinta y claramente
he visto ante mis ojos es algo que también ignoro.
Así que las despertaré; los jóvenes van a asombrarse;
y vosotros también, barbudos que estáis ahí abajo sentados[663]
esperando contemplar por fin el desenlace de este prodigio.
¡Arriba! ¡Arriba! ¡Sacudid presto vuestros rizos!
¡Quitaos el sueño de los ojos! ¡No parpadeéis tanto y escuchadme!
CORO. ¡Habla, habla! ¡Cuéntanos qué prodigios han acontecido![664]
Lo que más nos gusta es escuchar aquello en lo que no podemos creer,
porque ya nos aburre contemplar estos peñascos.
FÓRCIDA.
¿Apenas os habéis restregado los ojos, niñas, y ya os aburrís?
Pues oíd: en estas cuevas, estas grutas, estas enramadas,
abrigo y protección se está brindando, como a idílica pareja de amantes,
a nuestro señor y a nuestra soberana.
CORO. ¿Cómo? ¿Ahí adentro?
FÓRCIDA. Apartados
del mundo sólo a mí me han llamado para servirles en silencio.
Muy honrada estaba a su lado, mas, como conviene a los confidentes,
también ponía la vista en otras cosas. Andaba mirando de aquí para allá,
buscaba raíces, musgo y cortezas, sabedora de todas sus virtudes
y de ese modo se quedaron solos.
CORO.
¡Hablas como si ahí adentro hubiera mundos enteros,[665]
bosque y prado, arroyo y lago! ¡Yaya cuentos andas tú fabulando!
FÓRCIDA.
¡Pues claro, ignorantes! Se trata de simas no exploradas:
más y más salas, patios y patios que recorrí ensimismada
hasta que, de pronto, se oyó el eco de una risa en las grutas;
miro y veo saltar a un niño desde el regazo de la mujer al del hombre,[666]
y desde el padre hasta la madre; los besuqueos y caricias,
ternezas de un amor loco, clamores de alborozo y gritos de júbilo,
una tras otro me aturden.
Desnudo, un genio sin alas, como un fauno no animal,
salta sobre el firme suelo;[667] mas al hacerle rebotar el suelo,
presto lo lanza a las alturas y en un segundo y un tercer salto
ya toca la alta bóveda.
Temerosa la madre grita: salta cuanto quieras y a tu gusto,
mas guárdate de volar, volar libre te está vedado.
Y así le advierte su fiel padre: en la tierra reside la rápida fuerza
que te lanza hacia arriba; basta que roces con tus dedos el suelo
y como el hijo de la tierra, Anteo,[668] presto recobrarás la fuerza.
Y así va brincando sobre este macizo rocoso, desde un borde
hasta el otro y en círculo, igual que va saltando una pelota.
Mas, de pronto, en la falla de una abrupta garganta el niño desaparece
y lo creemos perdido. La madre se lamenta, el padre la consuela,
y yo me encojo de hombros con miedo. Pero ¡que nueva aparición!
¿Habrá ahí dentro tesoros ocultos? Vestidos cuajados de flores
lleva puestos muy digno.
Le cuelgan borlas de los brazos y cintas ondean alrededor de su pecho;
en la mano una lira dorada, semejante a un pequeño Febo,
avanza complacido hasta el borde, al saledizo; miramos asombrados.
Y los padres, no dejan de abrazarse el uno al otro entusiasmados.
Pero ¿qué es lo que luce en su cabeza? Difícil decir qué es lo que brilla.[669]
¿Será una joya de oro o la llama de un espíritu de superior fuerza?
Y así se mueve, con esos ademanes, anunciándose ya de niño
futuro maestro de todo lo bello, ese al que las eternas melodías
fluyen por todos sus miembros; y así es como vais a oírle,
así como le veréis para vuestra admiración sin par.
CORO.
¿Llamas a esto un prodigio,
tú nacida en Creta?
