ESTUDIO DE FAUSTO[84]
[Fausto. Mefistófeles.]
FAUSTO. ¿Llaman? ¡Adelante! ¿Quién quiere de nuevo molestarme?
MEFISTÓFELES. Soy yo.
FAUSTO. ¡Adelante!
MEFISTÓFELES. Tienes que decirlo tres veces.[85]
FAUSTO. ¡Pues, adelante!
MEFISTÓFELES. Así es como me gustas.
Confío en que nos entenderemos,
pues para espantar tus quimeras
estoy aquí hecho un noble caballero
con traje rojo recamado de oro,[86]
manto corto de rígida seda,
con pluma de gallo sobre el sombrero
y un largo y acerado acero,
y en resumidas cuentas, yo te aconsejo
que te pongas lo mismo sin perder más tiempo
a fin de que libre y sin ninguna traba
sepas de una vez lo que es la vida.
FAUSTO. Sea cual sea mi vestido, sentiré igual las penas
de esta estrecha vida terrena.
Demasiado viejo para andar sólo con juegos
demasiado joven para no tener deseos,
¿qué podría concederme el mundo?
¡Tienes que renunciar! ¡Renunciar debes!
Ése es el eterno canto
que en todo oído resuena,
y que a lo largo de nuestra vida toda
ronco nos canta hora tras hora…
Al despertar por la mañana siento espanto
y desearía llorar amargas lágrimas
al ver el día, que a lo largo de su curso
no me colmará un deseo, ni uno solo,
pues hasta el presagio de los placeres
amengua con sus críticas egoístas
y la creación de mi agitado pecho
impide con mil fachendas de la vida.
Y cuando cae la noche, tengo que
tenderme con miedo en la yacija;
tampoco allí se me da reposo alguno
me espantarán terribles sueños.
El dios que habita en mi pecho,
puede mover mi interior hondamente
pues reina sobre todas mis fuerzas,
mas nada puede cambiar hacia fuera;
y, por eso, para mí existir es una carga:
la muerte anhelo, la vida detesto.
MEFISTÓFELES.
Y, sin embargo, la muerte no es nunca una invitada bienvenida.
FAUSTO. ¡Oh, dichoso, a quien en pleno resplandor de la victoria
los laureles sangrantes ella ciñe a sus sienes,
a quien tras frenética y rápida danza,
sorprende ella en los brazos de una muchacha!
¡Ay, si ante el poder del espíritu sublime[87]
extasiado y exánime hubiese yo caído!
MEFISTÓFELES. Y, sin embargo, hubo alguien que un oscuro licor,
cierta noche no quiso apurar.
FAUSTO. Parece que andar espiando es tu afición.
MEFISTÓFELES. No soy omnisapiente, pero sí sé muchas cosas.
FAUSTO. Aunque de la espantosa confusión
un sonido dulce y familiar me arrancó
y al resto de los sentimientos infantiles
con el eco de tiempos alegres engaño,
yo maldigo todo cuanto el alma
aprisiona con hechizos e ilusiones,
y que a este foso de dolor y de pena
con sus engaños y lisonjas condena.
Maldigo sobre todo la alta opinión
con que se encarcela el espíritu a sí mismo.
Maldigo la ceguera de la apariencia
que acosa a nuestros sentidos.
Maldigo lo que en nuestros sueños nos engaña
con ilusiones de renombre y de fama.
Maldigo lo que nos halaga como a dueños
de mujer e hijo, de siervo y de arado.
Maldito sea Mammón[88] cuando con tesoros
nos empuja a realizar actos audaces,
y cuando para el deleite ocioso
nos coloca almohadones suaves.
¡Maldito sea el balsámico zumo de la uva!
¡Maldito el favor sublime del amor!
¡Maldita la esperanza! ¡Maldita la fe,
y maldita sobre todo la paciencia!
CORO DE ESPÍRITUS [invisible].
¡Ay! ¡Ay!
Lo has destruido,
al mundo hermoso
con puño poderoso.
¡Ya cae, se precipita!
¡Un semidiós lo ha derruido!
Arrastramos
a la Nada las ruinas
y lloramos
las bellezas perdidas.
¡Oh, tú, muy poderoso
hijo de la tierra,
aún más esplendoroso
constrúyelo de nuevo!
¡Levántalo en tu pecho!
¡Un nuevo curso vital
comience de seguido
con sereno sentido,
y que con nuevas canciones
se entonen celebraciones![89]
MEFISTÓFELES. Éstos son los pequeños
de entre los míos.
