TEATRO Y EXILIO

TRAS el estreno de La dama duende, María Teresa recibe otro encargo de guion cinematográfico que da por acabado en 1946. Se trata de la película El gran amor de Bécquer, que le lleva a trabajar de nuevo con la actriz Delia Garcés y con su esposo, el director Alberto de Zavalía. La película, que contaba también como actores principales con Esteban Serrador y Susana Freyre, se estrenó el 8 de octubre de ese año. Fruto de ese trabajo y de ese guion fue la biografía novelada del autor de las Rimas y leyendas que María Teresa escribió a continuación, recreando el idilio, probablemente apócrifo, entre Bécquer y Julia Espín, figura femenina a quien la autora convierte en musa de sus versos. Así, con el título de El Gran Amor de Gustavo Adolfo Bécquer (Una vida pobre y apasionada), aparecía también en 1946, con el sello de la Editorial Losada (colección Biografías Históricas y Novelescas), la cuarta obra de María Teresa León en el exilio. La edición, que incluía las rimas de Bécquer e iba acompañada de un poema y un epílogo de Rafael Alberti, se volvería a publicar en 1951.

Sería ésta la última producción de la autora riojana hasta 1950, es decir, que el lustro feliz al que hemos hecho referencia fue el más improductivo literariamente hablando del periodo argentino. Sin embargo, María Teresa y Rafael lo aprovecharon para viajar por el continente americano, impartir conferencias y ensanchar las relaciones. Ese mismo año de 1946 se reencuentran en Chile con Pablo Neruda y con Juvencio Valle. Allí hacen amistad con Nicanor Parra, Rubén Azócar, Tomás Lago, Ángel Cruchaga, Pedro de la Barra, Juvenal Hernández, Amanda Labarca y Augusto d’Halmar. De esa experiencia surgen los primeros poemas de A la pintura (poemas del color y de la línea) de Alberti, que no sólo ven la luz en una deliciosa edición de Attilio Rossi, sino que devuelven a Rafael a su primitiva vocación: la pintura. Más como recurso que pasión, ésta se convertirá a partir de 1947 en otra importante fuente de ingresos para la familia.

Por una carta remitida a Corpus Barga en abril de 1947 podemos reconstruir, con bastante precisión, el estado de nuestra escritora siete años después de su llegada a Buenos Aires. Dado que la relación con el escritor madrileño se había interrumpido durante años, la información que aporta la misiva es especialmente valiosa y nos permite obtener un resumen muy aproximado de la situación que atravesaba María Teresa y la pareja en ese periodo:

«Buenos Aires

»19 - abril - 1947

»Mi querido Corpus, Marcelle, Ninoche! ¡Nombres queridos, amigos inolvidables!

»La primera noticia directa de vosotros la tuvimos ayer cuando Carmen Dieste me leyó la carta de Corpus. Yo ya había intentado desde hacía años tenerlas directamente […] Nosotros también tenemos una hija. Se llama Aitana -recuerdo de la sierra florida de Gabriel Miró, sitio del que partimos para nuestra aventura de Ibiza-, tiene cinco años. Es genialmente insoportable. Os aconsejo que abruméis de complejos a vuestros nietos porque esta educación moderna de la autodeterminación infantil produce graciosos monstruos, sin complejos, pero muy mal educados. Ya os mandaré fotos de la familia. Rafael está muy bien, más delgado, trabajando mucho, hecho un poeta legítimo. Su gran libro de la pintura es un monumento. Te mando un ejemplar de unos cuantos poemas publicados hace dos años. El libro completo saldrá en Losada a fin de año.

»Yo estoy dedicada a hacer de Atlanta, un poco viejo y apolillado, sosteniendo la responsabilidad de la casa. Hago cine. Tres películas. De ellas una “La dama duende”, muy buena, aunque yo sea su madre. También hice, con menos fortuna, un Bécquer. Te mando la biografía de donde salió.