¿Es que nunca has oído
la instructiva voz poética?
¿Nunca has oído de Jonia
ni tampoco de la Hélade
y sus antiquísimas leyendas
la riqueza divina y heroica?
Todo cuanto ocurre
en nuestros días
no es sino triste eco
de gloriosos días pasados.
Tu relato no es comparable
a esa deliciosa mentira,
más creíble que la verdad misma,
que cantaba al hijo de Maya.[670]
A ese bebé, vigoroso, mas
recién nacido y tierno,
envuelven en los más blancos pañales
y fajan con los más costosos adornos
la caterva de parlanchinas nodrizas
en medio de su insensato desvario.
Pero fuerte y gracioso ya saca
el picaruelo sus suaves a la par
que elásticos miembros
astutamente fuera del purpureo
refajo que angustioso le oprime
abandonando aquello sin más en su sitio,
igual que la mariposa ya hecha
que, saliendo del duro capullo,
despliega las alas y se desliza fuera
revoloteando pizpireta por el éter
atravesado de rayos de sol.
Así también él, el mas ligero,
que a fin de ser para pícaros y ladrones
y para todos los que buscan fortuna
un eterno genio propicio,
demuestra todo esto en el acto
mediante las más hábiles artes.
Presto le roba al señor de los mares
su tridente y hasta al propio Ares
le sustrae la espada de su vaina;
arco y flecha también a Febo,
así como las tenazas a Hefestos;
incluso a Zeus, el Padre, el rayo
le quitaría si no le asustara el fuego;
mas vence a Eros echándole la
zancadilla en lucha cuerpo a cuerpo;
también roba a Cipris[671] mientras le besa,
quitándole el cinturón del seno.
[Salen de la cueva encantadores sones, puramente melódicos, de música de cuerda. Todos escuchan atentamente y pronto parecen íntimamente conmovidos. Desde este punto, hasta la pausa señalada en el texto, todo acompañado de música con orquestación completa.][672]
FÓRCIDA.
Oíd esos bellos sones[673]
y dejaos de consejas
y de ese lío de dioses:
son agua pasada y vieja.
Ya nadie hoy día os entiende,
que hay exigencias más altas:
sólo un corazón enciende
lo que a otro corazón ata.
[Se aleja hacia las rocas.]
CORO.[674]
Si a ti, criatura horrenda,
te gusta el son lisonjero,
a nosotras, ahora nuevas,[675]
ha ablandado nuestro pecho.
Márchese el sol por completo:
si el día nace en el pecho
dentro del alma hallaremos
lo que niega el mundo entero.
[Helena, Fausto y Euforión con el traje ya descrito.]
EUFORIÓN.
Si oís canciones infantiles
en eso halláis vuestro encanto,
si al compás doy volatines
de gozo el pecho os da saltos.
HELENA.
Amor que da humana dicha
debe reunir a dos seres,
mas para dicha divina
en tres funde ese deleite.
FAUSTO.
Entonces, ya está logrado:
yo soy tuyo, tú eres mía,
y así estamos vinculados
y sólo así ser podía.
CORO.
Años dichosos, sin penas,
la beldad del niño expresa
y se suma en la pareja.
¡Conmueve una unión tan bella!
EUFORIÓN.[676]
¡Y ahora, a brincar!
Quiero vibrar,
saltar más alto,
a los espacios:
éste es mi anhelo
me embarga entero.
FAUSTO.
Mas con cuidado.
que es temerario,
y una caída
tu vida arruina;
nos hunde abajo
nuestro hijo amado.
EUFORIÓN.
Más ya no quiero
estar en el suelo.
Soltad mis manos
mi traje largo
y mis cabellos:
¡que es mío todo eso!
HELENA.
¡Ay! ¡Considera
de quién nacieras!
¡Qué golpe amargo
si veo destruido
lo ya alcanzado,
de él, tuyo y mío!
CORO.
