EN EL CURSO INFERIOR DEL PENEO
[Peneo rodeado de agua y de ninfas.][451]
PENEO.[452] ¡Agítate, oh, murmullo de los juncos!
¡Alentad dulcemente, cañas hermanas,
susurrad, ligeros arbustos de sauce,
murmurad, ramas de álamo temblón
… a mis interrumpidos sueños!
Pues un horrible temporal me despierta,
un temblor secreto que todo lo conmueve
y me saca de la paz y la ondulada corriente.
FAUSTO [que se acerca al río].
Si he oído bien, tengo que creer
que tras esa tupida enramada,
tras esos troncos y verde follaje
suena una voz que parece humana.
Es como si las olas charlaran,
como si la propia brisa bromeara.
LAS NINFAS [a Fausto].
Para ti lo mejor fuera
tumbarte sobre esta vega;
en el frescor dar descanso
a tus miembros fatigados;
disfrutar en estos pagos
de paz que nunca has soñado;
murmuramos, musitamos,
y muy quedo a ti te hablamos.
FAUSTO. ¡Despierto estoy, sí! ¡Ah, que no desaparezcan
esas incomparables figuras
tal como mi vista las contempla!
¡Es tan prodigioso lo que me penetra!
¿Serán sueños? ¿Serán recuerdos?
Ya una vez te viste colmado de esta dicha.[453]
Las aguas se deslizan entre los frescos
y tupidos arbustos que con dulzura se mueven.
No hacen ruido, apenas si susurran;
por todos los lados salen cien manantiales
que vienen a unirse en el límpido y claro
remanso, con la hondura justa para el baño.
Sanos y juveniles miembros de mujer,
por el húmedo espejo doblemente
mostrados, la vista recrean.
Báñanse luego en compañía muy alegres,
nadan unas audaces, otras con temor vadean;
al fin un griterío y una batalla en el agua.
Yo debiera contentarme con esto,
mis ojos debieran hallar aquí su deleite,
mas siempre ansia algo más mi mente.
La mirada penetra aguda detrás de aquel velo,
pues el rico follaje de verde abundancia
esconde a la excelsa reina.
¡Qué prodigio! También los cisnes acuden
a nado abandonando sus remansos
y deslizándose en pura majestad.
Oscilando tranquilos y de amable compañía,
aunque altivos y satisfechos de sí mismos,
de cómo mueven su cabeza y el pico…
Parece que sobre todo uno de ellos
con orgullo de sí se ufana muy complacido
bogando veloz en medio de todos los otros.
Su plumaje se ahueca al mecerse,
a las mismas olas, ondulando sobre las ondas,
apremia hacia el lugar sagrado…
Los otros nadan de uno a otro lado
con plumaje de resplandeciente calma
y pronto también en viva y hermosa lucha
tratan de apartar a las tímidas doncellas,
quienes sin pensar cuál es su servicio
sólo de su seguridad se acuerdan.
LAS NINFAS.
Pegad, hermanas, oído,
en la ladera del río;
si bien escucho, he sentido
los ruidos de un casco equino.
¿Quién será el que esta noche
rápido mensaje porte?
FAUSTO. Siento como si temblara la tierra
retumbando bajo los cascos de veloces corceles.
¡Dirijo hacia allí mi vista!
¿Acaso una fortuna favorable
puede aquí ya alcanzarme?
¡Oh prodigio incomparable!
Llega un jinete al trote;
parece dotado de ingenio y valor
y monta un corcel de deslumbrante blancura…
No me engaño, ya lo reconozco,
¡es el famoso hijo de Filira![454]
¡Alto, Quirón! ¡Alto! Tengo que decirte…
QUIRÓN. ¿Qué hay? ¿Qué pasa?
FAUSTO. ¡Modera tu paso!
QUIRÓN. Yo nunca paro.
FAUSTO. En ese caso, te lo ruego, ¡llévame contigo!
QUIRÓN. ¡Siéntate en mi lomo! Así podré interrogarte a placer:
¿adonde vamos? Aquí estás justo en la orilla,
mas estoy dispuesto a cruzarte a la otra vega.
FAUSTO [subiéndose].
