NOTICIA SOBRE LA REVISTA OCTUBRE
«¿CUÁNDO y cómo fundamos la Unión de Escritores y Artistas Revolucionarios de España? No lo sabemos bien. Las fechas se confunden, las personas son el recuerdo de un perfil o una mirada, pero ¿cómo saber su nombre? Tenemos el vago recuerdo de que todo comenzó antes de nosotros, hacia 1931. Tal vez otros intelectuales puedan precisar más, nosotros recordamos que al regresar de nuestro primer viaje a la Unión Soviética en 1932 dimos comienzo a la publicación de la revista Octubre, Órgano de los Escritores y Artistas Revolucionarios. ¿Cuántos ejemplares se han salvado del pasto de la guerra, de la destrucción vengativa y el tiempo? Nosotros tenemos sobre nuestra mesa tres. Como se ha perdido la cubierta de uno, no sabemos su fecha: los otros dos están fechados: uno, octubre-noviembre de 1933 y es doble, dedicado a la revolución rusa; el otro es de abril de 1934. Nada más ha quedado de aquella exposición de entusiasmo juvenil de aquellas claras horas, cuando la conciencia de tantos de nosotros se abría para comprender algo que ya había dicho Antonio Machado: “En España lo mejor es el pueblo…”
»No podemos dejar correr nuestros ojos sobre estos tres números de Octubre sin sentirnos entre orgullosos y melancólicos. Nos reuníamos en nuestra casa de la calle Marqués de Urquijo donde desde la terraza se veía el Guadarrama y toda la extensión del monte del Pardo. Paisaje de Madrid velazqueño que no hemos vuelto a contemplar, viaje imposible hoy.
»Octubre llevaba un largo subtítulo debajo de la línea donde estaba escrito “Escritores y artistas revolucionarios”. Era su profesión de fe: “Octubre está contra la guerra imperialista, por la defensa de la Unión Soviética, contra el fascismo, por el proletariado”. ¡Y qué bien lo cumplíamos!
»Venderla era un conflicto porque los quioscos normales la rechazaban y teníamos que lanzarnos en muchas ocasiones nosotros mismos a venderla por las calles de Madrid. ¡Años inolvidables! A veces las cargas de la guardia civil, en las manifestaciones, caían sobre nosotros. ¡Y qué bien corríamos con nuestros pies tan jóvenes! Años de fe, optimismo y valentía. Luchábamos contra todo y por todos. Aunque habíamos recogido en la revista Octubre una frase de Lenin: “La lucha contra la guerra está lejos de ser cosa fácil”, titulábamos con grandes letras: “¡uníos contra la guerra imperialista!”. Había cierto candor, pero cuánta razón al convocar el día 1.º de agosto de 1933 a todos los hombres de conciencia contra ese horror.
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»Y en nuestra revista se hablaba de la guerra química, se alertaba contra la falsedad de los tratados internacionales. Se resucitaba a Goya (1808) publicando sus aguafuertes llamados “Los desastres de la guerra” y se contaba cómo trabajaba el espionaje internacional y los callados capitalistas en el fondo de toda empresa bélica y quiénes eran los que planteaban la conjuración fascista que llegó luego con la exaltación de los valientes hasta los límites de la locura […] éramos un grupo, pensándolo hoy, de jóvenes exaltados e ingeniosos. Intentamos hacer exposiciones de pintura y hasta hicimos una en el Ateneo llena de agresividad y puños en alto. Un día, en Marqués de Urquijo 45, donde era nuestra casa y la redacción de la revista, se conmovió con la llegada de un artículo enviado por don Antonio Machado: “Sobre una lírica comunista que pudiera venir de Rusia”. Don Antonio Machado, nacido en Sevilla en 1875, era un venerable profesor de francés, solitario, triste, que había escrito varios libros de poesía cercanos a la tierra áspera de Castilla. […] Eran tiempos difíciles. La República había perdido la batalla de la democracia y, pronto, lo que llamamos después “el bienio negro” entregaba el poder a Alejandro Lerroux y a las clases poderosas que se juzgaban amenazadas y casi desposeídas por una tímida reforma agraria. La iglesia intervino inexorable después de la quema de los conventos en Madrid y algunas provincias, quema que nunca quedó clara, pues nadie supo quién encendió el primer fósforo. Pero en Madrid vivían juntos los mayores ingenios que ha conocido España después de su siglo xvii, su siglo de oro. Vivían Valle-Inclán y Juan R. Jiménez, y Azorín, y Menéndez Pidal y… La Antología de Gerardo Diego había colocado en primera línea a Jorge Guillén, Pedro Salinas, etc., etc.
