LA BELLA DEL MAL AMOR

LA definitiva crisis conyugal devuelve a María Teresa al Madrid de su infancia, convencida ahora de cuáles son sus horizontes culturales y literarios. Y no va de vacío a la capital. Lleva tras de sí un recorrido en la prensa local, que da por finalizado en junio de 1928: una valiosa experiencia como conferenciante en ateneos y círculos culturales de Burgos, Valladolid, Soria[110] y Buenos Aires, y un primer libro ya publicado, Cuentos para soñar, impreso por la pequeña editorial burgalesa de Hijos de Santiago Rodríguez, con prólogo de su tía María Goyri y con ilustraciones de la pintora Rosario de Velasco. La obra estaba dedicada a Gonzalo, su primer hijo -«Para ti, mi pequeño de negros ojos, y para todos los niños que gusten soñar»-, y fue financiada por sus tíos, Ramón Menéndez Pidal y María, lo que confirma que durante su vida burgalesa no perdió en ningún momento el contacto con aquella familia que habría de ser providencial en las líneas directrices de su vida. En aquella colección de cuentos -primera de las siete recopilaciones de relatos que integran la narrativa menor de la autora-, María Teresa reivindicaba el papel de las «narradoras»,[111] de las madres y abuelas que practican con sus hijos el ejercicio de contar, de trasmitir sus sueños personales de niñas y de mujeres. Era un libro presidido por el interés de educar a ese hijo que se convierte en destinatario directo del relato. En el prólogo, María Goyri también insistía en la importancia de escribir historias a los más pequeños, destacando así el mérito de esa primera obra de su sobrina: «Los gustos del niño, como los de toda la humanidad, cambian y exigen que les demos otras formas de ideal. […] Es necesario escribir libros, no tanto especiales para los niños, como pensando en los niños; producir vibraciones de belleza capaces de hacer resonar las fibras del alma infantil, que posee insospechada exquisitez para conmoverse ante todo lo que sea bello».

No cabe duda de que en el fondo de esta obra primera prevalece un profundo sentimiento de soledad. «Edward Said ha escrito -citamos de Juan Carlos Estébanez Gil- que los grandes escritores de la modernidad como Lawrence, Joyce y Pound, ven “la ruptura con la familia, el hogar, la clase social, la nación y las creencias tradicionales como etapas necesarias para lograr la libertad espiritual e intelectual: estos escritores después nos invitan a compartir los sistemas de afiliación que han adoptado e inventado”. María Teresa León vive y sufre la dicotomía entre su realidad personal y sus sueños. Emerge entonces la figura de una joven rebelde y desencantada en busca de su identidad personal. Las páginas autobiográficas de la escritora nos revelan su proceso de emancipación personal y el inicio de una nueva trayectoria vital. Sustituye sus lazos de filiación -los vínculos biológicos, familiares- por otros de afiliación -intelectuales, culturales y morales-. María Teresa León vislumbra la existencia de otro orden posible, de otra familia, a través de la palabra escrita. Con esa intención marcha a Madrid en 1930 para integrarse en la vida cultural de esa ciudad. Allí conoció a escritores y personas relacionadas con el mundo intelectual del momento»[112].

En ese Madrid, María Teresa amplía y afianza sus relaciones y sus amistades. Escribe con verdadera dedicación y hasta busca un trabajo que le permita ganar algo de dinero. «Para sorpresa y diversión de todos nosotros -comenta Gonzalo Menéndez Pidal, primo de la escritora-, el primer trabajo que tuvo María Teresa tras su separación fue el de vendedora de coches. Entonces, aquélla era una ocupación rara, sobre todo en una mujer, pero bastante fina, porque la gente que podía permitirse comprar un automóvil era la más selecta, no sé si los más refinados pero sí, al menos, los más ricos. La cosa se hacía de manera muy personal, reuniéndose en un café para explicar las virtudes del producto y quizá en el despacho de un abogado para cerrar el trato»[113].

