MILÁN EN OTOÑO

LA llegada a Europa a fínales de mayo de María Teresa, Rafael y Aitana -la ruptura de los planes de boda de esta última parece ser decisiva para emprender la salida de Argentina de los tres[558] - iba cargada de proyectos y de ciertas promesas que habían tomado cuerpo esos primeros meses de 1963. La razón de elegir Italia como destino final de aquel largo exilio en lugar de Francia y, más en concreto, de París, la justifica el propio Alberti en las páginas de La arboleda perdida cuando lanza al lector ese mismo interrogante: «¿Por qué Italia y no Francia, en donde habíamos vivido tantas veces? nos preguntaban muchos amigos. Porque ya, en realidad, teníamos algo agotado en París, y Picasso, un gran señuelo sobre todo, vivía en la Costa Azul, y yo pensaba en Roma, en la que había pasado, en 1935, quince días inolvidables con Valle-Inclán, sintiéndome en Italia más cerca, más bañado de la claridad mediterránea, más próximo en espíritu a los litorales españoles, a las costas andaluzas. Después, la explayadora simpatía de gran parte del pueblo italiano y, sobre todo, aquel Alberti, mi apellido, tan ligado a las familias florentinas, al gran orgullo de saber que de ellas habían salido mis abuelos»[559].

Sin embargo, los motivos de aquella elección eran menos románticos -y más prácticos- que los que pintaba el autor de Sobre los ángeles en su bella prosa. De entrada, la familia se dirigió en un primer momento a Rumanía, donde permaneció hasta principios de septiembre. Reinaba aún en María Teresa y Rafael bastante incertidumbre, de ahí el contenido de la tarjeta postal que el poeta gaditano remite a José Herrera Petere el 6 de julio de 1963 desde las playas de Constanza, en pleno Mar Negro, donde pasaron diez días de descanso -del 22 de junio al 1 de julio-. En ella, aludiendo a la angustia de su prolongado exilio, Alberti recuerda el dolor del perseguido, desde Ovidio -en Constanza vivió el poeta romano su destierro- a Miguel Hernández, acompañando su misiva de un breve poema:

«Petere […]. Os mandamos este preocupadísimo Ovidio que las pasó mucho peor que nosotros en estas tierras hoy extraordinarias. Grandes abrazos.

Y la Poesía no es fácil,

y que de Ovidio a Dante,

desde Quevedo

hasta Miguel Hernández

hizo falta Mar negro

a la Poesía:

tener tremendas armas esgrimidas

para apurar los cielos

saber amar sufrir:

conocimiento»[560].

Las intenciones de María Teresa y Rafael estaban claras desde antes de salir de Buenos Aires: «Parte del verano estaremos en Rumanía -le indicaban al hispanista Luraghi pocos días antes de partir-. Luego retornaremos a Italia. Veremos, si después de hablar con Mondadori encontramos la forma de quedarnos en Milán. ¡La suerte está echada! ¡Ojalá tengamos suerte!»[561].

Ya en Bucarest, donde se alojaron a lo largo de cuatro meses en una vivienda de la sede de la Unión de Escritores Rumanos -Av. Kersele H. 10-, la pareja trató de resolver con Alberto Mondadori su futuro, no sólo recibiendo un adelanto por los derechos de autor de algunos libros de Rafael Alberti, sino con la aceptación por parte del editor italiano de un proyecto de mayores proporciones y de prometedora continuidad. El contenido de la propuesta lo desgrana María Teresa León en una carta a Puccini. En ella, la escritora confiesa que su propósito es ir a Milán e instalarse definitivamente allí siempre que Mondadori acepte publicar las colecciones de libros en español que ellos le proponen:

 

«1. Los mejores textos de la literatura española (varios volúmenes, con biografías y notas de los textos que puede necesitar un estudiante de español, con ortografía moderna, sin necesidad de leer, por ejemplo, todo el Buscón. Hay en este instante en los países socialistas, por ejemplo, una verdadera necesidad de esto, porque Cuba y la inquietud del continente americano hace que muchos jóvenes se interesen en el castellano. Los idiomas también tienen sus modas. En las universidades hay pocos textos y libros en español y en las librerías, ninguno. […] Se encargarían los 10 primeros tomitos a otros tantos especialistas y escritores que comprendiesen la forma nuestra más popular de encarar nuestra literatura y no se rehuiría a los heterodoxos de ningún siglo y menos a los del siglo XIX, prácticamente ignorados. Comprendo que es muy ambicioso el proyecto. Pero podrían tenerse órdenes de compra inmediatamente. Hay que viajar con frecuencia. Losada se encargaría de toda la distribución americana. Dime tus reparos.

2. Vidas paralelas. Biografías de nuestro mundo actual. Kreischer y el Papa Juan XXIII, Gagarin y Shafferd, Malinovsky y el otro que tiene el botón en el otro lado, etc. (esto se podría hacer en italiano también).

3. Colección de arte. Los grandes libros con la interpretación de la pintura nueva: Los sueños de Quevedo, por Tàpies. Claro que podemos empezar por La lozana andaluza, por Picasso.