»Había en la cultura española algo homogéneo y prometedor. Todas las ventanas estaban abiertas. Se traducía literatura soviética, libros de todo el mundo; la Universidad escuchaba voces insignes; la República, con D. Fernando de los Ríos (socialista) de ministro, había emprendido la tarea de dar veinte mil escuelas a España, donde el índice de analfabetos era pavoroso»[187].
Octubre llegó a publicar seis números en los que contó con colaboradores tan significados como Antonio Machado, Alejo Carpentier, Emilio Prados, Luis Cernuda, Máximo Gorki, Arturo Serrano-Plaja, Pedro Garfias, Antonio Olivares, César M. Arconada, Luis Buñuel y José Herrera Petere.
A estas seis entregas de la revista les precedió un número 0 publicado el simbólico día 1 de mayo de 1933[188] . Se trataba de cuatro sencillas páginas en las que se recogía un saludo al proletariado en su celebración cívica firmado por Xavier Abril, un poema de Alberti («SOS») y otro de Louis Aragon. La publicación se completaba con un artículo de César Arconada sobre la posibilidad o imposibilidad de una industria cinematográfica española, y otro de María Teresa León sobre la necesidad y la importancia de hacer un teatro proletario. En ese texto, la escritora riojana no sólo ponía en circulación su primera colaboración sobre el teatro proletario, que sería su ocupación principal los años siguientes, en especial los de la Guerra Civil, sino que aportaba una serie de valoraciones de gran calado sobre lo que significaba para ella la cultura soviética y sobre las razones de su nuevo credo ideológico:
«En 1919, el Comité Ejecutivo Central panruso de los soviets decretó que todos los teatros de la Unión Soviética, dado su valor cultural, quedaban convertidos en un bien nacional. Se creaba el “Centro-Teatro”, adjunto a la Instrucción Pública, y firmaba el decreto el presidente del Consejo de Comisarios del pueblo: Ulianov Lenin. Por segunda vez en la historia, el Estado se encargaba del teatro. Pericles abre las cajas de la administración de Atenas para que participen de los espectáculos hasta los ciudadanos más pobres. Veinticinco siglos después, la Revolución de Octubre pone en práctica esta medida, declarando libres de impuestos las representaciones públicas. […] La nueva muchedumbre va en tranvía. Se cruzan infinitos y seguidos tranvías con hombres y mujeres en racimo que van a la ópera o al “Maly Theater”. Es difícil conseguir una entrada en la ópera cuando se canta el Boris, Carmen o La dama de Pic. A veces, una fábrica alquila todo el teatro para una representación. A muchas obras se hace imposible la asistencia, y es que el teatro es efectivamente un bien nacional y todos contribuyen a engrandecerlo. ¡Qué trasfusión maravillosa de sangre de arte sufrió el teatro ruso después de la toma del poder por el proletariado! […] Lo cierto es que los antagonismos de los tiempos isabelinos, el espectáculo de los defectos, la lucha de los desesperados, la opresión de los hombres sobre los otros hombres, el proceso histórico de la lucha de clases en sus distintos momentos, son la propaganda que los actores de la Unión Soviética llevan en repertorio, que quiere caminos, aranzadas de tierra, leguas delante por los cerebros parados de los campesinos que aguardaban la realidad de su vida presente. Es un teatro de triunfadores […] Y saben, porque tienen conciencia de su poder de clase dominadora, que el teatro y las artes han sido sacadas violentamente de sus urnas funerarias, de los pisos secretos que las minorías alquilaron para ellas y a plena muchedumbre y a plena luz el eterno teatro, desde Petruska a la tragedia, es de todos los ojos y de una sola conciencia proletaria. […] Terminemos con la escena de señoritas que toman té. Acabemos con ese adormecimiento de la comedia verde, blanca y negra; queremos de nuevo nuestro destino, nuestro heroísmo de hombres cubiertos de odio, de balas; queremos saber las razones del sin trabajo para llamar y recibir la muerte; la tragedia de las mujeres que abortan; los martirios del desgarrado física y moralmente entre la altura de las cárceles; el engaño y la burla del señorito que abandona a la muchacha obrera, hermana, novia, amiga; del espectador que hierve de ira al ver su propia desgracia familiar. Por el mundo y recogidos en teatro proletario internacional, estos temas conmueven a las masas trabajadoras. […] ¿Qué propaganda puede hacerse ya desde un escenario?»
