ADIÓS AL PAÍS DE CORAZÓN MÁS GENEROSO
EL fondo, sin embargo, se iba poblando de sombras, y las circunstancias políticas se agravaron conforme discurrían los días y los meses de aquel año de 1962. La amada Argentina se había convertido, según palabras de Alberti, en una república «cada vez más estrecha y preocupante después del peronismo, de aquellos cohibidos gobiernos democráticos, amenazados hasta su extinción por las “engalonadas panteras” militares»[547].
María Teresa y Rafael, pese a la voluntariosa discreción con la que habían vivido en América, eran personajes muy significados políticamente y por si cabía algún género de dudas sobre el hecho, los actos organizados en Argentina y Uruguay para celebrar el sesenta cumpleaños del poeta gaditano activaron todas las alarmas. Gabriele Morelli llega a hablar de «grandes agasajos en honor del poeta, en Montevideo y Buenos Aires […]; homenajes que comprenden también reimpresiones y ediciones de libros, y sobre todo exposiciones, lecturas poéticas, conferencias, conmemoraciones y testimonios colectivos»[548] . La propia María Teresa, en una carta dirigida al hispanista italiano Eugenio Luraghi el 6 de diciembre de 1962, poco después de las celebraciones, le confesaba: «Estamos locos de agasajos. Esta fiesta de la poesía fue preciosa. Rafael escribirá cuando descanse. […] Aquí los pintores han hecho una exposición de 45 dibujos sobre poemas de Rafael. Nos los han regalado. Como son muy buenos podemos llevarlos y exponerlos en Italia»[549] . La escritora adjuntaba a la misiva el programa del homenaje argentino y ahondaba en aspectos que sugerían el deseo de los Alberti de abandonar Argentina.
A esas alturas del año, el proyecto de dejar definitivamente Buenos Aires estaba más que madurado por Rafael y María Teresa, aunque la decisión de trasladarse a Italia carecía todavía de definición: ¿Venecia, Milán, Roma…? El terreno estaba bastante abonado ya que la relación de la pareja con los amigos italianos no sólo se había mantenido desde los remotos años de exilio argentino -la correspondencia con Luraghi arranca de 1947 y datan de 1951 las primeras cartas de Dario Puccini- sino que provocaba tal fervor y gratitud, en especial en Puccini, que aquéllos no dudaron en organizar también por esas fechas una suerte de homenajes a Alberti tanto en Milán como en Roma. El programa remitido por el hispanista romano a Rafael era elocuente y completo:
1. «Se publicará un llamamiento parecido a lo de Montevideo firmado por 14 amigos escritores e intelectuales, pidiendo la adhesión de todos los que se quieran adherir [sic], en Italia y Europa.
2. Se publicará una plaquette de gran tamaño, con varios dibujos de Guttuso (así parece) y 12 ó 16 poemas tuyos en las traducciones de Bodini, Luraghi, Macrí y Puccini.
3. Con la participación tuya y de María Teresa, se tendrán dos encuentros (cocktails) en Roma y Milán en honor tuyo.
4. A raíz de tu venida aquí se hablará de mi proposición de continuar una especie de editorial española, dirigida por ti»[550].
Eran también grandes e intensos los lazos editoriales que unían a los Alberti con Italia. Un simple rastreo por la correspondencia entre ellos y los dos hispanistas citados -Luraghi y Puccini- nos permite reconstruir intenciones, situaciones y propósitos de la pareja antes de tomar la decisión de trasladarse a Europa. Las misivas de Rafael a Eugenio Luraghi incluyen sugerentes detalles:
10 de mayo de 1962
«[…] Mis relaciones con Italia son siempre estupendas. En cuanto Aitana se case -el año que viene seguramente- nos iremos a vivir a Venecia o a algún otro sitio no lejos de vosotros. Ya estamos harto [sic] de este país, en donde vivimos estupidizados, en donde tenemos grandes amigos, pero que también lo pasan mal. […] El momento es desastroso y muy desagradable. Nos queremos marchar. Hemos perdido acá veintitrés años»[551].
Buenos Aires, 24 de noviembre de 1962
«[…] En Roma, Dario Puccini también quiere organizar algo. Quizás no estaría mal ponerte en contacto con él. […] Es una pena que este homenaje sea por mis ¡60¡años y no por 30. ¡Qué se va a hacer! Otra vez será. […]
Otoño silencioso de este bosque
¿me estoy desvinculando de la patria
alejando, perdiéndome?
