DÍA NUBLADO. CAMPO[243]
[Fausto. Mefistófeles.]
FAUSTO. ¡En la miseria! ¡En la desesperación! ¡Primero vagando penosamente y sin rumbo durante largo tiempo por esta tierra y ahora prisionera! ¡La dulce y desdichada criatura! ¡Encerrada como una criminal en una mazmorra para sufrir horribles tormentos! ¡Hasta ahí ha llegado la cosa! ¡Hasta ese extremo! ¡Y tú me has ocultado todo esto, espíritu traidor e indigno! ¡No te muevas, no, sigue ahí tan tranquilo! ¡Haz girar tus diabólicos ojos con rabia dentro de tu cabeza! ¡Sigue ahí provocándome con tu insoportable presencia! ¡Encarcelada! ¡Sumida en la desgracia más irreparable! ¡Entregada a los espíritus malos y a esa humanidad sin sentimientos que la juzga! ¡Y mientras tanto, tú me arrullabas con insulsas distracciones, me escondías su creciente aprieto y la dejabas correr hacia su destrucción sin ayuda alguna!
MEFISTÓFELES. No es la primera a la que le pasa.
FAUSTO. ¡Perro! ¡Monstruo abominable! ¡Oh, tú, espíritu[244] infinito, transfórmalo! ¡Transforma de nuevo a este gusano y dale su apariencia de perro, con la que le gustaba a menudo aparecer por las noches ante mis ojos trotando y metiéndose entre los pies del inofensivo viajero para colgarse de sus hombros cuando se caía al suelo! ¡Devuélvele su forma predilecta, para que se arrastre sobre su barriga ante mí en el polvo y yo pueda pisotear a ese maldito! ¡Que no es la primera, dice! ¡Horror! ¡Cuánto horror! ¡Ningún alma humana puede llegar a comprender que más de una criatura haya tenido que hundirse en los abismos de esta desdicha! ¡Que no fuera ya bastante la primera, cuando se retorcía en medio de las angustias de su agonía, para redimir la falta de todas las demás ante los ojos de Aquel que todo lo perdona! ¡A mí el dolor de esa única criatura me atraviesa hasta la médula, me penetra hasta lo más hondo de mi vida… y, mientras, tú te quedas ahí tan tranquilo, burlándote con tu sonrisita del destino de tantas miles!
MEFISTÓFELES. Ya hemos llegado otra vez hasta el límite de nuestro ingenio, al punto en el que vosotros los humanos perdéis el juicio. ¿Para qué te asocias con nosotros, si no puedes seguirnos hasta el final? ¿Quieres volar y no estás seguro de resistir el vértigo? ¿Te buscamos nosotros a ti, o tu a nosotros?
FAUSTO. ¡No hagas rechinar tus ávidos dientes tan cerca de mí! ¡Siento repugnancia! ¡Espíritu sublime y grande que te dignaste aparecer ante mí! Tú que conoces mi corazón y mi alma, ¿por qué me encadenaste a este compañero carente de toda vergüenza que se complace en el daño y goza con la destrucción?
MEFISTÓFELES. ¿Has acabado?
FAUSTO. ¡Sálvala! ¡De lo contrario, ay de ti! ¡Que la más horrenda maldición caiga sobre ti por los siglos de los siglos!
MEFISTÓFELES. No puedo desatar las ligaduras
puestas por el vengador ni descorrer los cerrojos. ¡Sálvala, dice!
¿Pero quién la arrastró a su perdición? ¿Fui yo o fuiste tú?
[Fausto mira furioso a su alrededor.]
¿Es que vas a echar mano del trueno? ¡Suerte que no os fue dado a
vosotros, miserables mortales! Aplastar al inocente que replica es
la manera típica de los tiranos de salir de un apuro.
FAUSTO. ¡Llévame a su lado! ¡Hay que liberarla!
MEFISTÓFELES. ¿Y el peligro al que te expones? No te olvides de que en la ciudad todavía hay una deuda de sangre derramada por tu mano. Sobre el lugar en que cayó la víctima se ciernen espíritus vengadores que acechan el regreso del asesino.
FAUSTO. ¿Encima tengo que aguantarte esto? ¡Que el crimen y la muerte de todo un mundo recaigan sobre ti, monstruo! ¡Condúceme allí, te he dicho, y libérala!
MEFISTÓFELES. Te llevaré, pero escucha bien lo que puedo hacer. ¿Es que crees que tengo todo el poder del cielo y la tierra? Nublaré los sentidos del carcelero, le cogerás las llaves y la sacarás de allí con vigorosa mano de hombre. Yo vigilaré, los caballos mágicos estarán preparados y os haré desaparecer. Eso es lo que yo puedo hacer.
FAUSTO. ¡En marcha, aprisa!