Escucha cómo al placer y la actividad
aconsejan con su vieja sabiduría.
Hacia el ancho mundo,
fuera de la soledad,
donde los sentidos y las savias se bloquean,
quieren ellos atraerte.
Deja ya de jugar con esa pena
que, como un buitre, te está comiendo la vida;
aun la peor de las compañías te permitirá sentir
que eres un hombre entre los hombres.
Mas no creas que pretendo
arrojarte en medio de la chusma.
Aunque no soy ninguno de los grandes,
si te place en mi compañía
emprender la marcha por la vida
yo gustosamente me acomodo
a ser tuyo desde este instante.
Seré tu compañero,
y si bien te parece,
seré tu servidor, ¡soy tu esclavo!
FAUSTO. ¿Y qué tendré que darte a cambio?
MEFISTÓFELES. Para eso, aún es largo el plazo.
FAUSTO. ¡No! ¡No! El diablo es un egoísta
y no suele hacer nunca por amor de Dios
lo que puede serle de algún provecho a otro.
Dime claramente cuál es tu condición;
es peligroso meter un siervo así en casa.
MEFISTÓFELES.
Lo que quiero es comprometerme aquí a tu servicio,
no darme tregua ni tomar reposo a tu señal;
Y cuando después allá nos volvamos a ver
que otro tanto conmigo tu tengas que hacer.
FAUSTO. El más allá poco puede inquietarme;
si empiezas por convertir este mundo en escombros,
poco importa que después surja ese otro.
Es de esta tierra de donde manan mis dichas,
y es este sol el que alumbra mis penas;
si llego algún día a separarme de ellos,
después suceda lo que quiera y pueda.
No quiero oír nada más sobre ese tema,
sobre si después se ama y se detesta
y sobre si también en esas esferas
un arriba y un abajo nos espera.
MEFISTÓFELES. Según eso, creo que puedes arriesgarte.
Comprométete; en los días venideros
podrás gozar contemplando mis artes.
Te daré lo que aún no ha visto ningún ojo humano.
FAUSTO. ¿Y qué puedes darme tú, pobre diablo[90]?
¿Acaso alguna vez el espíritu de un hombre, en sus elevadas ansias,
fue jamás comprendido por alguno de los tuyos?
No. Que lo que tú tienes es un alimento que no sacia,
rojo oro que sin descanso,
como si mercurio fuera, se te escurre entre las manos.
Un juego en el que nunca se gana,
una muchacha que yaciendo sobre mi pecho
ya le echa miradas cómplices al vecino,
¿o tal vez el hermoso deleite divino de la honra
que desaparece con la fugacidad del meteoro?
¡Muéstrame el fruto que se pudre aun antes de arrancarlo,
muéstrame árboles que a diario reverdezcan!
MEFISTÓFELES. Semejante encargo no me asusta.
Todos esos tesoros te los puedo servir.
Mas, mi buen amigo, también va llegando la hora
en que podemos regalarnos en paz con algo bueno.
FAUSTO. Si alguna vez, apaciguado, sobre un lecho de ocio me tiendo,[91]
¡ya no me importa lo que ocurra conmigo!
Si alguna vez llegas a halagarme al punto
de que pueda gustarme a mí mismo,
si consigues jamás engañarme con deleites:
¡sea llegado al fin mi último día!
¡Esto es lo que te apuesto!
MEFISTÓFELES. ¡Chócala!
FAUSTO. ¡Y palma contra palma!
Si alguna vez yo le digo al instante:
¡detente, eres tan bello!,
podrás atarme al punto con cadenas
y de buen grado aceptaré acabar.
Podrán tocar a muerto las campanas,
y de mi servicio te podrás librar,
podrá pararse el reloj, caer sus agujas.[92]
¡Pues para mí el tiempo habrá quedado atrás!
MEFISTÓFELES. ¡Medítalo bien, mira que no pienso olvidarlo!
FAUSTO. Estás en tu pleno derecho.
No fue loca desmesura por mi parte.
De seguir como hasta ahora, soy ya un esclavo,
si lo soy tuyo o de otro, al fin ¿qué me importa?
MEFISTÓFELES. Hoy mismo en el banquete de los doctores[93]
cumpliré ya mis deberes de siervo.
¡Pero falta una cosa! Por tratarse de asunto de vida o muerte,
te ruego que un par de líneas me entregues.
FAUSTO. ¿Y encima quieres algo escrito, especie de pedante?
¿Es que nunca has conocido a un hombre ni palabra de hombre?
