VILLA DE EL TOTORAL
COMO ya indicamos, la primera vivienda en la que se aloja el matrimonio a su llegada es el piso de cineasta Arturo Mom, situado en la calle Libertad 1.693 − 3º A. María Teresa se sentía inmensamente agradecida y así se lo confesaba a Corpus Barga al poco de instalarse: «Hemos conocido gracias a la generosa simpatía de Amparito una familia asombrosamente buena que nos trata como suyos. El hermano de quien tanto ella hablaba es un hombre admirable. Vivimos con él. Está pendiente de nosotros. El recuerdo de Amparo nos une cada hora más a él. Hemos conocido a la pobre madre, y a una amiga maravillosa. María Carmen Aráoz Alfaro. […] Creo que empiezo a quererla mucho. […] Temo que voy a ser débil en esta nueva etapa de mi vida. […] Puede que nos quedemos aquí»[418].
Por lo que se desprende de esta carta, María Teresa albergaba todavía dudas sobre su destino. La posibilidad de trabajar y de ganarse la vida en Argentina parecía algo más que una promesa puesto que el matrimonio contaba con el respaldo de Gonzalo Losada y de otros amigos; pero la situación de ilegalidad en la que se ven envueltos al serles negada la documentación para la residencia permanente en el país complicaba las cosas.
La solución vendría de la mano del abogado Rodolfo Aráoz Alfaro, esposo de María del Carmen Portela y hermano de la «amiga maravillosa» María Carmen Aráoz. Rodolfo, nacido en Tucumán en 1901, era por aquellas fechas jefe de la asesoría jurídica del Departamento Nacional de Trabajo y apoderado general del Partido Comunista para América Latina. En sus manos estaba, en efecto y en buena medida, ayudar a los Alberti para salvar su condición de indocumentados. Y mientras los trámites para conseguir el permiso de residencia parecían alargarse semanas, meses o incluso años, creando así una gran inestabilidad para María Teresa y Rafael, se tomó la decisión de que se marcharan a vivir a la casona que los Aráoz Alfaro tenían en la Villa del Totoral, al norte de la provincia argentina de Córdoba, a 696 kilómetros por carretera de Buenos Aires. Allí, en las afueras del pueblo, en la avenida San Martín, rodeados de naturaleza -río, arroyos, álamos y sauces, calles de tierra, viviendas de patios amplios- fijarían su estancia durante cerca de dos años, con intermitentes visitas a la capital y algunas etapas de permanencia en ella, hasta que en 1944 dejaron definitivamente la quinta cordobesa.
Sabemos que la segunda semana de su llegada a Argentina ya viven en Totoral, en la casa de anchos muros, de piedra y adobe, fresca en verano y de cálido abrigo en invierno. Situada en el viejo Camino Real, la morada de Rodolfo Aráoz, que sería lugar de asilo y encuentro de grandes intelectuales y artistas del pasado siglo -por allí pasarían, entre otros, Ernesto Sábato, Joan Miró, David Alfaro Siqueiros, León Felipe y José Donoso-, era una casona tan inmensa como la hospitalidad de su dueño. «Mi casa se llamaba “El Kremlin” -declaraba el abogado en 1967-. Es decir, así la llamaban mis enemigos de Córdoba. Siempre estuvo llena de aborrecidos izquierdistas o intelectuales que podían haberlo sido o pasaban por tales. Tristan Maroff, los Alberti -emigrados de la guerra española-, Victor Delhez, maravilloso artesano flamenco del grabado en madera, Deodoro Roca, Raúl González Tuñón y Amparo Mom, los Jorge -Faustino y Sarita-, Mario Bravo, Rodolfo Ghioldi, Toño Salazar y Carmela, su mujer, Pablo Neruda, Córdova Iturburu y su mujer Carmen de la Serna, y hasta parece que estuvo varias veces en su juventud el Che Guevara»[419] . El propio Aráoz reconoce, con humor, que su casa era un nido de comunistas y perseguidos políticos, de ahí que se la conociera, entre la vecindad, como hemos visto, con el nombre de El Kremlin.
