SONRÍE CHINA

TRAS la experiencia europea, el gran viaje de los Alberti durante su etapa de exilio argentino fue, sin duda, el que realizaron a China en 1957. El punto de interés del que partían era observar los cambios sociales tras la revolución maoísta; y la experiencia no pudo ser más gratificante para nuestra escritora, deslumbrada ante un país que nada tenía que ver con la visión oscura, miserable y triste que 33 años atrás Blasco Ibáñez había dejado del país en su libro La vuelta al mundo de un novelista[507] . «Se nos presenta la ancha imagen actual: la batalla de la higiene, ganada; la forestación con su muro verde, creciendo; la reforma agraria, prosperando; el analfabetismo, desapareciendo; el patrimonio artístico nacional, conservado con infinita ternura; la industrialización, progresando; el orden público, asegurado; la moneda, estabilizada; la honestidad de un gobierno, reconocida; la creación filosófica y artística, abierta en una consigna inesperadamente feliz»[508].

El viaje a China, vía Moscú a bordo de un turborreactor -un Tupolev 104-, fue una experiencia inolvidable para la familia, incluso para Aitana, toda una adolescente que descubría con igual fascinación los encantos de la República Popular China un decenio después del triunfo revolucionario de Mao Tse-Tung. «Una transparente mañana dominguera caminamos, mudos de asombro, entre los parapetos almenados contemplando las peladas colinas. La multitud se pasea despreocupada en dos corrientes opuestas. Un grupo de escolares avanza en filas ordenadas cantando una canción. Las pañoletas rojas flamean. Parejas de novios (en público, no se tocan ni un dedo), militares, campesinos y estudiantes, deambulan felices y curiosos, mientras llegan cada vez más autobuses con nuevas hornadas de visitantes. A medio día, se sientan donde buenamente pueden, y aparecen cestos y floreados termos. La Gran Muralla se ha convertido en un desmesurado merendero popular»[509].

El viaje tuvo la ciudad de Pekín como estancia principal, aunque desde allí, siguiendo el curso del río Yantg-Tsé-Kiang, se adentraron en puntos legendarios del país, desde Irkutsk, cerca del lago Baikal, a Ulan-Bator; visitaron las lejanas tierras de la Mongolia Exterior y recorrieron la senda de la Gran Muralla.

El fruto de esa intensa aventura fue el libro que María Teresa León y Rafael publicaron al año siguiente de su regreso a Buenos Aires gracias a la gentileza de Jacobo Muchnik. La obra, titulada Sonríe China, tenía el aspecto de un libro de autor, pulcramente editado con poemas e ilustraciones en color realizados por Alberti, textos en prosa de nuestra escritora y una serie de viñetas de los llamados pintores de tijeras chinos. La obra, que vio la luz en 1958, fue considerada por la crítica como un libro de viajes y de sociología; pero ni recibió ni ha recibido la atención que merece, sobre todo si hablamos de la aportación de María Teresa a lo largo de las más de doscientas páginas de gran formato que constituyen el libro y en las que, con una prosa limpia y sugerente, la escritora nos narra sus visitas a una maternidad, al Templo del Cielo, a una fábrica de seda, a la cueva donde habitó el Hombre de Pekín, al Instituto de Pedagogía, a la Ópera, a la Escuela de Grabadores o a la casa del escritor Lu Shin.

No cabe duda de que la autora de Juego limpio fue muy feliz en China y de que sintió con intensa emoción cada día vivido en aquel país. Así lo apreciamos cuando, sin dejar de lado la pasión experimentada, «sin prejuicios ni cerrazones ni reservas», ella misma confiesa y advierte en las páginas de Sonríe China que, «extremosos a más no poder, siempre llevando a cuestas nuestra española exageración, no confiamos en que nuestro libro sea ecuánime ni mucho menos. Será apasionado y cordial. […] No se nos borrará jamás de los ojos la sonrisa de China. Cuidadosamente la llevaremos dentro hasta nuestro país del otro extremo del mundo, donde ya hemos vivido media existencia. Contaremos nuestra visita a la nación cuyos pintores eran capaces de pintar “el sonido del otoño” […] Sí, hemos estado en el país de los milagros».

Sin embargo, ese país de los milagros no tardó en sembrar cierta decepción en los Alberti, al menos en el espíritu sensible y atento de Aiana que, según confiesa en La arboleda compartida, «al poco de marcharnos, nuestra amiga Ling Ting (seudónimo de Chian Ping-Shih), narradora de relieve internacional (El sol brilla sobre el río Sangkan, 1948), fue acusada de haber tenido amores con un soldado de Chang-Kai-Chek. Expulsada del partido sirvió como camarada en la cafetería de Unión de Escritores hasta que su invulnerable sentido de la dignidad hirió a los burócratas y la trasladaron a una vieja región agrícola». Aitana cita también el caso del «eximio poeta y pintor Ai Ch’ing (seudónimo de Chang Haich’eng), gloria de las letras chinas (Norte, 1939; La llamada afortunada, 1953; Primavera, 1956), que fue desterrado al desierto de Gobi. De nada le sirvieron sus cuatro años de encarcelamiento ni el haber combatido con la pluma y el fusil a los opresores de su pueblo. […] Otros muchos amigos desaparecieron, arrastrados por el torbellino “cultural”. ¡Cuánta ironía encierra este vocablo en el contexto chino!»[510]