¿No basta que la palabra dicha
eternamente de mis días disponga?
¿No siguen su carrera todos los torrentes del mundo?
¿Y a mí ha de frenarme una promesa?
Mas llevamos bien arraigada esta locura,
¿cómo podremos librarnos de ella?
Dichoso el que alberga pura lealtad en el pecho.
¡Nunca se arrepentirá de ningún sacrificio!
Pero un pergamino escrito y lacrado
es como un fantasma que a todos espanta.
Aunque la palabra en la propia pluma se muera,
el poder lo tienen la piel y la cera.[94]
¿Qué quieres de mí, espíritu maligno?
¿Bronce, mármol, pergamino, papel?
¿Con qué debo escribir, con buril, pluma, cincel?
Te dejo que elijas lo que más te guste.
MEFISTÓFELES. ¿Cómo puedes exagerar tu elocuencia
hasta tal punto y con tanto ardor?
¡Si me vale un papelucho cualquiera!
Me lo firmas con una gotita de sangre.
FAUSTO. Si eso ha de darte plena satisfacción
seguiremos adelante con la bufonada.
MEFISTÓFELES. La sangre es un licor muy especial.
FAUSTO. ¡No tengas miedo de que rompa este pacto!
La aspiración de toda mi energía
es justamente lo que he prometido.
Me envanecí, quise subir a demasiada altura,
ahora paso a formar parte de los de tu rango.
El gran Espíritu[95] me ha despreciado
la naturaleza se cierra ante mí,
el hilo del pensar se ha partido,
hace tiempo que cualquier saber me repugna;[96]
deja pues que en el abismo de la sensualidad
apaguemos las ardientes pasiones.
Que en impenetrables velos mágicos envuelto
todo prodigio quede en el acto dispuesto.
Lancémonos a la embriaguez del tiempo
y al rodar del suceso.
Y que allí dolor y deleite
éxito y adversidad
alternen como quieran entre ellos;
pues el hombre sólo se afirma sin descanso.
MEFISTÓFELES. No se os pone medida alguna ni meta.
Si os place ir picando por todas partes
y atrapar algo al vuelo,
por mí, que os aproveche todo eso que os deleita.
¡Mas agarraos a mí y no seáis necio!
FAUSTO. Ya lo estás oyendo: no estoy hablando de alegrías.
Me abandono al vértigo, al más doloroso placer,
al odio en el amor, al disgusto que estimula.
Mi pecho, que está curado del ansia del saber,
no se cerrará en lo sucesivo a sufrimiento alguno,
y lo que le ha sido asignado a la humanidad entera
quiero gustarlo yo en lo más íntimo de mi ser:
quiero asir con mi espíritu lo más alto y lo más bajo,
cuanto tiene de bueno y de malo almacenarlo en mi pecho
y de este modo que mi propio yo a su yo se extienda
y acabar hundiéndome yo también como ella misma.
MEFISTÓFELES.
Oh, créeme a mí, que llevo unos cuantos miles de años
masticando este duro manjar:
que desde la cuna hasta el ataúd
no hay hombre que digiera la vieja levadura.
Puedes creer a uno como yo: todo esto
sólo para un dios está hecho.
Él se encuentra en un eterno resplandor,
a nosotros nos ha relegado a las tinieblas
y a vosotros nada os vale sino el día y la noche.
FAUSTO. Pues yo lo quiero.
MEFISTÓFELES. ¡Sea en buena hora!
Sólo de una cosa tengo miedo.
El tiempo es corto y el arte largo.
Me parecería que debierais hacer que os instruyan.
Asociaos con un poeta;[97]
dejad al buen señor que divague en sus pensamientos
mientras cuantas cualidades nobles existen
amontona sobre vuestra respetable testa:
el valor del león,
la celeridad del ciervo,
la sangre fogosa del italiano,
la constancia del Norte.
Dejad que él resuelva para vos el enigma
de cómo aliar magnanimidad y astucia,
y que a vos, con cálidos impulsos juveniles,
os haga enamorar de acuerdo con un plan.
Yo mismo querría conocer a un señor de este estilo y
lo llamaría el Señor Microcosmos.
FAUSTO. ¿Pues qué soy yo, entonces, si no es posible
alcanzar la corona de la humanidad,
a la que tienden y aspiran todos los sentidos?
MEFISTÓFELES. Al final tú eres… lo que eres.
Ponte pelucas con millones de rizos,
calza tus pies con tacones de una vara de alto[98]
y con todo seguirás siendo lo que eres.