Temo que pronto
la unión se ha roto.
HELENA Y FAUSTO.
Piensa en tus padres,
domina y frena
esos afanes
que atropellan.
Ve al campo calmo
y adorna el llano.
EUFORIÓN.
Yo me detengo
por amor vuestro.
[Se entremezcla en medio del coro obligando a bailar a las muchachas.]
Grácil yo enredo
al vivaz sexo.
¿Es bueno el ritmo
que ahora sigo?
HELENA.
Sí, es correcto,
guía a las damas
en finas danzas.
FAUSTO.
¡Que acaben pronto!
No me va nada
la bufonada.
[Euforion y el coro cantan y danzan moviéndose en hileras enlazadas.]
CORO.
Cuando alzas los dos brazos
con gesto dulce,
brilla el pelo rizado
si lo sacudes,
cuando el pie tan ligero
roza apenas el suelo,
y una y otra vez luego
únese miembro con miembro,
se logró tu objetivo,
niño querido:
son nuestros corazones
tus deudores.
[Pausa.][677]
EUFORIÓN.
Sois todas vosotras
ligeras ciervas;
Para un nuevo juego
alejaos de aquí.
Yo soy el cazador,
vosotras la presa.
CORO.
Para cogernos
no seas muy presto,
pues deseamos
al fin y al cabo
poder besarte,
¡oh, bella imagen!
EUFORIÓN.
Bosque a traviesa
por troncos y piedras.
Los logros fáciles
a mí me asquean,
sólo lo forzado
me causa agrado.
HELENA Y FAUSTO.
¡Qué presunción! ¡Qué locura!
No se puede esperar moderación alguna.
Parece que suenan unas trompas
retumbando por valles y montañas:
¡Qué barullo! ¡Qué griterío!
MUCHACHAS DEL CORO [que entran de una en una y muy deprisa].
Nos ha pasado de largo
con desprecio y mucha burla
en el montón ha atrapado
la más arisca sin duda.
EUFORIÓN [arrastrando a una jovencita].
Arrastro a esta pequeña rebelde
para un deleite forzado.
Para mi placer y mi goce
oprimo ese pecho que se resiste,
beso esa boca que me rechaza
y muestro mi voluntad y mi fuerza.
LA MUCHACHA. ¡Déjame! Bajo este envoltorio
también hay valor y fuerza de espíritu.
Comparable a la tuya, nuestra voluntad
no se deja doblegar tan fácilmente.
¿Crees que estoy en un aprieto?
¡Confías demasiado en tu brazo!
Sujétame fuerte y te chamusco,
pobre tonto, sólo para divertirme.
[Se inflama y sube en llamas por los aires.]
Sígueme a los livianos aires,
sígueme a las pétreas grutas,
atrapa la desvanecida meta.
EUFORIÓN [sacudiéndose las últimas llamas].
Aquí, un cúmulo de rocas
en medio de la maleza;
¿para qué quiero esta estrechez
siendo tan joven y airoso?
Sí, oigo soplar a los vientos,
las olas braman allá lejos,
oigo a ambos desde la distancia,
pero querría estar cerca de ellos.
[Salta cada vez más arriba desde lo alto de las rocas.]
HELENA, FAUSTO Y CORO.
¿Quieres igualar a las gamuzas?
Tu caída nos asusta.
EUFORIÓN.
Quiero subir cada vez más alto,
cada vez más lejos quiero mirar.
¡Ahora ya sé dónde estoy!
En pleno medio de la isla,
en medio del país de Pélope,[678]
que comparte tierra y mar.
CORO.
¿No morarás tranquilo
en bosques y montañas?
Buscaremos contigo
uvas de parras,
vides de las laderas,
higos, de oro manzanas.
¡Ah, en la tierra serena
sereno para!
EUFORIÓN.
¿Soñáis con el día de la paz?
Que sueñe quien soñar quiera.
