EN LA FUENTE
[Margarita y Lisa con cántaros.]
LISA. ¿No has sabido nada de Bárbara?
MARGARITA. Ni palabra. Es que salgo muy poco.
LISA. Pues es seguro, me lo ha dicho hoy Sibila,
que finalmente también ella se dejó seducir.
¡Ahí tienes sus aires de grandeza!
MARGARITA. ¿Por qué lo dices?
LISA. ¡Si ya apesta!
Ahora ésa, cuando come y bebe, alimenta a dos.
MARGARITA. ¡Ay!
LISA. Por fin se ha llevado su merecido.
¡Tanto tiempo colgada de aquel tipo!
Siempre de paseo,
para ir al baile o al pueblo
siempre tenía que ser la primera;
él siempre cortejándola con pastelillos y vino;
y ella, ya tan creída con su belleza,
carente de todo honor y sin vergüenza
que aceptaba los regalos que él le bacía;
todo eran besuqueos y caricias,
y al fin también se quedó sin su flor.
MARGARITA. ¡Pobrecilla!
LISA.¡Encima le tienes lástima!
Mientras nosotras estábamos hilando
y al caer la noche la madre no nos dejaba bajar,
ella estaba tan ricamente con su amante
y en el banco de la puerta y en el corredor oscuro
no había hora demasiado larga para ellos.
Pues, ahora, ¡que se esconda y que se humille,
que con sayal de pecadora haga la penitencia de la Iglesia![163]
MARGARITA. Seguro que él ahora se casa con ella.
LISA. ¡Bien tonto sería! Un joven tan listo
encuentra pronto espacio en otro sitio.
Además, se ha marchado.
MARGARITA. Eso está muy feo.
LISA. Y es que si consigue atraparlo, lo habrá de pasar mal.
Los niños le arrancarán su corona de novia
y nosotras esparciremos paja picada ante su puerta. [Sale.]
MARGARITA [de camino a su casa].
¿Cómo pude otras veces criticar con tanta soberbia
cuando una pobre muchacha caía en falta?
¡Cómo pude para los pecados ajenos
llenarme la boca con tantas palabras!
¡Qué negro lo veía! ¡Y por más negro que lo ponía
aún lo bastante negro no me parecía!
Y me santiguaba y me escandalizaba
y ahora yo misma he cometido ese pecado.
Mas… todo lo que a ello me empujó
¡Oh Dios! ¡Era tan dulce, ay, era tan bueno!