SEGUNDO VIAJE A LA URSS.
PRIMER CONGRESO DE ESCRITORES SOVIÉTICOS

MARÍA TERESA conoce ese año de 1934, en un mitin político de barriada, a Dolores Ibárruri Pasionaria. Su imagen, recordada muchos años después, le llegó «luminosa, gritando verdades a los cuatro vientos, reuniendo, como algunas madonas italianas, las multitudes bajo su manto. Nunca se le concedió a ninguna mujer de nuestro tiempo actual nada parecido. España, país de pobreza, país de milagros, fabricó su milagro revolucionario matriarcalmente para dar confianza a todos»[191].

El compromiso político del matrimonio de escritores se mantenía firme. Así lo constata de nuevo Carlos Morla Lynch el 7 de abril de 1934, quien recuerda un almuerzo en el comedor de su casa, al que llegaron invitados por su esposa Bebé: «María Teresa y él se declaran nuevamente comunistas “por convicción”. Son los dos, indiscutiblemente, cultos, eruditos e inteligentes; Rafael me da una explicación relativa a esa ideología, tal como la siente y la comprende, no exenta de fundamento. Lo hace en forma afectuosa, con gentileza y lo escucho con agrado. “Se trata -dice- no sólo de cambiar un sistema establecido, sino de modificar la mentalidad de los hombres”»[192].

Se repetía la escena vivida dos años atrás porque, poco después de aquel encuentro en el domicilio del diplomático, María Teresa y Rafael emprendían su segundo viaje a la URSS para asistir al Primer Congreso de Escritores Soviéticos.

Esa segunda experiencia supuso el reencuentro con escritores amigos como Shólokov, André Malraux, Boris Pasternak, Iliá Ehrenburg, Piscator, Ernest Toller, Tairof, Louis Aragon y Fédor Kelin, entre otros. María Teresa, deslumbrada por un país y una cultura ya mitificada por ella y por Rafael, no vio o no pudo, en sus circunstancias, adivinar la otra cara de una realidad que empezaba a cobrarse sus primeras víctimas. Detrás del aparato propagandístico del régimen, las grandes purgas de Stalin, los fusilamientos, las deportaciones a los campos del Archipiélago Gulag y la implacable censura eran ya un hecho fácil de constatar que pronto afectó a intelectuales como Osip Mandelstam, detenido ese año de 1934.

En los tres artículos publicados por Rafael Alberti en Luz, en agosto y septiembre de 1934[193], nada de lo que sucedía en la sombra tuvo el menor reflejo. El poeta se limitó a enviar la crónica de lo que aconteció en el congreso de escritores.

María Teresa, además, se vio rodeada desde su llegada de emociones y cordialidad por parte de los viejos y los nuevos amigos y camaradas. Pudo disfrutar, el segundo día de congreso, de un baile que le recordó su juventud burgalesa y su encuentro con Alfonso XIII, a pesar de que aún se resentía de una ciática que la mantuvo cerca de diez meses a reposo: «Segunda visita nuestra a Moscú. Después de pasar por la tribuna todos los notables, las fiestas terminaron con un gran baile. Koltsov me agarró por la cintura para bailar un vals. Poco después me dejaba en los brazos de un teniente. Relucían las arañas. ¡Qué lejano y de alta novela rusa era todo aquello! Me pareció extrañísimo. No sabía hablar ruso como una heroína de Turgueniev»[194].

En Memoria de la melancolía repasa los lugares, los momentos y las personas que se acercaron a ella en los salones de aquel congreso, entre ellos, el inolvidable hispanista Fédor Kelin, y también Tretiakov, Isaac Babel, Shólokov, Tairof, Meyerhold, Wladimir Pozner… De todos, era fácil preferir a Boris Pasternak, futuro Premio Nobel y autor de El doctor Zivago, porque cuando Pasternak «entraba en una sala de Moscú colmada de gente, se llevaba todos los aplausos. La cara acaballada, la boca grande, la sonrisa que enseñaba todos los dientes. Se le veía seguro de su talento, simpático, cordial, amigo. […] Ya era el poeta más importante de su patria». Prosigue María Teresa con sus descripciones y habla de los escritores extranjeros: «trabamos amistad íntima con Jean Richard Bloch, pero también estaba André Malraux, verdadera vedette, punto central, niño mimado a quien su nerviosismo volvía inquietante de mirar como una luz que se enciende y se apaga continuamente». Las demás figuras eran consagrados de la música o del cine, como Prokofiev y Eisenstein.