¡Guerra! Ése es el lema.[679]
¡Victoria, el grito que resuena!
CORO.
Quien en la paz
de nuevo guerra manda,
lejos está
de dichosa esperanza.
EUFORIÓN.
A quienes esta tierra engendró
siempre de peligro en peligro,
libres, con valor sin límite,
pródigos de su propia sangre:
¡que ese sagrado sentimiento
imposible de apagar
a todos esos luchadores
victoria les traiga!
CORO.
¡Mirad qué alto ha subido!
Mas no se le ve pequeño:
parece en arnés ceñido,
fulge cual bronce y acero.
EUFORIÓN.
Nada de vallas ni de muros,
cada cual confiando sólo en sí mismo;
es fuerte castillo y resistente
el broncíneo pecho del hombre.
Si queréis vivir no conquistados
armaos ligeros y corred al campo;
las mujeres se tornan amazonas
y cada niño se vuelve un héroe.
CORO.
¡Poesía sagrada
que hasta el cielo se alza!
Brille el más bello astro
mientras se va alejando.
Mas siempre nos alcanza,
aún se oyen sus palabras:
gusta escucharla.
EUFORIÓN.
No, no he aparecido como un niño,
armado se presenta el jovencito;
se suma a los fuertes, libres, audaces,
y ya ha actuado en espíritu.
¡Adelante!
Sólo allá
se abre la vía que conduce a la gloria.
HELENA Y FAUSTO.
Apenas llamado a la vida,
al claro día apenas entregado,
ya ansias desde vertiginosa altura
lanzarte a un lugar de dolor lleno.
¿Es que nosotros para ti
no significamos nada?
¿Fue la dulce unión un sueño?
EUFORIÓN.
¿Es que no oís tronar sobre el mar?
Oyese allí retumbar de valle en valle
entre polvo y olas hueste contra hueste,
ímpetu tras ímpetu hacia el dolor y el tormento.
Y es la muerte
el mandato:
eso bien se entiende.
HELENA, FAUSTO Y CORO.
¡Oh espanto y pesadilla!
¿Es la muerte tu consigna?
EUFORIÓN.
¿Es que voy a mirarlo desde lejos?
¡No! Compartiré penalidades y cuitas.
LOS ANTERIORES.
¡Arrogancia y peligro!
¡Mortal destino!
EUFORIÓN.
¡Eso es! ¡Y un par de alas
se despliegan!
¡Allá voy! ¡Debo hacerlo! ¡Debo!
¡Concededme este vuelo!
[Se lanza a los aires; sus ropas le sostienen durante un instante, su cabeza se torna radiante y deja tras de sí una estela de luz.]
CORO.
¡Ícaro! ¡Ícaro![680]
¡Dolor amargo!
[Un hermoso adolescente cae a los pies de sus padres y se cree reconocer en el muerto a una figura conocida; mas lo corporal desaparece en seguida, la aureola se alza como un cometa hacia el cielo y sólo quedan en el suelo lira, vestido y manto.]
HELENA Y FAUSTO. A la alegría pronto sucede
amarga pena.
LA VOZ DE EUFORIÓN [desde las profundidades].
En este reino de sombras,
madre, no me dejes solo.
[Pausa.]
CORO [canto fúnebre].[681]
Solo no estás do tú habitas,[682]
te creemos digno de estima;
si del día raudo te escondes,
ningún corazón te olvida.
No podemos lamentarnos
con envidia te cantamos;
que en claros o turbios días
tu arrojo y canción lucían.
¡Ay! Para dicha nacido
de gran fuerza, alto linaje,
a ti mismo te has perdido,
y tu vida en flor segaste.
Con vista aguda mirabas,
sabías penetrar las almas;
de ardor por mujer dotado
y un único y bello canto.
Mas imparable corriste
libre hacia la red tendida,
y con violencia rompiste
con ley y costumbre unidas.
