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En la shopping una pareja camina por los corredores con las manos tras la espalda como en una galería de arte y ahora salen a la calle con la cabeza llena de arte y las manos vacías. De pronto uno de seguridad corre hacia la puerta. Detrás de la pareja hay un viejo a quien el vigilante de seguridad detiene por un brazo. Un momento compañero, le dice, debo revisarlo. Y mientras lo revisa por encima de las ropas la cajera comenta que no es la primera vez que el viejo intenta llevarse algo. “Ayer mismo lo cogieron con un jabón de lavar. Pero qué se va a hacer con un viejo así”, dice, en el mismo momento en que el de seguridad saca una lata de pescado de entre las ropas del viejo. El viejo baja la cabeza y la gente mira como se lo llevan. Ahora ha vuelto la calma. ¿Ves esa señora algo gorda? Acaba de comprar un paquete de margarina tras minutos de indecisión. Pienso que prefiere la margarina a la mantequilla, desconociendo que no es lo mismo. Se lo digo y me dice-: “No, m’hijita. Lo que sucede es que es más barata”. Ahí me quedo callada, yo que la primera vez compré la margarina por ambos motivos.
Un paquete de chorizos, dos muslos de pollo y ya se me fueron tres dólares. Los chorizos podía haberlos comprado en el solar del maestro de baile porque salen más barato, pero no sé dónde tengo la cabeza hoy. Ah, ya. Ahora que recuerdo fui a la shopping para comprar un cepillo de dientes, pero lo olvidé. Como enseguida me metí en el departamento de carnes en espera de encontrar hígado de cerdo –el hígado y la carne de res hace siglos que no se ven-. Yo siempre con mis esperanzas. En el agro mercado compro un mango, una tajada de fruta bomba y ya se me fue otro dólar. Necesitaré algo donde echar todo esto porque la jabita que me dieron en la shopping salen tan buenas que se rajan al momento. El vendedor hace como quien busca, pero dudo. Una jabita cuesta un peso cuando hay quien la venda por fuera. Y eso, arriesgándose por los inspectores o por la policía.
-En la puerta de atrás está la vieja que vende jabas –dice de pronto-. A lo mejor se escondió. Ten cuidado. Ah, ¡mírala ahí! –Ahí mismo veo a Ileana mi vecina, con las manos ocupadas con cajitas de fósforos, pasta de diente y jabitas de nailon.
-Ay, m’hijita, ¿tú crees que se puede vivir con una pensión de ochenta pesos?
–dice, por mi cara de sorpresa-. Toma –me extiende dos jabas de nailon-. Una te la regalo.