SE ME CAEN LAS ALAS DE ESTAR SOLA
PARA que la vida familiar de los Alberti recuperara y mantuviera una feliz normalidad, no cabe duda alguna de que los esfuerzos de María Teresa debían ser enormes y constantes. A su espíritu siempre disciplinado se unía el trabajo sin descanso y una actitud que contagiaba a los demás. «María Teresa trabajaba sin parar, un poco cada día, era muy disciplinada y me hacía serlo a mí»[585], confesaría Alberti a Benjamín Prado muchos años después. En esa misma confesión, el poeta gaditano recordó la visita durante esos años romanos de Dámaso Alonso, viejo compañero de generación al que hacía décadas que no veían. Los tres estaban disfrutando de una espléndida sobremesa «cuando, de pronto, María Teresa miró su reloj y dijo, en tono imperioso: “Rafael, nos vamos. Mañana tienes que levantarte a las siete para hacer dos dibujos”. Los dos poetas protestaron: “¡Pero mujer! ¡Si no nos vemos hace años!”. No sirvió de nada, porque ella fue inflexible: las ilustraciones debían entregarse a tiempo, con esas cosas no se puede bromear. Alberti, haciendo un juego de palabras con el título de uno de los libros de su esposa, le dijo a su compañero: “Ya lo ves, esto es lo que ocurre cuando uno se casa con Doña Jimena Díaz de Vivar”. Y Dámaso Alonso, muy serio, le respondió: “Tú no estás casado con doña Jimena. ¡Tú estás casado con el Cid Campeador!”»[586].
Como hemos comentado a lo largo de esta biografía, la autora de Juego limpio permitió que Alberti, su esposo y compañero, se dedicara plenamente a la creación literaria y artística, ocupándose ella de las tareas domésticas, de la intendencia y de su propia obra literaria. Pero, además, como hemos podido ver, incitaba constantemente a Alberti -era un permanente acicate- para que fuera persistente y firme en su labor. Al menos, más tarde o más temprano, el poeta así lo reconoció y así lo dejó expresado en momentos de su vida en los que María Teresa ya no estaba a su lado para escucharle y sentirlo: «Yo no habría trabajado tanto sin la presencia estimulante y protectora de María Teresa»[587].
Testigo de esa impagable labor es Enrique de Sebastián, el segundo hijo de la escritora riojana que, por esas fechas, pocos años después de la llegada a Roma de los Alberti, se reunió con su madre tras años de distancia y de recelos. En el reportaje realizado por Trinidad de León-Sotelo sobre María Teresa León en 1987, Enrique se lamentaba de esos años de ausencia «sin respirar el aire puro que ella suponía para un hijo», pero a continuación declaraba que, en cuanto la vio, descubrió a una mujer extraordinaria. Enrique de Sebastián, que se mostraba creyente y muy alejado de los postulados ideológicos de su progenitora, llegó a ver en ella virtudes religiosas que, en el corazón de María Teresa sonarían algo incongruentes e ingenuas, aunque muy voluntariosas:
«A pesar de su ideología -decía Enrique, negándose a aceptar el posible descreimiento de su madre- nunca dejó de creer. En Italia nos llevaba a visitar todas las capillas, y era fácil oírle exclamar: “¡Dios te oiga!” o “Si Dios quiere.” […], tenía la palabra adecuada para cada persona; no he conocido a nadie con esa cualidad. En el Trastevere y en Vía Garibaldi, desde el pescadero al de la tienda de ultramarinos, la saludaban con afecto. Era, por ejemplo, una cocinera fabulosa. Cuando íbamos a la casa de Anticoli Corrado descubrí los cangrejos de río que allí nadie comía. Mi madre los guisaba y lo primero que hacía era darles un plato a los vecinos. Creo que nadie ha amado al prójimo tanto como ella»[588].
Como bien ha recordado Enrique de Sebastián, ya por aquellos años, María Teresa y Rafael solían pasar los veranos, huyendo del calor romano, en una casita del pueblo de Anticoli Corrado, en el Valle del Aniene, situado a unos sesenta kilómetros de Roma, en la carretera hacia Pescara y el Adriático. Fue Pablo de la Fuente quien les descubrió aquel paraje y quien logró que una encantadora pareja portuguesa, Mário y Henrique Ruivo, les prestara aquella pequeña vivienda, muy parecida a un estudio, que inspiraría a Alberti los poemas de su libro Canciones del alto valle del Aniene y a María Teresa largas y bellas páginas de Memoria de la melancolía. Pero, además, dada la ilimitada capacidad organizativa de la escritora y su inagotable disposición para todo, en Anticoli Corrado se incorporó con verdadero entusiasmo a la junta del Centro Histórico y Artístico, encargada de velar por la conservación del entorno, y organizaba en el pueblo actos culturales, dinamizaba la biblioteca y abanderaba iniciativas solidarias.