Mas al fin la idea más alta
diole peso al puro arrojo,
quisiste alcanzar la fama
mas no obtuviste ese logro.
Y ¿quién puede? Es la pregunta
que el destino no desvela
cuando el día de peor fortuna
al pueblo la sangre anega.
Mas entonad nuevos cantos,
no estéis más tiempo abatidos;
siempre la tierra ha engendrado
a otros tantos como ha habido.[683]
[Pausa total. La música cesa.][684]
HELENA[685] [a Fausto].
Por desgracia un antiguo dicho se demuestra en mí:
que dicha y belleza no pueden durar mucho unidas.
Roto está el vínculo de la vida como el del amor;
llorando por ambos digo con dolor adiós
y me arrojo una vez más en tus brazos.
¡Perséfone,[686] acógenos a mí y al niño!
[Abraza a Fausto, su parte corporal desaparece y a éste sólo le quedan en los brazos el vestido y el velo.]
FÓRCIDA [a Fausto].
Agarra fuerte lo que te ha quedado de todo esto.
No sueltes el vestido. Ya andan por ahí tirando
de sus cabos los demonios y querrían
arrastrarlo a los infiernos. ¡Aguanta firme!
Si no está ya la diosa a quien perdiste,
esto al menos es divino. Haz uso de este alto
e inapreciable favor y álzate hacia las alturas:
presto te llevará, por encima de todo lo vulgar,
hacia el éter durante todo el tiempo que resistas.
Nos volveremos a ver lejos, muy lejos de aquí.
[Los vestidos de Helena se disuelven en nubes que rodean a Fausto y lo elevan por los aires llevándoselo de allí.]
FÓRCIDA [que coge del suelo el traje de Euforión, su lira y su manto, se adelanta hacia el proscenio y alzando esos despojos dice así:]
¡Al menos ha sido una suerte encontrarlo!
Claro que la llama ha desaparecido
pero no lo siento por el mundo.
Aún queda bastante para consagrar poetas,
y para suscitar la envidia de los gremios.
Y si no puedo yo prestar talentos,
prestaré el traje por lo menos.
[Se sienta en el suelo del proscenio junto a una columna.]
PANTALIS.
¡Deprisa, muchachas! Por fin estamos libres del hechizo,
de la cruel coacción sobre los sentidos de la vieja bruja tesalia,
así como del martilleo de una confusa multitud de tonos
que confunden nuestro oído y, peor aún, nuestro sentido interno.
¡Abajo, al Hades! Que ya se apresuró la reina
a descender con digno paso. Que a sus huellas
se una en seguida el paso de sus fieles sirvientas.
La encontraremos junto al trono de la Inescrutable.
CORO.
Claro que las reinas están bien en todas partes.
También en el Hades ocupan el puesto más alto,
reunidas altivas junto a sus iguales
y con Perséfone en íntima confianza.
Pero nosotras, allá en el trasfondo,
de las profundas praderas de asfodelos[687]
entre largas hileras de álamos
y reunidas junto a estériles sauces,
¿qué pasatiempo tendremos?
Piar como murciélagos,
espectral y lúgubre siseo.
PANTALIS.
Quien no ha sabido conquistarse un nombre ni quiere lo sublime
a los elementos pertenece; así que ¡marchad!
Ardo en deseos de estar con mi reina;
no sólo el mérito, sino la fidelidad preserva nuestra persona. [Sale.]
TODAS.
Hemos sido devueltas a la luz del día,
y por mucho que ya no seamos personas,
como bien lo sentimos y sabemos,
al Hades nunca regresaremos.
La eterna naturaleza viva
reivindica sobre nosotros, espíritus,
y nosotros sobre ella, pleno derecho.
UNA PARTE DEL CORO.
En medio de los mil temblorosos susurros y balanceos del ramaje[688]
jugueteando atraemos calladas desde las raíces los manantiales de vida
hacia las ramas; ora de hojas ora de flores desbordando,
adornamos el cabello que libre ondea para su airoso crecimiento.
