¿Será porque esta noche me he mantenido en vigilia? Debo recuperar fuerzas para levantarme, cruzar la avenida y entrar en el desorden de Centro Habana.
A pocos metros juegan unos niños que ahora importunan a un hombre. Es un loco que siempre aparece en los lugares menos sospechados de esta ciudad. Y cuando aparece va cantando alguna estrofilla que luego se vuelve popular. Su aparición casi la he convertido en un símbolo de mi existencia, como si de él dependiera mis propias horas futuras. Va con los zapatos rotos, la camisa abierta y dice: «Elián, no regreses que a los siete años te quitan la leche...», y sigue de largo, repitiendo la misma estrofa hasta el infinito. Y el mar le responde levantando una ola gigantesca que se deshace sobre el suelo cementado de la acera.
-Oye, parece mentira. ¿Por qué no acaban de llevarse a ese loco? –dice una mujer que se ha detenido para mirar-. ¿Viste eso, niña? –habla conmigo, y ahora sigue su camino cantando con voz aguda:
Marchando, vamos hacia un ideal sabiendo que hemos de triunfar en aras de paz y prosperidad lucharemos todos por la libertad.
Adelante cubanos
que Cuba premiará nuestro heroísmo pues somos soldados...
Hoy no me atrae el viene y va de esas olas para un intento de suicidio. Al final, muchos hemos deseado suicidarnos en algún momento, y siempre la desesperación tiene parte de culpa. Pero, ¿quién sabe? He conocido casos excepcionales, gente por ejemplo, que preferiría morir antes de vivir con Rebeca. Mira el caso de mi tía campesina. ¿Quién iba a imaginarlo?