LA CÁRCEL[247]
[Fausto, con un manojo de llaves y una lámpara ante una puertecita de hierro.]
FAUSTO.
Me invade un horror hace tiempo olvidado,
me inunda el dolor de la humanidad entera.
Aquí se encuentra, tras estos húmedos muros,
y su crimen fue tan sólo una dulce locura.
¡Vacilas en acudir junto a ella!
¡Tienes miedo de volver a verla!
¡Vamos! ¡Que tus titubeos la muerte le acercan!
[Agarra el candado. Se oye cantar dentro.][248]
Mi madre, la puta,
fue quien me mató;
mi padre, el bandido,
fue quien me comió.
Mi hermanita chica
mis huesos guardó
en un sitio fresco;
en un pajarito me convertí yo.
¡Se voló, se voló!
FAUSTO [abriendo el cerrojo]. No puede saber que su amado la escucha,
que oigo chocar las cadenas y crujir la paja.
[Entra.]
MARGARITA [escondiéndose en su camastro].
¡Ay! ¡Ay de mí! Ya vienen. ¡Muerte amarga!
FAUSTO [en voz baja]. ¡Silencio, silencio! Vengo a liberarte.
MARGARITA [arrastrándose ante él].
Si eres un hombre, repara en mi miseria.
FAUSTO. ¡Vas a despertar a los carceleros con tus gritos!
[Coge los grilletes para abrirlos.]
MARGARITA [de rodillas]. ¿Quién te dio tal poder
sobre mí, verdugo?
¿Cómo vienes a buscarme a medianoche?
¡Ten piedad y déjame vivir!
¿No te parece bastante mañana al alba?
[Se pone de pie.]
¡Ah, soy tan joven aún, tan joven!
¡Y debo morir tan pronto!
También era hermosa, y ésa fue mi ruina.
Cerca estaba mi amigo y ahora está lejos,
desgarrada está la corona, las flores esparcidas.[249]
¡No me agarres con tanta violencia!
¡Ten consideración! ¿Qué te he hecho yo?
No me dejes suplicarte en vano.
¡Aunque no te haya visto en mi vida!
FAUSTO. ¡Ah! ¿Podré resistir tanto sufrimiento?
MARGARITA. Ahora estoy completamente a tu merced.
Pero antes déjame darle el pecho al niño.
Lo estreché contra mi corazón toda la noche;
me lo quitaron para agraviarme
y ahora dicen que yo lo maté.
Ya nunca más podré ser dichosa.
¡Cantan canciones sobre mí! ¡Qué mala es la gente![250]
Un viejo cuento[251] acababa así, pero
¿por qué aplicármelo a mí?
FAUSTO [arrojándose a sus pies].
Es un amante el que está postrado a tus pies
para librarte de esta espantosa esclavitud.
MARGARITA [arrodillándose a su lado].
¡Ah! ¡Pongámonos de rodillas para rezarle a los santos!
¡Mira! Bajo esos escalones,
debajo de ese umbral,
está hirviendo el infierno.
El Malo
con su rabia espantosa
provoca un fragor tremendo.
FAUSTO [en voz alta]. ¡Margarita! ¡Margarita!
MARGARITA [prestando oído].
¡Ésa era la voz de mi amigo!
[Se levanta de un salto, caen sus cadenas.]
¿Dónde está? Le he oído llamarme.
¡Soy libre! Nadie puede detenerme.
¡Quiero volar a su cuello,
descansar sobre su pecho!
Gritó: ¡Margarita! Estaba en la puerta.
En medio de los alaridos y el rechinar del infierno,
entre las feroces burlas diabólicas
reconocí su dulce y amorosa voz.
FAUSTO. ¡Soy yo!
MARGARITA.¡Eres tú! ¡Oh, dímelo de nuevo!
[Agarrándolo.]
¡Es él! ¡Es él! ¿Dónde están ahora mis penas?
¿Dónde la angustia de la cárcel, las cadenas?
¡Eres tú! Vienes a salvarme.
¡Estoy salvada!
Ya veo de nuevo la calle
en que te vi por vez primera,
y los alegres jardines
en que Marta y yo te esperábamos.
FAUSTO [tirando de ella]. ¡Sígueme! ¡Ven conmigo!
MARGARITA. ¡Oh, aguarda,
me gusta tanto estar donde estás tú!
[Acariciándolo.]
FAUSTO. ¡Date prisa!
Si no te das prisa
lo pagaremos muy caro.
MARGARITA. ¿Cómo? ¿Ya no sabes besar?
Amor mío, tan poco tiempo separados
¿y ya te has olvidado de besarme?
¿Por qué me entra tanto miedo colgada de tu cuello?
¡Si antes con tus palabras, tus miradas,
me inundaba todo un cielo
y tú me besabas como si quisieras ahogarme!
¡Bésame!
¡O te besaré yo a ti!
[Le abraza.]
¡Ay de mí! Tus labios están fríos,
están mudos.
¿Dónde te has dejado
tu amor?
¿Quién me lo robó?
[Se aparta de él.]
FAUSTO. ¡Ven! ¡Sígueme! ¡Amor mío, ten valor!
Te adoro con un ardor mil veces más grande,
pero ahora sígueme. ¡Sólo te pido eso!
MARGARITA [mirándole].
Pero ¿eres tú? ¿Eres tú de veras?
FAUSTO. ¡Soy yo! ¡Ven conmigo!
MARGARITA. Me quitas las cadenas
y me vuelves a estrechar junto a tu pecho.