Tras instalarse en la casa, María Teresa y Rafael piensan en trabajar y en obtener cuanto antes los primeros ingresos. En ese sentido hay que contar con la providencial amistad de Deodoro Roca, abogado también, escritor comprometido y verdadero responsable de la revolución que transformó la Universidad argentina y latinoamericana. A él se debe la temprana participación de Alberti en los medios culturales cordobeses ya que Deodoro introdujo al poeta en círculos y espacios donde pudiera impartir conferencias remuneradas. Sabemos por el diario La Voz del Interior que los días 4 y 6 de junio de 1940, el autor gaditano impartió sendas conferencias en el Teatro Rivera Indarte y en la Universidad de Córdoba, respectivamente. La primera de ellas, auspiciada por el Círculo de la Prensa de Córdoba, llevaba el título de «García Lorca, poeta y amigo». La siguiente, dictada en el salón de actos de la Facultad de Derecho, versaba sobre «Una generación de poetas», en homenaje a sus compañeros de gesta literaria. Mientras esto sucedía a escasa distancia de la villa de El Totoral, María Teresa León pasaba días o periodos en Buenos Aires haciendo lo propio, buscando trabajo apoyándose en los amigos porteños. Las cartas cruzadas entre el poeta y la escritora, que no se habían separado hasta entonces, nos hacen ver que, al principio, la vida no fue nada fácil para ellos. Se aprecia incluso cierta penuria en las palabras que María Teresa le escribe a su esposo desde la capital apenas dos mes meses después de pisar Buenos Aires: «Trabaja horrores, amor precioso, nuestra salvación próxima está en los sauces y los álamos de tu poesía […]»[420] . Semejante lenguaje y parecida preocupación se desprende de las misivas que Alberti le remite desde el campo, la casa de Totoral, en junio de 1940: «Aprovecha bien los minutos en Buenos Aires […]. Busca, como puedas, alguna colaboración que nos dé 50 ó 100 pesos al mes, contrata las conferencias y vente a vivir a este rincón, que con los 1.000 pesos que tenemos ahorrados y algo que recibamos de México, podremos aguantar el temporal, que creo no tardará mucho en resolverse […]. Después que termine esa carta voy a comenzar a escribir. Quiero intentar, si me es posible, la distribución del trabajo: por la mañana, si estoy en luz, poemas; por la tarde “Trébol florido” y, después de cenar, las nuevas conferencias […]»[421].
María Teresa se encontraba alojada provisionalmente en un pequeño apartamento de Buenos Aires que le había alquilado María del Carmen Aráez, y desde allí echaba de menos a Rafael. Entre las lamentaciones y agradecimientos que salen de la escritora cabe subrayar el amor que le despierta su marido en momentos de grandes dificultades. Esa admiración nos conmueve con verdadera turbación por la fuerza del texto:
«Rafael ¡Vida! Se me caen las alas al estar sola. No sé. Al despertarme me doy cuenta de lo mal que se respira cuando se tiene todo el aire para uno solo. He hablado con María Carmen. Losada cena con nosotros. María Carmen me ha alquilado un estudio muy bonito. Ahora salimos de nuevo para cobrar 60 pesos de “Sur”. Volveré muy pronto. Me duelen los zapatos con el asfalto. Esta es la ciudad más inhumana del mundo. Me gritan que es tarde. Te escribo a buchitos. Bésame. Te llevaré un perro o dos, todos los libros y nos quedaremos en nuestro escondrijo como dos viejas vizcachas incompatibles con los tranvías y el teléfono. Rafael ¡amor! Te beso. Un poquito desplumadita ya […] Me harta Buenos Aires. Todo es incómodo, desesperado. Si salgo a la calle, tengo que tomar taxis porque soy una miedosa y me da miedo caerme y no sé ir a los sitios. Ayer, domingo, me quedé en casa. Busqué los libros. Las maletas azules están rotísimas, ¡bastante duraron! Llevaré los libros en un cajón. No hablo nada más que de irme. Se ríen de mí. Totoral me parece un lago precioso. La piel de los hombres está hecha para sentir otra piel si no no se duerme y se tiene la mitad de la sangre. No creas que tenemos amigos, sino apariencias de amigos, sombras. Lo único que tiene sangre y huesos es nuestro amor, nuestra costumbre […]»[422].
Como vemos, María Teresa no pierde el tiempo esperando que le llegue el trabajo y se mueve por la capital bonaerense. Pronto recibe la ayuda de Pablo Neruda para que, en compañía de Rafael, imparta una serie de conferencias en universidades de Chile. Sabemos que ese mismo año, el 26 de octubre de 1940, nuestra escritora realizó una disertación en la Biblioteca Sarmiento de Santiago con el título de «El teatro, el pueblo, la vocación y la guerra». Era sólo el comienzo de una etapa que durará 23 años; un periodo que literariamente será muy productivo para los esposos. «En el exilio alcanzará María Teresa la madurez narrativa y escribirá sus obras más importantes»[423]; «En Buenos Aires vivirá María Teresa veintitrés años de verdadera plenitud vital y literaria»[424], han señalado algunos de sus críticos.
Había vida después de una guerra; una vida de exiliado que al principio parecía marcada por la esperanza del retorno, un retorno inminente y una vaga ilusión que se vendría abajo, como así veremos, en 1945.