»Últimamente he escrito una obra de teatro. Espero estrenarla. Y concluiré, si no doblo como un pobre toro, una biografía de Doña Jimena, esa gran mujer oscura de héroe. El telar está tendido. Trabajamos. Puede que demasiado. ¿El resultado? Muy variable. El año antepasado hasta compramos una casita en el bosque de Punta del Este (Uruguay). Este año puede que la tengamos que vender. Pero seguimos siendo alegres, encontrando la vida grata, consumiéndonos por España y procurando echar una mano a todas las desdichas de nuestros compatriotas. […] ¡Ojalá pudiéramos multiplicar las horas mientras queden tantos desdichados! Yo te ruego, Corpus, que nos digas la situación de los intelectuales y si necesitan alguna cosa especial. Yo mandé, metida en un zapato, insulina para Quiroga Plá, en el envío primero. No sé si la recibió y si la sigue necesitando. Es cosa difícil de mandar porque está prohibido, pero ya hallaremos medio. […] Nosotros hemos querido varias veces salir de aquí. Ocurre el fenómeno de los que quieren salir de Europa y los que quieren volver. No sabemos qué hacer los humanos con nuestros huesos. […] El mes que viene aparecerá P. Neruda, que se va a la Unesco y Oliverio Girondo con su mujer Norah Lange. Los dos os buscarán. Precioso su ensayo en Realidad. Ha tenido mucho éxito»[462].

Gracias a esta misiva sabemos que ya en 1947 María Teresa se hallaba inmersa en la redacción de su biografía sobre doña Jimena Díaz de Vivar, trabajo que no verá la luz hasta 1960, y que tenía una obra de teatro acabada. Da a entender que los ingresos que reciben por sus trabajos son irregulares y fluctuantes, así como la casa de La Gallarda, construida con enorme ilusión y que, por problemas económicos, se plantean vender en un futuro próximo. También se advierte la gran solidaridad de la escritora con los más vulnerables, con los compatriotas de menor fortuna. Pero volviendo a la pieza teatral que dice la escritora haber concluido, todo nos lleva a pensar en la obra titulada La libertad en el tejado y en un hecho que nos parece muy significativo: que María Teresa León, pese a las dificultades que entrañaba el género y las menguadas posibilidades de triunfar en el mundo de la escena, persistía en el empeño de escribir teatro. Al menos, a finales de los años cuarenta, mantenía esa ilusión. De hecho, como ha indicado Miguel Ángel Muro «la escritura teatral fue una constante a lo largo de su vida, con niveles de exigencia tan dignos y cambios de rumbo tan acusados que debieron exigirle un esfuerzo creativo difícil de compaginar con la actividad marginal o el mero pasatiempo»[463].

Lo que sí parece cierto es que María Teresa consideró, alcanzada ya una edad, que su escritura dramática era una parte no realizada o incluso no comprendida de su obra literaria. La idea se puede desprender de una carta remitida por ella, años más tarde, a Ricard Salvat, en la que se confesaba al dramaturgo catalán en estos términos: «Ya sabe usted que el teatro es mi yo no realizado. Además estrené en la Zarzuela de Madrid, durante la Guerra, Los títeres de cachiporra, de Federico […] Yo le pido que diga a todos los amigos cuánto daría yo por trabajar con ustedes en esa Barcelona de mi juventud, llena de horas claras»[464].

