ADIÓS A DOÑA OLIVA

MARÍA TERESA, tal y como se lamentaba ante Hemingway, no podía bajar la guardia ni permitirse periodos sin trabajo o sin ingresos. Las conferencias y las publicaciones eran el bien necesario para mantener la economía familiar, además de la actividad pictórica de Rafael Alberti, que suponía, cada vez más, un refuerzo para el sustento de la familia. Sabemos por una carta remitida al hispanista Dario Puccini -autor por esas fechas del Romancero della Resistenza spagnola[536] - que nuestra autora apenas publicaba artículos y que tenía serias dificultades para que le admitieran alguno de sus trabajos en la prensa argentina: «He escrito un artículo sobre tu gran esfuerzo y sobre nuestro drama español: la traducción de la poesía de guerra. Es emocionante lo que has hecho. Lo comentamos en una reunión de intelectuales españoles en casa del doctor Cuatrecasas y todos estaban emocionados y admirados. Resumí el espíritu de aquella noche en un artículo que mandé al Nacional de Caracas, único periódico donde escribo por la muerte civil impuesta trágicamente a todos los escritores de izquierda en la libre América norteamericanizada»[537].

En medio del enrarecido ambiente político que se respiraba, la escritora debió de agradecer de modo muy especial la ayuda que le prestaba de nuevo Jacobo Muchnik al requerir su colaboración para el programa Buenas tardes, buenas noches del Canal 13 de la televisión argentina. El espacio tenía raíces muy familiares ya que en su producción y realización colaboraba Jacobo (responsable, como sabemos, de la Compañía General Fabril Editora), Herminio Muchnik (director-editor de la revista Mucho Gusto y sus libros), Pedro Muchnik (director de Teleprogramas argentinos) y Anna María Muchnik, que era la conductora del programa. Los contenidos de la emisión seguían la línea desarrollada por María Teresa en sus viejos guiones radiofónicos y estaban estrechamente relacionados con su libro Nuestro hogar de cada día, publicado dos años atrás por el mismo Jacobo Muchnik: recetario de cocina, consejos para el hogar y la familia y temas de cultura. El programa, que pronto alcanzó éxito y popularidad en el país, invitaba a almorzar a artistas famosos como forma amena de entrevista y en su desarrollo se realizaban lecciones de cocina. Los estudios de Canal 13 estrenaron Buenas tardes, buenas noches el 3 de octubre de 1960 y María Teresa se incorporó al mismo a finales de ese año.

La actividad literaria de 1962, animada con algunas conferencias, con los guiones televisivos y con la escritura de un nuevo libro de relatos, se iba a ver alterada por el viaje a Europa que emprenderían los Alberti a comienzos de otoño y, en su lado más sombrío, por la noticia del fallecimiento de doña Oliva.

Diez años después de aquella dura despedida en el aeropuerto de Buenos Aires, María Teresa León revivía con íntimo desgarro el dolor de la distancia y el peso de una conciencia malherida que nunca encontraría consuelo. El episodio que la escritora dedica a este sentimiento de la ausencia y de la pérdida en Memoria de la melancolía es de tal hondura que merece ser reproducido casi en su integridad para valorar en su justa medida las altas cotas de la escritura de María Teresa León y el alcance de la literatura verdadera:

«Al entrar en una iglesia, siempre murmuraba algún rezo por mi madre. Ahora ¿por quién rezar? Repetía por ella el padre nuestro que ella me enseñó. Por si sirve, me decía, por si alivia alguno de sus dolores, por si alguien le sopla al oído que estoy aquí, recordándola. Mi madre murió en el año 1961. Era un personaje. Concluyó su vida hablando sola, olvidando, tocando el piano, queriendo repetir el ciclo de su belleza clara, de su vida de salón. No estuve junto a ella en ese instante en que la monjita dijo a su inesperada lucidez final: Doña María Oliva, a lo mejor esta noche está usted en el cielo. Mi madre aceptó sonriente: Que sea pronto. Suspiró y se fue.

»Esto sucedía en Madrid. Yo no pude acercarme. ¡Qué sencilla fue su muerte! Salió de la escena de la vida con el mismo temple con que en Buenos Aires tomó el avión para irse a España. Altiva, fuerte, tan segura de sí con sus ochenta años, levantando la cabeza como una diva en la última escena. Los amigos nuevos que dejó la miraban sin poderlo creer. Yo entonces debí gritarle: ¡No te vayas, te necesito! No discutiremos más. Te dejaré entrar y salir a tu antojo y marcharte al bar para hablar con los albañiles y convidarlos a una copa de cognac, dejando luego sobre el mostrador billetes grandes de los que nunca te daban la vuelta. Te dejaremos ser la vieja señora que va canturreando por las calles y no teme a los coches y habla con los seres minúsculos de los troncos de los árboles. […] ¡Qué valiente eras! No te dejabas ni peinar, eras la insurrección permanente, el gracioso desorden, la que nos sobresaltaba continuamente hasta precipitarnos todos en su busca. ¡Pero mamá, si tienes jardín! ¿Jardín? Yo no soy un banco para quedarme aquí quieta.

»No supe jamás bien qué camino ibas haciéndote por dentro, hacia dónde te dirigías. Sé hoy que debí detenerte cuando subiste al avión. Pero no te detuve. Me había vuelto cobarde. Tenía que defender la paz de los que viven bajo mi custodia. Los últimos recuerdos que tengo de ti son demasiado deslumbrantes. Me ciegan. Sé que después de vivir junto a tu hijo general, te llevaron a casa de las monjitas que son pacientes con los últimos destellos de la pobre vida de algunas pobres señoras, que pagan esa caridad mientras ellas ganan el cielo aguantando manías de viejas. Antes de cerrar tus ojos, te miraste las manos… Ya no tocaré más el piano, ¿verdad, hermanita? Le sonreíste. Allá, señora, están los ángeles. ¿Y qué pueden saber los ángeles de Mozart, de Beethoven, de Liszt…? La monjita se escandalizó.

»Acercó los dedos a los párpados de mi madre alguien que no conozco. Fue todo tan sencillo. ¿Dentro de sus ojos estaría aún nuestra imagen o nos había olvidado como había olvidado nuestros nombres?»[538].