Haz que tus hojas, que se lleva el viento,
me arrastren hacia ella nuevamente
y caiga en sus caminos
y me pisen y crujan
mis huesos confundiéndose
para siempre en su tierra.
(R. Alberti)»[552]
Buenos Aires, 2 de marzo de 1963
«[…] siempre me alegra mucho recibir carta tuya. Alguna mía se ha debido perder […] Nosotros creo que iremos a Italia hacia mediados de mayo, o antes. Tenemos algunos proyectos, que habrá que estudiar allí, sobre el terreno […].
Rafael
[Anotación a mano de María Teresa León] Mi querido amigo: tiene usted razón. Lo mejor es ver sobre el terreno. La idea es una colección de libros en español, sobre todo clásicos, antologías que faltan en las universidades europeas para los estudiantes de español. […] Pero lo más cuerdo -ya que Aitana no se casa- [sic]. Esa es la pena que tenemos ahora, ver primero lo que se puede hacer y en qué ciudad. Rafael prefiere Italia […].
María Teresa»[553]
Los veintitrés años de exilio de nuestra escritora en «el país de corazón más generoso con nosotros» parecían llegar a su fin. Las dificultades y los obstáculos eran cada vez mayores, como también era mayor la presión ejercida por los vigilantes regímenes militaristas. «Después de allanar mi casa, varias veces y de noche, por la policía; después de encarcelados, entre otros, escritores como el gran novelista guatemalteco Miguel Ángel Asturias, cundiendo el pánico en las editoriales, en las universidades, en el teatro, cerrada hasta la posibilidad de viajar a Uruguay, decidimos regresar a Europa […]»[554].
Pero quizá el episodio que determinó esa salida y que colmó el vaso de la situación fue el registro policial que realizaron en el domicilio de los Alberti estando Aitana sola en el piso de la calle Pueyrredón. Todo se había precipitado en el país tras el derrocamiento del presidente Arturo Frondizi el 28 de marzo de 1962, un frágil muñeco en manos de los militares con el que éstos decidieron acabar tras un implacable acoso. La persecución de los intelectuales se llegó a convertir en cacería la llamada «Noche de San Bartolomé». María Teresa y Rafael se encontraban, como ya era costumbre, en la casita de los bosques de Castelar, en «La arboleda perdida». Aitana prefería quedarse en la capital, bien porque por esas fechas andaba ocupada en los preparativos de su boda, bien porque ya había roto su compromiso -como comentaba María Teresa en su carta a Luraghi- y prefería cierta tranquilidad. Según la hija de la escritora, la muchacha no se encontraba completamente sola en la vivienda: debajo de su cama dormían Katy y Guagua, dos «intrépidas y batalladoras perritas lanudas». Se acababan de dormir cuando, de repente, «unos timbrazos infernales desencadenaron el cataclismo de ladridos. Tras la mirilla de la puerta están los ojos asustados del portero».
«-Abra enseguida, por favor. Es la policía.
»Giro en redondo tropezando con la histeria de las perras. ¿Qué se hace en estas circunstancias? Rompo la cubierta de una antología de marxismo y lanzo los trozos por la ventana. ¿Dónde estará la agenda de direcciones?. No puedo recibirlos en bata. Me visto un instante.
»Son tres. Uno -gordo, aindiado, bigotudo, joven- blande una pistola. Los otros enarbolan linternas. Llevan el uniforme azul de la policía nacional. Las camas, excepto la mía, se hallan tendidas, pero ellos pasan sus manos sobre las almohadas para percibir el posible calor del sueño interrumpido.
»“Tiraré esas fundas”, me digo.
»Registran los armarios, iluminando su interior con metódicas ráfagas
»-¿Dónde están tus padres?
»-De viaje… Por ahí.
El Gordo, indudable cabecilla del trío, sabe que no le diré nada y no lo vuelve a preguntar.
»-Tu pasaporte.
»Lo busco y se lo entrego.
»-Aquí no figura el visado de Rumanía, ni el de Rusia.
Bien sabe el esbirro que los países socialistas extienden sus visados en hojitas volantes, precisamente para desinformar a los señores policías. Me encojo de hombros.
»-¿Tienen armas?
»-Las únicas armas que tenemos son los cuchillos de la cocina.
»-Sos imprudente, pero no abusés de mi paciencia. ¡Registren el balcón, carajo!
»“Rompan, / corten los cueros de los muebles, rajen / el cielo raso, arranquen, desentierren / las plantas del balcón…”
Me arrastra de un brazo al estudio de mi padre
»-¿Y éste, quién es?
