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Mi barrio... mi casa... mis vecinos
Estoy de suerte. Terminé mi recorrido habitual y me sobran dos horas para la visita. Por eso prefiero pasar por mi casa, reposar un poco y otra vez para la calle. Como la suerte no quería abandonarme, antes de salir de la casa del último zapatero, un hombre se asomó en la puerta con tres paquetes de galletas dulces de tres kilos cada uno, decía él. Le compré un paquete y lo pesé en una primera bodega. Le faltaba medio kilo. Ahí se terminó mi suerte, por eso en esta ciudad hay que aprovechar cuando la suerte te toca porque no se sabe hasta cuándo durará. Ahora mi mochila pesa otra vez, pero por unos días desayunaré como Dios manda. Al diablo el medio kilo que falta.
Como la manifestación por Eliáan no pasa por Prado cogí un taxi que ahora son los viejos carros americanos. Te cuestan 10 pesos y se viaja bastante cómodo, cuatro o cinco personas por asiento. Yo evito la guagua o el invento ese que le dicen camello donde la gente va sobre otros, y bajas de ahí con el grajo pegado y con la bolsa rota. Habla la voz de la experiencia. No sé cómo hace esa gente. Oh, sí sé. Están en pandillas, fingen esperar el mismo ómnibus que tú y en tanto te estudian. Tú piensas en tus problemas diarios: ¿Dónde está la guagua, tendré gas cuando llegue a casa? Y si tengo, ¿qué cocinaré? Y ellos: ¿Cuánto me falta para desactivar su monedero y ese reloj, debe costar unos veinte pesos. Así es por aquí. Estamos dentro de una botella donde la ley es: “Sálvese quien pueda” y salvarse como se pueda lo hemos confundido con robar donde se pueda. Pero estas ratas de cloaca que roban a la gente común, del pueblo, como ellos... En fin, que por eso evito la guagua, para no cagarme en el coño de la madre que los parió.
Ya. La hice. No iba a pronunciar ni una de esas... palabritas que me salen a diario, pero ya... que ya la cagué de nuevo. Mi madre dice que no tengo remedio, que si sigo así no podrán admitirme en otro lugar que no sea en la fábrica donde trabajo. Pero a quién le importa. Total, de esa fábrica yo vivo y ella vive por mí. Si un día escucho algo así de la boca de la jefa de personal, juro que dejo de meter las manos aunque muera de hambre, porque en algún momento debió ser así, sí, cuando la gente creía en esto, en esta Revolución. Millones de trabajadores conscientes hacían labor productiva por pura dignidad, por moral, por el bien de este país, entonces, ya lo sé, no era necesario poner Chelos en las puertas de las fábricas.
Las aceras de la Habana Vieja son sombreadas y tan estrechas que apenas si cabe una persona. Yo tengo que caminar porque no hay ni un taxi que entre en el