INTRODUCCIÓN

EN el cementerio de Majadahonda de Madrid hay una tumba que, de vez en cuando, se cubre de flores vivas o soñadas. Escrito sobre la lápida se puede leer: «Hoy, amor, tenemos veinte años». El verso sigue allí desde la Navidad de 1988, cuando su autor, el poeta Rafael Alberti, en un gesto de justicia afectiva, dedicó aquellas palabras a su compañera, camarada, cómplice, amante y esposa tras una inquietante travesía en común de cincuenta años.

La historia física de María Teresa León, una de las escritoras más deslumbrantes, profundas y bellas de la generación del 27, concluía en aquel lugar, como tantas historias con firma de mujer que se vieron postergadas, obviadas o incluso negadas en un país como España. Sin embargo, la aventura humana, íntima, social, política, moral y literaria de la escritora que da luz a este libro supera el concepto de extinción y nos conduce, con más legitimidad que ninguna, a los anchos paisajes de la memoria.

El lector tiene en sus manos una historia marcada por el amor y el desamor, el combate y el destierro, el compromiso y la soledad, el ruido y el silencio, la guerra y la pasión por la vida. «Una vez fue la vida -escribía la periodista Trinidad de León-Sotelo en 1987-. Hubo una mujer enamorada de un hombre, de una idea, de la literatura. Existieron el amor total, la lucha esperanzada, la derrota desafiante, el dolor visible y el más oculto, las pesadillas posibles, el reto del exilio. Todo lo que, alegrías y penas, hacen plena una biografía»[1].

La dificultad aparece cuando tratamos de separar, siquiera para esclarecer realidades, la vida de María Teresa León de su propia obra, su entramado vital de la materia literaria que la envuelve; labor inútil ésta y a buen seguro innecesaria dado que, en nuestra escritora, lo autobiográfico es una nota dominante que impregna su larga producción, desde las colecciones de cuentos a sus novelas, obras dramáticas, biografías, ensayos, guiones cinematográficos y radiofónicos, relatos breves o artículos publicados en prensa y en revistas españolas y americanas.

Pero además, como así veremos, el sentido último de ese relato vital, de la veintena de libros que publicó, se halla en lo que tiene de epopeya colectiva, de yo nutrido de experiencias comunes, de episodios compartidos con las víctimas de una misma realidad, de un proceso histórico concreto -la Guerra Civil y el exilio- que, al ser escrito, verbalizado, se transforma en acto ético. Desde mis primeras lecturas de la obra de María Teresa León tuve la sensación de que las historias que contaba, con todos los matices personales que se quiera, eran una historia común; su voz sonaba a la voz de un tiempo, a la garganta viva de todas las mujeres, de todos los desterrados, de todos los seres maltratados y heridos por la vida. Desde su incipiente juventud (pese a provenir de una burguesía acomodada) mantuvo un compromiso claro e irrenunciable con la libertad, con la defensa de los débiles, contra la injusticia y con el respeto a la condición de la mujer.

Con todo, resulta amargo y descorazonador que, varias décadas después de su muerte, aún siga siendo una gran desconocida y su obra, precariamente publicada, continúe despertando escaso interés entre los editores.

