LOS SIETE INFANTES DE LARA
PERO ahora estamos en Burgos, en 1919; y no cabe duda de que María Teresa había impactado con su extraordinaria belleza en aquel ambiente provinciano; una belleza y una elegancia que fueron elogiadas en privado y en público, incluso aclamadas en la prensa local, como sucedió en las páginas del diario burgalés El Papa Moscas, donde el periodista Eduardo Ontañón dedicó a la joven un halago poético muy meritorio:
Vuestros ojos son, señora,
bajo la blonda melena,
una promesa de aurora
entre la noche de pena.
Con los aires de princesa
de la corte del rey Luis
evocáis la belleza esa
que tiene el viejo París.[60]
María Teresa León estaba próxima a cumplir dieciséis años cuando vio truncada su adolescencia. Desoyendo probablemente los consejos de su familia -en particular, los de su madre, de cuya hegemonía deseaba alejarse en aquel tiempo-, inició el noviazgo con un muchacho criado, como ella, en un ambiente de clase social media-alta. Hijo del profesor Rodrigo de Sebastián, Gonzalo de Sebastián Alfaro era un joven de 26 años que desde el 1 de febrero de 1919 pertenecía al Regimiento Lanceros de Borbón. Es posible que fuera allí, en el acuartelamiento del coronel Ángel León, donde la escritora conociese a aquel militar acogido a los beneficios del artículo 268 del capítulo XX de la Ley que regulaba el servicio de los soldados de cuota. La otra opción apunta a que María Teresa coincidiera con Gonzalo fuera de los círculos castrenses. Aquel año de 1919 se habían creado en la ciudad los cursos de verano para extranjeros. La responsabilidad de tal iniciativa correspondía al hispanista francés Henri Mérimée, a quien María Teresa había tratado en la casa madrileña de los Menéndez Pidal, y al catedrático de francés del Instituto de Burgos, don Rodrigo de Sebastián Ribes.[61] No resulta extraño imaginar que María Teresa se acercara a ellos, interesada por unos cursos en los que participaría activamente años después, y conociese así al hijo del profesor Rodrigo. La tercera hipótesis nos conduce al Teatro Principal de la capital, referente cultural por excelencia. En él se celebraban temporadas de festivales benéficos, cine, conferencias, conciertos de música militar y, sobre todo, obras teatrales, que era la actividad más frecuente. También lo eran dentro de los actos culturales de los festejos veraniegos, en cuyas representaciones participaban aficionados burgaleses. Y es en este teatro y en el curso de estos actos donde descubrimos, según se aprecia en el programa de mano, el nombre de María Teresa León como actriz de reparto en la pieza histórica La muerte de los siete infantes de Lara, puesta en escena el 24 de agosto de 1919. Lo curioso es que junto a ella, que encarnaba el papel de Salem, aparecía Gonzalo de Sebastián haciendo lo propio con el personaje del noble Gonzalo Gustios.
Queda claro que ambos se conocieron antes o durante el verano de 1919, se enamoraron y hasta protagonizaron una fuga que puso en vilo a las familias de los jóvenes y escandalizó a media ciudad. Lo que sucedió meses después, ya entrados en 1920, fue el embarazo no previsto de la muchacha y el precipitado traslado de los León-Goyri a Barcelona. Había que proteger el honor familiar y evitar a toda costa que la preñez de una adolescente estuviera en boca de todos. En ese aspecto, la reacción del coronel Ángel León fue rápida y supo aprovechar, por un lado, su amistad con el jefe del regimiento catalán Dragones de Santiago y, por otro, las buenas relaciones con su protector, el general Primo de Rivera, que por esas fechas tenía a sus hijos en ese destacamento de la Ciudad Condal. María Teresa siempre recordó que allí conocería a José Antonio, fundador a la vuelta de unos años de la Falange, a quien observaba desde las ventanas de aquel cuartel realizando ejercicios marciales, cumpliendo la disciplina militar a las órdenes de su padre. La autora de Contra viento y marea siempre pensó que su fusilamiento en Alicante en 1936 había sido un error. Defendió incluso la versión que atribuía a Franco la decisión de dejarlo morir cuando tuvo en sus manos la posibilidad de canjear su vida por la de otros prisioneros republicanos. De este modo, el general sublevado se libraba de un rival demasiado carismático a la hora de gobernar el país.