LA CASA DE LA VECINA
MARTA [sola]. ¡Que Dios perdone a mi buen marido,
pero no se ha portado bien conmigo!
Se va por ahí a correr el ancho mundo
y me deja a mí sola y tirada en la calle.
Y sin embargo jamás le di un disgusto
y Dios sabe que le amé de corazón. [Llora.]
¡A lo mejor ya está muerto! ¡Ay, qué dolor!
¡Si tuviera al menos su partida de defunción!
[Entra Margarita.]
MARGARITA. ¡Señora Marta!
MARTA. ¡Margarita, niña! ¿Qué pasa?
MARGARITA. ¡Casi no me sostienen las piernas!
He vuelto a encontrar otra nueva cajita,
dentro de mi armario, de madera de ébano.
Y llena de cosas preciosas y buenas,
y mucho más rica que la primera.
MARTA. No se lo vayas a decir a tu madre,
se la volvería a llevar al confesor.
MARGARITA. ¡Ay, mírela usted! ¡Sólo le pido que la mire!
MARTA [adornando a Margarita]. ¡Oh, dichosa criatura!
MARGARITA. Lo malo es que no puedo salir a la calle
ni dejarme ver con esto en la Iglesia.
MARTA. Pues pásate a mi casa a menudo,
te pones las joyas aquí en secreto
y te paseas una horita por delante del espejo;
eso nos procurará mucho contento.
Y luego ya habrá alguna ocasión, alguna fiesta,
donde se pueda ir poco a poco dejando ver algo,
primero un collar, luego una perla en la oreja,
tu madre ni lo verá, y además ya inventaremos algo.
MARGARITA. Pero ¿quién ha podido traer aquí las dos cajitas?
¡No parece muy honrada la cosa.
[Llaman a la puerta.]
¡Ay, Dios! ¿Será mi madre?
MARTA [mirando por el visillo].
Es un señor desconocido. ¡Pase!
[Entra Mefistófeles.]
MEFISTÓFELES. Tengo que pedir excusas a las señoras
por tomarme la libertad de entrar directamente.
[Retrocede lleno de respeto ante Margarita.]
Pregunto por la señora Marta Schwerdtlein.
MARTA. Soy yo, ¿qué me quiere decir el señor?
MEFISTÓFELES [en voz baja a ella].
Ahora ya la conozco, con eso me basta.
La señora tiene ahora una visita distinguida.
Perdone la libertad que me he tomado,
volveré otra vez por la tarde.
MARTA [en voz alta]. ¡Fíjate, niña, imagínate,
este señor te ha tomado por una damita!
MARGARITA. No soy más que una pobre chica,
¡ay, Dios, el señor es demasiado bueno!,
las joyas y los adornos no son míos.
MEFISTÓFELES. ¡Ah, no se trata sólo de las joyas!
¡Es que tiene un aspecto, una mirada tan penetrante!
Cuánto me alegro de poder quedarme.
MARTA. ¿Qué le trae pues? Estoy deseando…
MEFISTÓFELES. ¡Ah, ojalá trajese nuevas más alegres!
Espero que no me guardará rencor por esto:
su marido ha muerto y le manda recuerdos.
MARTA. ¿Ha muerto? ¡El bueno de él! ¡Ay, qué dolor!
¡Mi marido ha muerto! ¡Ay, creo que me desmayo!
MARGARITA. ¡Ay, por Dios, no desesperéis, señora mía!
MEFISTÓFELES. ¡Y escuchad la triste historia!
MARGARITA. Por eso no querría yo amar nunca,
una pérdida así de pena me mataría.
MEFISTÓFELES. La dicha trae pena y la pena traerá dicha.
MARTA. ¡Contadme cómo acabó su vida!
MEFISTÓFELES. Está en Padua enterrado
al lado de San Antonio,
en un lugar muy bendito
para su fresco y eterno reposo.
MARTA. ¿Y nada más tenéis que traerme?
MEFISTÓFELES. Sí, un ruego, grande e importante:
¡Que le encarguéis trescientas misas cantadas!
Por lo demás, traigo los bolsillos vacíos.
MARTA. ¡Cómo! ¿Ni una medalla? ¿Ni una joya?
¿Lo que cualquier aprendiz en el fondo de su bolsa ahorra,
y se guarda como recuerdo,
aun a costa de pasar hambre y de mendigar?
MEFISTÓFELES. Madame, lo siento de veras.
Pero os aseguro que no derrochó su dinero,
que estaba muy arrepentido de sus faltas,
y se lamentaba aún más de su infortunio.
MARGARITA. ¡Ay! ¡Qué desdichados son los hombres!
No dejaré de rezar por él algún réquiem.
MEFISTÓFELES. Mereceríais entrar pronto en el estado del matrimonio:
¡sois una muchacha muy amable!