FAUSTO. Ya lo veo; en vano todos los tesoros
del espíritu humano fui acaparando,
pues si al final me paro y me siento,
ninguna fuerza nueva brota en mi interior;
no me he alzado ni el grueso de un pelo
ni estoy más cerca del infinito.
MEFISTÓFELES. Mi buen señor, vos veis las cosas
justo… como se suelen ver las cosas,
pero vamos a proceder de un modo más hábil
antes de que se nos escape la alegría de vivir.
¡Qué demonios! Es verdad que las manos y los pies
y la cabeza y el c…[99] son tuyos;
mas esas otras cosas de las que disfruto tan fresco
¿son acaso por eso menos mías?
¿Si puedo pagarme seis corceles,
no son mías también sus fuerzas?
Corro veloz y soy un hombre tan cabal,
como si tuviera veinticuatro piernas.
¡Adelante pues! Déjate ya de cavilar
y lancémonos enseguida juntos al mundo.
Te lo digo: el tipo que se dedica a meditar
es como un animal metido en un seco erial
al que un mal genio hace dar vueltas en círculo
mientras le rodean verdes prados hermosos.
FAUSTO. ¿Y cómo empezaremos esto?
MEFISTÓFELES.
Nos iremos de inmediato. ¿Qué lugar de martirio es éste?
¿Qué significa esta clase de vida:
aburrirse uno mismo y aburrir a los chicos?
¡Déjale todo esto a tu vecino Don Barrigón[100]!
¿Para qué atormentarte trillando la paja
si lo mejor que puedes llegar a saber
ni siquiera puedes decírselo a los chicos?
Por cierto, estoy oyendo a uno ahí en el pasillo.
FAUSTO. Ahora no puedo atenderle.
MEFISTÓFELES. El pobre lleva mucho tiempo esperando,
no debe marcharse sin consuelo.
Anda, dame tu toga y tu birrete
que este disfraz me irá de perilla.
[Se cambia de ropa.]
Y ahora ¡déjalo en manos de mi ingenio!
Sólo necesito un escaso cuarto de hora;
mientras tanto, prepárate para el bonito viaje.
[Sale Fausto.]
MEFISTÓFELES [con el traje largo de Fausto].
Si desprecias la razón y la ciencia,
que son la fuerza suprema del hombre,
y sólo en las artes mágicas e ilusorias
por el espíritu de la mentira te dejas reforzar,
ya eres mío de modo incondicional.
El destino le concedió un espíritu
que, indómito, siempre hacia adelante le empuja
y cuyo apresurado esfuerzo
salta por encima de las dichas terrenas.
Mas yo le arrastraré a través de la vida salvaje
y a través de la más plana trivialidad;
se me revolverá, se paralizará, se quedará prendido,
y habrá de ver su insaciabilidad
manjar y bebida ante sus ávidos labios flotan en suspenso;
en vano suplicará el refrigerio,
y aunque no se hubiera entregado al diablo,
de todos modos ¡había de acabar cayendo!
[Entra un estudiante.]
ESTUDIANTE. Estoy aquí desde hace poco tiempo[101]
y vengo lleno de devoción
a hablar y a conocer a un hombre
a quien todos me nombran con respeto.
MEFISTÓFELES. Vuestra cortesía me llena de satisfacción.
Veis a un hombre como tantos otros.
¿Os habéis procurado ya informes en otro lugar?
ESTUDIANTE. ¡Os ruego que vos me aceptéis!
Vengo lleno de buena voluntad,
con algún dinero y sangre joven;
a mi madre le costó mucho dejarme marchar,
mas yo quiero aprender algo a derechas.
MEFISTÓFELES. En ese caso estáis en el lugar correcto.
ESTUDIANTE. Si he de ser sincero, ya querría volverme a marchar:
entre estos muros, en estas aulas,
no hay nada que me guste.
Es un espacio demasiado reducido,
no se ve nada verde, ni un árbol,
y en esas salas, en esos bancos,
pierdo el pensamiento, la vista y el oído.
MEFISTÓFELES. Es sólo cuestión de costumbre.
Tampoco el niño toma el pecho materno
de buen grado desde el primer día,
mas pronto se alimenta con deleite.
También vos en los pechos del saber
os deleitaréis más cada día.
ESTUDIANTE. Dichoso me colgaré de su cuello,
mas, decidme, ¿cómo puedo alcanzarlo?
MEFISTÓFELES. Antes de pasar más adelante, aclaradme:
¿que Facultad pensáis escoger?
