pausas. Trato de hacer el menor ruido posible y me levanto. Luis vuelve la cabeza hacia el otro lado, sin despertar. Junto a la mesita de noche, acerco mi mano temblorosa a la pistola. La envuelvo en un paño. Salgo, hacia el pasillo, paso junto a la cocina donde escucho el trajinar de Celia, pero sigo de largo, hacia la puerta donde el padre de Luisito apenas responde mi saludo de despedida. En la calle la gente camina como autómatas sin rumbo, un grupo de chiquillos pasa corriendo. El policía de la esquina me mira y casi le dedico una sonrisa tímida. En la puerta de mi edificio recupero el aliento. Me toco el pelo. Toda desgreñada y con la blusa estrujada debo parecer una loca. En uno de los balcones del hotel una pareja de turistas hace algunas fotos. El hombre que se da cuenta de mi presencia, clava sus ojos negros en los míos, prepara la cámara. Ernestico se asoma en el balcón de su casa y grita:
-¡María!, ¡teléfono!
-¿Para mí? ¿Estás seguro?
Sin responder hace una mueca con la cabeza y desaparece del balcón.
Sé que debo correr hacia casa de Ernestico, pero no puedo arriesgarme con esto bajo las ropas. Antes que el flash de la cámara del turista produzca su luz blanquecina como fuego de artificio, desparezco. Subo los inclinados peldaños y pienso en Luisito. Él que necesita de tanto afecto, ¿por qué tuvo que ocurrirle precisamente a él? La puerta está entreabierta y mi madre no está. Entro en mi cuarto, miro en todas direcciones. Pongo el arma dentro del estante, bajo unas ropas. ¿Y si la descubren? Mejor en el estante del baño. No, ahí no. Vuelvo a mi cuarto, la escondo bajo el colchón de mi cama, cierro la puerta y vuelvo a salir.
Bajo los escalones corriendo, subo hacia la casa de Ernestico y me apresuro a coger el manófono del teléfono. Del otro lado de la línea escucho un rumor metálico, un rrrrrtt y cae la línea. Ernestico en la cocina habla con sus dos tías -insisten en mezclar el azúcar con frijoles- y se asoma cuando le pregunto otra vez si está seguro que era para mí. Responde que será algo sordo, pero que entendió el nombre clarito, clarito. Acto seguido marco el número de la fábrica. Me sale la jefa de personal:
-María, ayer no fuiste a la manifestación de Elián y hoy no has marcado tarjeta.
¿Qué está pasando contigo? Fíjate, todo eso vamos a verlo. Por cierto, ¿a qué hora llegas?
-Hoy no iré.
-María, fíjate que no quiero encabronarme. Ya bastante tengo con esta mañana. Te diré aunque no me interesa que llamó un tipo preguntando por ti. Eso también vamos a verlo. Ya está bueno que estés dando este teléfono, que yo no soy una contestadora automática. Este teléfono es para las urgencias de la fábrica y no de