La serie de artículos «hispanoamericanistas» redactados meses atrás en Buenos Aires la da por concluida con un interesante trabajo sobre «La nueva poesía argentina» que publica en La Gaceta Literaria de Ernesto Giménez Caballero, el 15 de noviembre de 1929. Aquí vuelve a sorprendernos la autora de Contra viento y marea al poner, negro sobre blanco, su amplio conocimiento de la poesía contemporánea argentina, empezando por Güiraldes, Quirós, Jorge Luis Borges y Oliverio Girondo, que no eran, ni mucho menos, autores consagrados a comienzos de los años 30. De Borges se conocían dos libros de versos, Fervor de Buenos Aires (1923) y Luna de enfrente (1925), y apenas algunos ensayos que el propio autor llegaría a repudiar, como Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926) y El idioma de los argentinos (1928). Girondo, con quien María Teresa conviviría años después en su exilio americano, era autor de sólo dos obras de tono vanguardista: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922) y Calcomanías (1925).

A finales de ese de año de 1929, María Teresa León ya tiene acabado su segundo libro, La bella del mal amor. Cuentos castellanos, que verá la luz en 1930, en Burgos de nuevo y editado por la misma imprenta de Hijos de Santiago Rodríguez. Se trataba de otra colección de relatos, de seis novelas cortas («La bella del mal amor», que daba el título genérico a la obra, «Pinariega», «Manfredo y Malvina», «El tizón en los trigos», «El mayoral de Bezares» y «La amada del diablo») en las que la desbordada imaginación y el candor infantil de su primer libro daban paso a un realismo inspirado en la tradición oral y en el folklore popular. Como ha señalado Estébanez Gil, aparecen aquí «elementos folklóricos y geográficos, combinados con tragedias familiares en las que se desatan pasiones como el amor, el odio, la venganza, el orgullo, la envidia»[114] . Se podía apreciar en estas historias -ilustradas de nuevo por la pintora Rosario de Velasco- influencias de la labor investigadora de Menéndez Pidal[115] y de Pedro Salinas, el clima oscuro y maldito de obras como La tierra de Alvar González, de Antonio Machado, y el fondo de esas tragedias oídas en su infancia castellana. Pero además, en estos cuentos escritos desde el drama personal de la separación de sus dos hijos, María Teresa se ponía del lado de todas las mujeres castigadas por una frustración violenta de su vida, ya se debiera al mal amor de un matrimonio desgraciado, a embarazos ilícitos o a la implacable hipocresía social.

La realidad mostraba en ese tiempo su rostro agridulce. Por un lado, la escritora comenzaba a asumir una vida alejada de sus hijos, con el desgarro que aquellas dos ausencias provocaban en su alma; por otro, la vuelta a Madrid suponía el reencuentro con su atmósfera natural, con la cultura en su más alta expresión y con el calor, entre otros, de los Menéndez Pidal, en cuya casa fue felizmente acogida. Del incipiente prestigio literario que empezaba a rodearla daba cuenta el crítico Rafael Marquina, al reseñar en La Gaceta Literaria ese segundo libro de María Teresa: La bella del mal amor. El artículo, titulado «María Teresa León», más allá de la mera nota literaria, se extendía en elogiosas consideraciones, pero contribuía también a acabar con la imagen frívola y ligera que muchos tenían de la escritora:

«He aquí una Gracia. Bonita y erudita, inspirada e inspiradora. María Teresa León, en cuya gentil presencia parecen revivir, modernizados, los mitos antiguos, es una musa activa. Manantial y corriente a un mismo tiempo, en ella la Belleza tiene, junto a la gracia de lo logrado, la inquieta fortaleza creadora. No contenta con ser un vivo testimonio de estética perfecta, María Teresa León aspira a crear obras de belleza. Es una escritora apasionada. Hay en su inicial apetencia lírica una vasta ambición espiritual y en su expresión idiomática, noble y refinada, una gran preocupación estilística. El arte no es en ella un lujo, sino una pasión. Mucho más que una necesidad, por tanto. A esta pasión el arte le viste túnica de serenidad. El alma de esta mujer excepcional se lanza a los caminos vestida de peregrina. Pero a través del pardo sayal se transparenta, como en un milagro, su espiritual aristocracia»[116].

Alejandro Bher también salía a recibir a la nueva escritora desde las páginas de La Esfera[117] de Madrid y presentaba su libro a la sociedad literaria y política con palabras no menos elogiosas:

«Sorprende que una infantina tan deliciosamente filena componga un libro cuyo eje lleva tanta advertencia y tanto rancio castellano antiguo. Y que entre florituras netamente de hoy, María Teresa León -una nena casi- exclame así: “Calla, conciencia, que las penas pasaron su trillo sobre mi alma, desmenuzándome”».