ESTUDIANTE. Me gustaría llegar a estar muy bien instruido,
y querría abarcar todo cuanto en la tierra
y en el cielo se encuentra,
la naturaleza y la ciencia.
MEFISTÓFELES. En ese caso, os halláis en la buena senda,
mas no debéis dejar que os distraigan.
ESTUDIANTE. Estoy entregado en cuerpo y alma;
aunque sin duda me alegraría
un poco de libertad y algún pasatiempo
cuando lleguen las hermosas vacaciones del estío.
MEFISTÓFELES.
Aprovechad el tiempo, ¡pasa tan deprisa!
Aunque el orden a ganar tiempo os enseña.
Por eso, querido amigo, os aconsejo
empezar por un curso de Lógica.[102]
Ahí domarán a fondo vuestro espíritu
ciñéndolo en botas de tormento[103]
a fin de que después, con más prudencia,
la senda del pensamiento cauteloso siga,
y no, como es caso, yendo a diestro y siniestro
y de aquí para allá como un fuego fatuo.
Después os enseñarán durante algunos días
que lo que solíais hacer de un solo golpe,
como comer y beber con toda libertad,
al compás del un, dos, tres se debe realizar.
Y es que con la fábrica de pensamientos
pasa lo que con la obra maestra del tejedor
en donde un golpe del pie mueve mil cabos,
las lanzaderas se disparan hacia todos los lados,
los hilos discurren invisibles,
y un solo golpe trama mil uniones.
Entra luego el filósofo en el juego
y os demuestra que así ha de ser:
que lo primero es así, lo segundo asá
y por ende lo tercero y lo cuarto así será,
y que si ni primero ni segundo hubiera,
ni tercero ni cuarto tampoco tuviera.
Mucho elogian este arte todos los estudiantes
pero no por eso se han vuelto tejedores.
El que quiere conocer y describir algo vivo
se empeña primero en extirparle el espíritu;
de ese modo ya tiene en su mano las partes,
mas le falta, por desgracia, el vínculo espiritual.
Enchieresin naturae[104] lo llama la Química,
que de sí misma, sin saberlo, se burla.
ESTUDIANTE. No consigo entenderos del todo.
MEFISTÓFELES. La próxima vez ya irá mejor la cosa,
si aprendéis a deducir todo
y a clasificarlo como es debido.
ESTUDIANTE. Todo esto me pone tan aturdido
como si girase en mi cabeza la rueda de un molino.
MEFISTÓFELES. Después, y antes que nada,
deberíais aplicaros a la metafísica.[105]
Intentaréis captar el sentido profundo
de lo que en el cerebro humano no cabe;
para lo que cabe como para lo que no cabe
tenéis a vuestro servicio palabras magnificas.
Pero, por ahora, este primer medio año[106]
observad muy en serio el orden mejor.
Tenéis cinco horas de clase cada día;
¡estad dentro al toque de campana!
Mostraos bien preparado ya de antemano,
llevad los parágrafos bien aprendidos,
para que podáis comprobar luego mucho mejor
que no os dicen nada más que lo que esta en el libro;
no obstante lo cual a escribir aplicaos,
como si os dictara el Santísimo Espíritu.
ESTUDIANTE. ¡No hará falta que me lo digáis dos veces!
Ya me doy cuenta de lo provechoso que es;
pues lo que uno tiene en negro sobre blanco
se lo puede llevar tan tranquilo a su casa.
MEFISTÓFELES. ¡Pero me tendréis que elegir una Facultad!
ESTUDIANTE. No me siento capaz de resignarme a estudiar derecho.
MEFISTÓFELES. No puedo tomártelo demasiado a mal,
pues sé cómo andan las cosas con esa ciencia.
Las leyes y derechos se heredan[107]
como una eterna enfermedad transmitida,
se arrastran de generación en generación
y avanzan sordamente de un lugar a otro.
La razón se torna sinrazón, el bien perjuicio;
¡ay de ti, vástago de tus antepasados!,
pues del derecho con nosotros nacido
por desgracia ni siquiera se habla.
ESTUDIANTE. Mi aversión aumenta al oíros.
¡Oh, dichoso aquel al que vos instruís!
Ahora casi tengo ganas de estudiar teología.
MEFISTÓFELES. No me gustaría induciros a error.
En lo que a esa ciencia respecta,
es muy difícil evitar el camino errado;
se esconde en ella mucho veneno
que apenas se distingue de su medicina.
Aquí también lo bueno es no escuchar más que a uno
y por las palabras del maestro jurar.
