ESPÍRITU REVOLUCIONARIO DE NIÑA ROMÁNTICA
LA veneración que sentía María Teresa León por esas mujeres que marcaron época no ensombrecía, por otra parte, la admiración que profesaba por personajes de la vida política, literaria y académica. Sin moverse de Burgos tuvo ocasión de conocer a figuras relevantes que asistían a los Cursos de Verano de la ciudad, al Ateneo local o también al Ateneo de Valladolid, donde ella misma acudía con frecuencia para no perderse la intervención de algún poeta del momento o impartir una conferencia propia, como así ocurrió en abril de 1926. Había escuchado personalmente a Federico García Lorca en la ciudad del Pisuerga y aquel año de 1926 tiene la oportunidad de encontrarse en la capital burgalesa con el político Manuel Azaña y con el profesor y poeta Pedro Salinas. Ambos habían coincidido ese mes de julio por diferentes motivos, aunque quien interesaba a nuestra escritora era Salinas, que pasó en la ciudad varios días invitado por la organización de los Cursos de Verano. María Teresa pudo contemplar la corte de estudiantes y aduladores que seguía al autor de La voz a ti debida, y quizá fuera allí, si no antes, cuando inició una incondicional admiración por él.
«Le gusta recordar a Pedro Salinas -escribía de sí misma en 1968-, nunca había admirado a nadie tanto. Ni siquiera a Federico García Lorca […]. No, a nadie. Durante una conferencia de Salinas se había quedado inmóvil desde el principio hasta el final. (…) ¿Era esa la manera de decir y con ese ritmo en la frase y esa gracia musical para advertirnos que algo pasa y se aleja…? Nunca nada le había abierto más los ojos. Nadie le dijo que tenía que admirarlo. Hizo sola el descubrimiento de Pedro Salinas. Se puso muy contenta y siguió escribiendo»[95].
El rendido entusiasmo de la joven no fue correspondido, al menos la opinión que el profesor se hizo de ella en aquellos años no la favorecía en casi nada, como así se puede comprobar en la correspondencia que mantuvo el poeta con Jorge Guillén. En una de aquellas cartas, Salinas definía a María Teresa León con una sola frase: «Una bella dama, literata mala ella»[96].
No fue sólo Salinas quien cayó en la simpleza de prejuzgar a nuestra autora. Como bien señala Óscar Esquivias, era frecuente, al hablar de ella, «empezar exaltando su belleza, que realmente era grande y casi proverbial»[97] . Por eso debió de ser para la muchacha un verdadero tormento lograr que la juzgaran por sus méritos y borrar aquel estereotipo de niña bien, burguesa, impetuosa, feminista y malcriada; un triste estereotipo en el que pareció inspirarse el escritor y diplomático Agustín de Foxá en su novela Madrid, de corte a checa, donde la retrató, sin más contemplaciones, con veinte palabras: «María Teresa León tenía ese espíritu revolucionario de las niñas románticas educadas entre monjas y que quieren vivir la vida»[98].
La autora de Juego limpio quería, desde luego, vivir intensamente la vida. Y prueba de ello fue la actividad frenética que desplegó en 1928, emprendiendo con su marido un viaje de casi nueve meses a Buenos Aires. Nunca quedaron claros los motivos de aquella estancia en Argentina[99] . Según Benjamín Prado[100], es posible que Gonzalo de Sebastián Alfaro tuviera que resolver en América algunos negocios, pero hay testimonios que no descartan que aquel viaje fuera inducido por el matrimonio Sebastián-León para recomponer una relación que se hundía de nuevo. Lo cierto es que aquella aventura suponía para María Teresa su primer y gran peregrinaje intelectual en un momento profesionalmente dulce, puesto que ese año veía la luz, en Burgos, su primer libro: Cuentos para soñar. Se convertía así en una pequeña corresponsal de ese diario burgalés que le había servido de lanzamiento, y también en una embajadora cultural, como así veremos, de España.