vecino, por cierto. Desde los altos de la escalera escuché y escapé, pero Rebeca me alcanzó, y clavando su amenazante mirada en mis ojos: Ahora mismo vamos a ir a casa de ese hombre, dijo.
Entró respirando fuerte y mirando hacia todas direcciones. Luego se detuvo frente a él, lo miró fijo y lo abofeteó. Yo grité. Guillermo se mordió los labios. Con la cabeza gacha se sentó en una butaca y nos pidió que hiciéramos lo mismo. No lo hicimos. Rebeca siguió estudiando la casa, mientras respiraba con dificultad como un toro furioso.
-¿Usted la está viendo? Mi hija es menor de edad. ¿No se ha dado cuenta? Mírame cacho de cabrón. ¿No se ha dado cuenta de lo que ha hecho? Quiero que sepa una cosa. No crié una hija para que venga el primer degenera’o de la calle y me la utilice como si fuera una mierda. Mire bien lo que le voy a decir. No quiero que vuelva a acercarse a mi hija, nunca más, ¿me está oyendo?, porque si lo hace le juro que lo voy a denunciar y la va a pasar muy fea, desgraciado.
-Está bien.
-¿Qué? No lo oí.
-Está bien.
-¿Está bien, qué?
-No volveré a ver a su hija. Yo salí de detrás de madre.
-¿Qué has dicho? No es en serio, ¿verdad? –dije. No me miró. Se pasó una mano por la cara y dijo a mi madre:
-Váyase. No volveré a ver a su hija.
El corazón comenzó a latirme violentamente. Iba a salírseme por la boca.
Respiré fuerte, apreté los labios, lo miré una vez más y salí.
En la calle madre siguió:
-No puedo creerlo, como has tenido valor para engañarme todo este tiempo. Yo pensaba que ibas a ver a tus amigas y tú... –se detuvo-. Vamos al médico. Si puedo demostrar que te violó...
-¡No, no es verdad! ¡Ni siquiera fue el primero! Rebeca no escuchó.
-¡Malagradecida! Has traicionado mi confianza. No me digas nada. Deja que tu padre se entere. Tú con ese... ese... No me gusta. Nunca me gustó. Tiene cara de vicioso pervertido y puede ser descansadamente tu padre.
-Es mi vida, mamá.
-No, no es tu vida. Tú harás lo que yo diga hasta que no cumplas la mayoría de
edad.