LA PALOMA DE PICASSO

NO olvidaría María Teresa el nombre de Pablo Picasso aquel otoño de 1961. El artista universal cumplía 80 años y ése fue, entre otros, motivo suficiente para sobrevolar el Atlántico y acudir a la cita con el pintor. De nuevo sin la compañía de Aitana (que, por los motivos que María Teresa aclaraba a Puccini en una carta -«está hecha una antropóloga insoportable… y con novio»[539] -, prefirió quedarse en Buenos Aires), el viaje a la Costa Azul francesa y los detalles de aquella cita han sido recordados por nuestra escritora y por Alberti en sus respectivos libros de memorias. La amistad con Picasso, como sabemos, venía de lejos, desde aquel primer encuentro en el Teatro Atelier de París en 1931; una relación, como sugiere Benjamín Prado, «siempre sujeta a los caprichos y cambios de humor del genio». El mismo Prado añade a su comentario, como curiosidad, que el pintor malagueño siempre se sintió atraído por la belleza y la inteligencia de María Teresa: «Alberti solía contar, divertido, cómo en una ocasión, Jacqueline, la mujer del pintor, hizo una foto de María Teresa y Pablo Picasso en la que se les veía besándose en los labios, medio en broma y medio en serio. Jacqueline le regaló la foto a Alberti, escribiendo en el dorso la leyenda: “¡Qué le vamos a hacer!”»[540].

La pareja de escritores no podía perderse una celebración de semejante importancia que llegaría a reunir en las localidades de Niza y Vallauris, en la región de Provenza-Alpes-Costa Azul, a personalidades del mundo del arte, la música, la literatura, el teatro y el cine. Fueron numerosos y variados los eventos que en torno a Picasso se celebraron aquellos dos días de octubre, desde sesiones cinematográficas gratuitas dedicadas al pintor a representaciones folklóricas, conciertos y actuaciones en el Gran Palacio de Exposiciones de Niza, entre ellas la de Alicia Alonso con el Ballet Nacional de Cuba. Participaron artistas de más de nueve países, pero destacaron de modo especial los españoles que viajaron hasta allí para rendir su tributo al maestro, entre ellos, Aurora Bautista, Paco Rabal, la cantante Nati Mistral, y el bailarín Antonio Gades, que poblaron el escenario del Palacio de Exposiciones con poemas de Lorca, Alberti y versos de La vida es sueño de Calderón. La celebración contó también, el segundo día, con una novillada en Vallauris a cargo de Luis Miguel Dominguín y Domingo Ortega. Fue una corrida rodeada de polémica que se pudo llevar a cabo muy al caer la tarde y con luz artificial. El motivo del retraso era la prohibición de realizar en ese Departamento francés cualquier festejo en el que se sacrificara animales. Durante la espera, los invitados -entre los que no faltaban nombres famosos y algunos ilustres como el de Louis Aragon, Manuel Ángeles Ortiz, José Herrera Petere, Juan Antonio Bardem, Baltasar Lobo, Alberti y María Teresa- festejaban el momento bebiendo con escasa moderación y comiendo lo que buenamente encontraban. El periodista Julián Antonio Ramírez, la voz del exilio español durante 25 años en Radio París, relata en su libro de memorias que asistió a aquella cita y que una hora antes de que los diestros saltaran al ruedo nadie sabía lo que iba a ocurrir. «Intensificamos la búsqueda hasta que recalamos por fin en aquel restaurante donde al poco reapareció María Teresa León, la compañera de Alberti, con un poco de pan y algo de embutido. Los del grupo nos lo repartimos fraternalmente. Bebida no faltaba. Había alegría en el ambiente. De pronto, María Teresa pidió la palabra. Y con tono altamente declamatorio exclamó: “Me presento: María Teresa León, comiendo salchichón”. Se ganó una buena ovación. Con perdón por la doble rima»[541].

Al final, como escribe nuestra autora, «hubo corrida de toros. Llegaron Dominguín y Domingo Ortega. […] Vallauris rebosaba de gente. Todo era exposiciones, banderines, bandas de música. La plaza estaba convertida en una verdadera arena para lidiar toros bravos. […] Pero faltaba algo, porque la banda seguía tocando pasodobles. Por fin, después de bailes y más bailes, se despejó el ruedo y habló el clarín. Detrás de nosotros estaba José Herrera Petere con su gente; delante, Pablo, Jacqueline, Lucía Bosé, Jacques Duclos… ¿Dejarán o no dejarán matar los toros? El público aplaudía. Aquí la mise a mort no está permitida. Cuando terminaron de lidiar el primer torillo, Dominguín se aproximó a ofrecerlo a Picasso. Picasso, como un emperador romano bajó el pulgar. ¡A muerte! Hubo un alarido en la plaza. La que más aplaudía era una elegante señora sentada junto a Pablo. Nos dijeron, confidencialmente, que era la Presidenta de la Sociedad Protectora de Animales. El torito se defendió un momento y cerró los ojos, desilusionado para siempre con las protecciones de los hombres»[542].

Los Alberti regresaron a Argentina dejando en manos de Pablo Picasso un regalo valioso y desconcertante para todos. Según relata el poeta gaditano, le llevaron un cuadro pintado por el propio padre de Picasso, «una preciosa paloma, de aire velazqueño, firmada por José Ruiz Blasco. La había encontrado un amigo nuestro en un anticuario de Buenos Aires, que se la vendió por poco, ignorando seguramente el valor que representaba por ser nada menos que del padre de Pablo. En Notre-Dame-de-Vie, aprovechando un momento en que nos encontrábamos con él creo que únicamente María Teresa, el pintor italiano Renato Guttuso y yo, se la pusimos así, como por sorpresa, delante de los ojos. Emoción. Y silencio. Picasso la miró muy de cerca, atentamente, y no nos dijo nada. […] Días después, pienso siempre que fue Guttuso quien nos habló por parte de Picasso:

»-A Pablo le gustó mucho la paloma. Pero le impresionó que las patas y el pico no estuviesen pintados por él. Era una paloma de antes que a su padre le envejeciese la vista y recurriese al hijo para que le pintase aquellas partes más pequeñas, que él ya no podía»[543].