Como se puede apreciar en el texto, María Teresa León siempre tuvo dulces recuerdos de su dedicación escénica al teatro, sin embargo, la visión de sí misma como escritora de piezas dramáticas no parece dejarle el mismo sabor ni le remite a una experiencia grata. Ciertos datos nos llevan incluso a pensar que escribió más obras de las que se ha podido tener testimonio, pero el hecho de no ver publicada, ni siquiera representada, más que una de ellas, pudo conducirle a cierto desengaño e incluso a poner en duda su capacidad para la escritura dramática. Ello no significa que se desalentara, al contrario; por los testimonios recogidos, sabemos que nuestra escritora, al menos hasta los años 70, no dejó de hacer innumerables gestiones para ver editada o representada alguna de sus piezas teatrales. «¿Quisieras hacer un librito con mi obra de teatro? ¿Te la mando?», escribía desde Roma el 29 de mayo de 1973 a su editor y amigo Gonzalo Losada. Lo hacía también con viejos compañeros de viaje como Santiago Ontañón o Max Aub. A este último, dedicado en su exilio mejicano a un proyecto editorial, le sugería desde Buenos Aires el 2 de enero de 1952: «Yo puedo mandarte una novela: Juego limpio, o teatro El destino no cambia sus caballos. Elige»[465] . De igual modo lo intentaba con el hispanista italiano Eugenio Luraghi, aprovechando la correspondencia que ambos se cruzaban en 1950:

«Mi buen amigo Luraghi […] Rafael me anima a mandarle un original de mi última obra de teatro La historia de mi corazón. Y así lo hago. Es un drama, como usted verá, fácil de comprender porque es tan extenso su público como la realidad humana de envejecer […]. Toda la acción se desarrolla en el espacio que va desde los telones a la pared que sirve de fondo al teatro en ese corredor silencioso que deja una escena impuesta […] Comienza y termina la obra con un timbre de alarma. La muerta del final es la que ha contado la historia desde el principio […]. Y nada más que esperar su opinión y posibilidades de aparecer, traducida por usted, en las tablas de algún teatro de Italia. Aquí ha tenido un gran éxito de lectura y se estrenará la temporada próxima…»[466]

La respuesta de Eugenio Luraghi llevaba fecha de 25 de agosto de 1950:

«Gentile [sic] Señora, he recibido La historia de mi corazón, que he leído con avidez. Enseguida me pondré a traducir esa obra que encuentro viva, nueva y humanísima […]. Le someteré mis dudas y desde luego haré todo lo posible para encontrar una buena compañía de cómicos que pueda llevar dignamente el drama a las tablas. Usted escríbame qué compañía estrenó la pieza en Buenos Aires»[467].

Sin duda, María Teresa se ilusionó con la posibilidad de ver estrenada su obra y no tardó en responder al traductor italiano:

«Mi querido amigo Eugenio Luraghi: Estoy feliz con sus noticias. Me alegra infinito que La historia de mi corazón le haya parecido una obra digna de traducirse y de interesar a alguna actriz italiana. Sería una maravilla. Aquí ha tenido mucho éxito de lectura y hay varias posibilidades para el año que viene. Hay una actriz Tita Merello que le interesa para empezar su temporada. Hay otra, Berta Moss, que ya ha encontrado empresario, pero me da miedo estrenarla en verano. No sé bien qué hacer. Por de pronto preparo ya la edición y hay un productor de cine, Horvilleur, interesado en hacer la versión cinematográfica. Esto me ha animado tanto que ya empecé una comedia: El cielo no es azul. Dígame sus dudas de traductor, aconséjeme…»[468]

Lo cierto es que, transcurrido un tiempo, Luraghi dejó de interesarse por la obra y por su autora. Pese a su insistencia -«¿Y de La historia de mi corazón? Aquí hay posibilidad de estreno en el próximo año y de hacerla en cine…»-, María Teresa no recibió más que largas por parte del italiano, que sólo parecía interesado por la figura y la obra de Alberti:

«Gentile Signora, muchas gracias por su carta […]. Todos los amigos desean mucho ver a Rafael y no hemos perdido la esperanza […]. Hablaré con él de La historia de mi corazón. Estoy muy atrasado con su traducción porque he tenido un trabajo bárbaro en estos últimos meses en los que he vivido en Torino»[469].