¿Cómo es que no te espanta mirarme?
¿Sabes, amor mío, a quién liberas?
FAUSTO. ¡Ven! ¡Ven! Ya se disipa la noche.
MARGARITA. A mi madre la maté,
a mi hijo lo ahogué.
¿Acaso no nos lo habían regalado a ti y a mí?
A ti también… ¡Eres tú! Apenas puedo creerlo.
¡Dame tu mano! ¡No es un sueño!
¡Tu mano amada…! ¡Ay, pero está húmeda!
¡Límpiatela, que me parece
que hay sangre en ella!
¡Ay, Dios! ¿Qué has hecho?
¡Guarda tu espada,
te lo suplico!
FAUSTO. Deja ya estar lo pasado,
que me estás matando.
MARGARITA. ¡No, no, tú debes vivir!
Quiero describirte las tumbas
pues deberás cuidar de ellas
no más tarde de mañana;
a la madre le darás el mejor sitio,
a mi hermano lo pondrás justo a su lado,
a mí algo más apartada
pero, ¡ay!, no demasiado lejos.
Y al pequeño sobre mi seno derecho.
¡Que nadie más descanse a mi lado!
Acurrucarme estrechamente a tu lado
fue una dulce y deliciosa dicha,
pero ya no podrá volver a ser nunca.
Siento como si me violentara para acercarme a tu lado
y como si también tú me rechazaras.
Y, sin embargo, eres tú, ¡y me miras tan compasivo, tan bueno!
FAUSTO. ¡Pues si notas que soy yo, ven conmigo!
MARGARITA. ¿Fuera de aquí?
FAUSTO. Al aire libre.
MARGARITA. Si está ahí fuera la tumba,
si la muerte está al acecho, ¡vamos, pues!
De aquí al lecho del reposo eterno,
pero ni un paso más.
¿Ya te vas? ¡Ah, Enrique, si pudiera ir contigo!
FAUSTO.
¡Puedes! ¡Sólo tienes que querer! ¡La puerta está abierta!
MARGARITA.
No, no debo irme; para mí no queda ya esperanza.
¿De qué serviría huir? ¡Si los tengo al acecho!
¡Es tan desdichado tener que mendigar
y encima con mala conciencia!
¡Es tan triste vagar por tierras extrañas,
y al final acabarán por cogerme!
FAUSTO. Me quedo contigo.
MARGARITA. ¡Rápido, rápido!
¡Salva a tu pobre hijo!
¡Corre! Sigue la senda
que va arroyo arriba,
pasa el puentecillo,
entra en el bosque,
a la izquierda, donde está la tabla,
en el estanque.
¡Sácalo en seguida!
Quiere levantarse,
todavía patalea.
¡Sálvalo, sálvalo!
FAUSTO. ¡Vuelve en ti, reflexiona,
un solo paso y eres libre!
MARGARITA. ¡Si hubiéramos traspasado la montaña!
Allí está mi madre, sentada en una roca.
¡Siento que se me hiela la sangre!
Allí está mi madre sentada en una roca
y balancea la cabeza.
No hace señas, no asiente, le pesa la cabeza,
durmió tanto que ya no despierta.
Durmió para que nosotros gozáramos.
Fueron tiempos felices.
FAUSTO. No sirve de nada suplicar ni hablar,
así que intentaré llevarte a la fuerza.
MARGARITA. ¡Déjame! ¡No, no admitiré violencia!
¡No me agarres con fuerza de asesino!
Nunca te negué nada hasta este día.
FAUSTO. ¡Despunta el día! ¡Amor mío! ¡Amada!
MARGARITA.
¡Amanece! ¡Sí, sí, ya amanece! ¡Despunta el último día!
¡El día de mi boda tenía que haber sido!
No le digas a nadie que ya estuviste junto a Margarita.[252]
¡Qué pena, mi corona!
¡Pero así ha sucedido!
Volveremos a vernos,
pero ya no en el baile.
La muchedumbre se agolpa, mas no se la oye.
La plaza y las calles
no bastan para contenerla.
La campana llama, se rompe la varita.[253]
¡Cómo me atan y me amarran!
Ya me llevan al sangriento cadalso,
ya se estremecen todas las nucas
por el filo que blanden sobre la mía.
¡Mudo está el mundo, como la tumba!
FAUSTO. ¡Ay de mí, ojalá no hubiera nacido!
MEFISTÓFELES [que surge ante ellos]. ¡Vamos! ¡O estáis perdidos!
¡Es inútil vacilar, todos esos temores y parloteos!
Mis caballos se impacientan,
el alba ya despunta.
MARGARITA. ¿Qué es eso que sale del suelo?
¡Es él! ¡Es él! ¡Échalo!
¡Qué busca en este lugar sagrado?
¡Viene a por mí!
FAUSTO.¡Tienes que vivir!
MARGARITA. ¡Juicio de Dios! ¡A ti me entrego!
MEFISTÓFELES [a Fausto].
¡Vamos! ¡Vamos! O te dejo con ella en la estacada.
MARGARITA. ¡Tuya soy, Padre! ¡Sálvame!
¡Vosotros, ángeles y cohortes celestiales,
rodeadme y protegedme!
¡Enrique! Siento horror de ti.
MEFISTÓFELES. ¡Está condenada!
VOZ [de arriba]. ¡Está salvada![254]
MEFISTÓFELES [a Fausto]. ¡Ven conmigo!
[Desaparece con Fausto.]
UNA VOZ [cuyos ecos resuenan en el interior]. ¡Enrique! ¡Enrique!