EL TRIUNFO DEL FRENTE POPULAR
EN octubre de 1935, María Teresa y Rafael regresaban a España después de una ausencia de quince meses. La caída del gobierno de Gil-Robles facilitó la vuelta a un país convulsionado en el que se acababa de anunciar la convocatoria de unas elecciones democráticas y donde, a la vuelta de pocos meses, se constituiría el Frente Popular. «Nuestro viaje había concluido -escribía María Teresa León en sus memorias- y también lo que llamaron en España el Bienio Negro, presidido por Alejandro Lerroux y Gil-Robles. Los repudiados podíamos volver poco a poco. Otra vez la Puerta del Sol, la calle de Alcalá, nuestro paseo de Rosales y mi madre contándonos sus aventuras con policías y soldados»[237].
Antes de finalizar ese año de 1935, María Teresa y Rafael viajaron a París como invitados al I Congreso Internacional de Escritores, de donde nacería la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Allí se constituyó la Asociación Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. La presidía una junta de doce miembros entre los que se encontraba Valle-Inclán. En España, la Asociación tuvo escaso desarrollo al principio; de hecho, al comienzo de la Guerra Civil apenas congregaba a un pequeño grupo de escritores. Fue a finales de julio de 1936 cuando ya se podía hablar de un importante número de afiliados. Con el nombre de Alianza de Escritores y Artistas Antifascistas, la Asociación instaló su cuartel general en el palacio de los Marqueses de Heredia-Spínola, en la calle madrileña de Marqués de Duero 7; pero para ello aún quedaban seis largos meses.
Comenzó el año de 1936 con importantes proyectos para el matrimonio. Se habían vuelto a encontrar con amigos, a celebrar veladas en casa de Aleixandre, de Pablo Neruda, del diplomático Carlos Morla Lynch; también en su ático de Marqués de Urquijo 45, donde tuvieron ocasión de relatar con detalle su viaje americano y sus aventuras por Nueva York, por La Habana, por México… Nos consta que Rafael Alberti quería continuar por el camino del teatro, en el que no había dejado de pensar desde los días de El hombre deshabitado y Fermín Galán. María Teresa se proponía escribir nuevos cuentos aprovechando el material que fue recogiendo en Cuba, en México y en Centroamérica, incluso una novela en la que pudiera combinar ficción y autobiografía. Sin embargo, por encima de la actividad literaria, era la circunstancia política del país, inquietante hasta el límite, la que acaparaba toda su atención.
El panorama reinante era consecuencia de la caída del quinto Gobierno de Lerroux a últimos de septiembre de 1935 y el probado fracaso de la coalición radical-cedista de Lerroux y Gil-Robles, hecho que había facilitado el regreso a España de María Teresa y Alberti. Como ocurriera a comienzos de 1931, las fuerzas de izquierda se habían unido de nuevo tras la amarga experiencia del Bienio Negro y los sucesos de Asturias. La consecuencia de ese agrupamiento y el descontento explícito de las masas populares, cada vez más encrespadas, llevarían el 14 de diciembre de 1935 al presidente de la República, Alcalá-Zamora, a encargar a Portela Valladares la formación de un nuevo Gobierno. Pese a las medidas más abiertas y conciliadoras del nuevo gabinete, la solución más oportuna fue la convocatoria de elecciones generales para comienzos de año, fijándose posteriormente la fecha del 16 de febrero de 1936. Se abría, pues, un periodo de trascendental importancia para las fuerzas democráticas, que debían encaminarse unidas a los comicios con el fin de no repetir el fracaso de 1933. Así, con la firma del pacto del Frente Popular el 15 de enero, se aseguraba la participación en un solo grupo de Izquierda Republicana, Unión Republicana, Partido Socialista Obrero Español, Partido Comunista y Esquerra Catalana, con un programa que defendía la vuelta a la política educativa, religiosa y regional del primer bienio republicano, la amnistía de los más de 30.000 presos políticos que llenaban las cárceles españolas y una reforma agraria mucho más contundente y eficaz. Al otro lado, Gil-Robles (y su Confederación Española de Derechas Autónomas) era presentado por su coalición como el único hombre fuerte capaz de salvar al país de la amenaza comunista, obviamente asociada al Frente Popular; mientras que Falange Española de las JONS desplegaba en esas últimas semanas de campaña electoral sus energías por mostrar un partido duro y cada vez más agresivo.
En las vísperas de los citados comicios, el ambiente en Madrid era de absoluta crispación. Y es en ese contexto, el 9 de febrero de 1936, cuando un centenar de intelectuales organiza una comida en homenaje a María Teresa León y Rafael Alberti en los locales del Café Nacional, en la calle Toledo. El motivo principal del evento era celebrar el regreso de la pareja de su largo viaje por la Unión Soviética y América. Pero la verdadera razón residía en el protagonismo que el matrimonio había adquirido en las últimas semanas al participar activamente en los actos organizados por el Frente Popular con la lectura de encendidos discursos.
Entre los comensales de aquella comida-homenaje se encontraban Pablo Neruda, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, León Felipe, Luis Cernuda y Federico García Lorca. Fue el autor de Romancero gitano el encargado de leer al final del almuerzo un significativo manifiesto que, seis días después, veía la luz en el diario comunista Mundo Obrero: «No individualmente -decía el poeta granadino-, sino como representación nutrida de la clase intelectual, confirmamos nuestra adhesión al Frente Popular, porque buscamos que la libertad sea respetada, el nivel de vida ciudadano elevado y la cultura extendida a las más extensas capas del pueblo».
A este acto siguió otro de carácter multitudinario y popular que la propia María Teresa, junto a su compañero, y con el patrocinio del Ateneo madrileño, organizó el 14 de febrero en el Teatro de la Zarzuela en honor a Valle-Inclán, fallecido el mes anterior. El protagonismo del evento, de marcado cariz político, lo volvía a ostentar García Lorca, que leyó en su primera parte el prólogo de Rubén Darío a Voces de Gesta, obra del homenajeado, y el poema del autor nicaragüense «Soneto autumnal al marqués de Bradomín». Luis Cernuda también participó en el homenaje leyendo un escrito de Juan Ramón Jiménez, así como Alberti, que hizo lo propio con unas cuartillas de Antonio Machado. Apenas dos días después, el domingo 16 de febrero de 1936, los resultados obtenidos en las urnas daban el triunfo a la coalición de izquierdas con un total de 267 escaños frente a los 132 de las derechas. La euforia desatada entre las masas populares e izquierdistas se vería convertida, pocos días después, en estruendosa aclamación cuando la primera medida del nuevo Gobierno presidido por Manuel Azaña decretaba la amnistía de los miles de presos encarcelados tras la revolución de Asturias. A este acto, casi con la misma urgencia, siguieron otras órdenes de profunda trascendencia, como el relevo de los generales Franco y Goded, trasladados respectivamente a Canarias y Baleares, y de otros jefes militares excesivamente implicados en el anterior Gobierno. La reacción de los partidos de derechas, humillados por el resultado de los comicios, no podía ser otra que la radicalización de sus posturas y el viraje hacia un fascismo fuerte y ejemplar. No tardaría el país en notar sus efectos, puesto que, tras la derrota de Gil-Robles y la huida de las juventudes de la CEDA hacia las filas de Falange Española, en pocas semanas empezarían a caer las primeras víctimas de una situación en ningún momento resuelta, pese a la satisfacción de las clases intelectuales y progresistas que habían soñado, en un primer momento, con el final de la amenaza reaccionaria.