Como tantas silenciadas de su generación, las noticias que se tenían en España de María Teresa León cuando regresó del exilio en 1977 se reducían a una cuantas leyendas guerracivilistas que la presentaban con mono de miliciana recorriendo los frentes, arengando a las tropas y defendiendo con verdadero coraje, pistola en mano, sus ideales republicanos. De su extensa obra literaria no se conocían más libros que Rosa Fría-patinadora de la luna, Doña Jimena Díaz de Vivar, gran señora de todos los deberes y Menesteos, marinero de abril, los menos comprometidos de nuestra escritora, publicados en Argentina y México. Desde su exilio en 1939 poca huella había quedado en su añorado país de la labor literaria que había llevado a cabo. En 1959, el volumen de la Historia de la literatura infantil recopilado por Carmen Bravo Villasante dedicaba apenas diez líneas a María Teresa León. Cuatro años más tarde, José R. Marra-López incluía el nombre de la escritora riojana, así como unas consideraciones sobre su novela Juego limpio, en el ensayo Narrativa española fuera de España (1939-1961). En 1971, José Luis Ponce de León había redactado dos páginas sobre la misma obra en su estudio La novela española de la guerra civil (1936-1939). Ya en 1976, la revista barcelonesa La Mano en el Cajón consagraba las 142 páginas de sus dos primeros números «Aproximación a Rafael Alberti y María Teresa León» a la pareja de escritores exiliados. Ese mismo año, Cuadernos para el diálogo incluía en su número especial, «Teatro de agitación política (1933-1939)», entre piezas de teatro de Miguel Hernández, Alberti, Germán Bleiberg y Rafael Dieste, la obra Huelga en el puerto, de María Teresa. En 1977, año del regreso tras el destierro, se publicaba en Barcelona Memoria de la Melancolía y en Madrid El tiempo tiene la palabra, su folleto sobre el salvamento del tesoro artístico español durante la guerra civil. También en 1977, el profesor Santos Sanz Villanueva, en su estudio sobre la narrativa del exilio español (Volumen IV de El exilio español) citaba a la autora en estos términos: «También ha escrito prosa narrativa María Teresa León, de la que sólo he podido conocer Menesteos, marinero de abril, relato de carácter mítico donde se nos cuenta la historia del legendario y desterrado personaje que fundó Cádiz». José María Amado, director de la revista Litoral,[2] en ese año de 1977, en las páginas de su revista dedicada a la figura de Mao y en la que aparecían textos de María Teresa y Alberti, Sonríe China, reconocía que «María Teresa León, un caso más de oscurecimiento literario, una víctima más para la cultura en España durante los cuarenta años de la dictadura, es una de las plumas mejores de la llamada generación del 27».

En 1978, la editorial madrileña Altalena publicaba Cervantes. El soldado que nos enseñó a hablar; y en 1979 veía la luz un volumen de cuentos (recopilación de las tres colecciones «comprometidas», editadas en los años treinta y posteriormente en el exilio) titulado Una estrella roja (Selecciones Austral), con estudio preliminar de Joaquín Marco.

Estas obras se pueden considerar el punto de partida de un sensible y lento interés por la obra y figura de María Teresa León. A ella le dedicaba la escritora Antonina Rodrigo un capítulo íntegro de su libro Mujeres de España. Las silenciadas (1979). En diciembre de 1986, la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla-León promovía en Burgos una exposición y el primer homenaje tributado a María Teresa en España. En los actos programados participaron los actores María Luisa Ponte, Alberto Closas, Paco Rabal y Nuria Espert, el cantautor Paco Ibáñez y los escritores Carmen Bravo Villasante, Rosa Chacel, Luis Rosales, Alberti y Octavio Paz. En 1987 se publicó el libro del citado Homenaje y, en esas mismas fechas, el profesor Gregorio Torres Nebrera veía editado su ensayo La obra literaria de María Teresa León (Autobiografía, biografías, novelas), Universidad de Extremadura, que aportaba luz y rigor sobre la obra de una autora bastante ignorada hasta el momento. También la editorial Seix-Barral contribuía a esa recuperación con la primera edición española, 1987, de Juego limpio. Fue en 1989 cuando Inmaculada Monforte defendería en la Universidad de Zaragoza su memoria de licenciatura sobre la obra literaria de la escritora riojana, que fue dirigida por el profesor José-Carlos Mainer. De igual modo, por esos meses, la revista segoviana Encuentros publicaba una obra dramática inédita de María Teresa, La libertad en el tejado, conservada hasta la fecha por Salvador Arias, actor y antiguo compañero de la escritora en Las Guerrillas del Teatro. Asimismo, en 1989, un año después de su fallecimiento, los Cursos de Verano de El Escorial dedicaban a la autora de Memoria de la melancolía un seminario en el que participaron numerosos profesores, alumnos y especialistas en la obra de María Teresa y Rafael. Del recuerdo se pasó al homenaje, y éste se prolongó en el Centro Cultural de la Villa de Madrid en 1990. Ediciones de la Torre publica Rosa-Fría, patinadora de la luna (libro de cuentos de 1934) con estudio preliminar de María Asunción Mateo. En 1995, Juan Carlos Estébanez Gil daba a la editorial burgalesa La Olmeda su tesis doctoral María Teresa León. Estudio de su obra literaria, trabajo de verdadero peso científico sobre la producción literaria de la escritora riojana; una figura a la que, en 2001, Benjamín Prado concedía un amplio capítulo de su libro Los nombres de Antígona. Las posteriores aportaciones al estudio y la recuperación de la obra y la personalidad de María Teresa León llegarían, fundamentalmente, en 2003, con motivo del centenario de la escritora. Aquí cabría recordar las aportaciones de Gonzalo Santonja, Manuel Aznar, María de los Ángeles González, Francisco Arniz Sanz, Gabriele Morelli, Ricard Salvat y Robert Marrast, entre otros; una contribución que se completaría en gran medida con la publicación ese mismo año de la obra María Teresa León. Escritura, compromiso y memoria (versión revisada y ampliada de la tesis de Estébanez Gil) y con la aparición en 2005 del libro colectivo María Teresa León, memoria de la hermosura, donde destacaban las firmas y testimonios de Almudena Grandes, Alda Blanco, Luis Muñoz, Sergio Baur, Ángel G. Loureiro y Teresa Alberti.

