UN TIEMPO NUEVO
TRAS ocho largos meses en el continente americano, el 16 de enero de 1929 zarpaba junto a su marido en el barco Los Andes de regreso a España. Se abría una nueva etapa en su vida y comenzaba un tiempo nuevo en el que no había espacio para Gonzalo de Sebastián Alfaro. Al parecer, durante los días compartidos por la pareja en Buenos Aires no cesaron los reproches, las peleas y los celos. Benjamín Prado comenta, citando a María del Carmen del Prado, que «la última disputa tuvo lugar en el barco y a causa del carácter algo manirroto, por aquella época, de María Teresa: su marido le había dado el dinero necesario para cambiar los pasajes del barco por otros que ofrecían unos camarotes más lujosos, en la zona más distinguida de la embarcación. Pero según iba hacia las oficinas de la compañía naval, María Teresa vio una carísima tienda de sombreros y, sin poder reprimirse, se gastó en ella la mayor parte del dinero. El largo viaje de vuelta a España fue una batalla campal»[106].
Tras el regreso, María Teresa se separa definitivamente de su esposo sin asumir del todo las graves consecuencias que acarrearía aquella decisión. Y la primera de ellas fue el alejamiento irremediable de sus hijos, puesto que la legislación vigente otorgaba al padre su custodia, como así fue. A partir de ahí y durante toda su vida María Teresa tuvo que soportar la maledicencia de ciertas leyendas que pesaron sobre ella. Una de esas insidias, tan extendida como injusta, fue la de la madre que abandonó a sus dos hijos y a su esposo para alcanzar una vida rutilante, libre y llena de éxitos. En este sentido conviene aclarar, como señala de nuevo Benjamín Prado, que el primer esposo de María Teresa, «Gonzalo de Sebastián Alfaro no era militar, como tantas veces se ha escrito, sino un joven que disfrutaba del dinero de sus padres y que a cambio se ocupaba, al parecer sin demasiado entusiasmo, de algunos asuntos y empresas familiares. Desde luego, no tenía un oficio propio»[107] . Prado comenta que Aitana Alberti, en una carta remitida desde La Habana en febrero de 2001, le decía al respecto que «el primer marido de mi madre fue un señorito burgalés que se dedicaba a los negocios. Los militares fueron, como sabéis, mi abuelo materno, y también el hermano de mi abuela, Federico Goyri, que estuvo con la República. El único hermano de mi madre. Ángel, murió siendo general del Estado de Franco»[108].
En las memorias de nuestra escritora no hallamos información alguna de su primer esposo, que siempre quedó difuminado como un recuerdo impreciso. Sin embargo, algunos años más tarde supimos por Pepín Bello ciertos datos de interés sobre Gonzalo de Sebastián: «Durante los años de posguerra que pasé en Burgos al frente de un negocio familiar que fracasó tiempo después, la persona con quien tuve un trato más cercano fue con Gonzalo de Sebastián. Entonces se había enrolado en el Ejército. Eran unos años de gran dureza. Aquel hombre bebía sin demasiada mesura y me confesó que, aún entonces, seguía enamorado de ella»[109].