Antes de regresar, fueron invitados a un acto en el que María Teresa pudo ver de cerca y abrazar al patriarca de las letras rusas, Máximo Gorki. Con ese recuerdo y el falso espejismo del paraíso soviético, dispusieron su regreso a España:

«Máximo Gorki se secó los ojos y recibió de los niños el ramo de rosas. Hoy he puesto en el cuarto donde trabajo el retrato del gran escritor ruso y recuerdo cómo subían los niños corriendo con su pañuelo tan rojo al cuello a cubrir de flores su serena vejez. Eran los días del Primer Congreso de Escritores Soviéticos. Gorki levantaba los ojos emocionado y le brillaban lágrimas. Fue aquél un Congreso ejemplar. Jamás la unidad pueblo y cultura se dio tan claramente. Llegaban los mineros, los campesinos, las mujeres… Cuántas cosas diferentes a las nuestras oímos y vimos. Cómo reclamaban su puesto en la literatura aquellos ciudadanos soviéticos conociendo ya lo que es la perduración en la palabra escrita. Y qué alegre camaradería se extendió en agua benéfica. Máximo Gorki apartaba con la mano la luz de los reflectores, se encrespaba con los fotógrafos. No sé en qué instante llamó a un muchacho de la primera fila, le alcanzó uno de los ramos. Pocos instantes después el escritor húngaro Matei Salka me lo entregaba con una sonrisa. Yo apoyé la cara sobre los pétalos y mi juventud lloró emocionada…»[195]

El plan de los Alberti-León de regresar se vio repentinamente truncado por varios acontecimientos. La tensión política que se vivía en España había estallado con la revuelta de los mineros en Asturias y ya se propagaban sus trágicas consecuencias. El endurecimiento de las medidas represivas alcanzaba también a la pareja de escritores que, desde la distancia, recibían la noticia de que su casa de Marqués de Urquijo había sido asaltada. «La policía de Madrid, siempre poco republicana, aunque estuviera gobernando la República, había invadido nuestra casa del paseo de Rosales donde vivíamos entonces». La madre de María Teresa, doña Oliva, se encontraba en la vivienda y fue testigo y víctima directa del registro policial, de aquel ensañamiento en busca probablemente de armas y de escritos comprometedores que se saldó con la detención de la pobre Oliva Goyri. El relato de nuestra escritora, traspasado de ironía, no tiene desperdicio:

«Cuando los sucesos de Asturias, nuestra casa de Marqués de Urquijo fue asaltada, convencidos que un poeta no podía guardar más que ametralladoras y fusiles debajo de las rosas de su terraza. Y dicho y hecho, entraron devastándolo todo, arrancando plantas y tirando los cuadros al suelo y hasta abrieron un agujero en el techo, seguros de que escondíamos peligrosos intelectuales directores de la revolución latente en España. ¡Con cuánta gracia contaba mi madre aquella invasión de soldados y policías asustados de ejercer su fuerza! ¿Y esto qué es? ¿Y dónde están los papeles? Todos los libros de la biblioteca fueron tirados bruscamente por el suelo. Luego los patearon, los arrojaron en un montón, los dejaron hechos una lástima. El miedo a no sé qué les hacía obedecer órdenes dadas por el miedo de los que les mandaban. No preguntaban más que tonterías. Figúrate que uno de ellos agarró uno de los retratos que están colgados en aquella pared y me interpeló, bruscamente: Y este ¿quién es? Algún comunista, ¿no? Yo me eché a reír, porque lo que me estaba señalando era el retrato de Baudelaire. Hice que lo miraba atentamente y le contesté: Pues no lo sé. Más que comunista me parece el abuelo de algún comunista por como va vestido. No haga bromas con la policía, señora.

»Fue tal vez por eso por lo que siguieron rompiéndolo todo y la llevaron detenida. Mi madre debió sentir una rabia inmensa, pero levantó la cabeza y les dijo: Vamos. Pocas horas pasó en la Dirección General de Seguridad, donde le pidieron cuentas exactas de nuestro viaje por Europa y sus por qué y cuándos. De pronto entró el general Queipo de Llano como una tromba. ¿Dónde está la señora que estos imbéciles han detenido? Y como en España nada se puede negar a un general del ejército, la señora salió de la Dirección General de Seguridad cogida de su brazo como si saliese de un baile»[196].