Como relata Gabriele Morelli, el texto de María Teresa se quedó dormido entre los papeles del traductor italiano. La obra tenía el subtítulo Drama de una vida, y un epígrafe que rezaba «¿Quién conoce la verdad íntima que se fragua en el corazón?»; constaba de 77 folios mecanografiados que incluían correcciones a mano de la propia escritora. Según Juan Carlos Estébanez Gil, esta pieza no es la única que ha quedado inédita. Entre los cuadernos personales de la autora de Cuentos de la España Actual existe también un texto teatral inacabado sobre la figura de Lope de Vega, además de una serie de «apuntes bastante amplios para una teatralización sobre el nacimiento de Jesús»[470].

No podemos decir, pues, que el teatro fue un género relevante en la producción de María Teresa en su etapa de exilio, aunque sí conviene saber que lo cultivó y que se esforzó en sus intentos por publicarlo. El profesor César Oliva señala que «el teatro ya nunca tendrá el sentido y significado que para ella supuso durante la guerra civil. Su posición de exiliada, y la ausencia de un contexto escénico en el que desenvolverse, determinó que fuera la narrativa el género que cultivara de manera más constante»[471] . En la misma línea, Manuel Aznar afirma que aquella vocación teatral de María Teresa León «se vio frustrada por las circunstancias del exilio […]. Así, a través de la memoria desterrada, el teatro se convierte para ella en una suerte de paraíso perdido, vinculado sentimentalmente a algunos de los protagonistas de las Guerrillas del Teatro como Salvador Arias o Santiago Ontañón»[472].

Ciertamente, apenas se conocía la producción teatral de la escritora riojana en el exilio hasta que en 1989 Salvador Arias, legendario actor de Las Guerrillas del Teatro, como acabamos de recordar, dio a conocer en los Cursos de Verano de El Escorial un original mecanografiado con anotaciones y añadidos de la propia María Teresa. La obra teatral llevaba el título de La libertad en el tejado y fue publicada por la revista segoviana Encuentros un año después (mayo de 1990). Como señala Torres Nebrera, «estamos ante una fábula amarga más cerca de la imposible recuperación de una patria perdida y entrevista (con indudables tintes negros y tristes) desde el exilio […]. María Teresa acude una vez más a su mundo personal, al espacio de la memoria, para habitar estos tejados del Madrid de los vencidos; y para ello convoca a figuras que perviven en el recuerdo de sus días infantiles, como la inefable Mme. Pimentón»[473].

La fecha de escritura de esta pieza, mal datada en un principio por los editores de la revista Encuentros, fue razonadamente aclarada por Manuel Aznar en su estudio preliminar a la edición de la obra: «Me atrevo a afirmar que la autora escribió La libertad en el tejado en los años de su exilio argentino, es decir, muy a finales de los años cuarenta o, acaso, hacia inicios de los cincuenta»[474].

Bien con ese mismo título, La libertad en el tejado, bien con el de El destino no cambia sus caballos -«¿podría tratarse de la misma obra, a la que años después le hubiese modificado el título?», apunta de nuevo Aznar-, lo que no cabe cuestionarse es que María Teresa León, según indica en su carta de abril de 1947 a Corpus Barga, tiene acabada una obra de teatro y que ésta, ajustándonos a la sensibilidad de la escritora en esos últimos años cuarenta, es fruto de una escritura generada desde el dolor y desde la angustia del destierro, así como el sueño del regreso a España y al paraíso perdido de la libertad, del amor y de la infancia. La libertad en el tejado es, en su planteamiento y disposición, un auto sacramental sin sacramento, heterodoxo, que ha cambiado las preocupaciones teológicas por otras de orden político, moral o estético. Cuenta la obra con elementos suficientes como para considerarla un ejemplo de teatro innovador, desde el escenario a las indicaciones sobre movimientos y gestos de los actores, el vestuario, las acotaciones sobre la iluminación, la música…; todo suma a la hora de construir, en el espacio de un tejado, una atmósfera de libertad imaginada, como una isla en medio de la podredumbre en la que se pone en evidencia el drama del hombre contemporáneo.