MARGARITA. ¡Uy, no! ¡Eso no es posible por ahora!
MEFISTÓFELES. Pues si no un marido, por ahora al menos un galán.
Es uno de los mayores regalos del cielo
tener en los brazos a una cosita tan dulce.
MARGARITA. Ésa no es la costumbre en esta tierra.
MEFISTÓFELES. ¡Costumbre o no, la cosa se hace!
MARTA. ¡Seguid contándome!
MEFISTÓFELES. Estuve en su lecho de muerte.
No era mucho mejor que de estiércol
y paja semipodrida; pero él murió como cristiano,
y vio que era mucho lo que todavía adeudaba en su cuenta.
«¡Ay!», gritó, «¡cómo tengo que odiarme de raíz
por abandonar de este modo oficio y esposa!
¡Ay, el recuerdo me mata!
Si al menos ella me perdonara aún en esta vida!».
MARTA [llorando].
¡El bueno de él! Hace tiempo que le he perdonado.
MEFISTÓFELES.
«Aunque, Dios lo sabe, ella fue aún más culpable que yo».
MARTA. ¡Eso es mentira! ¿Cómo se puede mentir con el pie en la tumba?
MEFISTÓFELES. Yo creo que al final deliraba,
si es que entiendo algo de eso.
«Nunca pude», decía, «quedarme pasmado perdiendo el tiempo;
primero los hijos y luego buscar pan para ellos,
y pan en el más amplio sentido,
mientras yo nunca pude en paz comer mi parte».
MARTA. ¿Así que olvidó mi lealtad y mi amor
y mi constante trajinar día y noche?
MEFISTÓFELES.
No por cierto, él pensaba en vos tiernamente.
Decía: «Cuando me marché de Malta
recé con fervor por mi mujer y mis hijos
y el cielo se mostró favorable;
nuestro barco capturó una nave turca
que llevaba un tesoro del gran Sultán.
La valentía recibió allí su premio,
y yo también obtuve, como era debido,
mi buena parte bien medida».
MARTA. ¿Eh? ¿Cómo? ¿Lo habrá enterrado?
MEFISTÓFELES. ¡Quién sabe adonde se lo habrá llevado el viento!
Una bella damisela se interesó por él
cuando paseaba forastero por Nápoles;
y tanto amor y tanta fidelidad le dio,
que la recordó hasta que se fue a la tumba.[150]
MARTA. ¡Ah, bandido! ¡Ladrón de sus hijos!
Así que ni toda esa miseria, ni esa necesidad,
consiguieron impedir esa vida vergonzosa!
MEFISTÓFELES. ¡Ya veis! Y por eso ha muerto.
Pero si yo estuviera en vuestro puesto
le guardaría luto durante el año de rigor
y le iría echando el ojo a un nuevo tesoro.
MARTA. ¡Ay, Dios! Uno como el primero
no encontraré fácilmente en esta tierra.
Dudo que hubiera un loco con más encanto.
Sólo que amaba en exceso correr mundo,
las mujeres ajenas y el vino extranjero,
y ese maldito juego de los dados.[151]
MEFISTÓFELES. Bueno, bueno, eso bien podía ser así y así dejarse,
si por su parte él también a Vos
por tales cosas hacía la vista gorda.
¡Os juro que bajo esas condiciones
yo mismo con Vos cambiaría el anillo!
MARTA. Veo que al señor le gusta bromear.
MEFISTÓFELES [aparte].
¡Yo ahora mismo, cojo y me largo!
Ésa le tomaría la palabra al mismo diablo.
[A Margarita.] ¿Y qué hay de vuestro corazón?
MARGARITA. ¿Qué quiere decir el señor con eso?
MEFISTÓFELES [aparte]. ¡Qué niña buena e inocente!
[En alto.] ¡Adiós, señoras!
MARGARITA.¡Adiós!
MARTA. ¡Oh, esperad, sólo una palabra!
Me gustaría tener un certificado
de dónde, cómo y cuándo murió mi tesoro y está enterrado.
Siempre he sido muy amiga del orden
y querría ver su esquela en el semanario.
MEFISTÓFELES.
Bien, señora mía. Con dos testigos que den fe por su boca,
se da prueba de verdad en todas partes;
tengo yo un distinguido compañero
al que, por Vos, llevaré ante el juez.
Os lo traeré aquí.
MARTA. ¡Oh, sí, hacedlo!
MEFISTÓFELES. ¿Y estará también aquí esta jovencita?
¡Es un buen chico! Ha viajado mucho
y sabe ser cortés con las señoritas.
MARGARITA. Me sonrojaría ante ese caballero.
MEFISTÓFELES. Eso ante ningún rey de la tierra.
MARTA. Detrás de casa, en el jardín trasero
esperaremos esta tarde al caballero.