La versión que divulgó Alberti del mismo episodio dista bastante del humor con el que su esposa quiso servir el asunto. Probablemente inflamado de las grandilocuencias soviéticas, en una carta dirigida desde Roma el 26 de octubre de 1934 al hispanista Fédor Kelin, poco después de abandonar la URSS, el poeta le dice:

«Queridísimo Fédor: al fin, sucedió lo que esperábamos. Y ha sucedido antes de llegar nosotros a España: nuestra casa fue tomada a las 2 de la noche, militarmente. Avisaron a la madre de María Teresa que tenía las llaves, y cuando llegó se encontró que en la puerta había un piquete de soldados del Tercio extranjero al mando de un oficial y, en la esquina, un camión de guardias de asalto. 20 ó 25 hombres, temblorosos, pistola y máuseres en mano, subieron a nuestro piso: habían recibido, por lo visto, un comunicado, una confidencia, de que en nuestro estudio estaban escondidos elementos responsables de los sucesos revolucionarios»[197].

Al margen de ironías y de hipérboles, el consejo que trasmitió doña Oliva a su hija desde Madrid fue que no regresaran a la capital dado el peligro que corrían. Sin embargo, la versión que corrió no fue la de que la pareja desestimó regresar por mera prudencia, cumpliendo los deseos de la madre de la escritora, sino la de que, oficialmente, se les había prohibido o no permitido la entrada en España. Esta explicación no fue aceptada por algunos correligionarios de la izquierda española, que reaccionaron de diverso modo contra ellos. Sin duda, ese segundo viaje a la Unión Soviética había supuesto un afianzamiento en las relaciones de María Teresa y Alberti con los soviets y, en cierto modo, su confirmación como «embajadores» y «protagonistas» de la izquierda republicana española; un hecho que no sentó demasiado bien a personajes de la política y la cultura de su propio país. Como comenta Carlos Flores Pazos, «algunos rasgos, poco favorecedores, de María Teresa León aparecen explayados de manera directa, superlativa e injusta por Margarita Nelken en las conversaciones que mantiene con Fédor Kelin y que él reúne y manda al MOPR (Unión Internacional de Escritores Revolucionarios) como informes confidenciales». Uno de los informes de Kelin a los que se refiere Flores Pazos lleva fecha de 3 de diciembre de 1935, y en él dice textualmente el hispanista: «Estuve con Margarita Nelken. […] Ella dijo que nunca a Alberti y María Teresa les han impedido estar en España. Esto lo va a plantear en el Komintern. Alberti ha hecho bastante daño, pero por lo simple que es, pues está en poder de su mujer. Yo tengo datos de que en la emigración de María Teresa León se reunió con trotskistas, pero esto no quiere decir que sea una activista política. Créanme, ella ni siquiera sabe quién es Trotsky. Ella es una vulgar intrigante […] Ni ella ni Alberti vieron los ojos de un obrero en su vida. Ellos pudieron venir libremente a Madrid, pero María Teresa quiso hacer el papelón»[198].

Por las declaraciones de Margarita Nelken podemos suponer las pésimas relaciones que existían, antes de la contienda civil, entre activistas e intelectuales de la izquierda española. Afloraban profundos desacuerdos ligados a personalismos, a desavenencias e incluso a interpretaciones que trataban de desdibujar y desprestigiar al contrario. No cabe duda de que María Teresa León, luchadora nata, ejerció de principal promotora en ese acercamiento ideológico, cultural y afectivo de los Alberti a la URSS. Ella fue quien animó y trató con auténtico mimo la relación epistolar con el hispanista y ya amigo Fédor Kelin, mentor de ambos en Moscú. El volumen de cartas remitidas por María Teresa al escritor ruso viene a coincidir con el número de misivas enviadas por Alberti. El contenido de éstas también comparte parecidos asuntos literarios y políticos. «Sólo se da una diferencia sustancial -afirma Carlos Flores Pazos- que separa esa trayectoria monocorde: Alberti se preocupa de las traducciones de sus poemas, insiste, pregunta, controla, aconseja, decide, mientras que María Teresa apoya a Rafael incondicionalmente en ese trabajo de coordinación, centrado exclusivamente en la obra de su compañero, y no en la suya propia. […] Si demanda, será para apoyar los proyectos literarios de su marido»[199].