»-¿Ése? Uno que se llama Baudelaire.
Saca libros de los estantes y los va dejando caer al suelo.
»-“Bodeler”… -repite, lleno de frustración-, algún loco, seguro. Vaya cara.
»“O Satán, prends pitié de ma longue misère!”
»Se dirigen hacia el vestíbulo. Allí ha permanecido el portero, cargado de vergüenza. El Gordo saca un paquete de cigarrillos. Me ofrece uno, que por supuesto rechazo.
»-Mirá, muchacha -dice en tono confidencial-, no te metás en líos estudiantiles, que nosotros tenemos a todos los piolas de la Universidad fichados. A vos también, ¿captaste?
»Por fin se marchan los heraldos negros.
»Sollozando, telefoneo a Lidia y Juanjo -amigos muy queridos que vivían no lejos de “La Arboleda Perdida”- para que avisen a mis padres.
»Aún faltan horas para el amanecer. Las perritas y yo damos vueltas y vueltas por la casa, totalmente desquiciadas. Debo esperar a Juanjo. Él nos rescatará. A las seis de la mañana suena el timbre del teléfono. Es la voz de Blanca Asturias.
»-Aitanita, ¿puedo hablar con Rafael?
»-No, Blanca, mi padre no está.
»-Estoy tan asustada. La policía acaba de llevarse a Miguel Ángel detenido.
»-¡También vinieron a buscar a mis padres, Blanca!
»Aquellos oscuros represores eran la semilla del diablo que proliferaría hasta lo inconcebible durante las dictaduras militares, cobrándose su multitudinaria cosecha roja.
»Aproximadamente un mes estuvimos refugiados en la casa de Juanjo y Lidia. Mis padres supervivientes de tantas catástrofes, decidieron transitar, en cuanto se terciara, por otras rutas del exilio. Argentina dejaba de ser el país apacible que los cobijó»[555].
María Teresa y Rafael decidieron entonces que había llegado la hora de dejar el país. Así, tras pasar un mes refugiados en la casa de unos amigos, en cuanto fue posible organizar el viaje y la mudanza, partieron para Europa. Corría el año 1963, de manera que habían pasado veintitrés en Argentina, esa segunda patria que tenían que dejar por la fuerza de las circunstancias. Era el sino del emigrado que peregrina por el mundo buscando una patria. «Una patria, Señor, una patria pequeña como un patio o como una grieta en un muro muy sólido. Una patria para reemplazar a la que me arrancaron del alma de un solo tirón»[556] . Una patria de tierras, gentes, mares y ríos americanos que alcanzó a ser, con palabras de Cervantes, «amparo y refugio de los desamparados de España». Años centrales -apunta de nuevo Aitana-, sí, para María Teresa y Rafael, en la plenitud de sus fuerzas creadoras. Veintitrés años cuya resultante fueron varios libros capitales; el retorno de mi padre a su primera vocación, la pintura, abandonada al apoderarse de él la poesía; la incursión de mamá en el cine, como guionista de tres películas espléndidas; sus populares programas radiales; conferencias y recitales en los centros culturales y universitarios más prestigiosos del país; las traducciones conjuntas de la poesía china, de Éluard, Eminescu, Supevielle, Molière, Baudelaire… Y la amistad, la amistad insustituible de tantos poetas, escritores y artistas plásticos: Victoria Ocampo, González Tuñón, Córdova Iturburu, Olga Orozco, Mujica Lainez, Gloria Alcorta, Paco Luis Bernárdez, Juvenal Ortiz Saralegui, Enrique Amorim, Manuel Requeni, Jesualdo, Raúl Soldi, Castagnino… y tantos, tantos otros, entre ellos muchos exiliados: Gori Muñoz, Javier Farias, Antonio Bonet, Miguel de Molina, Jiménez de Asúa, Sánchez Albornoz, Diosdado, Alberto Closas, Andrés Mejuto, Alejandro Casona, Margarita Xirgu»[557].
El 28 de mayo de 1963 María Teresa León dejaba definitivamente Argentina. Tal y como reza su relato «El viaje», de Fábulas del tiempo amargo, un águila arrastra a la narradora y la lleva hasta otro continente, pero desde la altura, lo que divisa es el éxodo, la desolación, el horror y el cautiverio. «La desbandada de los descalzos se hacía sin orden de preferencia. Su rumor caía por la canal de mis huesos amontonados, sordo ruido de nieve o de ovejas o de adioses. Callados como una estampa de las que lloran, los huidos, huían».