Así las cosas, con el deseo de situar al lector ante la obra y el personaje que nos ocupa, conviene recordar que la figura de María Teresa León va indefectiblemente unida a la de Rafael Alberti, al menos durante cincuenta años. Tratar de justificar su injusto olvido o, en cierto modo, el menosprecio de su obra literaria por la omnipotente presencia del poeta gaditano es reducir el problema a una respuesta fácil, aunque no por ello se deje de faltar de alguna manera a la verdad. Lo cierto es que la autora de Memoria de la melancolía fue, pese a todos los obstáculos que minaron su vida literaria, una mujer de letra, una femme de lettres dotada de sobrado talento y de la suficiente obra como para ocupar un espacio muy destacado dentro de la generación del 27 y otro de preferencia entre las voces más singulares de su tiempo.

Lo que tampoco se presta a discusión es el hecho de que ella, como otras mujeres-esposas de aquel periodo (Eulalia Galvarriato, Concha Méndez, Rosa Chacel, Josefina de la Torre o Ernestina de Champourcin, por citar a algunas), tuvo que compaginar la creación literaria, el compromiso político y otras tareas intelectuales, sociales o ideológicas, con la maternidad y la administración familiar. Si a ello unimos una experiencia tan corrosiva e implacable como el exilio, el resultado adquiere perfiles heroicos y sitúa a la escritora en un lugar de devoción.

«Estoy cansada de no saber dónde morirme», escribía María Teresa León en su exilio italiano, treinta años después de haber abandonado España. Lo recordaba su hija Aitana en 2003, durante la celebración del centenario de su progenitora: «Sentada en su mesa de trabajo -un gran tablero de dibujo cargado de libros y papeles-, sobre todo a la hora de la siesta, mamá iba reviviendo la epopeya pasada […]. A menudo me enseñaba lo escrito: otras veces yo misma cogía los cuadernos o los folios torpemente mecanografiados y leía: Estoy cansada de no saber dónde morirme. Esa es la mayor tristeza del emigrado, algo así como la letanía desolada del desterrado»[3].

Ya fuera durante los veintitrés años de destierro argentino, o ya en Roma, la escritora trajinaba entre los pucheros con la misma habilidad que con la pluma. Los testimonios de quienes la conocieron de cerca apuntan la abnegada dedicación de María Teresa a Rafael Alberti y a su hija: «Desde el punto de vista de la vida práctica -vuelve a evocar Aitana-, ella era la gran organizadora de la casa y la administradora de la magra hacienda. Con el tesón y la perseverancia que admiraron a Rosa Chacel, allanaba dificultades y lograba casi lo imposible […]. María Teresa León, firme como un gran árbol con su ramaje protector desplegado al viento, fue realmente nuestra señora de todos los deberes»[4].

Y frente a ello, sin dejar todavía el testimonio de Aitana Alberti, siempre quedó en la hija la visión de una madre minusvalorada intelectualmente por la vida e incluso por los seres más cercanos: «Escribir es mi enfermedad incurable, solía decir […]. Para quien, con semejante profesión de fe, eligió ser la cola del cometa -en clara alusión a su esposo-, fue duro en los últimos años de vida consciente sentirse relegada como escritora […]. ¿Hubiera sido más rica su obra literaria y mayor el reconocimiento público sin su devoción incondicional a Rafael Alberti?»[5].

Más elocuentes parecen sin duda las propias palabras de María Teresa al confesar, ya en la recta final de su vida, con cierta pesadumbre: «Yo no quedaré, pero cuando yo no recuerde, recordad vosotros las veces que me levanté de la silla, el café que os hice, la indulgencia que tuve al veros devorar mi trabajo sin decirme nada, recordad nuestra pequeña alegría común, nuestra risa y las lágrimas que dolían o quemaban cuando nos sentíamos desamparados y solos»[6].