Cae el fruto y en seguida se reúnen rebosando vital alegría el pueblo y los rebaños,
que para cogerlo y comer la golosina vienen a toda prisa en tropel apretado;
y como ante los primeros dioses todo se inclina en torno nuestro.
OTRA PARTE.
Nosotras al liso espejo que lejos reluce de estas paredes de rocas
nos abrazamos moviéndonos en ondulaciones suaves y acariciadoras.
Oímos y espiamos cada rumor, trinos de pájaro, las flautas del carrizo,
y por si fuera la voz imponente de Pan, en el acto se prepara la respuesta.
Si son murmuros a nuestra vez murmuramos, si truena se oyen rodar nuestros truenos
en un estremecedor redoble, tres veces, diez veces mayor, que contesta.
UNA TERCERA PARTE.
¡Hermanas! Nosotras, de espíritu más movido, con los arroyos a lo lejos corremos;
pues nos atraen aquellas lejanas hileras de colinas ricamente adornadas.
Cada vez más abajo, más profundo, riegan nuestras aguas como meandros serpeantes,
ora la pradera, luego los pastos y muy pronto el jardín que circunda la casa.
Allá dibujan las esbeltas copas de los cipreses por encima del paisaje
la silueta de la orilla y el espejo ondulado, alzándose hacia el éter.[689]
UNA CUARTA PARTE.
Marchaos ondulando adonde queráis; nosotras rodeamos, sin cesar de murmurar,
la colina por todas partes sembrada, donde junto a su estaca la viña verdea;
allí, a cualquier hora del día, nos deja ver la pasión del viñador
el dudoso éxito de sus amorosos cuidados.
Ora con el azadón, ora con la pala, ora cavando los alcorques, podando o atando,
reza a todos los dioses y, para lograr mayor beneficio, al dios del sol.
Baco, el afeminado, poco se cuida de lo que ocurre a su fiel servidor,
descansa bajo el emparrado, reposa en las cuevas y retoza con el más joven fauno.
Cuanto jamás necesitó para la semiembriaguez de sus delirios,
siempre está para él guardado en odres, jarrones y demás recipientes
a diestra y siniestra de las frescas grutas para la eternidad de los tiempos.
Mas cuando todos los dioses, pero sobre todo Helios,
aireando, humedeciendo, caldeando y quemando, el cuerno de abundancia de grano han colmado,
allí donde trabajaba el viñador cobra todo repentina vida
y se oye murmurar en cada parra, se susurra de estaca en estaca.
Crujen las cestas, rechinan las cubas, gimen los cuévanos,
todo se encamina al gran lagar para la vigorosa danza del pisador.
Así es como la sagrada plenitud de los granos inmaculados y jugosos
se pisa sin miramientos, y espumeando, salpicando, se mezcla todo y sin piedad se machaca.
Y ahora ya chirrían en los oídos los metálicos sones de los címbalos y los platillos
pues Dionisos se ha despojado de sus misterios.[690]
Él mismo aparece con los faunos de pies de cabra y volteando a las hembras faunas,
y en medio chilla con desatada estridencia la orejuda montura.[691] de Sileno[692]
¡Nada está a salvo! Las hendidas pezuñas pisotean toda decencia,
aturdidos dan vueltas todos los sentidos y el estrépito ensordece el oído.
Los borrachos a tientas buscan el cuenco, sobrecargadas están cabezas y barrigas,
alguno que otro aún anda con cuidado, pero más se acrecienta el tumulto,
pues para poder guardar el nuevo mosto, todos vacían aprisa el odre viejo.
[Cae el telón.
Fórcida se yergue gigantesca en el proscenio, aunque se descalza los coturnos y se despoja de máscara y velo, mostrándose de nuevo como Mefistófeles[693] para, si fuera menester, poder comentar la pieza en el epílogo.]