A donde tú quieras. Te estaré eternamente agradecido…
¡Al gran hombre, al noble pedagogo
que, para su gloria, educó a todo un pueblo de héroes,
a la hermosa hueste de los nobles argonautas[455]
y a todos cuantos construyeron el mundo del poeta!
QUIRÓN. ¡Será mejor no remover eso!
Ni siquiera Palas[456] obtuvo gran honra como Mentor;
al final ellos siguen sus propios dictados
y es igual que si no se les hubiera educado.
FAUSTO. ¡Al médico que nombra cada planta,[457]
que conoce las raíces hasta lo más hondo,
que trae salud al enfermo y alivio al herido,
yo aquí le abrazo con mi cuerpo todo y mi espíritu!
QUIRÓN. Si caía herido un héroe a mi lado
yo sabía darle auxilio y consejo;
mas al fin dejé mi arte en manos
de curanderas y santones.[458]
FAUSTO. Tú eres el verdadero gran hombre
que no gusta oír palabras de halago.
Que trata de evitarlo humildemente
haciendo como si hubiera otros como él.
QUIRÓN. Me parece a mí que eres hábil fingiendo,
para adular tanto al príncipe como al pueblo.
FAUSTO. Pero no podrás dejar de confesarme
que conociste a los más grandes de tu tiempo,
que competiste con el más noble en proezas
y pasaste los días de tu vida como un semidiós.
Mas, dime, entre los personajes heroicos,
¿cuál te pareció el más meritorio?
QUIRÓN. En la noble hueste de los argonautas
cada cual era valiente a su manera
y con la fuerza que le embargaba
podía suplir lo que a otros les faltaba.
Los dioscuros[459] siempre vencieron
donde hermosura y juventud prevalecían.
Decisión y rapidez en auxiliar a otros
fue el hermoso lote de los hijos de Bóreas.[460]
Reflexivo, fuerte, inteligente, de buen consejo,
así era al mando Jasón,[461] el grato a las mujeres.
Luego Orfeo:[462] tierno y siempre callado y pensativo
superaba a todos cuando tocaba su lira.
De vista penetrante era Linceo,[463] quien día y noche
condujo la nave sagrada por entre escollos y arenales…
Sólo en compañía se prueba el peligro:
cuando uno actúa, los demás le alaban.
FAUSTO. ¿Y de Hércules no quieres mencionar nada?
QUIRÓN. ¡Ay de mí! No despiertes mi nostalgia…
Nunca había visto a Febo[464]
ni a Ares,[465] o a Hermes[466] que así se llaman;
y de pronto vi en pie ante mis ojos
lo que todos encarecían como divino.
Se trataba de un rey nato,[467]
y de joven una delicia para la vista;
estaba sometido a su hermano mayor[468]
y también a las mujeres más hermosas.[469]
A un segundo Hércules no volverá a engendrar Gea,[470]
ni Hebe lo conducirá hasta los cielos;[471]
en vano se fatigan los poemas,
en vano atormentan a la piedra.
FAUSTO. Por mucho que alardeen los escultores,
nunca se ofreció espectáculo más bello.
Del hombre más hermoso hablaste,
habla ahora también de la mujer más bella.
QUIRÓN. ¡Qué…! Nada significa la belleza femenina,
porque las más de las veces es una imagen yerta
y yo sólo aprecio a los seres
que derraman gozo y alegría de vivir.
La belleza ya cifra en sí misma toda su dicha;
es la gracia lo que las hace irresistibles,
como a Helena, cuando yo la llevé.
FAUSTO. ¿Tú la llevaste?
QUIRÓN. Sí, sobre este lomo.
FAUSTO. ¿No estoy ya lo bastante confundido?
¡Y encima me colma de felicidad este sitio!
QUIRÓN. Me agarraba así por la melena
igual que lo estás haciendo tú.
FAUSTO. ¡Ah! ¡Yo por completo
me pierdo! Cuéntame, ¿cómo fue eso?
¡Ella es mi único anhelo!
¿De dónde y adonde, ay, la llevaste?
QUIRÓN. La pregunta se deja responder fácilmente.
En aquel entonces habían liberado los Dioscuros
a su hermanita de manos de sus raptores.[472]
Mas éstos, no acostumbrando ser vencidos,
se rehicieron y raudos salieron en pos de ellos.