Después de leer estas líneas, no podemos más que refrendar la frase de Torres Nebrera cuando afirma que «María Teresa llega al teatro por el camino de la literatura de agitación y compromiso proletario»[189] . Y prueba de ello es la publicación, en el número 3 de Octubre -su propia revista-, de la que sería primera obra teatral de María Teresa León: Huelga en el puerto, inspirada en hechos y personajes históricos de la Sevilla republicana de 1931 y en la que pone en práctica la dramaturgia política de su admirado Piscator.
La vida diaria de María Teresa y Rafael estaba impregnada de un pensamiento claro y comprometido que se fortalecía al lado de los autores y creadores que aquellos meses de 1933 se fueron sumando a la Unión de Escritores y Artistas Revolucionarios. Formaron un grupo muy activo que, antes de acabar el año, organizó en el saloncillo bajo del Ateneo de Madrid, junto a la revista Octubre y algunos simpatizantes, la I Exposición de Arte Revolucionario. Del 1 al 12 de diciembre de 1933 se pudieron contemplar en aquella sala pinturas, dibujos y esculturas de Francisco Mateos, Josep Renau, Antonio Rodríguez Luna, Monleón, Cristóbal Ruiz y el propio Alberti. La entrada a la muestra iba acompañada de un letrero en el que se leía: «El hecho de concurrir a esta exposición significa estar contra la guerra imperialista, contra el fascismo, por la defensa del proletariado».
El comunismo de María Teresa León y Rafael Alberti era ya un hecho declarado y comenzaba a ser también una actitud irritante para ciertos compañeros, amigos y allegados que no compartían su radicalismo ostentoso. Empezaban asimismo a peligrar algunas relaciones que se iban distanciando de ellos; otras, directamente, les volvieron la espalda, como Jorge Guillén y Pedro Salinas, anticomunistas notorios, o como Gerardo Diego, conservador convencido. De nuevo las palabras que Carlos Morla Lynch dedicó a Alberti y a María Teresa en su diario el 15 de octubre de 1933 ofrecen una valiosa información al respecto: «Él y su compañera -que es inteligente y hermosa- se han declarado comunistas convencidos. Nada tengo contra ello. Pero se puede ser comunista, monárquico o republicano, como creyente o ateo, sin que sea necesario proclamarlo a cada instante y hacer de ello alarde. Parece ser que cantan el “Himno de Riego” y “La Internacional” -que es el más hermoso de los cánticos, musicalmente hablando- cada cinco minutos; y lo peor del caso es que han contagiado a Cernuda, Manolito (Altolaguirre) y Concha, que también lo cantan varias veces al día»[190].