En resumen: ateneos a las palabras.
De este modo pasaréis por la puerta segura
que al templo de la certeza os conducirá.
ESTUDIANTE. Pero la palabra encerrará algún concepto.
MEFISTÓFELES.
¡Sin duda! Pero no hay que atormentarse demasiado con eso;
pues de hecho, cuando faltan conceptos
aparece siempre una palabra justo a tiempo.
Con palabras se puede disputar de maravilla,
con palabras se puede levantar un sistema,
en palabras se puede creer a pies juntillas
y de una palabra no se puede quitar ni una letra.
ESTUDIANTE. Perdonad, os interrumpo con tantas preguntas,
pero me temo os tengo que volver a importunar.
¿No podríais decirme también alguna
palabrita convincente de la medicina?
Tres años es un tiempo muy breve
y, ¡ay, cielos!, el campo es demasiado extenso.
Pero si al menos alguien te indica con el dedo
es más fácil saber cómo avanzar.
MEFISTÓFELES [aparte]. Ya estoy harto de este tono tan seco,
tengo que volver a mi papel de diablo.
[En voz alta.] El espíritu de la medicina es fácil de entender;
tenéis que estudiar a fondo el mundo grande y el pequeño,[108]
para al final dejar que la cosas vayan
como a Dios le plazca.
Es inútil que os afanéis de un lado a otro tras la ciencia:
cada uno sólo aprende lo que puede aprender;
mas el que sabe agarrar la ocasión
ése es el hombre acertado.
Estáis bastante bien de figura
y seguro no os ha de faltar la audacia
y si vos mismo sólo en vos confiáis
también los demás confiarán en vos.
Sobre todo aprended a conducir a las mujeres;
su eterno ¡ay! y ¡ah!
tiene mil facetas distintas,
mas se debe curar desde un único punto,
y si lo hacéis de modo medianamente decente
las tendréis a todas metidas en vuestro puño.
Primero tendrá que haber un título para que confíen
en que vuestro arte supera a muchas otras artes;
después, a modo de saludo, palpáis una por una sus siete cositas,
esas mismas en pos de las que otro tantos años anduvo;
tomadles con delicadeza su fino pulsito,
y enlazadlas con miradas ardientes y pícaras
bien asidas por sus finas caderas y sin reparos,
para comprobar si les aprieta mucho el corsé.
ESTUDIANTE.
Esto ya tiene mejor pinta. Por lo menos ve uno el cómo y el qué.
MEFISTÓFELES. Gris, caro amigo, es toda teoría,
y verde el árbol dorado de la vida.
ESTUDIANTE. Os juro que me siento como en sueños.
¿Podría importunaros alguna otra vez
a fin de escuchar el fondo de vuestra sabiduría?
MEFISTÓFELES. Haré con gusto lo que esté en mi mano.
ESTUDIANTE. No puedo marcharme de ningún modo
sin antes ofreceros mi álbum de recuerdos.[109]
¡Os suplico me escribáis en él algo!
MEFISTÓFELES. Muy bien.
[Escribe y se lo da.]
ESTUDIANTE [lee].
Eritis sicut Deus, scientes bonum et malum.[110]
[Cierra el álbum con veneración y se despide.]
MEFISTÓFELES.
¡Tú sigue lo que dice la antigua sentencia y mi tía, la serpiente,
y de seguro que algún día tu semejanza a Dios te habrá de pesar!
[Entra Fausto.]
FAUSTO. ¿Adonde vamos ahora?
MEFISTÓFELES. A donde tú quieras.
Veremos el pequeño y después el gran mundo.[111]
¡Con qué alegría, con qué provecho
te sacarás de gorra el curso!
FAUSTO. Sólo que con estas largas barbas
me falta el arte de vivir ligero.
No me saldrá bien el intento;
nunca supe acomodarme al mundo.
¡Me siento tan pequeño ante la gente!
Nunca dejaré de estar cohibido.
MEFISTÓFELES.
Mi querido amigo, todo se andará;
sabrás vivir en cuanto en ti confíes.
FAUSTO. Pero, ¿y cómo salimos de la casa?
¿Dónde tienes caballos, criado y coche?
MEFISTÓFELES. Bastará con extender la capa
y ella nos llevará por los aires.
Para emprender tan osado paso
no traerás un hato abultado.
Un poquito de aire ardiente que prepararé,[112]
nos alzará de la tierra en el acto.
Y si vamos ligeros, subiremos muy rápido;
¡Enhorabuena por este nuevo curso de tu vida!