Pero más allá del amor y de la generosidad de María Teresa, no hay que olvidar, en conclusión, que el acercamiento ideológico del matrimonio Alberti-León a los soviets fue tomado por significadas figuras del comunismo, en efecto, como un deseo de protagonismo, de representar al pueblo español, a la República y a la intelectualidad sin haber sido acreditados para ello. «Y esta circunstancia -concluye Flores Pazo- produce desencuentros entre ellos y Sender, Nelken, Armesto, Roces, César Falcón…»[200]

Ante las dificultades del regreso a España, la pareja realiza un amplio periplo por Járkov, Bakú, Tiflis, Batumi, Yalta, Odessa, Constanza, Burgas, Estambul, Atenas, Nápoles y Roma. En la capital italiana permanecieron un mes, hospedados en la Academia Española de Pintura invitados por Valle-Inclán, entonces director de la Academia de Bellas Artes. Fueron días de espera y de indecisiones, también de convalecencia para María Teresa que recayó de su ciática y tuvo que guardar reposo de nuevo. De la profunda tristeza, tras recibir la noticia de la muerte del torero y amigo Ignacio Sánchez Mejías[201], pasaron a las anécdotas más chocantes del autor de El marqués de Bradomín. Don Ramón del Valle Inclán ironizaba con el fascismo, del que se había desencantado porque una mañana, en los pasillos de la Academia, Mussolini no le devolvió el saludo que el dramaturgo le había dedicado alzando su único brazo: «Desengáñense -espetó a sus dos invitados-, este Benito es un botarate». El otro detalle divertido fue descubrir en los sobres de las cartas que le remitía su mujer, con la que se había disgustado, una más que curiosa dirección: «Señor Don Ramón María del Valle-Inclán, autor de Divinas palabras y de otras palabras menos divinas».

En general, el ambiente que vivieron en aquella Italia de Mussolini tampoco fue el ideal para la pareja. Por las calles de la capital presenciaron los primeros desfiles cívico-militares del fascismo en los que pudieron oír, con gran exaltación y brazos tendidos, los gritos de ¡Duce, Duce, Duce! Eran manifestantes que, como recuerda el matrimonio por boca del Alberti, proclamaban su fanatismo y su odio a la inteligencia y la cultura: «se ponían a mear, con toda naturalidad romana, contra los árboles y las piedras consagradas del Coliseo»[202].

Finalmente, después de aquellas cuatro semanas en Roma, a la que volverían veintiocho años después en calidad de desterrados, decidieron trasladarse a París y hospedarse de nuevo en la casa del generoso e inquietante poeta surrealista René Crevel. En la capital pudieron informarse a fondo de los sucesos de Asturias, que habían provocado solidarias movilizaciones por parte de los sindicatos y de los intelectuales franceses, así como entrevistarse con muchos obreros asturianos que llegaban a París huyendo de la durísima represión. «Los españoles empezábamos a pasearnos sin pan ni patria», señalaba María Teresa al percibir las primeras experiencias del destierro. Volver a España seguía siendo desaconsejable y peligroso para la pareja; de ese modo lo vio también Togliatti, secretario del Partido Comunista Italiano exiliado en Francia, que se entrevistó con ellos en París, en un café de Montparnasse, el 2 de marzo de 1935 para proponerles la aventura de viajar por todo el continente americano, empezando por Nueva York. La misión del matrimonio de escritores consistiría en informar de la situación de los mineros de Asturias, así como recaudar dinero solidario para las víctimas de aquella represión. «Palmiro Togliatti -recuerda María Teresa- […] nos había dicho en París, poco antes de empezar la guerra en España: […] ¿Por qué no sois vosotros los que vais a Norteamérica a explicar lo que acaba de suceder en Asturias? Contestamos, inmediatamente: sí. Entonces el jefe del Partido Comunista italiano se llamaba Ercoli. Era un camarada, un italiano a quien casi no se podía decir que no porque te convencía siempre su don de ser admirable. Os enviará el Socorro Rojo. Lo que allí pasa es necesario que lo sepa la gente. Después de haber combatido, ahora, los mineros y sus mujeres tienen hambre; las familias, separadas; los hombres en la cárcel o muertos… ¿Iréis? ¿Cuándo? Unos días después teníamos en la mano la fotografía y los billetes de un barco espléndido. Se llamaba Bremen. Los alemanes lo habían destinado a la ruta Hamburgo-Nueva York. Ni cinco días va a tardar, es el barco más veloz del mundo. Andando»[203].