BOSQUE Y CAVERNA[155]
FAUSTO [solo].
¡Espíritu sublime,[156] todo me has dado, todo
cuanto te pedí! No en vano volviste
hacia mí tu rostro en medio del fuego.
A la excelsa naturaleza me diste por reino,
junto con fuerza para sentirla y para gozarla. No
sólo una fría visita admirativa permites, también
me has concedido dentro de su profundo seno
como en el pecho de un amigo mirar.
Conduces a la hilera de las vivientes criaturas
ante mis ojos y a mis hermanos me enseñas
a conocer en la quieta maleza, el aire y el agua.
Y cuando la tormenta en el bosque ruge y brama
y los pinos gigantes, al desplomarse, ramas vecinas
y vecinos troncos arrastran al suelo con crujidos
y con su caída atruena sordamente la colina,
entonces me conduces a segura caverna, a mí
mismo me muestras, y ante mi propio pecho
ábrense entonces secretas y profundas maravillas.
Y ante mi mirada se alza la pura luna
derramando dulzura; flotan ante mí
saliendo de entre las peñas y la húmeda maleza
plateadas figuras del mundo pretérito
aliviando el duro placer de la contemplación.
¡Ay, que al hombre nada perfecto le es dado
siento yo ahora! Me diste para esta delicia
que a los dioses más y mas cerca me lleva
un compañero del que ya nunca podré
prescindir, aunque frío y sin vergüenza
me humilla ante mí mismo y a la nada
con sólo exhalar una palabra tus dones reduce.
Él atiza sin parar en mi pecho un fuego salvaje
que me impulsa hacia esa hermosa imagen.
Y así voy dando tumbos del deseo al goce
y durante el goce muero de ansia por el deseo.
[Entra Mefistófeles.]
MEFISTÓFELES.
¿No os parece que ya habéis llevado bastante esta vida?
¿Cómo puede a la larga gustaros?
Tal vez no esté mal probarla una vez,
pero después hay que empezar algo nuevo.
FAUSTO. Me gustaría que tuvieras algo más que hacer
que venir a amargarme cuando tengo un buen día.
MEFISTÓFELES. ¡Está bien! Te dejaré en paz de buena gana,
no tienes por qué ponerte tan serio.
Con un compañero como tú, hostil, raro y desabrido
la verdad es que no tiene uno mucho que perder.
¡Todo el día tiene uno ocupadas las manos!
Pero lo que a él le gusta o le que le disgusta
no hay manera de leérselo al señor en la cara.
FAUSTO. ¡Es justo lo que faltaba por oír!
Querrá que le dé las gracias por fastidiarme.
MEFISTÓFELES. ¿Y cómo, pobre hijo de la tierra,
habrías conducido tu vida sin mí?
Del caos de la imaginación
reconoce que te he curado para largo tiempo;
Y si no fuera por mí, hace ya mucho
que del globo terráqueo te habrías largado.
¿Qué haces en las cuevas y peñas
posado todo el día como un búho?
¿Por qué sorbes del musgo mohoso y las goteantes
rocas el alimento, como si fueras un sapo?
¡Vaya pasatiempo más dulce y bonito!
Todavía tienes al doctor metido dentro del cuerpo.
FAUSTO. ¿Puedes entender qué nueva fuerza vital
me procura el paseo en esta soledad?
Claro que si pudieras sospecharlo
serías tan diablo como para no permitirme esta dicha.
MEFISTÓFELES. ¡Sí, una diversión ultraterrena!
En la noche y el rocío tenderse en las montañas
y abarcar con deleite cielo y tierra
inflándose hasta creerse una divinidad.
Explorar la médula terrestre embargado de intuición,
los seis días de la creación sentir en el pecho,
gozar no sé qué cosa con orgullosa energía
y pronto con deleite amoroso fundirse en el todo
hasta no quedar rastro del hijo de la tierra.
Y después llevar esa excelsa intuición…
[con un ademan obsceno]
no puedo decir cómo… a su término.
FAUSTO. ¡Buaj! ¡Das asco!