El exilio republicano de 1939 fue indudablemente trágico y doloroso para quienes se vieron abocados a esa experiencia, pero, como ha señalado José Ramón Saiz Viadero, el éxodo republicano femenino alcanzó momentos dramáticos: «Las mujeres […], en muchos casos, tuvieron que asumir el doble rol de madre y padre de familia: la máquina Singer supuso una eficaz herramienta laboral para subsanar las penurias que conocieron aquellos hogares de transterrados, fundamentalmente durante su primera estancia en el exilio francés, lo mismo que ocurriría en los largos años del exilio americano»[7].

Estas reflexiones no tienen más propósito que aproximarnos a la personalidad de María Teresa León antes de adentrarnos plenamente en su vida y en su obra. Hablamos de una figura que conduce a la fascinación desde todos los ángulos, ya se trate del personaje, de la persona, de la escritora, de la activista política o, sencillamente, de la mujer.

Voces como la de la profesora Isabel Marcillas Piquer, de la Universidad de Alicante, decían en mayo de 2007 respecto a ella: «Fue una mujer altamente activa, luchadora y defensora de la causa feminista, además de prolífica en su tarea literaria […]. Hija de un alto militar, no dudó en rebelarse contra las convenciones puritanas que imperaban en la sociedad burgalesa que la había visto crecer. Casada a los dieciséis años, su matrimonio fue un fracaso del que le quedaron dos hijos a quienes apenas le permitieron ver. Esta terrible experiencia marcó, sin duda, muchos de sus relatos, a pesar de que, todavía joven, con veintisiete años, conoció a Rafael Alberti, con quien inició una nueva vida y compartió el resto de sus días»[8].

Antonina Rodrigo llega a afirmar que, junto con Pasionaria, María Teresa es una de las mujeres más comprometidas y populares de nuestra guerra. No dudó «en vestir el mono de miliciana recorriendo los frentes, dando mítines, exhortando a los soldados e incluso colaborando en la Junta de Defensa y Protección del Tesoro Artístico Nacional»[9].

María Teresa León responde asimismo al ideal de «nueva mujer» que preconizaba la España republicana y que se comenzaba a vislumbrar al final de los años veinte. Hasta entonces, la mujer se hallaba condenada a ese papel «natural» de ama de casa y supeditada a los dictámenes de un patriarcado que le obligaba a ser muy «femenina». Nuestra escritora, como otras artistas del momento (Maruja Mallo, Concha Méndez, Margarita Manso…) marcaría pronto el territorio de la diferencia actuando como un ser independiente y emancipado que contrastaba, a veces de modo escandaloso, con el modelo de mujer sumisa y abnegada. En esos años, inmediatamente anteriores a la guerra civil, resultaba extravagante concebir el género femenino como instigador del más pequeño cambio social y fuera de los límites domésticos.

En esa línea, la escritora Almudena Grandes siempre vio en María Teresa León «el ejemplo de mujer republicana, libre, valiente, consciente, madura, fervorosa, culta, generosa, trabajadora, invencible, paradigma de todo lo admirable… Fue una mujer libre que escribió, militó, trabajó y triunfó en un mundo de hombres»[10] . Para Ricard Salvat fue también «la imagen de la mujer republicana. Podría hablar de feminismo pero creo es más oportuno hablar de mujer liberada, autónoma, mujer dispuesta a escribir su propio destino […]. Una mujer que creó un estilo, como alguna de sus compañeras, que tuvieron que hacer el gran aprendizaje de saberse imponer en igual a los hombres. Esa pléyade de mujeres formada por ella, pero también por María Zambrano, Maruja Mallo, Rosa Chacel, Margarita Xirgu, Carmen Amaya, Antonia Marcé La Argentinita»[11].

Queda claro, pues, que, más allá del mero rol de esposa del poeta Rafael Alberti, María Teresa llevó a cabo una labor intelectual, política y artística propias que aún cabe destacar con mayor energía por su condición de mujer y en un tiempo adverso, tanto en las primeras décadas del siglo xx como en los casi cuarenta años de destierro que le tocó vivir.

