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Te amaré, te amaré junto al viento te amaré como único ser
te amaré hasta el fin de los tiempos te amaré y después... te amaré.
Silvio Rodríguez
Ya es hora de que me levante, de lo contrario puede que coja una insolación. Los antebrazos me arden como carbones, se me han vuelto rozado intenso a diferencia de los muslos. Cruzo la avenida de Malecón en ligera carrerilla, a veinte metros casi de dos autos americanos del 59 cuya cortina nociva de humo bailotea una salsa.
Abro la puerta y quedo envuelta en el repentino cambio de temperatura. Todo está tranquilo. En la pared de la derecha, casi pegada al techo sigue la mancha de anteayer, una mariposa negra y grande como mi mano. La gente teme a estas mariposas y no les gusta que entren en casa porque piensan que traen mala suerte.
Sobre la mesa de la sala hay dos correspondencias. Están vacías. La primera es el sobre de un telegrama. El segundo es de una carta sin timbre ni sello, pero la dirección revela que es de una editorial española. Bah, otra que confirmará una vez más que su novela no fue aprobada por el comité de lectura. No engancha con la línea editorial, el mismo sermón de siempre. Hace dos años Guillermo releyó su novela, aquella que narraba la vida de la pareja campesina trasladada a La Habana y cambió y agregó, enfocando la historia del hijo que descubre su afición por la pintura expiando en una ventana, el pintorreteo abstracto en los lienzos de un habanero pintor. Pero más tarde este niño se vuelve periodista y maestro. Eran los tiempos –siempre son esos tiempos- en los que la Revolución exigía gente con claros principios revolucionarios, ciegas al desvencijarse de una idea irrealizable, y el joven que en un principio creyó en estas ideas dejó de ser obediente y buscó su propia voz. Por esto su nombre fue eliminado de las librerías y de todos los medios de difusión posibles. Pero algún día, mi amor, la nueva generación sabrá que estuviste aquí y que a través de tus