Detuvieron la veloz huida de los hermanos
los pantanos de la zona de Eleusis;
los gemelos vadearon, yo chapoteé y crucé nadando;
entonces ella saltó al suelo y me acarició
las húmedas crines mientras me halagaba
y daba las gracias, tierna, discreta y de sí segura.
¡Qué encantadora! ¡El deleite de un anciano!
FAUSTO. ¡Con tan sólo diez años!
QUIRÓN. Veo que los filólogos[473]
tanto como a ellos mismos te han engañado.
Es bien curioso lo que pasa con la mujer de los mitos:
el poeta nos la muestra como a él le conviene,
nunca se hace mayor, nunca envejece,
siempre la misma figura apetitosa,
la raptan ya joven y de vieja aún la galantean;
en resumen, que el tiempo no ata al poeta.
FAUSTO. ¡Pues que tampoco a ella la ate tiempo alguno!
Que cuando Aquiles la encontró en Feres,[474]
fuera estaba ella de todo tiempo. ¡Qué rara fortuna
conquistar el amor en contra del destino!
¿Y no iba yo a poder, con la fuerza de mi anhelo,
traer a la vida a esa figura, entre todas única?
¿A esa criatura eterna, de rango igual a los dioses,
tan grande como tierna, con majestad, pero amorosa?
Tú la viste antaño; yo hoy la he visto,
tan bella como cautivadora, tan anhelada como bella.
Ahora mi mente y mi ser están sin remedio atrapados:
no viviré si no puedo conseguirla.
QUIRÓN. ¡Querido forastero! Como hombre estás cautivado,
pero entre los espíritus más bien pareces un trastornado.
No obstante, todo se alía aquí para tu dicha,
pues todos los años, durante pocos instantes,
acostumbro a presentarme en casa de Manto,
la hija de Esculapio;[475] en callada oración
ruega ella a su padre a fin de que, para su gloria,
acceda a iluminar por fin la mente de los médicos
y los aparte del homicidio temerario…
Del gremio de las sibilas es a la que más aprecio,
es benéfica y dulce sin grotescos movimientos;
tal vez consiga, si te quedas un tiempo,
mediante la virtud de las raíces curarte por completo.
FAUSTO. No quiero que me curen, mi espíritu rebosa fuerza;
de hacerlo, me rebajarían al nivel de los otros.[476]
QUIRÓN. ¡No desdeñes la salud de esa noble fuente!
¡Pronto, bájate! Hemos llegado al lugar.
FAUSTO. ¡Dime! ¿A qué tierra, en medio de esta noche espantosa,
me has traído cruzando aguas pantanosas?
QUIRÓN. Aquí porfiaron en batalla Grecia y Roma,[477]
con el Peneo a la diestra y el Olimpo a la izquierda,
por ese gran reino que se pierde en la arena.
Huye el rey y triunfa el ciudadano.
¡Mira hacia arriba! Alzase allí, en impresionante cercanía,
el templo eterno bajo el resplandor de la luna.
MANTO [soñando en el interior].
Con los cascos de un caballo
resuena el suelo sagrado.
Son semidioses entrando.
QUIRÓN.
¡Has acertado!
¡Pero sal ya del letargo!
MANTO [despertando]. ¡Bienvenido seas! Veo que no has faltado.
QUIRÓN. ¡Y también se sostiene todavía tu templo!
MANTO. ¿Sigues vagando siempre sin cansarte?
QUIRÓN. Y tú sigues viviendo tranquila rodeada de paz
mientras yo me complazco en dar vueltas.
MANTO. Yo no me muevo, a mí el tiempo me rodea.
¿Y éste?
QUIRÓN. La malfamada noche
le ha traído hasta aquí en su torbellino.
A Helena, con la mente extraviada,
a Helena pretende ganar para sí,
y no sabe ni cómo ni donde empezar;
más que nadie merece una cura de Esculapio.
MANTO. Me gustan los que anhelan lo imposible.
[Quirón ya está lejos.]
¡Entra, temerario, que te vas a alegrar!
Este sombrío corredor lleva a la morada de Perséfone.[478]
En la hueca base del Olimpo
espía en secreto la prohibida visita.
Ya en otro tiempo conseguí colar aquí a Orfeo;[479]
¡aprovecha mejor la ocasión! ¡Venga! ¡Ten valor!
[Bajan.]