EN UN LUGAR DEL CIELO

SI la memoria y los recuerdos se habían apagado para María Teresa hacía algunos años, la vida y la luz lo hicieron el 13 de diciembre de 1988, víspera de una Huelga General que paralizaría prácticamente el país. El miércoles 14 de diciembre fue, en efecto, un día muy significativo dado que la acción de los sindicatos contra el Gobierno del Partido Socialista Obrero Español impidió que se cumplieran servicios tan elementales como celebrar un entierro en la capital de España.

María Teresa León tuvo que ser sepultada en el pequeño cementerio de Majadahonda en un duelo al que asistieron quince personas: su esposo, algunos familiares y contados amigos. Era un día plomizo y frío de invierno que parecía más húmedo en aquel coto tan recogido y humilde que evocaba el camposanto soriano de El Espino. No hubo bandera republicana sobre su caja, ni tampoco palabras que esparcieran sobre la tumba abierta una breve memoria de lo que fue, de lo que hizo, de lo que escribió nuestra escritora. «Muy poca gente pudo venir a despedirse de ella -recuerda su sobrina Teresa-. Su cuerpo descansa […] sobre un almohadón de la cuna de su hija Aitana y bajo los versos que le dedicó Rafael Alberti…»[648].

«Ella, que siempre había creído que recordar era más importante que vivir, tuvo que vivir la última parte de su vida sin recuerdos»[649], dejaba escrito José Infante. También publicaría sobre la autora de Fábulas del tiempo amargo un hermoso artículo aquellos días Rafael Alberti: un bello texto creado probablemente a destiempo -«No reunió el suficiente valor para hacerlo antes. La vida fue injusta con María Teresa»[650] - con el que el poeta gaditano obtuvo el prestigioso Premio Mariano de Cavia de periodismo.

Nada cuesta creer que la obra de María Teresa León siguió y sigue su cauce tras la desaparición física de la escritora; incluso la de creer también que algún día aparecerá un segundo libro autobiográfico -perdido en algún lugar- que pueda prolongar la dicha de continuar leyéndola: «…aún tengo la ilusión de que mi memoria del recuerdo no se extinga, por eso escribo con letras grandes y esperanzadas: CONTINUARÁ.», decía la escritora al final de su libro Memoria de la melancolía, pensando quizá en un segundo volumen que, a tenor de lo expresado por ella en algunas cartas, bien pudiera titularse Desmemoria de la alegría. La calle larga de la vida.[651]

Por lo demás, no creemos encontrar palabras más oportunas para cerrar este libro que las que Aitana Alberti dedicaba a su madre en las hojas de La arboleda compartida:

«¡Ah, María Teresa León! ¡María Teresa! No me resigno a creer que no estás en ninguna parte. ¿Dónde enviarte las hojas de nuestra arboleda compartida? Las lanzaré desde la azotea de mi casa habanera a las aguas de la corriente del golfo para que un pez aguja, escapado tal vez del anzuelo de Hemingway, las ensarte en su espolón y de un salto te las lleve a las estrellas.

»Tengo la íntima convicción de que la lápida que cubre tu tumba en el cementerio de Majadahonda es un pórtico hacia la gloria, y las palabras de mi padre grabadas en ella: “Esta mañana, amor, tenemos veinte años”, han alcanzado detrás de esa puerta, realidad eterna. Porque tú, joven, radiante, sigues existiendo en algún lugar del Paraíso»[652].