Por lo demás, son tantas y tan acreditadas las voces que a lo largo de los años han aportado un matiz, un color o un pensamiento a la encomiable y necesaria labor de recuperar la memoria de María Teresa León, que no vemos mejor manera para completar esta introducción que facilitar al lector, como repertorio crítico de interés, un florilegio de citas extraídas de diversos lugares y de distintos momentos:

 

La memoria, los espacios de la memoria, la lucha por no perderla y sentirnos vacíos, inermes, deshechos, fue ciertamente el propósito y el fin último de toda la literatura de María Teresa León.

GREGORIO TORRES NEBRERA

 

La literatura de María Teresa León ejemplifica con claridad todos los sueños y las necesidades culturales de la República española. Ésa es la imagen que tengo de ella a través de sus libros y sus relaciones con Rafael Alberti. María Teresa nos remite a una especial forma de comportamiento durante la guerra civil y el exilio, una empeñada manera de sentirse razonable en medio de la fábula más amarga.

LUIS GARCÍA MONTERO

 

María Teresa León era una mujer hermosa. Por dentro y por fuera, de frente y de perfil, en la tristeza y en las alegrías, a cualquier edad, en cualquier lugar, más allá del tiempo y del espacio, bella siempre, para siempre. De cerca y todavía más de lejos.

ALMUDENA GRANDES

 

Se perfila entonces mi imagen definitiva de María Teresa León, como madre, como escritora y como luchadora por unos ideales políticos que mantuvo diáfanos hasta las avanzadillas de la muerte […]; la impulsaba su generosidad, su afán de brindar ayuda al desvalido, al necesitado, al sufriente […]. María Teresa León, firme como un gran árbol con su ramaje protector desplegado al viento, fue realmente nuestra señora de todos los deberes.

AITANA ALBERTI

 

Ser bella no tiene ningún mérito, pero cuando junto a la belleza va la inteligencia, una capacidad de organización y de mando prodigiosa, una vocación y claridad política, un arrebato, una pasión por la vida como en María Teresa se daban, el serlo es algo más que una virtud. Más aún: algo inusual en una mujer de aquella época.

MARÍA ASUNCIÓN MATEO

 

María Teresa León fue una mujer de carácter fuerte, con un talento versátil que supo enfocar hacia la denuncia de situaciones de desigualdad provocadas habitualmente por la diferencia de género. A lo largo de su producción literaria, María Teresa siempre demostró una clara conciencia de mujer que la hermanaba con todas las integrantes de su género.

ISABEL MARCILLAS PIQUER

 

María Teresa León no es una escritora más en medio de una brillante generación de artistas nacidas durante el apogeo del naturalismo y educadas en la eclosión de las vanguardias, como Concha Méndez, Rosa Chacel, María Zambrano o Maruja Mallo. Su obra recrea otra realidad estilística que corrige muchas de las ideas repetidas, heredadas, en los recuerdos del grupo del 27.

FANNY RUBIO

 

Es la epopeya colectiva lo que interesa primordialmente a la escritora a lo largo de toda su obra. Pero no dejará de traslucir matices personales, invasiones subjetivas repartidas entre los textos de ficción y los más biográficos. Ya se ha dicho que la suya es una voz plural, una voz del pueblo, una voz de muchos […]. Es consciente de que su escritura tiene sentido cuando marca las huellas de los que se perdieron en el camino. Escribe para que los lectores del futuro no olviden los nombres de los que vivieron y sufrieron codo con codo con ella.

LOURDES VENTURA

 

Hace treinta años no se sabía quién era María Teresa León. Ella y mi padre fueron dos cometas con luces paralelas… lo que ocurre es que vivieron en una época en la que la mujer siempre iba un paso por detrás del hombre; por eso te digo que si mi madre hubiera sido un hombre sería un coloso, uno de los grandes escritores de nuestra lengua.

AITANA ALBERTI

 

Aún está por escribir el libro que analice la importancia de la contribución de la mujer a la cultura española contemporánea y, más en concreto, a nuestra literatura. En tal análisis, la figura de María Teresa León tendría un papel destacado.

JOSÉ LUIS PUERTO

 

María Teresa León es un ejemplo para cualquier escritor: por su independencia, su libertad, su constancia, su valentía, la infinita curiosidad que demostró, su capacidad de trabajo y su entusiasmo. Para ella, la literatura era una forma de salvar la memoria y de vivir con plenitud.

ÓSCAR ESQUIVIAS