MEFISTÓFELES. Así que esto no os gusta.
Tenéis derecho a decir decentemente ¡buaj!
No se debe nombrar ante oídos castos aquello
a lo que castos corazones no saben renunciar.
En dos palabras: os concedo el placer
de mentiros a Vos mismo de cuando en cuando;
mas no lo aguantaréis mucho tiempo.
De nuevo te encuentro agotado,
y si se prolonga mucho, consumido
por la locura, la angustia y el espanto.
¡Basta ya! Tu enamorada ya no sale,
y todo le parece turbio y estrecho.
No consigue sacarte de su mente;
te ama de modo extraordinario.
Primero tu pasión amorosa se desbordaba
como el arroyo se sale de madre por la nieve derretida:
se la vertiste en su corazón
y ahora tu arroyuelo vuelve a estar bajo.
En vez de sentar tu trono en estos bosques,
creo que el gran señor haría muy bien
en compensar por su amor
a esa pobre y rendida jovencita.
El tiempo se le hace penosamente largo;
se asoma a la ventana, ve pasar las nubes
sobre las viejas murallas de la ciudad.
«Si fuera un pajarillo», así dice su canción[157]
durante todo el día y mitad de la noche.
Tan pronto alegre, tan pronto triste,
cuando ha desahogado todas sus lágrimas
de nuevo serena, al parecer,
y siempre enamorada.
FAUSTO. ¡Serpiente! ¡Serpiente!
MEFISTÓFELES [aparte]. ¡Sí! ¡Para envolverte!
FAUSTO. ¡Malvado! ¡Desaparece de aquí
y no menciones a esa hermosa mujer!
¡En mis sentidos semienloquecidos no infundas
nuevamente el deseo de ese dulce cuerpo!
MEFISTÓFELES.
Y entonces, ¿qué? Ella cree que has huido
y se puede decir que es lo que has hecho.
FAUSTO. Estoy cerca de ella, y aunque lejos me hallara
no puedo olvidarla, no puedo perderla;
¡Sí!, que ya envidio hasta el Cuerpo del Señor
cuando sus labios entretanto lo rozan.
MEFISTÓFELES.
¡Muy bien, amigo! Yo a vos muchas veces os he envidiado
por ese par de mellizos[158] que pastan entre rosas.
FAUSTO. ¡Márchate, alcahuete!
MEFISTÓFELES. ¡Muy bonito! Vos insultáis y yo me tengo que reír,
El Dios que a mozos y muchachas creó
supo en el acto que era el más noble oficio
procurarles también la ocasión.
¡Venga, vamos! ¡Es demasiada lástima!
A donde tenéis que ir es al cuarto de vuestra enamorada
y no precisamente al patíbulo.
FAUSTO. ¿Qué significan las dichas del cielo entre sus brazos?
Deja que me caliente en su pecho…
¿No siento por ventura su desgracia?
¿No soy yo el fugitivo? ¿El sin hogar?
¿El monstruo sin meta ni reposo
que cual torrente de roca en roca brama
ansioso y con furia hacia el abismo?
Y, al lado, ella, con sus dormidos sentidos de niña,
en la cabañita del pequeño prado alpino
y todas sus domésticas empresas
abarcadas por su pequeño mundo.
¡Y, yo, el odiado por Dios,
no tuve bastante
con apresar las peñas
y en pedazos romperlas!
¡A ella, a su paz, tuve que enterrar!
¡Tú, infierno, tenías que obtener esa víctima!
¡Ayúdame, diablo, abrevia este tiempo de angustia!
¡Lo que deba ocurrir, que enseguida ocurra!
¡Que su sino sobre mí se precipite
y que ruede ella conmigo al abismo!
MEFISTÓFELES. ¡Cómo hierve otra vez, cómo se inflama!
¡Vamos, entra y consuélala, necio!
Cuando una cabeza tan pobre no ve salidas
enseguida cree ver llegado el final.
¡Viva el que persiste cual valiente!
Y eso que estás bastante endemoniado.
Nada hay de peor gusto en este mundo
que un diablo que está desesperado.