Esta opinión del diplomático chileno se alejaba en varios detalles de la verdad. De hecho, el recelo que el distanciamiento ideológico de María Teresa y Rafael había provocado en muchos compañeros de generación lo comenta la propia Concha Méndez en su libro Memorias habladas, memorias armadas. En sus páginas, la esposa entonces de Manuel Altolaguirre denuncia la insensatez de Alberti al haber incluido los nombres de varios compañeros en un panfleto comunista sin contar con su permiso: «Por aquellos días -escribe Concha Méndez- Alberti se destaca como comunista. Durante los últimos tiempos no había vuelto a venir a las reuniones de nuestra casa, porque en la suya juntaba comunistas de todo el mundo para hablar de política. (Así como se iba a casa de Aleixandre a pasarlo bien, se iba a casa de Alberti a hablar de política). Alberti se comportó con nosotros de forma muy desleal y muy desagradable, ya que un día se le ocurrió tomar los nombres de Aleixandre, Cernuda, Moreno Villa, el de Manolo [Altolaguirre] y el mío, para incluirnos en un manifiesto comunista para el cual necesitaba el apoyo de escritores. Los tomó, poniéndonos en peligro y sin que ninguno estuviera de acuerdo con la infiltración de esa ideología en España».
Prescindiendo de los poetas citados, María Teresa y Rafael contaban con más camaradas y con más compañeros de viaje que se sumaron a la aventura comunista. Entre ellos, José Bergamín, que comenzaba a dirigir la revista Cruz y Raya, el siempre entrañable José Herrera Petere y, sobre todo, Pablo Neruda, que pronto trasladaría su residencia a Madrid en calidad de cónsul de Chile.
Quien iba a sorprender a difamadores y escépticos a poco de comenzar el año de 1934 sería María Teresa León al publicar en la editorial madrileña Espasa-Calpe un nuevo libro, Rosa-Fría patinadora de la luna, que suponía un paréntesis o un giro de fantasía en su evolución ideológica. La escritora que acababa de afiliarse al Partido Comunista se desmarcaba de propagandas y sectarismos, del ortodoxo realismo socialista, para zambullirse de nuevo en una literatura vagamente infantil, en una atmósfera naïf, con ribetes surrealistas, donde dialogan a placer la tradición y la vanguardia. En esta tercera colección compuesta por nueve cuentos ilustrados por Rafael Alberti, encontramos a una escritora vital que avanza y se aproxima a los distintos movimientos que revolucionaron el arte en las primeras décadas del siglo XX, desde la pintura de Marc Chagall que aún guardaba en su retina, a las figuras y formas de Picasso y Joan Miró, pero, sobre todo, la corriente vanguardista sobre la que aún navegaban las audacias poéticas, irracionales a veces, de Alberti (Marinero en tierra y Cal y canto o Sobre las ángeles), Lorca (Oda a Salvador Dalí), Gerardo Diego (Fábula de Equis y Zeda), Huidobro (Altazor y Temblor del cielo) y ese Francisco Ayala de Cazador del alba que disparaba con escopetas de sueño. Lo admirable, en resumen, de Rosa-Fría, patinadora de la luna es la destreza con la que nuestra escritora retoma el cuento popular y lo reinventa, lo conduce hacia la modernidad literaria para contarlo de nuevo:
«Y entró por la ventana la vaca que los astros tienen de recadera, azulina, con doce manchas rojas y unos cuernos chiquitos y dorados. Una vaca que conoce todos los balcones y sabe por dónde tiene que entrar». […] «Se correrá la copa de las Cuatro Estaciones. Están invitados los signos del Zodiaco y la Osa Mayor. Puede que se lleguen hasta aquí las estrellas fugaces. […] Para tomar parte, han venido: el Humo de los trenes y de las fábricas; el Vaho de los caballos y de los bueyes; los suspiros de los hombres; el ladrido de los perros; las Miradas a los globos que se escapan en las tardes sin viento»; […] «Siempre llego sin aviso alguno. Soy lo imprevisto. Tomad la sortija que lleva mi vientre color té; es la indignación de los meridianos equivocados y la rabia de los paralelos. […] Y en mi boca traigo la tristeza de los cuentos que han de variar su principio -Era un Otoño…-, y la inmovilidad de los estanques que aguardan las hojas caídas, y las lágrimas de los novios y los bancos de los parques».