4. La ciencia ficción de los países del este en español para los países españoles del oeste.

5. Los libros de los desterrados y de los peregrinos en su patria. Colección Peregrino en su patria.»[562]

 

La espera se prolongó también los días de permanencia en Francia. Los Alberti llegaron a la capital francesa desde Bucarest el 12 de septiembre de 1963. Se hospedaron en casa de un matrimonio amigo -Chez Mr. André Salzman / 55, rue de Varennes, París-, exactamente el mismo domicilio que acogió a la escritora y al poeta en 1940, cuando dejaron la vivienda compartida con Neruda y Delia del Carril en Quai de l’Horloge 45. Su propósito era permanecer allí hasta recibir buenas noticias de Italia: «Creo que te dije que estaremos en París hasta que se acerque la fecha en que Mondadori lance mi libro, que será hacia el 20 de octubre»[563] . Estas palabras de Alberti dirigidas a Eugenio Luraghi revelan la esperanza que seguían manteniendo en el periodista y editor Alberto Mondadori en otoño de 1963, aunque, en realidad, de éste último -a falta de documentos que lo desmientan- nunca salió una promesa o un compromiso firme de aceptar el proyecto editorial del matrimonio, ni de encomendarle la dirección de una colección de clásicos hispánicos como ellos deseaban. «Yo había entablado contactos, estando en Argentina, con el editor Mondadori y el hispanista Vittorio Bodini -declaraba Alberti al crítico Manuel Bayo en 1975-; había conocido a la vuelta de mi viaje a Varsovia en el 50 al traductor Dario Puccini […] En unas conversaciones que tuvimos con Mondadori, le propusimos crear una gran colección de clásicos castellanos, pensando en los colegios y escuelas de América. […] Cuando decidimos volver a Europa, una de las razones por las que elegimos Italia fue ésa ya que, […] claro, nosotros no tenemos dinero. […] Cuando llegamos a Italia, pensamos vivir en Milán; tuvimos una reunión con Mondadori, para ver la situación, pero no se podía hacer la colección. Éste fue el motivo de no vivir en Milán, que es una ciudad estupenda y que a mí me gusta mucho, pero con un clima muy malo para pasar el invierno»[564].

La idea, pues, de María Teresa de vivir en Milán dirigiendo aquella colección de clásicos españoles se había esfumado ya que, finalmente, Mondadori no mostró interés ni intención de crearla. La autora de Memoria de la melancolía, siempre desde su contagioso optimismo, trató de ver incluso la posibilidad de abrir en la ciudad italiana una pequeña librería en la que se vendieran sólo libros españoles. «Creo que una pequeña librería española en Milán, tal vez, más unas colecciones apoyadas con la distribución de Losada en América y con la de Mondadori en Europa, podría resultar casi negocio»[565].

También ese pequeño sueño de María Teresa se esfumó aquellos días de otoño. No obstante, desde Milán, Alberti aceptaba con optimismo y elegancia esa primera derrota en una carta a Puccini fechada el 6 de noviembre de 1963:

«Mi querido Dario:

»Hemos llegado, ¡por fin! Pero no nos quedaremos en Milano. Está decidido. ¡Viviremos en Roma! Aitana viene con nosotros. Y sus estudios no pueden hacerse aquí, en Milano. Todos estamos muy contentos. Yo, sobre todo: pues viviré cerca del Papa, que siempre me atrajo. […] Dentro de unos días hablaré contigo de todo y espero que arreglemos las cosas y encontremos algún trabajo para recomenzar nuestra vida europea. Ya hemos escrito a La Fuente. Aún no sabemos en dónde viviremos, casa u hotel.

»Adiós. Esperamos que Rómulo, Remo y la Loba nos acojan con simpatía»[566].

 

También de comienzos de noviembre es la carta que María Teresa envía a su hijo Gonzalo, que había fijado ya su vida en Buenos Aires y que esperaba con ansia noticias de su madre y de su familia errante:

«Gonzalo, hijo: Estamos en Italia, todo lo de París resultó bien. Van a traducir varios libros y volvemos en diciembre para dar varias conferencias. […] Aquí llueve. Dentro de unos días saldremos para Roma. Aitana no se queda en París, viene mañana. Es casi seguro que vivamos en Roma en vez de vivir en Milán. Yo no me encuentro muy bien y dicen que el clima tan húmedo y frío hace daño. Siento en los oídos una “música extraña”. Viene cuando me tumbo. No me duelen, “me suenan”, oigo sonidos. ¿Qué será? […]»[567].

 

Los años del destierro, el dolor del desposeído de una patria, la incertidumbre de no saber dónde caer y dónde tratar de levantarse empezaba a pasar factura a una María Teresa que acababa de cumplir sesenta años. Su corazón ya se empezaba a resentir y en sus últimas visitas a Bucarest le habían detectado un pequeño soplo que debía tratarse con relativa seriedad. «¿Pero qué tiene en el corazón?», le preguntaba el médico rumano que la veía. «Tengo tanta gente»[568], respondía con una dulce sonrisa María Teresa. Sin embargo, aún quedaba bastante camino por recorrer y la vida que iba a iniciar, pocos días después, en Roma, le auguraba una etapa −14 años- no menos intensa en experiencias, en relaciones y en labor literaria.