Bueno no, lo siento pero no, ya estuve con otros. O no, mejor le digo la verdad. La verdad es que sí, soy virgen, me he quedado atrasada en comparación con las otras chicas del pre. Es que guardaba esa experiencia para alguien que está en mi corazón. Pero tengo curiosidad, y es mucha. Sonó patético y tonto. Miguel volvió a acercarse y dijo: Terminemos ya. Acto seguido se desabrochó la portañuela y me hizo coger su miembro. Fue una sensación rara tener aquella carne caliente y vibrante en mis manos. Sin tener claro lo que hacía me arrodillé frente a él y me lo metí en la boca. Naturalmente me daba cuenta de que no sentía ningún placer con esa acción, pero Miguel comenzó a gemir y a jadear. Cuando cogió mi cabeza y me empujó hacia adelante, mi boca se llenó de un líquido caliente, agrio y denso. Tragué un poco, mientras Miguel seguía jadeando y aferrando mi cabeza. Cuando se apartó de mí se dejó caer con todo el cuerpo sobre el suelo. Apenas pude limpiarme las comisuras de la boca y sus manos me acercaron, me subió sobre de él, apartó mi blúmer y hundió los dedos en mi sexo. Sentí dolor y un ardor infinito que me hizo apretar los dientes, pero traté de olvidar cuando encajé su miembro. Entonces comenzamos a movernos primero lentamente hasta que me obligó a adoptar un nuevo ritmo. Cuando me apartó a un lado yo no recordaba más que la molestia y el dolor. Todavía sentía materialmente dolor mientras nos alejábamos de aquel lugar testigo de mi desfloramiento. Sin embargo sabía que él estaba contento, como si hubiera ganado la lotería con su número favorito. En casa comprobé que mis bragas tenían una mancha redonda de sangre, me senté al borde del lecho, cerré los ojos por unos segundos y pensé en Miguel imaginando futuros días felices. Luego me levanté y fui hacia el baño donde lavé mi vergüenza y mi miedo a equivocarme.
Al Almendares, su rinconcito privado, el lugar donde pocos se aventuraban para lo mismo, seguimos yendo después de la escuela, vestidos con el uniforme. Lo hacíamos de pie. Quizás por eso yo no sentía nada. ¿Acaso será siempre así? ¿Por qué me duele tanto? Porque no sabes hacer nada. Además, eres seca como una sabana, decía él. ¿No podemos hacerlo en una cama?, indagaba yo. Tus padres siempre están en tu casa y en la mía ni se te ocurra. Capaz que venga el viejo, me respondía. ¿Por qué me arrepiento ahora? me preguntaba a mí misma. Sin embargo a la hora que sus ojos me hacían entender que quería, yo lo seguía en silencio. Ahora que recuerdo, entre nosotros siempre hubo silencio, y las veces que hablamos no fue de otra cosa que de sexo. Por él aprendí que las escaleras de los edificios a altas horas de la noche sirven para apretar y también para eso, cuando se cansó de llevarme hasta el Almendares porque está muy lejos, decía.
El mes que no me vino el ciclo, pensé: Debe ser porque estoy nerviosa por el maldito examen de física. Por no dar importancia tarde vine a saber que estaba