GONZALO DE SEBASTIÁN LEÓN
LAS sacudidas de la vida, los años duros del exilio eran siempre compensados con el amor que se profesaba el matrimonio de escritores. Cada día, cada mes y cada año eran un reto nuevo y una prueba de resistencia que tocaba vencer. La situación exigía que tanto el poeta como María Teresa estuvieran produciendo sin apenas descanso, por eso tenía mayor valor y sentido que, sin apenas erosión desde hacía veinte años, siguiera imponiéndose el amor que deslumbró mutuamente a la pareja. Por una carta remitida desde Cracovia el 1 de diciembre de 1950 -Rafael Alberti había viajado a Varsovia, donde se celebraba el Congreso Mundial de la Paz, como delegado-, podemos conocer ciertos pormenores al respecto:
«[…] ¿Y Aitana? Le mandé postales. No puedo vivir sin ella, Dios mío. Todo esto, que está muy bien, sin vosotras no tengo ojos para verlo. Te pondré siempre telegramas diciéndote el tiempo que estaré en cada sitio. Me da pena que te gastes el dinero en telegrafiarme. Prefiero que os vayáis a Punta del Este. Veo sí, que apenas tenéis dinero. Di a Losada, por Dios, que os ayude, que me pague algún próximo libro, las acciones, lo que sea […]»[485]
Pocos días después, desde Praga, Rafael escribía de nuevo a María Teresa en parecidos términos:
«[…] De este viaje saco la consecuencia siguiente: no puedo vivir sin ti, sin Aitana. Me muero de pena y de tristeza. Todo sería distinto, todo lo hubiera sido. Son muchos años juntos día y noche. Ahora sé cuánto te quiero. Te escribiría cartas que nunca te he escrito y te diría cosas que ya casi no me atrevo. Eres lo único grande que ha habido y hay en mi vida. Te quiero, al parecer, sin grandes efusiones. Pero no es cierto. Paso, a veces, tormentas de las que nunca hablo. Te hubiera, a veces, querido de otro modo, deseado de otra manera. No me atrevo a decirte, a nombrarte muchas cosas. Puede ser que nunca te las diga. Empezamos -horror- a ser casi viejos. ¿Viejos? Quiero que te cuides mucho y estés otra vez fuerte. Tenemos vida todavía […]»[486]
Mientras tanto, nuestra escritora trabajaba intensamente en la redacción de una nueva novela y ampliaba su actividad radiofónica con un nuevo programa nocturno, esta vez en Radio Belgrano, en compañía de la también exiliada actriz española Carmen Caballero.
Corría ya el año 1951 y el destino le tenía reservada una inesperada visita que la ayudó, sin duda, a sobrellevar las asperezas de la vida en el destierro y el pesar reciente de una madre enferma y vulnerable de quien le separaban miles de kilómetros. El primogénito de María Teresa, Gonzalo de Sebastián León, se encontraba con su madre en Buenos Aires décadas después de su traumática separación. Era el hijo hallado que, con treinta años cumplidos y una prestigiosa carrera de Medicina acabada, llegaba a Argentina becado por el Ministerio de Salud con el propósito de quedarse. A tenor de su testimonio, dejaba atrás una España pobre y sin oportunidades, y traía la ilusión de un futuro americano, pero sobre todo llegaba movido por la esperanza de reencontrase con su madre después de veinte años de ausencia[487], incluso por el temor de no reconocerla y de que algo hubiera muerto ya entre ellos. Sin embargo, la identificación fue inmediata, nada más vislumbrar al grupo de cuatro personas que acudió a recibirle al puerto: una niña, dos hombres y una mujer rubia, su madre. La niña era Aitana y los hombres Rafael Alberti y Gonzalo Losada, quien también sería para él, desde aquel momento, un ángel protector.
Gonzalo de Sebastián llegaba a Buenos Aires para ejercer, en efecto, su profesión de médico y radicarse definitivamente en el país. Allí se especializaría en cirugía de la sordera, ejercería la medicina durante más de cuarenta años, se casaría y tendría tres hijos, Marcelo, Graciela e Isabel, nombres y firmas que se podían leer en las numerosas cartas que a partir de 1963, fecha de partida de los Alberti a Europa, remitían a sus abuelos María Teresa y Rafael cuando éstos ya residían en el Trastévere romano.
Nos encontramos, pues, en esos días de la llegada de Gonzalo, del descubrimiento de todo para él: una madre arrancada de la infancia, un poeta célebre y una hermana de diez años que le observa asombrada. «En esos días de íntimo entendimiento -recuerda el recién llegado- nos fuimos acercando, y atrás quedaron la dudas y las suspicacias que aún retenía en la cabeza. Supe, después de esos ratos de amable charla, cuánto me quisiste y cómo me extrañaste a los largo de los 20 años de nuestro desencuentro. Ahora comprendo la gran necesidad que tenías de encontrarte con Enrique y conmigo, los hijos que nunca olvidaste […]. Años después, cuando te fuiste a vivir a Roma me pareció que la vida nos separaba de nuevo y esa vez sería para siempre. Pero no fue así. Al contrario, a través del océano se estrecharon aún más los lazos que nos unían»[488].
Gracias a la entrevista realizada por Pablo Rocca a Gonzalo de Sebastián León el 7 de marzo de 2003 en su elegante apartamento de la calle Montevideo, en Buenos Aires, es decir, 40 años después de que María Teresa abandonara definitivamente Argentina, conocemos las impresiones que el hijo de la escritora, ya octogenario, recibió de ella a su llegada a la ciudad porteña. Al parecer, Gonzalo retuvo para siempre «la imagen de la vida cotidiana de una mujer de casi cincuenta años en el esplendor de su carrera y del reconocimiento social. Afirmaba que en Argentina todos los españoles exiliados le han hablado alguna vez de María Teresa León, quienes -a través de los años y en un país extranjero- recordaban su figura eternizada para siempre recorriendo el frente de batalla, valiente y fuerte, con un discurso que enardecía a los soldados. Él mismo la recuerda de otro modo, escribiendo todas las mañanas desde muy temprano en unos cuadernillos escolares; “por la tarde escribía también un poco, pero mientras cocinaba, se ocupaba de la casa, del teléfono, de las cosas de Rafael”. Era una “típica castellana, laboriosa y enérgica, y tenía tiempo para todo”, dice. Tuvo que ser muchas veces secretaria, correctora, ejerciendo según parece una guía invisible pero eficaz»[489].
Las últimas noticias de Gonzalo de Sebastián nos llegaban precisamente aquel año de 2003. El primogénito, retirado ya de su profesión, emulando los pasos de su madre, se dedicaba a escribir y a cultivar el género narrativo. Autor de varios tratados sobre su especialidad profesional, en 2001 había publicado Cuando ardió la piel del toro, novela ambientada en los años de la Guerra Civil con un final que situaba a los protagonistas a bordo del Mendoza, el mismo barco que llevó a su madre a Argentina en febrero de 1940. «¿Qué me esperará en la otra orilla? ¿Cómo será América?», se preguntaba uno de los personajes en la página final. También en 2003, Gonzalo daba los últimos toques a un libro sobre María Teresa León en el que se reunía correspondencia entre Alberti y ella durante las ausencias del poeta de Argentina, sus estancias en el Paraná y su viaje a Moscú; una obra de gran valor testimonial que por diversas circunstancias, lamentablemente, no llegó a editarse, pese a los intentos de Gonzalo de Sebastián, fallecido en 2007, por que el libro viera la luz.